Chris Andersen, Birdman. Foto: Cordon Press.
Según diversos estudios, en torno al 60 % de los jugadores de la NBA están arruinados cinco años después de retirarse. Malas cabezas. Aun así, da la sensación de que alguno, con loable afán de superación, piensa «¿por qué esperar a retirarse?» y la lía a lo grande estando aún en activo. No son pocos los que se dejan llevar y, en plena carrera deportiva, tienen tremendos problemas de sobrepeso, incidentes con armas de fuego, realizan excursiones a la mansión de Playboy, acaban en fiestas con mesillas de noche cubiertas de cocaína y, en resumen, todo tipo de actividad incompatible con la práctica de baloncesto profesional, llegando al extremo de convertirse prácticamente en exjugadores estando aún en la veintena y finalizando sus carreras sin haber explotado al máximo todo su potencial. Esta recua de inconscientes merece, en cierto modo, reconocimiento.
Aquí decimos el pecado y el pecador
El reglamento de la NBA en lo referente a sustancias prohibidas siempre se ha visto con cierto escepticismo a este lado del Atlántico. Da la impresión de que se persigue con más interés el consumo de drogas digamos recreativas, que ellos llaman «drogas de abuso» (cocaína, anfetaminas, marihuana, etc.), que el dopaje deportivo en sí que busca una mejora del rendimiento (esteroides, hormonas del crecimiento, etc.). La NBA es muy celosa de su imagen y en general solo se puede inferir el tipo de sustancia que ha tomado un jugador a partir de la duración de la sanción, reglada en el convenio colectivo.
El caso más dramático y que batió todos los récords de precocidad —aunque técnicamente ni siquiera era jugador de la NBA de forma oficial— fue el de Len Bias. Una fuerza de la naturaleza llamada a capitanear a la nueva generación de los Celtics en los ochenta fallecía de una sobredosis en mitad de una fiesta privada con alcohol y treinta gramos de cocaína apenas dos días después de ser elegido en el número 2 del draft por la franquicia de Boston.
También se rozó la tragedia con Lamar Odom. El ala pívot ya había sido suspendido durante su etapa de jugador al detectarse droga en sus análisis en dos ocasiones en 2001, pero no parece que aprendiera la lección. Su declive podría situarse cuando empezó a frecuentar reality shows debido a su matrimonio con Khloé Kardashian. Eso nunca le viene bien a nadie. En agosto de 2013, siendo agente libre, fue detenido por la policía con los cargos de conducir bajo los efectos de alguna droga que no se pudo precisar puesto que se negó a hacerse el test. Este hecho pudo provocar que ningún equipo le quisiera fichar y no volviera a jugar más al baloncesto de forma oficial a excepción de dos partidos decepcionantes en las filas del Baskonia en la primavera de 2014. En otoño de 2015 apareció inconsciente en un burdel imaginativamente llamado Rancho El Amor tras varios días de juerga en los que no faltaron sexo, alcohol, cocaína y Viagra. A duras penas salió del coma.
Sin llegar a estas situaciones extremas, la sanción más habitual suele ser por consumo de marihuana, cuya ilegalidad dentro de la NBA está en pleno debate tras promulgarse varias leyes estatales que la regulan e incluso porque exjugadores la recomiendan para soportar la presión y el dolor físico que sufren al exprimir sus cuerpos al máximo. Como resumen, en este milenio un par de docenas de jugadores han sido sancionados por consumo de esta sustancia, algunos tan famosos como Jason «Chocolate Blanco» Williams, Christian Laettner (el jugador n.º 12 del Dream Team de Barcelona 92), Shawn Kemp, Ricky Davis, Brad Miller o J. R. Smith, entre otros. Lo asombroso es que muchos de ellos fueron pillados en el único control que tuvieron que pasar esa temporada. Esto da que pensar: o tuvieron muy mala suerte o es que lo habitual es que echen más humo que una chimenea industrial.
En algún caso, la sanción ha servido para reconducir la carrera profesional del descarriado. Chris Andersen, apodado Birdman, tuvo tiempo de dar tres veces positivo por marihuana y una por cocaína en sus dos primeras temporadas en la liga. De aquella época versa una anécdota muy significativa: Andersen acudió a una tienda de informática a comprar un portátil. Acompañado de dos mujeres enganchadas a sus brazos, cuando le preguntaron para qué era el ordenador con el fin de ofrecerle el que mejor se ajustara a sus necesidades, Andersen fue muy claro: «Para ver porno». Fue suspendido dos años sin jugar. Cumplida la suspensión, volvió convertido en otro hombre. Literalmente. No parece la misma persona y cualquiera diría que lo que antes se gastaba en droga ahora lo invierte en tatuajes. En cambio, las sanciones no enderezaron el rumbo de otros jugadores, del que es ejemplo paradigmático Roy Tarpley, un center con muy buenas aptitudes. Fue suspendido indefinidamente de la NBA en 1991 por problemas con el alcohol y la cocaína. Fue readmitido en 1994, pero en 1995 le expulsaron de manera permanente por romper las condiciones de su readmisión (es decir, reincidió). Hizo carrera en Europa y China, y murió en 2015 con cincuenta años.
