Fotografía: Jorge Quiñoa
Charlamos con Emilio Bueso (Castellón, 1974) durante una visita a Barcelona. Bueso es uno de los escritores españoles de género más conocidos y polémicos, especializado en explorar el miedo desde todos los ángulos posibles. Publicó tres novelas muy diferentes en Salto de Página: una historia vampírica ambientada en Chernóbil (Diástole, 2011), una cáustica crónica posapocalíptica de una sociedad destruida por la crisis energética (Cenital, 2012) y un inclasificable biothriller ambientado en la Transtaiga (Esta noche arderá el cielo, 2013). Con Valdemar publicó una novela lovecraftiana notable por sus personajes marginales (Extraños eones, 2014) y un recopilatorio de cuentos terroríficos (Ahora intenta dormir, 2015). Este año ha dado un aparente volantazo hacia la fantasía y el sword and planet, inaugurando la colección Novum de Gigamesh con Transcrepuscular, primer tomo de la trilogía Los ojos bizcos del Sol. Bueso habla rápido, alternando sentencias lapidarias con un humor algo exasperado muy presente en sus textos, no tan oscuros como parecen al primer vistazo.
El año pasado hablamos con Kim Stanley Robinson, que se definía como autor utópico y optimista. ¿Te podemos definir a ti como autor distópico y pesimista?
Soy más bien catastrofista. El pesimismo hace que avance el mundo, a los optimistas les gusta tal como está. La gente que no ve futuro ni salida es la que se mantiene disruptiva, la que empuja la innovación… Se analiza mejor la realidad a través de una visión crítica e incómoda del mundo. No le veo sentido a ser utópico. Además, por el modo en que organizo las escenas de acción y planteo las tramas e intrigas, a menudo es en la catástrofe donde encuentro mejores escenarios y ambientes. Soy catastrofista y pesimista, pero es que la realidad ahora mismo tampoco da para más.
Si te diera la oportunidad de mandar un mensaje optimista, algún aspecto del futuro en el que tengas esperanza, ¿qué dirías?
Diría que en el fondo nuestra especie lleva grabada a fuego en los genes la idea de sociedad, el ser animales gregarios. Sabemos instintivamente que cooperar es mejor que competir. Nos han inculcado la idea de que hay que mantenerse competitivo y ser mejor que los demás, cuando esto lo que provoca es empeorar el conjunto de la sociedad. Ahora que nadie parece cooperar y todo es competición, el mundo se ha convertido en un sálvese quien pueda y de ahí vamos al caos. Si tenemos un futuro como especie, estará basado en las energías renovables o no habrá ninguno: de las renovables venimos y ahí volveremos. Y si tenemos algún sentido como sociedad y logramos sobrevivir a nosotros mismos, será porque nuestro instinto más familiar, grupal, gregario y comunitario consiga imponerse a la presión que recibimos para mantenernos como depredadores. Cuando me pongo más dulce es porque pienso que tal vez encontraremos alguna forma de cooperar para sobrevivir. Cuando en Nueva York hubo un apagón de dos días mucha gente decía que iba a ser un caos, tiendas saqueadas, tumultos… Pero las heladerías regalaban el género porque se iba a estropear, y la gente estaba feliz porque no tenían que ir al trabajo. A veces la gente te sorprende para bien.
Hay tendencia a esperar lo peor de los humanos…
A veces sacamos lo mejor de nosotros mismos. Logros como cerrar el agujero de la capa de ozono cuando muchos ecologistas creen que es imposible recuperar situaciones medioambientales adversas… Si hay algún rayo de esperanza, quizá esté en lo más profundo de nosotros mismos. Quiero trabajar literariamente sobre eso, pero por ahora me mantengo más oscuro.
Hasta Cenital, casi todo lo que habías escrito (Diástole, Noche cerrada, cuentos cortos) estaba dentro del género terrorífico. ¿Qué te atrae del terror?
El terror es la base de organización de todos los sistemas políticos y religiones, y sobre todo la forma de organización más sencilla del cerebro de los seres vivos. Muchos animales sobreviven sin sexo, pero ninguno sobrevive sin instinto de conservación. Un miedo atávico, cerval, que aparece en el hipotálamo y provoca una estampida cuando un ruido hace pensar que puede haber un depredador. Somos nuestros miedos. Nuestros miedos nos definen y, al hacerlo, nos limitan. Cuando analizas qué es el miedo y cómo funciona, ves que tanto las sociedades como las religiones están construidas sobre la culpabilidad y el miedo… Esto da mucho juego narrativo, permite trabajar las emociones más poderosas y profundas. ¡La emoción más intensa que podemos experimentar es el miedo! Una persona saludable puede morirse de un susto. El miedo es algo mucho más grande de lo que la literatura de terror convencional ha estado trabajando. Hasta Transcrepuscular he trabajado el miedo en distintas formas. Cenital se escapa del terror gótico canónico sobrenatural, pero se instala en la literatura del pánico… ¿Te da miedo perder el empleo? Pues en Cenital te contaré cómo puede acabar eso. El terror está denostado por la crítica y se considera una literatura menor… Pero pocas cosas hacen reflexionar tanto como los propios miedos, y pocas cosas hacen crecer tanto como enfrentarse a ellos. Me gustaría que los críticos que nos ningunean intentaran escribir terror. Yo puedo poner un pie en la literatura juvenil, en la histórica o incluso en la romántica, pero ¿quién se pone a trabajar el miedo de una forma penetrante? Hay muchos escritores domingueros que no aguantan en el terror más que un par de libros y unos pocos especialistas: un blockbuster como Stephen King, un zumbado como Lovecraft o gente que acaba quemada como Clive Barker. Yo me he propuesto tratar el terror de manera analítica, racionalizando lo irracional desde diversos ángulos… No hay muchos escritores que hagan eso. Eso me mantiene escribiendo: sin ese estímulo estaría dedicándome a mi empleo de ingeniero, que me da mejor vida.
