Sunday, November 19, 2017

Jot Down Cultural Magazine: Lomonósov o el sueño de saberlo todo

Jot Down Cultural Magazine
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Lomonósov o el sueño de saberlo todo
Nov 19th 2017, 10:12, by Ramón Flores

Mijaíl Vasílievich Lomonósov. Imagen: Wikicommons.

Después de visitar la Plaza Roja, el Kremlin, las catedrales, la galería Tetriákov, Gorky Park y, si es bibliófilo, el estanque del Patriarca y la casa natal de Bulgákov, hay una ruta menos conocida que se revela como una opción muy interesante para el visitante ocasional de Moscú. Comienza en la estación de metro Vorobyovy Gory, al sudoeste de la ciudad. Antes de salir, una mirada a la derecha nos proporciona una preciosa vista del estadio Luzhniki, ya preparado para acoger el próximo Mundial, con el Moscova a sus pies. Tras aparecer en los pilares de un puente, unos escalones de madera nos permiten atravesar un bucólico bosquecillo, y acabar en la calle Kosigina, más bien un amplio bulevar. Ya solo aguarda un corto paseo hasta el mirador que da nombre a la estación, y que permite gozar, si el día es claro, de una maravillosa panorámica del centro de la ciudad.

Sin embargo, lo más brillante del paseo no se ve asomándose al mirador, sino paradójicamente dándole la espalda. En ese momento tendremos enfrente la fenomenal mole del edificio principal Universidad Estatal de Moscú, apoteosis de la arquitectura soviética y posiblemente la dependencia universitaria más impactante del mundo —la belleza o no ya queda al criterio de cada cual—. Diseñada por Lev Rúdnev en pleno estalinismo, posee más de treinta pisos en su torre central, habiendo llegar a ser en algún momento el edificio más alto del continente europeo. El viajero no puede evitar acercarse al coloso, y ya más cerca será capaz de leer la inscripción en la fachada principal que anuncia Moskóvskiy Gosudárstvenniy Universitét ímeni M.V. Lomonósova. El inevitable diccionario bilingüe le puede ayudar a traducir Gosudarstvenny (Estatal) e imeni (en honor de), pero no aparecerá Lomonosova porque es un nombre propio. El nombre del tipo que, entre otros miles de cosas, hizo posible que un día esa universidad existiese.

La Universidad Estatal, y al fondo el Luzhniki. Imagen: Wikicommons.

Probablemente Lomónosov no pensaba en fundar universidades cuando recogía pescado de niño con su padre, pero por lo que sabemos es muy posible que ya tuviera grandes ideas en la cabeza. Situémonos un poco. Nos encontramos en los primeros años del siglo XVIII en Mishaniskaia, una perdida ciudad norteña a la orilla del mar Blanco, cerca de Arkhangelsk. Gobierna ya Pedro el Grande desde el San Petersburgo que ha creado casi de la nada, tratando de pilotar la transformación de Rusia en un país moderno. A pesar de ello la movilidad social es muy reducida, y las esperanzas para un chico cualquiera de provincias de salir adelante y medrar sin padrino, sin sangre azul y sin dinero son prácticamente nulas.

Salvo que no nos encontramos ante un cualquiera. Casi desde que sale del nido, el joven Mijaíl Lomonósov manifiesta una curiosidad infinita, la brutal capacidad de aprendizaje que aprovecha dicha curiosidad, el carácter de un legionario y la ambición de un príncipe. Tiene suerte de aprender a leer muy pronto, de que un diácono le pasase abundantes libros desde joven —casi todos religiosos, pero también por ejemplo la Aritmética de Magnitsky— y que su padre tuviera un trabajo que les obligaba a viajar con frecuencia, y que aguijoneó el interés del niño Mijaíl en temas como la navegación, la ingeniería, las ciencias marinas o la meteorología. Sin embargo, la adolescencia fue dura: comprendía a la perfección que su destino era heredar el pequeño negocio de su padre y un matrimonio de conveniencia en la zona, y que en consecuencia no había ninguna posibilidad de progreso intelectual ni personal en el camino natural que le ofrecía su vida. Además, su situación doméstica no era la mejor, ya que las peleas con su nueva madrastra llegaron a convertirse en el pan de cada día, y su padre se negaba en redondo a permitirle que abandonara el hogar. Era una situación sin salida, pusto que Mijaíl no tenía medio alguno para subsistir fuera de casa y los lugares que a él le interesaban se encontraban demasiado lejos.

