Tuesday, July 25, 2017

Jot Down Cultural Magazine: Chris Froome, Mikel Landa y otras cosas que aprendimos de un insufrible Tour de Francia 2017

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Chris Froome, Mikel Landa y otras cosas que aprendimos de un insufrible Tour de Francia 2017
Jul 25th 2017, 10:31, by Guillermo Ortiz

Chris Froome a su paso por el Arco del Triunfo, 2017.

El Tour empezó con lluvia sobre Düsseldorf como presagio de lo que iba a venir: una carrera plomiza, resbaladiza, de múltiples precauciones… Si el espantoso recorrido no invitaba a pensar de antemano en grandes exhibiciones —apenas treinta kilómetros contra el crono, solo tres llegadas en alto como tales, nada de pavé, nada de etapas trampa, nada de nada— la suerte tampoco acompañó: ya en el prólogo se cayeron Ion Izagirre y Alejandro Valverde. Ambos tuvieron que retirarse cuando no llevaban ni cinco minutos compitiendo.

En la cuarta etapa, Peter Sagan cerró en el sprint a Mark Cavendish y la acción acabó con el eslovaco en la calle y el británico en el hospital. La novena etapa, quizá la más competida de todas, terminó con Geraint Thomas en la ambulancia, Rafa Majka con medio cuerpo magullado, Arnaud Demare y casi todo el FDJ llegando fuera de control… y Richie Porte dando vueltas de campana descendiendo el último puerto de la jornada. En pocas palabras, nueve días bastaron para darnos cuenta de que este Tour no iba a ser el más atractivo de la historia.

Sin una verdadera lucha por la general —Porte era el único rival a la altura de Chris Froome—, sin una verdadera lucha por los sprints —si Marcel Kittel ya había ganado dos etapas compitiendo con Cavendish, Sagan y Demare, imagínense sin ellos— y con el «trenecito Sky» haciendo de las suyas en cada cuesta arriba, para que nadie se atreviera a atacar y menos aún sabiendo que luego venían veinte o treinta kilómetros de llano, la verdad es que poco podemos rescatar de este Tour de Francia 2017, el cuarto vencido por Chris Froome, un hombre cuyos límites nunca llegaremos a conocer con exactitud porque da la sensación de que solo encuentra rivales en la Vuelta a España, esa carrera llena de cuestas al 20%, justo lo único que saca de quicio al inglés.

Vayamos en cualquier caso, punto por punto, con el análisis de este Tour para olvidar:

1- Para empezar, hay una pregunta recurrente que merece respuesta: ¿Ha sido este el peor Tour de los últimos años, pongamos dos décadas? Este tipo de escalafones siempre son complicados de determinar, pero si ya nos dio la sensación de que el del año pasado había sido infame, el de este ha sido mucho peor: de entrada, han sido diecisiete etapas sin Peter Sagan, es decir, un mundo. No ha habido abanicos. No ha habido ataques que merecieran ese nombre. Donde el año pasado Wout Poels coronaba los puertos tomándose tranquilamente una Coca Cola, este año hemos encontrado a Michal Kwiatkowski acabando con todos los escaladores a su ritmo… Los años de Sky están siendo años de plomo. No solo es que su dominio recuerde al del US Postal, es que el US Postal al menos tenía una intención ofensiva: la idea del «full gas» era preparar el ataque salvaje de Lance Armstrong y que se salvara quien pudiera. El Sky ni eso. Todos a rueda. Todos controlados. No alarms and no surprises, please.

2- El equipo británico se ha llevado cinco de las últimas seis ediciones del Tour y no es casualidad. De hecho, Froome podría habérselas llevado todas si no le hubieran parado en 2012 para que ganara Bradley Wiggins, en la actualidad bajo investigación de las autoridades antidopaje, como todo el equipo Sky, de hecho. No se ven fisuras: da igual que Sergio Henao haya estado un poco por debajo de lo esperado, que Thomas tuviera que retirarse después de haber ganado el prólogo o que Mikel Nieve no haya dado el paso adelante esperado. Es lo mismo, siempre aparece alguien. Este año ha sido Mikel Landa, pese a venir de un Giro repleto de exhibiciones.