Diástole es una historia con vampiros y yermos posindustriales, pero tiene también un punto romántico no muy presente en el resto de tu narrativa….
No tengo reparos en construir una historia de amor: tengo inéditos al respecto… Pero no me hace juego con los muebles. [Risas] Trabajo el miedo en todas sus formas, y pocas cosas dan más miedo que enamorarse o perder el amor. Pero estoy atento a lo que escriben mis homólogos en el International Horror Guild, y esto parece estar bien guarnecido. Hay obras que lo han trabajado muy bien, así que prefiero centrarme en otras cosas… El amor y el sexo suelen quedarse fuera de los elementos con que construyo mis libros. El sexo lo traté en Esta noche arderá el cielo, pero más que una historia de amor parece la de un polvo en medio de la Transtaiga. No suelo escribir escenas de sexo: las pasiones más carnales y emocionales no ayudan a buscarle el hipotálamo al lector.
Curioseando tu blog, Noche cerrada, he encontrado un libro de 2010 llamado Sewer. ¿Se llegó a publicar?
Lo contrató Equipo Sirius, y cuando se disponía a tener ventana de edición cerró su división de narrativa y luego el sello directamente. Cenital lo contrató AJEC y, tras su quiebra, me lo llevé a Salto de Página, pero Sewer no tuve tiempo de recolocarlo. Sigue ahí.
¿Planeas recuperar Sewer algún día?
Como han pasado unos años, tendría que reescribirla… Es una antinovela de terror juvenil, la novela que no querrían tus padres que leyeras. [Risas] Yo era profesor en la universidad, imaginaba cómo habrían sido mis alumnos unos años antes e intuía personajes flipantes. En algunos aspectos puede que Sewer sea mi mejor trabajo. Hacer literatura de terror con jóvenes es sencillo, pero hacerla con el sonido, que es uno de los temas de la obra, mezclarla con la historia antigua de mi ciudad, su trasfondo histórico y mitológico… Es un pedazo de novela que quiero recuperar algún día, pero el problema con la literatura juvenil en España es que los sellos que más la cultivan pertenecen a la Iglesia. Algunos temas no son bienvenidos, o hay que abordarlos con extremo cuidado y observancia a determinados valores morales. Yo soy un ateo convencido y hago crítica social profunda… Y al escribir una novela protagonizada por adolescentes corro ciertos riesgos. Abordarla me requeriría una cantidad de tiempo y energía que me consume Los ojos bizcos del sol. Pero no la quiero dejar caer, porque con Sewer podría alcanzar segmentos no solo del público sino de la crítica.
Tu blog lo preside una frase de William Blake: «Espera veneno del agua estancada».
Esa frase debería tatuármela… De esta trashumancia hice mi grito de guerra por dos motivos. El primero: para sugestionar al lector hay que ser capaz de sorprenderlo y pillarlo a contrapié. Para eso hay que mantenerse disruptivo, original, rompedor y creativo, especialmente con el público tan leído e instruido que abunda en la literatura de terror. El segundo: tras cinco o seis novelas corro el riesgo de repetirme, instalarme en una zona de confort y anquilosarme como les acaba pasando a todos los autores canónicos del género. Por eso me he metido en el jardín de Los ojos bizcos del sol, pasando del terror al fantástico, aunque haya fragmentos de puro body horror en Transcrepuscular. Hay lectores incondicionales que me buscan para darme una colleja, y otros, que eran detractores de mi narrativa, ahora son los principales valedores del libro.
Me hizo gracia otro texto de tu blog en el que pedías disculpas por retirarte como lector de pruebas editoriales, informes valorativos, etc. ¿Trabajabas de lector profesionalmente o te bombardeaban amigos a manuscritos?
Ambas cosas. A los amigos puedo decirles en confianza que no tengo tiempo de leer sus manuscritos porque quiero centrarme en lo que va publicando la industria. Pero cuando me llamaron un par de sellos para que escribiera informes lectores, me enviaron manuscritos horrendos… Todo me parecía una mierda. Y yo era muy destructivo, arremetía salvajemente contra el texto y al final me sentía mal. No sabía quién era el autor pero lo podía intuir… Tengo cinco o seis homólogos muy válidos en el mercado nacional. Cuando no era ninguno de esos, ya imaginaba que sería de alguno de los otros diez que van por ahí malviviendo y me sabía mal. Además, me comía mucho tiempo, se pagaba mal, no me hacían caso y acababan publicando libros pésimos… Y así les va. No hay nada de lo que haya criticado que llegara a funcionar. Tampoco me considero un lector capacitado para ejercer la crítica: no sigo a autores fijos, todos mis ídolos son irregulares. El mismo Bukowski, el autor que me empujó a escribir y que por orden alfabético suele acabar a mi lado en las bibliotecas, tiene libros pésimos, quizá por querer mantenerse disruptivo.
En Cenital muestras un mundo en que el agotamiento de combustibles fósiles llega de repente y la sociedad se desmorona. Daniel Gómez Cañete, editor de Crisis Energética, me comentó que le gustó mucho Cenital y que cree que estuviste en contacto con foros de peak oil. ¿Empezó el interés por esas webs como parte del proceso de documentación, o fue al revés y visitando ese tipo de páginas se te ocurrió la idea de Cenital?
