Monday, July 31, 2017

Jot Down Cultural Magazine: Fútbol amateur, fútbol total

Jot Down Cultural Magazine
Jot Down 
Fútbol amateur, fútbol total
Jul 31st 2017, 07:52, by Nacho Carretero

Fotografía: Ker Robertson / Getty.

Alento, bandeiras, gorxas en guerra. Fútbol total nos campos de terra.
Alento, bandeiras, gorxas en guerra. Fútbol total nos campos de terra.

Defensas e medios, ferro dianteiro.
Fútbol total na soidade do porteiro.
Defensas e medios, ferro dianteiro.
Forza vital, fuxide que centro!

Vai o gol, agora vai o gol. Vai o gol, agora vai o gol. Vai o gol, agora vai o gol.
Agora! Agora! Agora vai o gol!

Fume de carozo, lume de biqueira. Fútbol total, balón á silveira.
Fume de carozo, lume de biqueira. Fútbol total é un astro de Ribeira.

Hinchas, siareiros e unha barra brava. Fútbol total berrando na bancada.
Hinchas, siareiros e unha barra brava. Fútbol total berrando na bancada.

Vai o gol, agora vai o gol. Vai o gol, agora vai o gol. Vai o gol, agora vai o gol.
Agora! Agora! Agora vai o gol!

Alento, bandeiras, gorxas en guerra. Fútbol total nos campos de terra.
Alento, bandeiras, gorxas en guerra. Fútbol total nos campos de terra.

Defensas e medios, ferro dianteiro.
Fútbol total na soidade do porteiro.
Defensas e medios, ferro dianteiro.
Forza vital, fuxide que centro!

Vai o gol, agora vai o gol. Vai o gol, agora vai o gol. Vai o gol, agora vai o gol.
Agora! Agora! Agora vai o gol!

Paixón e avalancha, no ritmo da hinchada
común ao sentimento que se sente na bancada.
Paixón e avalancha, no ritmo da hinchada
común ao sentimento que se sente na bancada.

Nosa é unha victoria dende que pitan o saque.
No fútbol e na vida nós xogamos ao ataque.
Nosa é unha victoria dende que pitan o saque.
No fútbol, na vida: nós xogamos ao ataque!

«Lume de Biqueira». Os Diplomáticos de Monte Alto.

Lo primero que me planteé cuando llegué a vivir a Madrid —año 2005, creo— fue encontrar equipo de fútbol. Lo de buscar piso y trabajo también era importante. No encontré nada. Es curioso, porque hay millones de ligas y decenas de millones de equipos en Madrid. Pero yo no conocía la ciudad, tampoco conocía a casi nadie en ella y los que sí conocía pasaban del fútbol de manera pasmosa. Así que dediqué ese año a salir por la noche y a jugar alguna triste pachanga de fútbol sala con la pista mojada (jugar al fútbol sala con la pista mojada, eso es para grabar). Sí encontré piso y curro. Tuvo que ser en mi segundo año cuando mi primo Martín, rudo central que entra al bulto y solo pide perdón si ve sangre, me hizo una oferta. Su equipo de fútbol 7 necesitaba gente. La Tienda de los Niños se llamaba entonces el equipo, patrocinado por un comercio dedicado a artículos infantiles que, trasladado a un equipo de fútbol adulto masculino, sonaba como pederasta.

Competían en la segunda de tres divisiones de la liga de F7 de Pozuelo, a las afueras de Madrid. Vestían de amarillo. Jugaban sus partidos —dato importante— los sábados o domingos por la tarde, nunca por la mañana. Y no estaba prohibido ir de resaca. Firmé la oferta de inmediato.

De aquella primera temporada recuerdo a un árbitro que era gallego con quien charlaba de cualquier cosa en el calentamiento y después me lo pitaba todo y me dejaba pegar a todos. Buen tipo. Recuerdo a nuestro presidente-entrenador-delantero centro, Tito, doctor en Economía y con unas piernas a lo Zlatan Ibrahimovic. Tan pronto dejaba tres defensas atrás y la ajustaba al palo, como falsificaba una ficha para no superar el número de extracomunitarios nacidos en Pozuelo. Genio. Sigue siendo nuestro presidente hoy día. Y ejerce de lo que haga falta: en varios partidos nos faltó el portero y se puso él los guantes. Cada vez que lograba una parada, lo celebraba con vítores. En la memoria de todo el equipo ha quedado el día en que, tras sacar una mano, gritó: «¡Estoy enorme!».

