Saturday, October 28, 2017

Jot Down Cultural Magazine: Manual para sobrevivir en el mundo editorial

Jot Down Cultural Magazine
Jot Down 
Manual para sobrevivir en el mundo editorial
Oct 28th 2017, 08:40, by Jenn Díaz

Foto: Trang Vuong (CC)

Para empezar habría que definir lo que es el mundo editorial, que no tiene nada que ver con el sector editorial, aunque se le parece. En el sector editorial hay gente encorbatada que no trabaja, y gente que trabaja que no se encorbata porque son mujeres que no llevan corbata. Si entras a un edificio de una gran empresa de edición, con más de tres y de seis sellos dentro del grupo, las verás: son ellas, las que empujan el sector editorial. Eligen cubiertas, corrigen a autores, tienen reuniones con la prensa, llaman por teléfono a los directores. Se desesperan. No les llega el presupuesto para pagar la calidad. No les llegan las ventas a los números mínimos. También hay hombres, están en minoría… pero no llevan corbata. Este es el sector editorial, y ahora vamos a hablar del mundo editorial.

El mundo editorial es aquel subsector en que se codean los protagonistas: los escritores y los escritores; a veces son ambas cosas, pero no siempre. Si hablamos de tanto por ciento de ventas, el escritor no tiene demasiada importancia, recibe apenas un 10 % de las ventas y siempre y cuando se alcance lo que corresponda al adelanto. Es decir, si la editorial ha pagado mucho en el adelanto, es posible que no se vea una liquidación en positivo en la vida. Si la editorial ha pagado poco o nada, se tendrá ese glorioso 10 % de las ventas. El 10 % de muy poco es, sí, nada. Si se calcula que los autores publican un libro al año como mucho, exacto: el escritor tiene un protagonismo más que limitado en el sector editorial, pese a ser lo que podríamos llamar materia prima. En cambio, en el mundo editorial cabemos todos, incluso los maleantes. En este submundo el escritor tiene el mismo 10 % en negativo o en positivo, pero está en su ambiente. Depende de lo consagrado que sea, será el rey del mambo. Y si no vende mucho, también puede dar entrevistas con titulares muy escandalosos y hacerse un hueco no en el sector, pero sí en el mundo literario.

A partir de este momento, ese autor engreído, soberbio, infantil, el fantasma literario, será el Intelectual. Podríamos llamarle sencillamente fantasma, listillo, aburrido, tontorrón, fanfarrón. Pero podríamos ofenderle: le llamaremos, sí, Intelectual. Y, a continuación, algunas recomendaciones para sobrevivir en el mundillo: tanto si eres un escritor normal, sin la etiqueta Intelectual, como si solamente formas parte del engranaje literario, que sería ese lugar a medias entre el sector y el mundo.

Si estás presentando tu última novela y lo ves por ahí, girando la cabeza y leyendo los títulos, sacando los que han escrito los rusos, date por satisfecho. Uno de los mandamientos del Intelectual es no acercarse a las presentaciones de autores que no estén a su misma altura de intelectualidad. Si lo ves en tu presentación solo puede significar algo: que tú has ido antes a la suya. Para sobrevivir al mundo editorial es mejor que acudas a las presentaciones de los que aún no han despegado pero ya forman parte del núcleo duro del Intelectual. Si no, corres el riesgo de que a tus presentaciones vayan simples lectores, sin vinculación alguna con el mundillo. En las presentaciones puedes topar también con el Inadaptado, que es aquel que va a los actos literarios para hacer contactos acercándose mucho a las conversaciones que puedas tener con críticos, editores o escritores; parecerá amigo de todo el mundo, pero es inofensivo. No es tan soberbio como el Intelectual, pero es pesado de todos modos. Para sobrevivir a las presentaciones de Intelectuales la recomendación es sencilla: mejor no ir.