¿El huevo o la gallina? Antes de que hubiera gallinas los dinosaurios ya ponían huevos. [Risas] Me empezó la curiosidad cuando por una cuestión de trabajo tuve que minimizar el consumo en vatios de una máquina y me di cuenta de que era complicadísimo… Así que empecé a indagar sobre dinámicas industriales por una inquietud profesional. La crisis es el fin del crecimiento, y la energía no es un suministro más, sino la base de producción de todo tipo de bienes y servicios, hasta el punto de ser subvencionada directa o indirectamente. Y, claro, al dejar de crecer, un pensamiento automático es que se nos han acabado las pilas. En cierto modo soy un picolero [interesado por el cénit del petróleo o peak oil], aunque no me eche al monte. Siempre que en internet se tocan estos temas aparecen exaltados y radicales. En Crisis Energética hay estudiosos, gente que mantiene la cabeza fría y serena… O en portales como Oil Crash, de Antonio Turiel, o el que montó Pedro Prieto. Conozco a los ideólogos del cénit del petróleo en España, es un tema que me preocupa como profesional, padre e ingeniero. Y cuando vi cómo puedes acabar echándote al monte si te lo tomas muy a pecho, el novelista que soy vio ahí una historia. En Cenital retraté a los picoleros para bien y para mal, con sus miserias y sus grandezas, como visionarios y lunáticos. Desde que terminé el libro los leo algo menos. Es un tema que me preocupa, pero hace tiempo que entendí que estamos en un proceso mucho más largo de lo que se preveía inicialmente.
Escribiste el prólogo de Apocalipsis suave de Will McIntosh, en el que el colapso de la sociedad es más un proceso lento que un estallido.
Lo que persigue el poder (productores de crudo, industria pesada y los Gobiernos de los países que pintan algo, no como el nuestro) es ganar tiempo e ir convirtiendo lo que podría haber sido un estallido en una voladura controlada. Intentan que aprendamos a racionarnos poco a poco, y mientras tanto tiran de fracking para paliar el déficit de suministros baratos… Frenar el tren antes de que se estrelle porque nos han cambiado la estación. Mantener la calma e ir arrojando a la gente a la exclusión social de manera paulatina, para evitar un estallido violento. Apocalipsis suave se va por las ramas con la experimentación biológica, pero refleja que el sistema ha encontrado formas de convertir una catástrofe repentina en una crueldad prolongada. Nos van a hacer agonizar durante un tiempo para salvar la civilización industrial, mantener el estado del bienestar solo para privilegiados y cada vez más lejos de las masas, y que lentamente nos acostumbremos a la idea de que estamos jodidos por sistema. Buscan que se asuma que la crisis es permanente e inevitable.
El famoso mantra de «no hay alternativa»…
Claudicar. La estrategia les está funcionando, y a lo mejor sin este control cruel y paternalista habríamos llegado al caos violento de Cenital. ¿En qué momento le conviene a una civilización que haya un estallido violento, con las pérdidas que ello comporta, para que las generaciones futuras puedan sobrevivir? Mientras intentamos un aterrizaje energético suave, seguimos consumiendo combustibles fósiles y agotando el medio ambiente hasta un punto de no retorno. Stephen Hawking decía que hemos de salir de la Tierra para salvarnos… Pero ¿qué ocurrirá cuando no quede suficiente energía para escapar? Al poder solo le ha quedado esta alternativa, porque la otra opción sería dejarlo caer todo. Y si no se ha dejado caer a los bancos, a los Estados, ni a Grecia del Euro… A lo mejor, si se hubiera podido trasladar a la industria los costes reales de su actividad, hubiera sido mejor para todos… Excepto para los grandes capitales.
Eres ingeniero en tu vida laboral fuera de la escritura, pero te veo escéptico respecto a las posibilidades de la tecnología. ¿No nos salvarán la biotecnología, la geoingeniería, etc.?
Cuesta mantener la esperanza en la tecnología cuando día tras día te va fallando. Los principales avances tecnológicos en los últimos años, la última vez que lo miré en el Dow Jones, eran Facebook y Nespresso [Risas]. Tecnología de entretenimiento. Al investigar se han cometido errores, no solo académicos, sino por cómo el mercado impone sus normas: hay farmacéuticas que parecen más interesadas en cronificar las enfermedades que en curarlas. A veces la tecnología ayuda: cuando Londres estaba a punto de ser devastada por los purines de la mierda de caballo, apareció el motor de explosión. La revolución verde fue otro salto adelante… Pero en la cuestión ambiental y energética no veo soluciones a corto plazo. No creo que la solución sea tecnológica, antes deberíamos cambiar como especie. En EE. UU. se despilfarra crudo en autopistas y tienen el tejido ferroviario de Lituania, por ejemplo…
¿Por qué dejaste el cambio climático fuera del desarrollo de Cenital?
Nunca hay que acumular dos insultos en una misma frase: si te llamo bajito y tonto, no sabremos cuál de las dos cosas te ha cabreado. [Risas] Al armar un libro hay que mantener una simplicidad que permita abordar la trama. Yo no quería decirle a la gente, en un momento en que todo se está poniendo feo, que se van a quedar sin suministro de energía y además las disrupciones climáticas les van a hacer la vida imposible. Atacar dos variables que la gente da por firmes y seguras suscita rechazo al lector, complica la presentación del escenario… El consumo energético y el cambio climático están conectados. Los separé adrede y decidí dejar el cambio climático para otros trabajos… Si lo servía todo junto, la complejidad del trabajo se habría comido la posibilidad de que el libro pudiera ser accesible y entretenido para un público promedio.
Cenital ganó el premio Celsius 2013 y recibió buenas reseñas, pero también bastantes palos. ¿Crees que las críticas vinieron del tono y retórica similares a los del 15M, del carácter del protagonista, o hubo otros factores?
Nadie de Podemos ha reivindicado el libro, así que fíjate si el 15M pintaba algo ahí. Cuando menciono el 15M en Cenital es para decir que no sirvió para nada… Ahora lo considero un error mío, porque sí marcó el fin del bipartidismo, para bien o para mal. Lo que cabreó a mucha gente no fue el tono panfletario de Destral, el protagonista, un líder demagógico y mesiánico… Lo que les enfadó es que Cenital parece atacar a la civilización, a la humanidad y al lector de una manera personal. «No es que estéis viviendo por encima de vuestras posibilidades, es que no os quedan posibilidades». [Risas] Es duro de leer, en boca de un protagonista antisistema, que vamos a morir como ratas por no haber tenido los cojones de organizar mejor las cosas. Cuando lee el libro alguien concienciado con el problema energético es muy bonito, pero los creyentes en el crecimiento perpetuo se enfadan y van corriendo a los blogs a desmontar la argumentación de Destral, que es puramente novelística… A veces defiendo la postura picolera porque en ciertos contextos la considero correcta, pero no vivo en una cabaña como Unabomber. No soy Destral. Siempre he tenido claro que no quiero convertirme en un personaje, y mantengo una distancia saludable con ellos. En fin: atacar al lector hizo que Cenital recibiera muchos palos, el discurso antisistema generó otras animadversiones, la forma en que abordo el futuro, no distópico sino posapocalíptico, cabreó a los puretas de la ciencia ficción… Al final me quedé pensando: «¿Qué amigos he ganado?». [Risas]
¿Te afectan las críticas negativas o has «hecho callo» al respecto?
