Monday, November 27, 2017

Jot Down Cultural Magazine: Cuéntame una más

Jot Down Cultural Magazine
Jot Down 
Cuéntame una más
Nov 27th 2017, 10:11, by Teresa Galarza

Fotografía: The Preiser Project (CC).

So long as men can breathe or eyes can see,
So long lives this, and this gives life to thee.

William Shakespeare.

«En tanto los hombres tengan aliento y los ojos pidan ver / vivo estará este verso, que te da la vida a ti». Bello pareado con el que acaba Shakespeare su soneto XVIII. El soneto inglés, como seguramente saben los lectores, acaba en un pareado, a diferencia del italiano. El genio que fue Shakespeare disfrutaba transformando los versos finales en voltas; giros o contrastes. En el caso del XVIII, la volta es una declaración de amor que encierra su intención por afirmar su trabajo, preservarlo eternamente, y alcanzar así la inmortalidad. Elegantes palabras que expresan la relación entre la literatura y la condición humana. La literatura como vía de trascendencia.

Literatura en las declaraciones de amor, literatura en las historias. Aliento para contar historias. Una práctica que ha sido y es fundamental para la existencia humana, por eso existe en todas las culturas conocidas. Contar historias implica un intercambio entre emisor y receptor, una dinámica que se aprende desde la infancia. Del mismo modo que el cerebro detecta patrones mediante la vista —un triángulo, un círculo— y el sonido —la «b» y la «v» sí nos suenan igual—, el cerebro también detecta patrones en el arte de contar historias, y el poder de seducción de la voz se mantiene vigente. Quien lo dude, que pruebe a escuchar el soneto de Shakespeare aquí.

Las historias, como los sonetos, son patrones reconocibles, y en esos patrones encontramos significado. Pero si las historias son en sí universales, la forma en que las contamos cambia con la tecnología que usamos. Cada nuevo medio ha dado lugar a una nueva forma de narración. Poco antes del descubrimiento de América la revolución de la imprenta de William Caxton y Johannes Gutenberg en Europa posibilitó el auge del mercado de la información y la consecuente difusión de conocimiento. La invención de la cámara de cine a finales del XIX condujo al desarrollo de largometrajes. La televisión dio lugar, un cuarto de siglo después, a los programas de noticias, de entretenimiento y series. Más tarde llegó internet, el primer medio capaz de combinar todos los demás medios: puede ser texto, audio, vídeo, todo junto. La herramienta con la que nos conectamos a internet las veinticuatro horas del día es el ordenador o teléfono móvil. Paradójicamente, son las nuevas tecnologías como el smartphone las que más se usan y nos conectan con la forma más primigenia de literatura, escuchar historias. Hablamos de audiolibros, el sector que más ha crecido dentro del mercado editorial en los últimos tres años, como demuestra la tendencia al alza de la pionera Storytel, fundada en Suecia en 2005, que ya cuenta con más de quinientos mil suscriptores repartidos en ocho países.

El éxito no viene exento de críticas. Como ocurriría con cualquier medio que se precie, al audiolibro le han sacado sus pegas. Harold Bloom, uno de los críticos literarios más influyentes de nuestros tiempos, es de los que ha expresado su desconfianza al respecto: «Necesitas todo el proceso cognitivo, esa parte de ti que está abierta a la sabiduría. Necesitas el texto frente a ti», según unas declaraciones a Times que recoge The New Yorker. Posiblemente así sea si uno quiere leer los Philosophiae naturalis principia mathematica de Isaac Newton, pero no tanto si se trata de entender la crítica de Bloom. El argumento, básicamente, es que escuchar no es lo mismo que leer. Y tiene razón, no es lo mismo. De hecho, es mejor.

La primera vez que escuché un audiolibro estaba embarazada. Tumbada en la cama, lo que más me apetecía es que me cuidaran y me contaran historias. Descargué la app y lo probé; en una semana me había hecho una biblioteca. Después he comprendido que el audiolibro también ayuda a crear nuevos momentos de lectura en los que podemos estar haciendo cosas que no requieren especial concentración, pero sí movilidad. Ahora mismo estoy escuchando Patria, de Fernando Aramburu, no iba a ignorar yo al premio nacional de narrativa 2017 por el hecho de que sea un tocho de seiscientas cuarenta y ocho páginas. Lo escucho en la ida y vuelta al trabajo; son veinte horas, así que lo acabaré en dos semanas. Me sumo al 52% de usuarios de audiolibro de Storytel que lo escuchan en transporte público y al 27% que lo hacen en el coche, en la ida al trabajo y vuelta a casa.

También el audiolibro es un aliado de los runners. No crean que los runners escuchan solo música, no. Todos los runners del mundo, que cada vez son más, conocen otras historias porque usan audiolibros. Apuesto a que no han visto a mucha gente con libros sobre crecimiento personal, mindfulness, coaching, ni mucho menos novela erótica. No. Los únicos libros que los lectores tradicionales se molestan en comprar son los que les hacen parecer inteligentes. La foto se la hacen con el libro de Haruki Muramaki o con la Jot Down, y la tuitean. Sin embargo, lo que más vende es de lo que nadie presume, y lo que en el fondo todos desean está en formato audiolibro. Los listos hasta aprovechan para aprender inglés.

Fuera de bromas, la mayor ventaja que he encontrado a los audiolibros es el placer que da escuchar cómo un actor con talento da voz a los personajes y las historias. No hace mucho escuché También esto pasará, de Milena Busquets. Me habían entrado ganas de revivir los momentos personales que la historia de Busquets me evoca y además tenía curiosidad por escuchar la interpretación de la actriz Nuria Mediavilla, la voz habitual de Uma Thurman y Rachel Weisz. Entonces me di cuenta de que me había hecho falta escuchar la voz de Mediavilla para entender lo entrañable y divertido que es el libro, y, a su vez, lo maravilloso que es poder revivir tan fácilmente los mejores momentos que uno ha vivido.

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