El Intelectual, además de leer a rusos, también leerá otros libros normales, o los libros que considera inferiores, y los leerá precisamente para afianzar su carrera literaria y su estilo. Sí, los leerá para confirmar que, por supuesto, y aunque tuvo algo de dudas al ver que la prensa le hacía caso a otro escritor, por supuesto es mejor que él. Todo ha sido un susto, no tiene por qué preocuparse, el otro no es más que un autor de moda o con muchos contactos entre los críticos. Puede incluso ser una mujer, pero el Intelectual apenas lee a mujeres ni las citará entre sus autores de cabecera. El Intelectual respirará hondo y seguirá leyendo el libro normal con la única intención de buscarle todos los defectos. Cuando concluya que, efectivamente, está por debajo de su nivel, lo ignorará. La recomendación para sobrevivir a la lectura del Intelectual es no hacer ningún caso y leer, a tu vez, a los rusos. Son mucho mejores que el Intelectual y tú, probablemente.

Las redes sociales han sido de gran ayuda para los escritores. En primer lugar porque ofrecen una autopromoción y no depende de caerle bien al jefe de prensa del sello editorial. Si el sello es demasiado grande, caerá en el olvido, de modo que las redes sociales son necesarias; de todos modos no habrá liquidación en positivo, pero lo parecerá. Por otra parte, las redes son importantes porque así los lectores pueden saber fácilmente si su escritor favorito es un maleducado o solo fachada para las entrevistas. Y, por último, porque si el escritor quiere jugar al ratón y al gato con otro escritor, no tiene que ser valiente. Puede ir dejando mensajes indirectos sin decir el nombre de su oponente, y así sembrar la duda entre todos y que todo el mundo especule e intente adivinar de quién se trata. El Intelectual se siente muy solo, igual que todos, y necesita que se le preste atención. Entre libro y libro, promoción y promoción, el Intelectual necesita algo para llamar tu atención. La recomendación para sobrevivir a las indirectas del Intelectual es devolvérselas sutilmente en una entrevista en televisión, en el caso de que seas un escritor normal. Las entrevistas en televisión son pocas, se graban tres horas y se seleccionan dos minutos, así que habrá que asegurarse de hacerlo bien, o no habrá servido para nada.

El gran momento para el Intelectual son, por supuesto, las semanas de promoción. Los periodistas le ofrecen la posibilidad de decir cualquier cosa y aparecer en prensa. El Intelectual lo aprovechará, naturalmente, para poder hablar de todos sus rusos, que quede bien claro qué lee, cuán importantes son sus lecturas, cómo de Intelectual es. También intentará lanzar tres o cuatro nombres importantes, alguna palabra inventada y algún latinismo, ¡para que sepáis lo bien que habla!, porque el Intelectual no solo escribe bien, lo hace todo bien. Y, además, no se relaja. Todo en su conversación es intelectual, elevado. No es de reír, porque para poder afrontar la promoción es necesaria una preparación previa: buscar palabras en el diccionario para poderlas usar y que los lectores del periódico no sepan de qué habla, prepararse tres o cuatro citas grandilocuentes, pensar alguna difamación, elaborar una declaración escandalosa aunque no sea del todo cierta… y, lo más importante, lo que definirá del todo a un Intelectual: hablará mal de la literatura comercial. La recomendación para sobrevivir a estas entrevistas es quedarse solo con el titular: lo demás es paja y si no tienes la RAE a mano no entenderás nada.

Sí, el Intelectual debe renegar de novelitas comerciales, las que todo el mundo lee. No le importa hablar mal de dichos lectores de segunda porque estos lectores no son los suyos, los suyos son mucho más sofisticados. También son más tacaños, porque no levanta las ventas ni siquiera con una buena campaña de marketing, pero son mejores: pocos y de calidad. Como les pasa a los buenos Intelectuales, que son unos avanzados a su tiempo y hasta que no estén muertos no venderán lo que su obra merece, lo que su intelecto merece.