La mayor parte de las veces me dan igual. Las cifras me han ido dando un poco la razón con las ventas, consigo reeditar cuando ya no lo hacen muchas primeras espadas, y eso es para mí un orgullo en mi sector. Consigo que me resbalen según qué críticas… El crítico promedio, ahora mismo, no está aportando más que tecnicismos para desmontar una novela o argumentos del tipo de que lo que han leído no se corresponde con lo que esperaban… Pero no he venido a hacer lo que él quiera, es mi libro y me lo follo como quiero. [Risas] Pero duele mucho cuando me da la espalda gente con criterio que me sigue desde el principio, duele perder la fidelidad de un cierto tipo de lector. La crítica profesional me resbala un poco más. Y cuando es un blogger o alguien en las redes sociales me da completamente igual.
Tras Cenital publicaste Esta noche arderá el cielo, una mezcla de géneros inclasificable… ¿Cómo la llamamos, un ecothriller rockero?
Solté en la radio que era un biothriller westernpunk narcogótico [Risas]. Venía de reivindicar el new weird, una tendencia de vanguardia en EE. UU. que hice mía en parte porque empleo técnicas new weird, como fusionar diversos géneros, y en parte porque autores como China Miéville o VanderMeer me parecen muy interesantes. Levanté la bandera y llegaron los puristas a decir que el new weird no era exactamente eso… Ya me habían atacado porque «Cenital no es una distopía, es un posapocalipsis», que es como la cantinela de «¡No son zombis, son infectados!» [Risas]. Me volvía loco cuando me venían con estos análisis. ¿Tengo que adscribirme a las etiquetas de un catedrático de literatura? Uno dijo sobre Cenital: «¡Fraude en el etiquetado de la distopía!». Pensé entonces… ¿Qué digo cuando me pregunten por el género de Esta noche arderá el cielo? Respondí biothriller westernpunk narcogótico para mandar al carajo las etiquetas. [Risas]
En ese libro, que por cierto es mi favorito de los tuyos, más que de catástrofes hablas de conflictos personales: las dificultades por reconectar de un padre y un hijo, una expareja de moteros… ¿Crees que te perjudicó haber creado una expectativa de autor apocalíptico de crítica social que no encajaba con ese tono intimista?
Las cifras que arrojó fueron algo peores de lo habitual, es el único libro que me han saldado. También es cierto que tenía una tirada enorme, y además está en electrónico con la piratería por las nubes. Veníamos de reeditar Cenital, que había pegado un pelotazo… Se sobredimensionó la tirada y hubo que saldar unos cientos de copias. Es culpa mía. Puestos a analizar qué errores cometí, uno puede ser que los lectores no esperaban que les hablara de cuestiones intimistas como la tragedia vital de un motero, sino que centrara el discurso en aspectos más exteriores, sociales, lo que ha acabado siendo marca de la casa. Para dimensionar a los personajes necesito meterme en sus sentimientos y emociones, pero no parece ser lo que la gente espera de mí. AC/DC metía gaitas en algunos discos y lo dejó de hacer porque a su público no le hacía tanta gracia…
En 2011 fuiste padre por primera vez. ¿Cómo combinas tu catastrofismo con el impulso de dejar un mundo mejor para tu descendencia?
Al salir Cenital en 2012 me preguntaron: «Acabas de ser padre, ¿cómo escribes un libro sobre el exceso demográfico en el que van a la guerra por unos condones?». Mi respuesta fue que había querido tener un hijo para que me ayudara empujando el carrito de la compra cuando atravesemos un mundo devastado. [Risas] Al año siguiente escribí un libro para mi hijo: Cuentos para Saúl: la crisis explicada a los niños. Y en la contraportada iba a poner frases como «¿Por qué papá ya no trabaja?», «¿Por qué mamá se echa a llorar cuando viene a casa un señor del banco?». Pero el resultado fue tan explosivo que era impublicable.
¿Cómo ha cambiado la paternidad tu escritura?
¡Mi hijo les ha cogido miedo a mis libros! Me llamaron el otro día del colegio para que les contara mi trabajo a los niños. Creí que se referían a lo que hace un ingeniero de sistemas, pero no, querían que hablara de mi trabajo como escritor y trajera mis libros. ¿Cuál traigo, el de la portada del tipo con los ojos arrancados? Van a tener pesadillas… Saúl ha aceptado que su papá cuenta historias de miedo, y lo ve con un respeto reverencial. Cuando empezó con las pesadillas, una noche nos vino a la cama acojonado por un susto sobre algo que había visto en la tele… Y le dije: «Todo eso se lo inventan los tipos como tu papá, y tus juguetes se compran con el dinero que le pagan a papá por inventarse esas cosas». [Risas] Hay literatura de terror para niños, y suele funcionar bastante bien. Cuando estoy fuera de casa dos o tres noches, el chaval duerme en mi lado de la cama, con mi mujer, porque le da miedo que se haga de noche y no escuchar el tableteo del teclado del ordenador de su padre. ¿Dónde está papá? Hay mucho que analizar ahí. Me ha aportado mucho ser padre. Todo el mundo madura cuando se hace padre, es ley de vida. Y los niños juegan un papel vital en la literatura de terror, obras cumbre del cine de género como El exorcista, El sexto sentido...