3- De hecho, durante todo el Tour ha dado la sensación de que Landa era el único que podía batir a Froome, igual que Froome había sido el único capaz de batir a Wiggins cinco años atrás. Sobre el vasco se han levantado unas expectativas que no sé si le ayudarán cara al año que viene, ya en Movistar. Es un excelente escalador, pero su experiencia como jefe de filas se limita al Giro de Italia de 2016, en el que apenas duró una semana antes de retirarse. El papel de gregario de lujo es muy lucido, como dijo el propio Indurain en Eurosport, pero ser líder es otra cosa. Ahora bien, si los organizadores del Tour se empeñan en recorridos sin contrarreloj y sin etapas llanas mínimamente complicadas, puede que Landa sí sea candidato en el futuro a ganarlo. Tiene veintisiete años y mucho futuro por delante. Solo un segundo le separó de subirse al podio.

4- Como decíamos, la gran desgracia de este Tour fue la caída de Richie Porte. No sé si el australiano habría podido hacer algo frente a la maquinaria de la que él mismo formó parte, pero sí está claro que lo habría intentado. Porte siempre tiene un día malo —o espantoso— en todas las carreras de tres semanas, pero también acostumbra a tener dos o tres maravillosos y es un tipo valiente, de los que lo intenta siempre y con ganas, no para llevarse tres aplausos. Sin esa caída, el Tour habría sido distinto, no me cabe duda, y Froome se habría visto más exigido. Da vértigo echar la vista atrás y darse cuenta de que en tres semanas el tetracampeón no ha tenido que ponerse de pie en la bici más que cinco o seis veces, ante ataques lastimeros de Romain Bardet. El resto, ni ha existido.

5- Vayamos con el propio Bardet. Es tan difícil quererlo como odiarlo. No le gustan los excesos cara a la galería ni las poses innecesarias. No hace declaraciones altisonantes ni se cree por encima de lo que es. Parece un corredor honesto y sacrificado… pero tampoco hace nada por disimular sus limitaciones. No es que le pidamos que sea Claudio Chiappucci, pero, vaya, cuando uno tiene un equipo como el AG2R detrás, igual podría aspirar a mover un poco más la carrera. Bardet se ha limitado a hacer lo justo para repetir podio por segundo año consecutivo. La lástima es que da la sensación de que nunca va a ser mejor de lo que es ahora… y con lo que es ahora no le da para ganar un Tour de Francia.

6- En medio de los dos, gracias a la última contrarreloj, se plantó el colombiano Rigoberto Urán. Siendo sinceros, nadie esperaba encontrarse ahí a Rigo a estas alturas. Pese a que en el Giro sumaba dos segundos puestos y otras dos apariciones entre los diez primeros, sus actuaciones en Vuelta y Tour siempre habían sido decepcionantes. A sus treinta años, encontrarse con un segundo puesto en la gran carrera por etapas de la temporada tiene un mérito descomunal, pero no habrá quien le acuse de falta de ambición y puede que con cierto sentido. Urán no atacó ni una sola vez en montaña y la etapa que ganó se la llevó por unas milésimas. Al final, solo le separaron 54 segundos de Froome y siempre dio la sensación de ir guardándose fuerzas. Entre jugársela para acabar primero y limitar el riesgo para no salir del podio, el colombiano eligió lo segundo. Si era la estrategia correcta, solo lo puede saber él.