Pero como ya hemos dicho, este muchacho no era como los demás. Un buen amanecer cualquiera, con diecinueve años, escapó de casa y se unió a un mercader de pescado que hacía la ruta hacia Moscú, a más de mil kilómetros de distancia de Mishaniskaia. La leyenda cuenta que Lomonósov cubrió la descomunal distancia a pie firme, pero más allá de posibles exageraciones lo que debe valorarse es que al joven Mijaíl no le asustasen ni las privaciones —no tenía un rublo— ni la incertidumbre ni la ausencia de contactos, para cubrir una distancia enorme y encontrarse de pronto en la gran metrópoli fiado solo a su ingenio y a su fuerza física, que por cierto era descomunal. Lomonósov era alto y de gran complexión, y corre la historia de que, ya rondando la cincuentena, fue capaz un día de desarmar con sus propias manos a tres ladrones que intentaban robarle en medio del bosque, e incluso quedarse con la vestimenta de uno de ellos a modo de escarmiento.

Lomonósov, on the road. Imagen: Wikicommons.

Recién llegado a Moscú, la prioridad de Mijaíl era conseguir una educación. De algún modo logró engañar a los frailes del monasterio de Spassky, donde solo se admitía a hijos de nobles, y consiguió que lo admitiesen como estudiante. Un periodo muy duro, donde recibió las burlas de compañeros mucho menores que él y sufrió un hambre por momentos atroz, pues casi solo se alimentaba de pan negro y kvass, una bebida ligeramente alcohólica base de cereales. Además, en algún momento recibió una visita nada amistosa de su padre, que lo conminó sin éxito a volver a Mishaniskaia.

Su objetivo principal, sin embargo, se había cumplido: el monasterio era la sede de de la academia eslava greco-latina, donde se distinguió rápidamente como un alumno de un nivel fuera de lo común. Tanto es así que cursó los ocho años de curso de la academia en poco más de la mitad de tiempo, incluyendo estudios de filosofía, geografía e historia que se añadían a las lenguas que eran la especialidad de la casa. Su valía académica también le sirvió para librarse por los pelos de la expulsión cuando, en un momento dado, se descubrió que su ascendencia era bastante más plebeya que patricia.

Tras unos meses de mala experiencia académica en Kiev, Lomonósov volvió a Moscú para concluir sus estudios, graduándose como el primero de su promoción a los veinticinco años. Sus méritos le sirvieron para ser enviado como becario al centro de educación más prestigioso de Rusia, la Academia Imperial de San Petersburgo. Había sido fundada por Pedro el Grande diez años antes, y los abundantes fondos de los que se la dotó atrajeron a algunos de los mejores cerebros de la época, como Euler o Daniel Bernoulli. Mijaíl aún no lo sabía, pero pasaría una gran parte de su vida entre los muros de su sede oficial, la Kunstkamera. Lo que no es fácil saber es quién fue más importante para quién, y de hecho mucho tiempo después, en una discusión con su colega/jefe Shuválov en la que éste le amenazó de expulsión, Lomonósov le apostrofó: «La Academia no puede echarme, como mucho puedo echarla yo de mí». Así rugía el león.

Pero aún no hemos llegado a este punto. Estamos en 1736, y Mijaíl acaba de llegar a San Petersburgo. Su primer contacto con la ciudad de Pedro es breve, porque tras un año escaso le llega la oportunidad de viajar al continente, concretamente a las ciudades de Marburgo y Freiberg, en Alemania.