It…
Eso es. Ser padre me ha revuelto ideas anquilosadas, veremos qué le aporta a él. Ahora que Saúl empieza a ser más intrépido, coge libros de mi estantería aunque le insista en que no toque mis cosas, y lee en voz alta los títulos. La joven ahogada, y en portada un cadáver abotargado… Este contraste tan fuerte da mucho de sí, lo quiero trabajar literariamente. A mí no me gustan los niños, me gusta el mío. [Risas] Pero sí me interesa trabajar con ellos el miedo, teniendo en cuenta que ellos lo fraguan, construyen su identidad y sus recuerdos sobre sus miedos… Hay material sobre el que escribir.
Has dicho que tu hijo te oye teclear de noche… ¿Es que escribes siempre de madrugada?
Me encanta esta frase de Bukowski: «Nunca escribo de día, es como bajar al supermercado en pijama». La magia se hace de noche. Corregir, retocar, planificar y documentar lo hago en horario de oficina. Pero redactar, inventar las historias, lanzarme al vacío tanteando, improvisando y decidiendo la manera de hablar de un personaje… Para esos procesos necesito tranquilidad y aislamiento. Ya no es que me moleste oír ruidos en la calle o tener al lado a mi mujer o al crío, no. Es que de noche el cerebro adopta una actitud que necesito para la escritura, tras todo un día de ajetreo. Me pongo los cascos a todo volumen, que me martilleen la cabeza, me sugestiono y estimulo como considero oportuno en ese momento… Y escribo. De noche. Solo de noche.
Publicaste Extraños eones en Insomnia de Valdemar. Como protagonistas, un grupo de niños que viven en el cementerio de El Cairo… Es una novela de terror lovecraftiano, pero casi resulta más terrorífica la forma en que describes la vida cotidiana de estos niños. ¿Cómo te documentaste para esta historia?
En un grupo de conversación en francés me encontré con alguien que había crecido como un homie en las calles de El Cairo, y me dediqué a pagarle cenas y hablar con él. Hice algo parecido para documentar un cuento ambientado en Corea del Norte. Intenté conducirles para que me contaran detalles cotidianos, qué desayunaban, cómo transcurrían sus días. Ese trabajo de campo me apasiona porque soy un fanático de Truman Capote, me encanta ese tipo de periodismo. La única forma de documentar algunos escenarios es mirar a un testigo a los ojos y que te cuente sus experiencias. La macroeconomía de Egipto la puedes mirar en la Wikipedia, pero es mejor que un homie que vivió en un cenotafio de la Ciudad de los Muertos de El Cairo te cuente que usaba una lápida como mesa del comedor. Tenían que mantenerla engalanada por si la familia venía a visitar al difunto, y cuando acababan de comer ponían los pies en alto apoyándose en la lápida… Esos detalles le dan verosimilitud al libro. Ir a un escenario para documentarlo es insuficiente, aparte de que no pude por ejemplo ir a Chernóbil a documentarme para Diástole. Iré a ver glaciares a Noruega para documentarme para Antisolar, pero la inmersión durante una visita es tan fugaz que no lleva más que a arañar la superficie de los datos.
En tu blog dices que las antologías de cuentos no suelen venderse bien, te cito: «Muchos editores apenas se atreven con él, pocos libreros lo empujan y la mayoría de lectores lo rechazan». Sin embargo, Ahora intenta dormir es precisamente una antología de cuentos publicada en el Club Diógenes de Valdemar y, si no me equivoco, funcionó bastante bien…
Había visto los resultados de antologías de grandes autores, y tenía la idea de que no solían venderse bien… Pero Ahora intenta dormir funcionó. Subestimé el posicionamiento que había ido consiguiendo, el de Valdemar, la forma en que acompañamos los relatos con una breve presentación, la portada de Beksinski… Todo conectó. No habría funcionado en una multinacional, por suerte no llegué a aceptar la oferta que recibí. Valdemar tiene seguidores incondicionales que compran libros en tapa dura de gótico tradicional, leen a Bram Stoker o a Maupassant… Valdemar tiene una capacidad que no creía tener a mi alcance, porque no llevo veinticinco años muerto ni nací en Irlanda. Al firmar con Valdemar, me dijo la secretaria «Qué gustazo, al fin alguien más con quien puedo hablar sin usar una ouija» [Risas] ¡Estábamos Pilar Pedraza y yo! Ahora han entrado otros, tanto en la Diógenes de Valdemar como próximamente en Novum de Gigamesh… Soy un ariete abriendo paso a cabezazos. [Risas]
Hubo un intento previo de autopublicar en Amazon una antología, Esquivando el sueño, ¿no?
Los cantamañanas de la generación Kindle insisten en que viven de lo que les paga la Kindle Store de Amazon… Algún caso puntual habrá de alguien que haya tenido éxito, pero a menudo vendiendo libros a otros autores que intentan hacer lo mismo. Una generación entera de autores leyéndose entre ellos, como el fandom español de los noventa. [Risas] Quise tantear el formato, recopilar mis relatos y ponerlos a unos céntimos. Vi que no había forma humana de vehicular un modelo de negocio para un tipo como yo en un sitio como ese, así que me fui. Unos años más tarde Rafael Díaz Santander me ofreció publicar en Valdemar. Le dije que estaba como una puta cabra, pero contestó que funcionaría… Y sí, salió.
Soy muy fan de la dedicatoria de Ahora intenta dormir: «La dedicatoria más triste y más horrible es la que se queda vacía».