El segundo año entraron en el equipo mis amigos Íñigo y Alfonso, cuyo aporte más positivo fue inventarse un cantito de barra brava tipo «vamo' latienda carajo, lo' vamo' a matar a todos». Al año siguiente, cosas del fútbol amateur moderno (?), tuvimos que variar el nombre debido a un cambio de patrocinador. Pasamos a llamarnos QBoca Clínica Dental. Ahí comenzaron los problemas con la equipación —problemas aún no resueltos— ya que nuestro mecenas y presidente de honor, Pablo, tiene cierto gusto por lo estridente. A la gama de azules de la elástica se unía un helado dibujado en el pantalón gracias a un segundo patrocinio de una heladería. Los cantitos de barra brava de Íñigo y Alfonso quedaron invalidados.

Ese año logramos clasificarnos para la liga de ascenso, pero una vez encaminados hacia la gloria nos dio por perder todos los partidos. «Mejor no subir a primera», dijo alguien. «Lo pasamos mejor en segunda». Y el presidente dio por bueno este razonamiento.

Tiene la liga de Pozuelo un maravilloso invento llamado la Liga de en Medio que consiste en que los equipos que no llegan a la fase de ascenso y tampoco caen hasta la fase de descenso juegan entre ellos una liguilla para seguir disputando partidos. No te juegas nada, más allá del honor de ser campeón de la Liga de en Medio.

La Liga de en Medio es nuestra especialidad. Es la que más veces jugamos. Un año llegamos al último partido para ser campeones, pero un error fatal de comunicación en el grupo de WhatsApp del equipo nos hizo entender a la mayoría de la plantilla que el fin de semana no se jugaba, sino que se tenía que acudir a un acto para levantar la copa. Error: sí que se jugaba. De hecho, era necesario ganar para lograr esa copa. Se presentaron tres jugadores aquel día, nos dieron el partido por perdido y no levantamos ninguna copa. Nuestro presidente-entrenador-delantero-a veces portero nos riñó. Lo compensamos el año pasado ganando, por fin, la Liga de en Medio. «Se cerró una herida», dijo alguien. En el primer partido de este año nos dieron el trofeo: una ridícula copa de un palmo que me recordó a cuando el Celta ganó la Intertoto.

Antes de eso, tras un par de años como QBoca, nos vimos obligados, de nuevo, a cambiar de patrocinador. Esta vez, Pablo, nuestro mecenas y presidente de honor, cogió el toro por los cuernos: su propia agencia de publicidad se hacía cargo del sponsor. En el pecho, orgullosos, lucíamos desde ahora «355 Berry Street», el nombre de la agencia. Y el equipo pasó a llamarse Los Dandys de Berry Street. ¿Por qué? Nadie en el equipo lo tiene demasiado claro. Según el lateral derecho —y cito textualmente—: «Lo de los Dandys, la verdad… no sé de quién fue la gracia. De alguien que claramente no tiene que venir cada domingo».

En otro error garrafal de coordinación, Pablo se encargó de nuevo de las equipaciones. Y volvió a ocurrir: jugamos de blanco y rosa fucsia degradado. Llevamos compitiendo varios años como Los Dandys y seguimos implacables, clasificándonos cada año para la Liga de en Medio con nuestras camisetas fucsias. Este año estamos ganando demasiados partidos y, como sigamos así, corremos el peligro de entrar en la fase de ascenso. El presidente ya ha dado la voz de alarma.

No fue el de Pozuelo el único equipo en el que jugué en Madrid. Tras dos años trabajando de cualquier cosa, comencé en el periódico gratuito Qué! Coincidimos allí muchos chavales jóvenes que íbamos a jugar de vez en cuando pachangas hasta que nos animamos a montar un equipo y jugar la Liga de Medios. Ojo, no confundir con la citada Liga de en Medio.