Quizá el rasgo más importante es que sabe diferenciar, sin ayuda de nadie, él solito, lo que es alta y baja literatura. El Intelectual jamás se emocionará con nada que no sea alta literatura, porque es imposible que alguien como él pueda sentir lo mismo con la buena y con la mala calidad. Se trata del gusto, que es refinado. El Intelectual no tiene que esforzarse por sentir lo que debe sentir, porque es innato en él. Por eso, a la hora de crear, es imposible que caiga tan bajo como para escribir una novela comercial. Por tanto, cuando uno de los Intelectuales consagrados empieza a vender cantidades de ejemplares dignas de los Intelectuales muertos —y rusos—, automáticamente pasa a ser del otro bando, el bando de los insensibles. Muchos lectores, es cierto, pero lectores que no entienden nada. La recomendación para sobrevivir a la baja literatura es no leer nada que no haya recomendado antes un Intelectual; y, en cuanto empiece a hacerse comercial, ignorarlo, quemar los libros que queden en la biblioteca que no hayan pasado por las manos del validador de alta literatura: el Intelectual.

Un Intelectual no es nadie sin ayuda, es cierto. En el mundo editorial también hay otros que podrían ser Intelectuales, pero al no ser escritores tienen otro nombre: agentes literarios, críticos, directores de periódicos, gente que lleva las redes sociales y se retuitea a sí misma en su cuenta personal, traductores de renombre, poetas, diseñadores de cubiertas, correctores de estilo, editores de mesa y, los más importantes, los que pulen y abrillantan a los Intelectuales: los directores editoriales. Sí, los que llevan las corbatas, los que no se mojan los pies para pescar, los que no se ensucian las manos al revisar un manuscrito. En definitiva, a los que se les caen los anillos. Estos son los principales aliados de los Intelectuales. Tienen la misma pose, andan unos centímetros por encima de los demás, elevados por su intelectualidad sin ingenio para ser creativos. Son los que ayudan a los escritores a ser quienes son: nadie. Y les hacen creer que han llegado al mundo para cambiar su trayectoria, la Historia de la Literatura, en grande y en mayúsculas. Para sobrevivir a los directores literarios la recomendación es publicar en una editorial pequeña: te saludan siempre, se arremangan contigo para corregir la novela y no creen que te hayan perdonado la vida.

El gusto está en los detalles, siempre, y por eso el Intelectual necesita cuatro pinceladas más para la descripción final, completa. Veamos, el Intelectual no sonreirá jamás en las fotos. Los buenos escritores deben ser infelices en su imagen pública. Por eso deberán tener el semblante serio, como si estuvieran siempre pensando y, de hecho, siempre están pensando, por supuesto no banalidades, sino cosas interesantes, importantes. Si el fotógrafo les pide que sonrían, educadamente desobedecen. Otro detalle del Intelectual es no buscar su libro en las librerías. No importa, ni siquiera la primera semana de su publicación, cuando la mayoría de escritores mediocres siguen entusiasmados con la magia del papel. Las librerías son templos sagrados para el Intelectual, no se puede ser coqueto con el propio libro. Si por casualidad lo encuentran, lo pasan por alto. Ni siquiera se ofenden si la librería no lo tiene bien colocado en la mesa de novedades. ¡Un Intelectual está por encima de todo eso!

Para finalizar, la guinda del pastel, lo que diferencia al Intelectual falso del verdadero, el genuino. Hay un rasgo imprescindible del Intelectual. Imprescindible. El último, el definitivo, el que le da color.

Siempre que se sabe el nombre del nuevo Premio Nobel, el Intelectual se diferencia del resto de escritores normales porque cita algún libro suyo que haya leído. No importa cuán desconocido sea el escritor: un Intelectual siempre lo habrá leído antes que los demás. Finalmente, para sobrevivir al Intelectual, el último eslabón del mundillo, solo hay un modo: ser tan fantasma como ellos.

Este artículo está extraído de la revista trimestral Jot Down nº 15, especial fantasmas, disponible en nuestra tienda.

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