Como anécdota, dentro de la subcategoría de las excusas más ridículas podemos citar al griego Nick Calathes, al que le fue detectada una sustancia que se utiliza como enmascaradora del consumo de esteroides. Como suele suceder, se declaró inocente y argumentó que el tamoxifeno que habían encontrado en su organismo se debía a un tratamiento que estaba siguiendo contra la caída del cabello. Finalmente, Calathes fue suspendido por veinte partidos y hoy en día juega en Europa y está calvo como una bombilla.
Hay jugadores que no se han conformado con comportarse de manera muy poco profesional en una sola faceta, auténticos hombres del Renacimiento en el campo de la autodestrucción, como el anteriormente citado J. R. Smith. Con seguridad, la imagen de su legado será la celebración del campeonato de 2016 cuando, además de abusar del champán, de Las Vegas y de puros (que se sepa), pasó más de setenta y dos horas vestido únicamente con pantalones cortos, incluyendo el desfile de recibimiento en Cleveland. Meses más tarde, en la tradicional recepción oficial en la Casa Blanca, Barak Obama le agradeció públicamente que llevara puesta una camisa para la ocasión. Su historial de despropósitos es largo: en 2012 la liga le puso una multa de veinticinco mil dólares por un tuit inapropiado (una foto del culo de su novia, Tahiry Jose, sin permiso de esta). En 2013 fue fotografiado en una fiesta a altas horas de la madrugada con Rihanna, en mitad de los playoffs. Saliendo al paso de los rumores de que el idilio entre ellos había descentrado al jugador (Smith estuvo a un nivel mucho más bajo que en la temporada regular), la cantante afirmó que este no había jugado bien porque estuvo todos los partidos de la serie sufriendo resaca. Puede que J. R., que estuvo en la cárcel por un accidente de tráfico mortal, haya encontrado en el anillo una razón para reformarse.
Las hamburguesas no suelen ser buenas compañeras de viaje en una carrera profesional. Es de muy dudosa validez el índice de masa corporal, calculado únicamente a partir de la altura y el peso. Yo mismo, sin ir más lejos, si ahora tengo un accidente y pierdo un brazo y una pierna con un corte limpio, sin muñón, estaría automáticamente en mi peso ideal sin hacer ejercicio. Sirva esta observación para poner en contexto el estudio que se hizo en 2005 en la NBA según el cual, de los cuatrocientos veintiséis jugadores de la liga, doscientos al menos tenían sobrepeso según las tablas de dicho IMC. Bueno, hasta ahí el análisis. Hablemos del caso particular de Oliver Miller. Este pívot llegó a pesar sesenta y nueve kilos… ¡por encima de su peso ideal! Lastrando, obviamente, sus desplazamientos y su importancia en el juego. De hecho, era tomado a broma hasta por las mascotas de los equipos, como cuando el Gorila de los Phoenix Suns salió ataviado con la camiseta de este jugador con un relleno que hacía parecer anoréxico al muñeco de Michelin. Dejando de lado excesos como el de Miller, es bastante habitual que algunos jugadores se descuiden y pasen de lucir un cuerpo fibroso a barrigas prominentes. Casos como el de Shawn Kemp en la recta final de su carrera o el de Andrew Bynum, sin equipo desde 2014 (tenía en ese momento veintisiete años). Bynum tenía potencial para ser el pívot más determinante de la liga, pero decisiones discutibles como acudir a la mansión Playboy o al Mundial de fútbol de Sudáfrica en lugar de operarse de una lesión, o preferir comer a hacer pesas, le hicieron autoexcluirse de la NBA.
Además de drogas y comida, otra afición nada desdeñable dentro de la NBA es apostar. Jay Williams, exjugador y comentarista en la actualidad, contó que en una ocasión perdió cien mil dólares en un día jugando a piedra, papel y tijera. Hay que estar muy aburrido para hacer algo así. Ha habido jugadores empedernidos, como Michael Jordan o Charles Barkley, pero, claro, cualquiera les decía nada con las exhibiciones que daban luego en la cancha. En cambio, a Gilbert Arenas el juego sí que le truncó la carrera. Se descubrió que jugaba al póker online en los descansos de los partidos, aunque su incidente más famoso ocurrió a finales de 2009, cuando acabó encañonándose con armas de fuego en el vestuario con su compañero Javaris Crittenton por una deuda contraída en un juego de azar. Además, en un registro posterior encontraron otro puñado de armas en su taquilla. Mientras la NBA decidía qué hacer, a Arenas, dueño de un sentido del humor muy particular (una vez defecó dentro de las zapatillas de un rookie a modo de novatada), no se lo ocurrió otra cosa que, durante la presentación de los jugadores al inicio de los siguientes partidos, simular que apuntaba con una pistola a sus compañeros. El comisionado David Stern suspendió a los dos el resto de la temporada. Arenas, que había sido tres veces All Star hasta ese momento, nunca volvió a ser el mismo. Pero peor fue lo de Crittenton, que tras el episodio de las pistolas no volvió a jugar en la NBA y no aprendió la lección: hoy en día está cumpliendo una pena de veintitrés años de prisión por matar de un disparo a una mujer en 2011.
Este artículo está extraído de la revista trimestral Jot Down nº 18, especial Armagedón, disponible en nuestra tienda.
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