Monday, October 23, 2017

Jot Down Cultural Magazine: Star Trek Discovery: más vale espacio conocido

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Star Trek Discovery: más vale espacio conocido
Oct 23rd 2017, 09:49, by Emilio de Gorgot

Imagen: CBS.

Llega el otoño. Los mosquitos parecen haber desaparecido, y usted se congratula ante la perspectiva de disfrutar, por fin, de beatíficas noches de sueño sin la irritante tortura de estar rascándose las pantorrillas. Y de repente, cuando menos lo espera, los malditos Messerschmitt con forma de insecto vuelven cual plaga bíblica, y empiezan a picarle como si usted hubiese ofendido a toda su especie. Así, más o menos, comienza Star Trek: Discovery, con un retorno a lo malo conocido; los klingon, esos alienígenas belicistas que siempre disparan antes de preguntar, reaparecen en la frontera de la Federación Unida de Planetas tras más de un siglo de tranquilidad, sin que se hubiese sabido nada de ellos. Y claro, ahora hay que quitárselos de encima, o convencerlos de que todos viviremos mejor si nos llevamos bien y no nos empeñamos en hacer añicos la flota espacial del vecino. Este es, en pocas palabras, el arranque argumental de Star Trek: Discovery, la quinta serie televisiva de la franquicia (o sexta, si contamos una de animación que hubo a principios de los sesenta), y la primera en estrenarse desde que la anterior desapareciese de las pantallas, allá por 2005.

La marca Star Trek, por descontado, es mucho más que una marca. Además de las series, se han estrenado más de una docena de películas, incluyendo secuelas, precuelas y reboots. Esto constituye un universo bastante grande para explorar, y da pie a comparaciones de todo tipo. Yo, la verdad, nunca he sido un trekkie, y mi interés por la saga en su conjunto es bastante relativo, pero eso nunca impidió que me entretuviese viendo buena parte de ese material. Por ejemplo, películas como La ira de Khan o aquella Misión: Salvar la Tierra dirigida por el cachondo de Leonard Nimoy siempre han servido para salvar una tarde de domingo. En cuanto a las series, algunas me han dejado indiferente (Enterprise, Voyager), pero en conjunto son un perfecto maridaje para unas palomitas del microondas y, en ocasiones, tienen momentos brillantes. Nunca me he preocupado de las líneas temporales, de las biografías de los personajes, ni de la coherencia entre unas series y otras, pero no dejo de reconocer que el universo Star Trek tiene su encanto. Con el paso del tiempo, incluso los innumerables toques kitsch de la serie original se han convertido en material clásico. Tengo que ser sincero aquí: las eternas peleas con doscientos mil planos de las actuales películas de acción suelen ser aburridísimas, pero hay secuencias que jamás pasarán de moda, como la épica pelea entre el capitán Kirk y el gorn vestido de romano. Es una escena que nunca me canso de ver: el cansino gorn en plena resaca, con menos reflejos que Rajoy en Pasapalabra, y la reacción final de Kirk, en plan «si me vas a tirar piedras así de grandes, me piro» (qué pocas veces se ve una pelea en la que un personaje actúa de manera tan inteligente). Y, cómo no, sigue siendo divertido ver a Spock levantando una ceja y diciendo «¡Fascinante!» cada dos por tres, hasta que sus propios compañeros de tripulación acaban hartos; quién podría olvidar este diálogo entre McCoy y Spock:

—Por favor, Spock, hágame un favor y no diga «es fascinante».
—No. Pero, es… interesante.

Si no te cae bien Spock es como si no te gustan los cachorritos o las puestas de sol. Es difícil no sentir cariño por ese universo. Eso sí, desconozco las sutilezas de la sedosa gramática klingon, y no podría dibujar de memoria los emblemas de la Federación, así que no creo que se me pueda considerar un seguidor acérrimo. Lo que espero de cualquiera de los productos Star Trek es, básicamente, entretenimiento sin grandes complicaciones, y con ese toque empollón que en otras series o largometrajes puede resultar ridículo, pero que en Star Trek encaja de maravilla. La saga ha evolucionado con el tiempo, con mejor o peor fortuna, y apartándose más o menos de los cánones, pero he de confesar que me conformo con poco. Lo que quiero decir, en esencia, es que nunca podría ver un producto Star Trek con los ojos de un purista, si es que a estas alturas los puristas todavía tienen un canon al que agarrarse.