Cualquier libro pretende ser eterno… A mí, que nunca me han dedicado una obra, me parece que perdurar dentro de una dedicatoria es como si te regalaran un ramo de flores inmortal. Pero cuando dedico uno de mis libros no entrego un ramo de flores, sino una corona funeraria. ¿A quién le hago la putada de dedicarle un libro de los míos con lo duros y deprimentes que suelen ser? Le dediqué Cenital a mi hermano y se enfadó. Le dediqué Diástole a mi mujer y le gustó, pero, claro, dedicarle a tu mujer la historia de un yonqui y un aborto es raro [Risas]. Si voy a escribir libros chungos, será que soy chungo y no tengo a quién dedicárselos. Cuando Rafa de Valdemar me preguntó por la dedicatoria de Ahora intenta dormir, le dije que pusiera «Tu mujer y tus hijos», pero nadie iba a entender eso. Así que puse esta reflexión sobre dedicatorias vacías. Mis niños no tienen quien les quiera, son como los homies de Extraños eones.
En Tras una persiana veneciana muestras un apocalipsis zombi. Aun así, habías jurado no escribir historias de zombis: ¿por qué esa inquina a los no muertos?
El zombi en puridad no pertenece al canon de la literatura de terror, que viene de la gótica: fantasmas, hombres lobo, vampiros… Pero el zombi como tal proviene del cómic y del cine. No hay una tradición de clásicos escritos sobre la figura del zombi, quien dice que Frankenstein es el primer zombi o usa el vudú caribeño para darle un trasfondo mitológico lo está cogiendo por los pelos. Hasta que Stephen King escribe Cell no había habido ningún gran autor tocando el tema, se llegó a decir que Cell era la gran novela americana de zombis. A mí Cell me parece desafortunada, y eso que en general me gusta King. Lo de los zombis es una moda, una vanguardia… Se han hecho grandes libros españoles con los zombis, pero no gracias a esos zombis, sino pese a ellos. Un zombi es una fuerza de la naturaleza: tonto, sucio, muerto, podrido. ¿Qué diferencia hay entre una tromba de agua y una tromba de carne podrida? Yo no trabajo con un monstruo tan tontaina, quiero que mis monstruos tengan personalidad e identidad.
En el cuento Bola de mierda y en tu primera novela, Noche Cerrada, utilizaste la guerra civil española como telón de fondo, pero te encontraste con muchas resistencias. ¿Qué tipo de críticas fueron?
España no ha superado la Guerra Civil. En EE. UU. se ha levantado una historia de miedo en cada fosa común y en cada campo de batalla sin que a nadie le parezca que es frivolizar con la memoria de los muertos o aprovecharse del sufrimiento de las familias… En cambio, cuando se toca la guerra civil española salta muchísima inquina. Quizá porque este país nunca tuvo la Transición que se nos ha vendido, sigue habiendo dos Españas y aún hay gente luchando para que sus muertos no sigan en cunetas. Ojalá en el futuro haya un cambio de verdad y se hagan reformas, como en otros países: es increíble que en España no haya un delito de exaltación del franquismo. Cuando ya no queden ni los nietos de los que hicieron la guerra, igual se sanean algunas cosas y vivimos un boom de la Guerra Civil. Pero ahora mismo me encuentro rechazos que me impiden escribir, por ejemplo, sobre la posguerra, que sería muy interesante…
Con Transcrepuscular, primer tomo de Los ojos bizcos del sol, se ha producido un fenómeno extraño: casi se ha hablado más de las tácticas editoriales (ebook barato y edición premium en papel) que de la novela en sí. ¿Cuál fue la idea tras esos únicos mil ejemplares en papel?
Llevaba tiempo buscando una forma no ya de viabilizar la escritura como un negocio, sino de poderme pagar los alucinógenos, salvar la dignidad, que no me arroje pérdidas este vicio de la literatura [risas]. Los autores de género estamos jodidos, porque hay como mucho unos pocos miles de lectores dispuestos a priori a prestar atención a un escritor como yo. Pues tal vez esos miles valoren el género de tal manera que están dispuestos a pagar algo más de lo habitual por un buen libro. A lo mejor la solución para los autores como yo, que hacen un tipo de literatura minoritaria, está en escribir para unos pocos pero con mayor margen. Es una idea que me daba miedo plantear a un editor. Pero Alejo Cuervo lo vio claro, él sabía que estaba vendiendo libros de lujo, que había gente comprando ediciones Prestige, que en Subterranean Press habían probado un modelo similar… Charlamos, le dije que Los ojos bizcos del sol serían muchas páginas de texto arriesgado, que tenía que dejarme la piel para darle forma… Él planteó este modelo y yo dije que sí. Si le pedimos a la gente que pague un poco más por los libros, igual dejan de quebrar las editoriales y de desmotivarse los autores hasta abandonar la obra o producirla de uvas a peras. Me pareció buena idea, me respaldaron agencia y editor, y la respuesta ha sido formidable, porque en las cuarenta y ocho primeras horas liquidamos en preventa la tirada más cara. Se han distribuido veinticinco copias por varias provincias y tenemos lectores persiguiéndolas como si fueran Pokémons [Risas]. Las tiradas limitadas, numeradas y firmadas buscan incentivar el coleccionismo, y lo hemos dinamizado más con portadas distintas que se suministran al azar. Me sentí como Jon Nieve levantando la espada en Casa Austera: «¡Guardia de la Noche, lectores, conmigo! Sois pocos, de acuerdo, pero ¿sois valientes?». [Risas]
Algunos fans entendieron el propósito, pero otros se molestaron con la referencia a «exprimir» a los fans que apareció en una entrevista. ¿Cómo viviste esa polémica?