La Liga de Medios de Madrid es una competición de fútbol 7 de medios de comunicación. Se juega entre semana a mediodía y tiene un doble efecto: algunos periodistas se terminan de creer definitivamente futbolistas, mientras que otros se dan cuenta definitivamente de que no lo son.

El Qué! tuvo un debut glorioso en la Liga de Medios. Glorioso y meritorio. El equipo lo formamos no más de diez u once chavales a los que nos gustaba el fútbol. El resto de equipos (o al menos muchos de ellos) estaban formados, además de por periodistas, por amigos de periodistas que jugaban en tercera división, exjugadores profesionales que «colaboraban» (léanse las comillas haciendo el gesto con los dedos) con ese medio, amigos de jugadores profesionales que no colaboraban con nadie… En fin. Nosotros éramos el Athletic de los campos municipales de Canal, en el que solo jugábamos chavales de la redacción. Pureza contra el mundo.

El primer partido nos impusimos 3-1 a Intereconomía, que contaba con Gonzalo Miró como medio centro. Yo marqué de cabeza, aunque muchos del equipo me decían que no había llegado a tocarla. En realidad, claro que no llegué a tocarla, pero lo negué y le pedí al árbitro —el buenazo de Prados, hijo del inolvidable Prados García— que me apuntara el gol. Me exigió unas nécoras a cambio, pero el intercambió no fructificó.

Fuimos ganando partidos gracias, sobre todo, a nuestro central, un comercial del periódico de nombre César que se mostraba inexpugnable. Era nuestro Costacurta: César nunca chocaba, se adelantaba. Y luego le vendía media página impar a Alcampo. Y, por supuesto, gracias a nuestro goleador incombustible, pichichi ese año, Emilio, entonces jefe de cierre y edición y bendecido por el gol. Recuerdo uno que le metió a la Cope en un vapuleo que respondieron a patadas, en el que regateó a todos los jugadores rivales. A todos. Y lo celebramos a abrazo limpio como si hubiéramos hecho línea en el bingo.

En algún partido tuvimos enfrente a Mista, Gabi Moya, el Mono Montoya, Rubén de la Red, Lobo Carrasco… Pero nosotros aguantábamos, titanes, como una piña. Aquellos partidos contra el mundo se convirtieron pronto en el mejor día de la semana. El Qué! se hundía (terminamos todos en la calle por un ERE y el periódico cerrado), nosotros nos deprimíamos profesionalmente, la redacción se desmoralizaba… Pero siempre nos quedaba el partido de los miércoles, contra TVE, Cadena SER, As, Punto Pelota, La Razón… quien fuera. Podíamos con todos.

Sobre las mesas de la redacción se sucedían tácticas, y el mail corporativo se copaba de correos con sugerencias y propuestas. Mejor Víctor de lateral, cerramos con dos, que Chiki juegue un poco más adelantado, Héctor es un chupón, Sesé dice que no viene porque está gordo, que venga igual, coño, que es muy bueno… Éramos, en resumen y según el resto de la redacción, «unos flipaos».

Así nos plantamos, contra pronóstico, en cuartos de final. El rival era Canal+, uno de los favoritos al título. Se adelantaron pronto; 1-0 abajo llegamos al descanso. Pero aquel Qué!, cual Steaua de Bucarest del 86, no se rendía. A falta de cinco minutos (me toca, aquí entro yo), recuperé un balón en el centro del campo y Emilio, nuestro goleador, arrancó. Solo verle salir, se la pasé. Al hueco. En realidad, no tan al hueco, pero se la pasé. Controló en carrera, la cruzó, e inesperado empate. Festejos que salían de las profundidades de la garganta del jefe de Local. Abocados a penaltis. Bajo palos Jorge Aznar, conocido —por nosotros mismos— como «el gato de Canal» y coordinador de la sección Televisión. Detuvo dos penas máximas y obramos la odisea. Abrazos sinceros entre el sudor. Cánticos gorilescos en el vestuario antes de regresar a la redacción a cerrar el periódico de ese día.