El estreno de Star Trek: Discovery es una gran noticia para el mundo trekkie, pero también podría serlo para los espectadores casuales. Todavía es pronto para decir con rotundidad cuál es la dirección que se pretende tomar en esta nueva serie, pero los dos episodios de presentación ofrecen, ya de primeras, elementos familiares en cantidad suficiente como para que nadie quede descolocado. Por ahora no hay grandes sorpresas; los klingon son los malos y las naves de la Federación habrán de enfrentarse a ellos. Se habla mucho de campos magnéticos, ADN, y demás jerga científico-espacial, indispensable en esta saga. También hay rayos láser, o plasma, que siempre es difícil estar al tanto de los últimos modelos; hay explosiones, asteroides y pantallas repletas de letreritos. Hay dilemas morales entre la obediencia debida y la lógica, entre la diplomacia y la guerra. ¿Qué se echa de menos? Por el momento, un poco más de humor o de ironía; ha habido, pero en píldoras minúsculas y a cargo de un único personaje. En mi opinión, la tendencia que la ciencia ficción actual muestra hacia la gravedad (no la de Newton, la otra) termina convirtiéndolo todo en un especie de constante ejercicio de introspección franciscana, y ya amenaza con volverse cargante. Bueno, en el cine ya lo es, pero una serie de ciencia ficción haría un cambio bienvenido si optase por un poco más de ligereza.

El salto a la severidad ya lo hizo, y muy bien, Battlestar Galactica, un programa donde imperaba una especie de realismo sucio —si se puede hablar de «realismo» dentro de un argumento galáctico— en el que todo el mundo estaba jodido por un motivo u otro: Gaius Baltar oía voces, Starbuck y Saul eran alcohólicos, Laura Roslin padecía un cáncer terminal, y el comandante Adama, cuando no estaba bordeando la depresión clínica, se pasaba los capítulos debatiéndose entre sus nobles ideales y el gustito que le producía dejarse llevar, de vez en cuando, por un simpático arrebato fascista. Battlestar Galactica era una space opera wagneriana en la que casi todo era tremebundo; esto, en su día, hizo que fuese rompedora, porque la ciencia ficción televisiva rara vez, si alguna, había sido tan oscura. Hoy, sin embargo, la ciencia ficción y hasta los superhéroes sufren un efecto de sobrecompensación, y para hacernos olvidar que hablamos de géneros nacidos y crecidos como entretenimiento infantil y juvenil parece imperativo que todo tenga que ser sombrío y neurótico, como si así fuese a parecer más «adulto» (de acuerdo, todos los adultos somos neuróticos de alguna manera, pero algunos no somos nada sombríos). Hubiese estado bien que Star Trek: Discovery se alejase un poco de esa tendencia, aunque por ahora no tiene pinta. Ya veremos. Tampoco hace falta que sea Guardianes de la Galaxia; con unos toques informales aquí y allá, bastaría.

Más allá del tono, que podemos considerar por definir, el primer punto fuerte de la serie es su actriz protagonista, Sonequa Martin-Green. A muchos les sonará por el personaje (Sasha), que interpretó durante varias temporadas en The Walking Dead, y que era de lo mejor de la famosa serie de zombis. Sonequa, en mi opinión, tiene madera de estrella: es buena actriz y, lo que es casi tan importante para encabezar un cartel, tiene carisma y presencia. El arranque de Discovery gira fundamentalmente en torno a su personaje, una mujer humana (con nombre masculino, «Michael»; un toque típico de Bryan Fuller), pero criada por vulcanianos, y cuyo carácter parece mostrar un conflicto entre la emotividad humana y la contención que ha aprendido de su raza adoptiva. La elección de Martin-Green como actriz insignia de la serie se revela como un acierto desde las primeras secuencias, y creo que no deja duda sobre su capacidad para cargarse Star Trek: Discovery a las espaldas. Ella se ha convertido en el principal consenso crítico: si la serie termina fallando, no será por causa de su actriz principal; si triunfa, una buena parte del mérito sí será suyo.