Con la energía que me consume la literatura y tras diez años en activo, hay médicos que me recomiendan que me replantee la forma en que la ejerzo… Además, tengo enfermedades crónicas que no llevan nada bien la privación del sueño, necesaria en mi caso para escribir. Se está complicando que siga escribiendo. Recibo la presión de un profesional y ninguna de sus gratificaciones o posibilidades. Con Transcrepuscular a 32 o 42 euros no estoy diciendo que de repente valga el doble que los demás, sino que si tengo que seguir como hasta ahora prefiero quedarme en casa viendo Bob Esponja. [Risas] Lo de «exprimir al fan», teniendo en cuenta que llevo sintiéndome exprimido por la industria un tiempo, y que los lectores también demandan lo suyo… Yo no le pongo la pistola en la cabeza a nadie para que compre mi libro. Tampoco saco uno todos los años: he estado un tiempo en barbecho, he planteado un recopilatorio de cuentos… Me ha sentado estupendamente y me ha dado espacio para Transcrepuscular, pero, si sale mal esto de Los ojos bizcos del sol, a lo mejor me planteo otro timing. Intento establecer un vínculo simbiótico saludable entre la industria editorial, el público y el autor, conciliar las necesidades de cada uno de los estamentos. Los 42 euros se le piden al incondicional por el numerado y firmado, 32 euros al no tan incondicional… Y el ebook salió por 4,95 euros cuando lo normal hubiera sido el doble: hemos hecho un esfuerzo para mantener el precio bajo en el formato que menos márgenes da. Alejo tenía claro desde el principio que el ebook tenía que ser barato, porque hay gente que no puede pagar los libros. Y a esos lectores también los quiero mucho. Cuando estuve en México, en la Feria de Guadalajara, descubrí que tengo lectores ahí de libros que no se han distribuido, y eso es gracias a la piratería. Pero, ojo, ¿cuánto vale un lector que en nada valora las obras que lee? Si es alguien que no puede pagar porque está con el agua al cuello… Pues nada, ahí tienes el libro, descárgalo. Pero si es un lector que se gasta luego dinero en otras cosas de ocio, siento que considera que el acceso gratuito a tus libros es un derecho. No comulgo con la cultura libre, empecé pensando que podía funcionar un modelo así, pero enseguida me di cuenta de que no es viable. Veremos si esta combinación de ebook barato y ediciones premium en papel funciona: por ahora estamos contentos.
Últimamente, tanto algunos autores como minieditoriales usan Patreon para tener mecenas regulares. ¿Te has planteado algún tipo de mecenazgo?
Me pongo a mirar la lista de mecenas de la mayor parte de intentos con Verkami o Kickstarter y compruebo que son familiares, amigos, compañeros de guerra y de escudería, y la base de fans termina desembolsando menos de lo que debería. Si me pasa algo así, me muero del asco y la vergüenza. Además, el mecenazgo supone que antes de que la obra esté terminada haya que hacer un acto de fe. Prefiero otras vías: por ejemplo, he descubierto que mis incondicionales pueden gastar el doble de pasta de la que se les pedía. A regañadientes y perdiendo algunos en el proceso…
Mientras otros se compran las dos ediciones…
Los hay. Yo tengo miedo de que el acto de fe que supone Patreon («lo escribo si me lo pagáis») no funcione. Aparte, hay por ahí autores que se vanaglorian de haber salido adelante con mecenazgos y cuando ves su campaña de captación de fondos parece que estén mendigando. ¿Pero esto qué es? Yo a mis lectores les pido un esfuerzo económico, pero les doy a cambio un libro que entra por los ojos, bien editado y respaldado por unos avales determinados… Trabajo por anticipado, no por encargo. Un escritor de encargo escribe lo que le pida su agente según lo que busca el mercado, ¿en qué se diferencia eso de un mecenazgo? Si mi base de lectores sigue respondiendo de forma tan intrépida como hasta ahora, a lo mejor en el futuro me planteo abordar algo así, pero de momento no lo veo.
En una entrevista criticaste el worlbuilding de Tolkien, Sapkowski o Sanderson, otra declaración que levantó ampollas… ¿Cómo crees que debería construirse un mundo en libros de fantasía?
Tolkien se basó en la mitología nórdica, Sapkowski en la polaca… La creación del mundo, según Tolkien, fue a partir de la música, algo místico y religioso. Pero yo soy ateo racionalista, incluso cuando cuento una de vampiros explico por qué motivos físicos se esconden en Chernóbil. El fantástico debe mantener un pie en el suelo. Soy ingeniero y creo en la ciencia como lo mejor que ha dado nuestra civilización. Al plantear un worldbuilding me parece interesante intentar una cierta profundidad geobiofísica, plantear el biotopo, el ciclo del nitrógeno, elementos que no se suelen considerar excepto en la ciencia ficción. El fantástico es más escapista, la ciencia ficción se centra en lo conocido y de ahí parte hacia lo desconocido. Ese worldbuilding sí me interesa, porque puedo racionalizarlo todo. En los mundos pseudomedievales el escenario lo construye la historia, las civilizaciones, los mitos, las ciudades con nombres impronunciables… ¡Simplifiquemos! Esa forma de construir mundos desde el humanismo tiende a lo acientífico y ni siquiera es tendencia. Fíjate en Patrick Rothfuss: me encanta su forma de definir la magia de su mundo según la termodinámica y principios físicos. Este racionalismo hace que el lector intuya un funcionamiento lógico de la magia, le permite asir lo impredecible. Su inmersión es mucho más intuitiva. Los lectores tienen claras las bases de la ciencia. Si defino una órbita planetaria y unos ciclos de luz, todo lo demás vendrá dado a partir de ahí. El planeta no rota: Transcrepuscular es el cinturón, Antisolar es la cara oculta helada donde nunca llega el sol y Subsolar es el horno, el desierto del mediodía. Acabo de hacer un viaje a lo National Geographic por un mundo fantástico. A mí ese worldbuilding me parecía más interesante que sacar de una troupe de gitanos a un Harry Potter universitario, volviendo a Rothfuss. [Risas] Un worldbuilding mítico es colorido, pero ¿qué profundidad formal tiene? Si el mundo viene de la música, ¿qué otra locura hará falta para explicar el origen de los animales? Eso hacía Lovecraft con sus panteones: una cosmogonía teológica, mágica, mística, religiosa. ¡No me interesa! Yo siempre he tenido un pie puesto en la ciencia, y me interesaba volver racional el wordbuilding en la espada y brujería.