7- Junto a los cuatro grandes, hay que destacar al italiano Fabio Aru, especialmente por sus dos primeras semanas: se llevó la etapa de Belles Filles y fue líder de la carrera durante un par de días. Después de ganar Giro y Vuelta, se quedó a un puñado de segundos de subir al podio en el Tour, algo que no está nada mal para tener veintisiete años. En la pasada edición ya fue un habitual del grupo de los mejores y este año ha sabido correr con madurez y sacrificio: aunque las piernas le fallaron por completo en los Alpes, se agarró a la carretera para acabar quinto. Algo es algo. Probablemente, con Jakob Fugslang al lado —otro damnificado por las caídas— habría tenido más margen de maniobra.

8- Todo el Tour tuvo un aire de falsa igualdad que permitió a los entusiastas hablar de sus supuestas bondades. Hasta seis corredores llegaron a la última contrarreloj e menos de tres minutos, con el séptimo a menos de cinco, y el octavo a unos siete. Sin embargo, esa igualdad era impostada: todos sabíamos que nadie iba a ganar a Froome en la última contrarreloj y lo único que estaba en juego era el orden de puestos dentro del top ten: al final, los elegidos fueron Daniel Martin (sexto), víctima colateral de la caída de Porte en la novena etapa y generoso hasta el extremo en el esfuerzo, Simon Yates (séptimo), Louis Meintjes (octavo), Alberto Contador (noveno) y Warren Barguil (décimo).

9- En Barguil hay que pararse. El Tour, probablemente en una muestra de chovinismo, le ha elegido como el corredor «supercombativo» de la carrera, un galardón que debería haber ido a Thomas de Gendt y sus miles de kilómetros en fuga. En cualquier caso, la carrera de Barguil ha sido descomunal y, si mejora sus evidentes problemas contra el crono, al corredor del equipo Sunweb sí se le ve un gran margen de mejora. En la montaña fue el mejor, no solo porque ganara el maillot a puntos sino porque se llevó dos etapas, se quedó a un tubular de llevarse una tercera y estuvo en los Alpes por delante incluso de los mejores, sobre todo en el Izoard. Un hombre muy a tener en cuenta para la próxima Clásica de San Sebastián.

10- También hay que destacar a otros dos franceses, de la siguiente generación: Pierre Roger Latour, que incluso en su papel de gregario de Bardet ha confirmado todo lo que se esperaba de él, y, sobre todo, el formidable Lilian Calmejane, un talento puro que no solo se llevó una etapa sino que buscó con ahínco la segunda cuando ya había cumplido de sobra. A los veinticuatro años (Calmejane es miembro de la talentosa quinta del 92 que tanto destacara en el pasado Giro), este chico es oficialmente algo más que una promesa.

11- Hablábamos antes de la falta de ataques y de la victoria de Barguil en el Izoard y alguien puede llevarse la impresión de que los favoritos se tomaron el Tour como un paseo. No es cierto en absoluto. De hecho, Barguil batió el récord de subida en el Izoard —era la primera vez que se elegía al coloso alpino como final de etapa— y Contador había hecho lo propio con el de la Croix de Fer en la etapa anterior. En otras palabras, han ido todos como locos y a unas velocidades que superan las de los tiempos más negros del ciclismo. No es precisamente una gran noticia, que cada uno extraiga sus propias conclusiones.

12- Vamos ahora con la velocidad pura, es decir, con los sprints… o, más bien, con Marcel Kittel. El alemán se llevó cinco de las siete primeras etapas con llegada en grupo. Solo dejó unas migajas a Sagan y a Demare en llegadas que no le favorecían. Su superioridad fue aplastante, como hacía tiempo que no se recordaba. Combinó las victorias ajustadas, como la de la séptima etapa ante Edvald Boasson Hagen, con las exhibiciones como la de la undécima etapa ante Grönewegen. Ni siquiera necesitó de un equipo especialmente poderoso. Kittel no es Cipollini ni Petacchi. A la hora de la verdad se la juega en solitario, con una potencia asombrosa que le permite ir pasando corredores en la recta final con una facilidad pasmosa.