En el aspecto profesional, el viaje de Lomonósov debió ser para él algo así como las exploraciones de Marco Polo. Las ciudades mencionadas fueron escogidas sobre todo para que el joven estudiante adquiriese familiaridad con ciertos aspectos de la minería y las factorías químicas. De modo natural, y por influencia de su tutor alemán Christian Wolff, Mijaíl se interesó por la filosofía, muy particularmente por el empirismo. Pero es que además es sabido que estudió a fondo literatura alemana, francés y arte, matemáticas y metalurgia, devoró los libros de Robert Boyle y escribió poesía sin parar, redactando incluso un tratado sobre la métrica del verso. Un poder de asimilación casi sobrehumano.

La Kunstkamera, sede de la Academia. Imagen: Wikicommons.

Es muy probable que el lector esté pensando en este momento en Lomonósov como la típica rata de biblioteca, con sus correspondientes gafas gruesas y la nariz sin separarse del libro correspondiente. La realidad no puede estar más alejada de ello, ya que Mijaíl llevó en Alemania una versión extrema de lo que se conoce como la vida de estudiante. A la vez que se instruía en los saberes detallados más arriba, tomó clases de danza y esgrima, y utilizó convenientemente sus nuevas habilidades para seducir chicas y combatir a espada con otros jóvenes tan bandarras como él. Líder de la pandilla de internos rusos, sus juergas se volvieron legendarias, hasta el punto de que hay declaraciones de estudiantes alemanes agradeciendo al cielo su partida de Freiberg. También se le iba la mano con el alcohol —una constante en su vida—, y se cuenta que una noche unas húsares con ganas de fiesta lo emborracharon y lo alistaron en el ejército prusiano, y que lo pasó realmente mal para poder escapar del compromiso adquirido.

La mala vida de Lomonósov concluyó con un compromiso matrimonial. La elegida fue Catherine Zilch, la hija de la viuda que le alojaba en Marburg. Casados en 1740 y sin poder hacer público el matrimonio, Mijaíl vivió unos meses de zozobra por su incapacidad para mantener a su nueva familia con el magro sueldo que recibía como becario de la Academia. Así, tras haber dejado Freiberg y perseguido por toda Europa al embajador ruso en Alemania para conseguir financiación, Lomonósov consiguió un puesto de adjunto en la Academia, y retornó a su país natal en 1741. Había pasado cinco años en el extranjero.

La vuelta a Rusia de Lomonósov marca de alguna manera el fin de sus años de juventud, y el panorama que encuentra en la Academia a su regreso no es demasiado alentador. Muerto Pedro el Grande, los fondos que la sostenían han decrecido, con lo que varios de los mejores profesores han emigrado y ya no se encuentran allí —de hecho, Mijaíl tendrá problemas para cobrar su sueldo—; la educación de los jóvenes se ha descuidado; la institución la dirige de modo tiránico un alemán, Schumacher, que se ha rodeado de alemanes más por su nacionalidad que por sus méritos científicos, y hay un grupo de profesores claramente alineado contra él, lo cual enrarece el ambiente. No parece la situación ideal para que en ella germine el genio de nadie.

Lomonósov comprende al llegar que el statu quo en la Academia perjudica la finalidad de esta como generador y transmisor de conocimiento, y se ubica desde el principio en el partido opositor de Schumacher. No es Mijaíl un hombre que sepa callarse, y a pesar de que la situación de adjunto no es muy segura se ve envuelto en varias disputas con el director y sus partidarios. En una de ellas se llega a la violencia física, y Lomonósov ha de sufrir ocho meses de arresto y humillarse con una disculpa pública antes de poder retornar a su puesto. Más tarde dirá, como André Weil en su momento, que esos meses fueron los más productivos científicamente de toda su carrera. En particular, esos días consiguió establecer los fundamentos de su teoría de la física de corpúsculos, y resultaron especialmente fecundos desde el punto de vista poético: varios poemas enviados a la zarina Isabel tuvieron que ver en su pronta liberación. De vuelta al trabajo, su posición se fortaleció con su elección como académico al año siguiente, con una cátedra de Química.