Por un lado Transcrepuscular es bastante lisérgica, mientras que por el otro tiene elementos argumentales tradicionales de la space opera o el sword and planet. ¿Por qué esa combinación de extrañeza y familiaridad?
Por uno de mis gritos de guerra: «Lo más crudo del realismo, lo más enfebrecido y demencial del fantástico». En química de laboratorio dos antagónicos se pueden anular estropeando la reacción… Pero también se hacen así los explosivos. Separar la fantasía y la ciencia ficción con barreras artificiales es un error de concepto. El fantástico no debería tener ningún tipo de límites: si acaso, las cuestiones lógicas y científicas mínimas para que no sea una locura. ¿Por qué mantener la tecnología en la ciencia ficción como viga principal y agarrarse a la religión en el fantástico, y servirlo separado? El sword and planet como subgénero está desguarnecido y no se ha explotado demasiado bien. En Transcrepuscular me apetecía añadirle elementos tecnológicos y científicos, resortes propios del Japón o la China feudales… Esa combinación no es usual, y me permite llevar al lector a un lugar donde no haya estado nunca. Además, me apetecía explorar qué pasaría si salimos de este mundo y logramos infectar con nuestra plaga otros biotopos remotos: será mucho peor que lo que nos espera si colapsamos aquí solos. En la solapa de Cenital decía que iba a ser mi primera y última novela, porque no pensaba que el futuro diera para mucho más. Ahora creo que puede ser incluso peor si sobrevivimos, por lo que nos espera ahí fuera.
Has publicado en varias editoriales, sobre todo en Salto de Página, Valdemar y Gigamesh. ¿Cómo te has sentido en cada una de ellas?
En Salto de Página me veía rodeado de lectores gafapastas, culturetas, gente que venía del realismo, del costumbrismo… Me publicaban a mí y después a un autor de dramas suburbanos sobre la crisis de los cuarenta. Estaba fuera del frikimundo, cuando iba a los bolos del fandom me sentía un outsider, un infiltrado. Cuando fui a Valdemar me di cuenta de que vende más literatura de género que las editoriales grandes. Ahí es donde tenía que estar, con los que editan los libros que pueblan mis estanterías. ¿No es cojonudo estar en mi hábitat natural? Volveré a hacer cosas con ellos, porque siempre me sentiré como en casa y con Rafael Díaz Santander tengo una relación estupenda… Pero no quería apalancarme ahí sin más. Tenía que ir a un sello que fuera no ya intrépido, sino territorio comanche. Y ahí estaba Gigamesh. Alejo era un incondicional de mis libros, así que un día me dijo que teníamos que hacer algo juntos. Le propuse una dragonada y aceptó… No hay ningún autor español que haya estado en Valdemar y Gigamesh. Otros españoles habían estado en Gigamesh, como Rafael Marín, pero él no pondría un pie en Valdemar. Estos cambios de registro son míos, porque probablemente esté zumbado. [Risas]
Has mencionado antes a Bukowski y Capote como referentes. ¿Qué otros tienes, dentro o fuera del género?
Me han influenciado especialmente Lovecraft, Michael Ende, Jack Vance, J. G. Ballard, John Brunner, Stephen Reeder Donaldson, Ursula K. Le Guin… Pero al final me quedo con libros concretos, no con toda su bibliografía. A veces pienso que lo que me puso a escribir fue El espejo en el espejo, de Michael Ende. Y a veces pienso que fueron poemas de Lovecraft. Me marcó La carretera de Cormac McCarthy, y es un premio Pulitzer, pero también novelas alucinantes que pasan desapercibidas, como la de José Miguel Vilar-Bou, Los navegantes, que no editaría más de mil copias. Pero luego lees la obra completa de cualquiera de estos autores y te decepciona. Me fijo más en la bala que en el francotirador. Y yo mismo suelo ser en mis libros no ya irregular, sino impredecible… Cuando un autor se encasilla me aburro, y cuando cambia no me sitúo: soy un culo de mal asiento hasta para leer.
¿Cómo fue tu experiencia como socio de la extinta asociación de escritores de terror Nocte?
Me involucré mucho al principio, gracias al empuje de gente como David Jasó y Juan Laguna. Pero la cosa duró poco, porque «asociación de escritores» es un oxímoron; escribimos solos, no en grupo. Yo quería plantearlo como la International Horror Guild, y que el premio Nocte fuera el Stoker en castellano. Y quería restringir las condiciones de acceso para exigir a los miembros que hubieran publicado más de una novela dentro del género… Empecé a tener diferencias con la evolución del grupo y me acabé desmarcando. Poco después el grupo se desbandó. Fue una pena… Pero, en fin, tengo dos premios Nocte en casa y los tengo a la vista, no como otros que los esconden. De los cien que llegamos a ser han aguantado el tirón muy pocos, el tamaño del mercado nos tenía muy lastrados. Tampoco tengo tiempo físico para vivir, gestionar mi obra, escribir y encima participar en actividades con mis homólogos.
Últimamente hay un cierto boom de nuevos autores de género en España: Ismael Martínez Biurrun, Guillem López, Jesús Cañadas, tú mismo y otros… ¿Qué te parece que se os agrupe?
Con Ismael he compartido trayectoria: Salto de Página, Valdemar… Y una relación personal con diez años de rodaje: somos amigos y nos contamos la vida. Guillem es de mi ciudad y nos llevamos bien, pero solo le he visto tres veces. Él ha conseguido en un año cosas que antes requerían muchos, va muy rápido y bien. Pero si hablamos de grupos… Ismael es más estático que yo, es más de precisar y atacar siempre un flanco; profundiza y es más introspectivo e intimista. Y Guillem se ha vuelto muy experimental, abordando por ejemplo el transhumanismo… Siempre me he sentido muy solo, incluso como lector. Con cada libro que saco me buscan una generación, me agrupan con unos u otros autores. Pero es difícil saber a qué grupo literario perteneces cuando tienes la virtud de encabronar a todo el mundo.
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