13- Pese a todo, el maillot de la regularidad se lo llevó el australiano Michael Matthews, otra de las estrellas de la carrera. ¿Por qué? Porque se lo ganó en el asfalto, negándose a rendirse incluso cuando estaba cien puntos por debajo… y porque Kittel, para variar, se cayó y se tuvo que retirar. Así, todo. Matthews es uno de esos sprinters de perfil bajo, que no da puñetazos ni intimida por su físico pero que va sumando un palmarés extraordinario con victorias en Giro, Tour y Vuelta, medallas en campeonatos del mundo y un par de tiros al palo en la Milán-San Remo. Es cierto que no es tan rápido ni explosivo como los Kittel, Cavendish, Gaviria y compañía, ni es tan bueno cuesta arriba como Peter Sagan… pero se mueve muy bien en carrera, es valiente, sabe buscar sus opciones y siempre encuentra la manera de llevarse el gato al agua.

14- Del resto de los sprinters poco hay que decir: Demare empezó bien, se puso malo y acabó fuera de control… junto a otros cuatro corredores de su equipo en una decisión difícil de entender. De lo de Sagan y Cavendish ya hemos hablado y supongo que cada uno tendrá su opinión al respecto: la mía es que Cavendish puede ser todo lo marrullero que quiera —lo es—, pero que el gesto del eslovaco es impropio de una competición sana. Podría haberle costado muy caro al británico o incluso a Degenkolb, que pasaba por ahí y acabó dando una voltereta a más de sesenta kilómetros por hora. En cuanto a los demás, poca cosa: algo de Dylan Groenewegen, ganador de la última etapa en los Campos Elíseos, la admirable polivalencia del propio Boason-Hagen… y los sorprendentes malos resultados de Andre Greipel y, sobre todo, de Alexander Kristoff y Nacer Bouhanni. Tanto Katusha como Cofidis hicieron un equipo pensando en ellos como únicas figuras y salieron de la experiencia escaldados y sin victorias de etapa.

15- Creo que hay cierto consenso en que la gran decepción del Tour ha sido Nairo Quintana. Cuando quedó segundo en el pasado Giro, aquí se le defendió de los ataques afirmando que si no había estado más arriba era porque no podía. Y, en efecto, no podía. La versión de Nairo en este Tour ha sido dolorosa por momentos: incapaz de seguir al grupo de favoritos e incapaz incluso de seguir a Contador en sus fugas kilométricas. Lo único bueno que se puede sacar de todo esto es que el colombiano ha aprendido a sufrir. Hasta ahora, todo había sido demasiado fácil: un podio tras otro, una victoria tras otra. Tiene veintisiete años, así que no vamos a enterrarlo. Su relación con Movistar parece demasiado tocada y el fichaje de Landa como presunto jefe de filas invita a pensar que Quintana se quiere ir. Tendrá que elegir adónde con mucho cuidado.

16- En general, todo el Tour del Movistar ha sido un desastre: Valverde se cayó en el prólogo y se perderá el resto de la temporada, Quintana no ha cumplido las expectativas y nadie ha podido rellenar el hueco: Jesús Herrada se metió en un par de escapadas, pero fue de los primeros en caer, Jonathan Castroviejo pudo hacer algo más en la crono final, pero se cayó nada más empezar. Del resto solo cabe destacar el regreso al ciclismo de alta competición de Carlos Betancur después de un año y medio desaparecido en combate. El futuro del equipo en grandes vueltas parece que pasará por Mikel Landa. Supongo que no depende de ellos, pero cambiar, sin más, a Landa por Quintana parece en principio bastante arriesgado. ¿Será Marc Soler la gran carta a jugar a largo plazo?