A partir de este momento, por fin con un puesto fijo, la protección de la emperatriz y una respeto bien ganado en el establishment científico y político del Imperio, el talento de Lomonósov sencillamente explota. Y hay que decir, sin temor a exagerar, que hay pocos que hayan producido tantas aportaciones de importancia a la ciencia y la cultura, y sobre todo en una variedad de campos tan grande. Sin ánimo de ser exhaustivos ni mucho menos (el lector interesado puede consultar aquí para las contribuciones de tipo científico y aquí para las de tipo humanístico), se podría mencionar:

-En ciencias: aproximaciones a la ley de la conservación de la materia, predecir la existencia de atmósfera en Venus, prueba del origen orgánico del petróleo, un catálogo de tres mil minerales, teoría cinética de los gases, explicación de la formación de los icebergs, predicción de la teoría de la deriva continental y de la existencia de la Antártida, interpretación de la luz como una onda, desarrollo de un prototipo del helicóptero, estudios sobre la electricidad atmosférica (donde se jugó la vida y la perdió su colega Richmann), invención de nuevos modelos de periscopio y telescopio, propuesta de una nueva teoría mecánica del calor, etc.

Lomonósov y Richmann. Imagen: Wikicommons.

-En letras, su Gramática está considerada el punto de partida del idioma ruso moderno, que siempre amó y al que dedicó su famosa frase «El ruso posee la majestad del español, la vivacidad del francés, la fuerza del alemán y la ternura del italiano y, además, la riqueza, expresividad y concisión del griego y del latín». Además, en su época fue considerado poco menos que el poeta nacional: poseía un estilo elevado y formal, de corte clásico, y se le considera un precursor de la fonosemántica. Son famosas sus Odas, y dejó inacabado un gran poema épico sobre Pedro el Grande. Publicó igualmente la que quizá sea la primera historia de Rusia, y dejó abundantes escritos de tipo humanístico y filosófico, muchos de ellos censurados después de su muerte por mostrar ideas demasiado cercanas a los ideales igualitarios de la Ilustración.

Pero como ya hemos ido viendo, Lomonósov no fue solo un fenomenal científico y literato, sino un hombre de acción. Como miembro de la Academia, se involucró en el crecimiento de la institución, colaborando en devolverle parte del esplendor del que gozó en tiempos de Pedro; en particular consiguió financiación para que se construyera en ella un gran laboratorio químico, el primero de Rusia, en el que realizó miles de experimentos y que fue siempre su gran orgullo. Además, junto con su mecenas y amigo Shuválov, sacó adelante el grandioso proyecto de la Universidad Estatal, del que ya hemos hablado, y se encargó personalmente de diseñar los planos para su construcción.

Aunque nunca abandonó la vida sencilla y austera, Lomonósov acabó convertido en una de las grandes personalidades del Imperio, famoso y protegido de la emperatriz Isabel, que le distinguió con honores y dones. Sin embargo, con la muerte de esta y ascenso al poder de Catalina la Grande, su estrella declinó. A una relación complicada con la nueva zarina se añadió el deterioro de su salud —en parte debido al alcoholismo— y las deudas contraídas por una fábrica de vidrio en la cual nuestro hombre se había esforzado en devolver a Rusia el arte del mosaico. Sus últimos años fueron difíciles.

La madurez del genio. Imagen: Wikicommons.

Mijaíl Lomonósov murió el 15 de abril de 1765, a la edad de cincuenta y tres años, de una gripe degenerado en neumonía. Cuentan las crónicas que se enfrentó a la muerte con un estoicismo que raramente había mostrado en vida. Tras ella, Catalina II y sus sucesores homenajearon convenientemente su figura, pero ocultaron gran parte de su legado, a causa de que sus escritos contenía muchas opiniones controvertides sobre la organización social y política de Rusia. Por ello, sus contribuciones tardaron demasiado tiempo en ser conocidas fuera los círculos de la élite rusa. Hoy es adorado como el héroe nacional que fue, y hay centenares de referencias a su figura. Aparte de la Universidad Estatal, de la que ya hemos hablado, llevan su nombre un cráter de Marte, una estación de metro de Moscú y, un detalle precioso por cuánto dice sobre la vida de un hombre, su ciudad natal, que pasó a llamarse Lomonósova.

No hay mejor manera de ser recordado.

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