Como nota llamativa, los otros personajes que, al menos por ahora, parecen destacar junto a ella están cubiertos de toneladas de maquillaje. Uno es Saru, tripulante del Discovery, perteneciente a la raza kelpiana, y que parece concebido para servir como alivio cómico en determinadas secuencias. Aunque al actor que lo interpreta, Doug Jones, ni siquiera le vemos la cara, consigue causar la impresión de que ha hecho suyo el personaje. Lo mismo puede decirse de un par de intérpretes que encarnan a klingons, y que consiguen brillar pese a la caracterización que los vuelve prácticamente invisibles y pese a que hablan en el diabólico idioma alienígena. También es destacable James Frain en el papel de Sarek, el padre de Spock (sí, esto es como Dinastía) y padre adoptivo de la protagonista. Por ahora, como es lógico, el elenco de personajes todavía no está desarrollado, y sospecho que ni siquiera completo, pero hay material con el que trabajar. En cuanto al argumento, como decía más arriba, ha arrancado de manera muy sencilla y directa. Eso sí, estando el omnipresente Bryan Fuller por medio, es razonable prever que en algún momento empezará a haber desvaríos trascendentales y, de hecho, ya hemos tenido algún conato. De cara al futuro, en todo caso, lo que la serie de verdad necesita, y con suerte quizá termine desarrollándolo, es el siempre vivificante condimento del factor culebrón. Si se consigue establecer una red interesante de relaciones entre personajes, Discovery terminará despegando. Está bien ver a los klingon y los federados tirándose rayos, pero la acción aburre pronto, mientras que los dramas basados en personajes son los que realmente captan el interés.

El aspecto visual está bastante cuidado. Obviamente, los medios no son los mismos con los que cuenta una superproducción de Hollywood. Da igual; teniendo en cuenta que hablamos de televisión, el nivel es bastante impresionante. Sí, quizá por momentos algún efecto recuerde más a un videojuego (a uno bueno, eso sí) que a Interstellar, pero eso es comprensible. El conjunto es casi impecable. Los efectos están diseñados con buen gusto, al igual que los decorados. Por desgracia, no hay uniformes de colorines; deberían haber recuperado, al menos en parte, la entrañable estética fallera del original. Hoy en día, en la ciencia ficción, casi todo es azul, gris, o negro. Y cuando no, es todo blanco. Pero bueno, esto ya cambiará el día en que la gente se canse de que las películas de género parezcan ejercicios de filtros cromáticos del Photoshop. En cualquier caso, nada que reprochar en cuanto a espectacularidad y valores de producción. En el aspecto técnico no se han dejado cabos sueltos. Cada dólar que hayan invertido, ha dado resultado. Basta con ver el tráiler para entenderlo:

La serie ha cosechado muy buenas críticas en su estreno, quizá un tanto exageradas, si tenemos en cuenta que aún queda mucho por ver. Pero hay algo que podemos afirmar: el potencial está ahí. No creo que vaya a terminar siendo una obra maestra, ni que vaya a superar cualquier expectativa de calidad, como hicieron en su día Battlestar Galactica o Firefly (y si me equivoco, ¡bienvenido sea!), pero los mimbres para un buen entretenimiento de género están ahí. Nada es perfecto, pero Star Trek: Discovery, al menos, no ha empezado con mal pie. Hay terreno sobre el que edificar y ya comprobaremos si lo aprovechan. Esto es decir mucho; en la última década, ha habido unas cuantas series de ciencia ficción que empecé a ver con ganas, y no pocas mostraron defectos irrecuperables ya desde el comienzo. Discovery sí ofrece los mínimos y además deja entrever posibilidades. Los elogios que ha recibido quizá hayan pecado de exaltación prematura, pero en cierto modo son comprensibles, porque mucha gente estaba esperando una space opera en condiciones y esta, quizá, podría serlo. Si se mantiene en espacio conocido y añade aquello que se sabe que funciona. Aguardemos el desarrollo de los acontecimientos con vulcaniana templanza, sometiendo las esperanzas a la lógica, aplaudiendo solo cuando llegue el momento. Sí, todo podría torcerse, pero para lamentarse siempre habrá tiempo. Seamos optimistas. Y que la serie tenga una larga y próspera temporada.

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