17- Porque el caso es que el ciclismo español ha dado nuevas muestras de su estancamiento: más allá de los dos Mikel del Sky, solo se puede hablar de Alberto Contador y, a mucha distancia, del siempre aguerrido Dani Navarro. Hablamos de gente muy entrada en la treintena. A Contador es difícil juzgarlo por lo mucho que polariza a los aficionados: o le idolatran o le odian con pasión. Supongo que él hace mucho por ello con un discurso sin puntos medios: empieza diciendo que va a ganar, que está como nunca, que ha trabajado más que ningún otro año… y al primer inconveniente se lanza a poner excusas. Si no fuera por ese aire de superioridad —inevitable, por otro lado, en alguien que ha ganado siete grandes vueltas y está convencido de que en realidad ha ganado nueve, una menos que Hinault—, se hablaría del Tour de Contador como una carrera más que aceptable para un hombre que cumplirá treinta y cinco años en diciembre. Es absurdo negar que las caídas le impidieron dar el cien por cien, como es absurdo insinuar que sin ellas habría estado luchando en el podio. Su última contrarreloj fue fabulosa y le garantizó el noveno puesto en la general, probablemente el lugar que ahora mismo le corresponde.

18- La única etapa llana con emoción y que nos conectó con el pasado fue la decimonovena, es decir, la penúltima en línea. Fuga de una veintena de corredores, miles de ataques entre ellos y victoria del más potente: Boasson-Hagen. El mito de que las etapas llanas son aburridas es poco más que eso: un mito. Las etapas llanas pueden ser muy interesantes si se corren con ambición, con grupos numerosos poniendo en aprietos al pelotón, con muchos corredores interesados en pillar la escapada del día y con un recorrido exigente que dificulte la persecución. Desgraciadamente, se vio poco de eso, y de ahí que los grandes «cazadores» de las carreras de un día, como Greg Van Avermaet, Philippe Gilbert o Michael Albasini pasaran casi de puntillas por el Tour. Un desperdicio.

19- En una edición con solo dos contrarrelojes y que apenas sumaban treinta kilómetros entre ambas, es curioso que los dos ganadores fueran relativamente sorprendentes. Geraint Thomas siempre ha sido un buen rodador, pero llevarse el prólogo del Tour ante especialistas como Stefan Küng o Tony Martin, que además corría en casa, son palabras mayores. Lo mismo se puede decir del polaco Macej Bodnar, otro excelente contrarrelojista, pero con el que nadie contaba para la victoria en la segunda crono. El segundo puesto de Kwiatkowski en dicha contrarreloj después de una semana en los Alpes tirando del grupo como loco no sé ni cómo calificarlo.

20- En definitiva, entre tanta negatividad y tanto sopor, ¿qué nos cabe esperar del futuro?, ¿qué se puede hacer para que el Tour vuelva a ser lo que era? De entrada, buscar mecanismos que dificulten el control: tanto del Sky en la montaña como de los equipos de los sprinters en las etapas llanas. Es ridículo encadenar etapas en las que dos chicos de equipos modestos se fugan durante doscientos kilómetros conscientes de que al final les van a pillar. Es ridículo programar etapas con tres puertos de primera categoría si al final Kyrienka y Kwiatkowski acaban yendo más rápido que los supuestos favoritos. Lo ideal sería reducir el número de corredores por equipo y aumentar el de equipos. Fomentar la valentía. Que los finales sean realmente en alto, para impedir la excusa del «es que luego me cogen en la bajada». Que haya más etapas al estilo del Macizo Central, imprevisibles, con trampas detrás de cada curva. Que vuelva el pavé, donde no hay equipo —salvo aquel improbable Astana de 2014— capaz de controlar nada…

En otras palabras, que el Tour vuelva a ser el Tour y no esta cosa sumisa, de dejar pasar días y agarrarse a la rueda del de delante mientras las etapas se completan a velocidades imposibles. Y que el Sky dé una tregua. Por supuesto, eso no depende de ningún organizador, pero, a este nivel, da la sensación de que Brailsford puede pasarse años eligiendo el ganador del Tour y obligando al espectador a mirar a Italia cada año con mayor esperanza.

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