En semifinales caímos con estrépito, 5-0 frente a Marca, que saldría campeón. Eso ya no nos importó. O sí. Pero qué más da. Jugué varios años más la Liga de Medios, con el Qué! y con un equipo de freelance. Nunca regresó la magia de aquel primer año en el que la ilusión del periódico se trasladó a una canchita de fútbol 7.

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Anexo. Bestiario breve del futbolista aficionado

Tras años de liguillas locales —jugué alguna más en la que llegué a medirme a rivales como el mismísimo David Bustamante— he logrado diseñar un breve muestrario de personajes. El del fútbol amateur es un mundo de insondables posibilidades. He aquí los especímenes recolectados.

El portero: Sin duda, el más meritorio. Triste figura bajo palos, silueta dibujada entre la lluvia. Abocado, en un momento u otro, a cagarla. No hay partido amateur sin su cantada correspondiente.

El delantero centro: Suele caracterizarse porque no festeja los goles. Puede enganchar una volea por la escuadra desde la frontal, que se girará serio, ceño fruncido, mirada al infinito con expresión de «sí, lo sé». Ese partido y ese gol no son dignos de su celebración.

El pesado: Lo protesta todo, se queja de todo, no se calla jamás. Siempre hay uno de esos en cada equipo. Un jugador rival controla con el pecho a cuarenta metros de su posición y él grita pidiendo mano. Todo le parece mal.

El profesional: Se cree que está en otro partido, probablemente en uno de primera retransmitido por Gol TV. Se pone la mano en la boca al hablar (no es broma), pierde el tiempo si van por delante (él va a ganar, no a jugar), calienta con auriculares en los oídos (también lo he visto) y, atención, intenta engañar al árbitro. Esto último me parece sencillamente fascinante. Un árbitro aficionado al que le pagan dos duros y cuya máxima preocupación es acabar cuanto antes para volverse a casa… y aparece el profesional fingiendo un penalti. Y cree meritorio conseguir que lo piten. Cree meritorio hacer trampas en un partido de mierda un domingo a las ocho de la tarde. A este tipo de jugadores me los imagino en su casa diciéndole a la novia «Tengo partido, joder», mientras cocina pasta blanca y extiende la equipación sobre la cama con el dorsal a la vista.

El fenómeno: Le deben estar grabando y este partido es su única oportunidad en la vida para demostrar lo que vale. Ni un pase al pie, demasiado fácil para él. Hay que buscar la entrega al hueco, el recorte. Jugar fácil es insípido. Hay que intentar el rizo. Los demás, claro, deben ser pacientes y recuperar sin rechistar cada balón que pierde.

El gordo: Siempre hay un gordo. Le cuesta moverse, pero pone todo de su parte y asume sus limitaciones. Es legal, es noble y parece el único que comprende que eso es un partido de gilipollas, no uno de profesionales.

El violento: Se enciende por cualquier nimiedad. Le agarran y pasa a modo carnero, apoyando su frente contra la del rival. Si se calienta, hace una entrada fea, sin que por su hueca cabeza pase la idea de que va a dejar a un tipo sin ir a trabajar un par de semanas. Dice imbecilidades del tipo «lo que pasa en el campo se queda en el campo». En realidad, podría fusionarse con el profesional. No hay vida más allá del partido del domingo.

El Lillo: Corrige la posición de sus compañeros cada minuto. Le dice a todos lo que tienen que hacer. Reparte broncas cuando alguien falla y, si su equipo pierde, les grita a todos y a veces decide que lo mejor es irse al banquillo porque su paciencia se ha terminado. El otro día, el medio centro rival pasaba por delante de mí tras una jugada y gritó: «¡Vaya equipo de subnormales que somos!». Y después se fue al banquillo.

El árbitro: Supongo que ganan cien mil euros por partido. No hay sueldo que pague aguantar a una manada de idiotas creyéndose Lineker. Eso sí, de arbitrar no tienen por qué tener idea.

La entrada Fútbol amateur, fútbol total aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.

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