Saturday, September 23, 2017

Jot Down Cultural Magazine: Una lengua de lenguas para España

Jot Down Cultural Magazine
Jot Down 
Una lengua de lenguas para España
Sep 23rd 2017, 09:46, by Álvaro Corazón Rural

Portada (detalle) de Un sueño plurilingüe para España, de Ángel López García-Molins. Uno y Cero Ediciones.

Los Estados deberán adoptar, cuando sea apropiado, medidas en la esfera de la educación, a fin de promover el conocimiento de la historia, las tradiciones, el idioma y la cultura de las minorías que existen en su territorio. (Artículo 4.4 de la Declaración sobre los derechos de las personas pertenecientes a minorías nacionales o étnicas, religiosas y lingüísticas aprobada por la Asamblea General de la ONU)

 

No hay que ser un lince para observar que en España se producen conflictos por el uso de las lenguas oficiales y cooficiales. Baste observar episodios como las reacciones en las redes sociales al uso del catalán por las autoridades de la Generalitat en la reciente crisis del atentado islamista o sucesos institucionales como la denominación del catalán que se habla en Aragón como LAPAO (Legua Aragonesa Propia del Área Oriental) en lugar de catalán que, vaya, es su nombre. O la del presidente de la Generalitat de Cataluña, del que se dijo en una biografía que solo pasaba por la fila del peaje que estaba rotulada en catalán, «peatge». La verdad es que si nos ponemos, podríamos continuar con una lista bastante extensa de actitudes semejantes. Cualquier discusión nacional sobre las lenguas se reduce a posturas de fuerza, desgraciadamente.

No obstante, este año ha publicado Uno y Cero Ediciones un libro, Un sueño plurilingüe para España, que aporta algo nuevo al debate. No es exactamente nuevo, su autor Ángel López García-Molins lleva años defendiendo la misma posición. Se trata de promover para toda España la intercomprensión de todas las lenguas que hay en el país e incluso en parte del extranjero.

Sostiene el autor que en la Edad Media esto se lograba sin dificultad: «Uno hablaba en gallego, otro le contestaba en castellano, el siguiente lo hacía en catalán, luego alguien intervenía en occitano y le contestaban ora en italiano ora en francés». La pérdida del idioma occitano, propio del sur de Francia, nos desconectó del continente en ese aspecto, pero si en la actualidad se uniese el espacio lingüístico gallego y portugués al español y este al francés y al italiano a través del catalán, surgirían setecientos millones de hablantes de un neolatín, proclama. Este no deja de ser un sueño maximalista, pero pensemos por un momento en la posibilidad de alcanzar una predisposición cultural así solo en España.

Para ello, un señor de Cuenca no tendría que aprender español, portugués, gallego, catalán, francés e italiano como para hablar, escuchar, leer y escribir en ellos. La idea que propone este libro es basar el plurilingüismo en la comprensión más que en la expresión. Obtener capacidades pasivas, leer y entender, de una lengua. Algo muy fácil entre lenguas románicas. Cuando estas surgieron, el castellano, el francés, el catalán, el provenzal o el florentino, está constatado que hubo justas poéticas celebradas en todas las lenguas romances a la vez, o compañías teatrales que llevaban su repertorio por todas las rutas que cruzaban Europa. Aún hoy esto es posible sin grandes complicaciones.

En la Universidad de Aachen, Aquisgrán, Tilbert D. Stegmann y sus colaboradores ya pusieron en práctica el método de aprendizaje de «los siete tamices» (sieben Siebe) para que las lenguas románicas puedan entenderse de forma simultánea aprovechando todo lo que estos idiomas tienen en común. También hubo un proyecto impulsado por la Unión Europea, el EuRom4, en el que varias universidades llegaron a terminar un manual, «EuRom4: método para la enseñanza simultánea de las lenguas románicas», publicado por La Nuova Italia en 1997. La idea era que en la asignatura de Lengua enseñase a leer y escribir en lengua materna, pero también a escuchar en otras lenguas romances. El EuRom4 empezaba a dar resultados con solo cuarenta horas de estudio. Este ensayo, en esencia, recomienda que se aplique este sistema en toda España con todas las lenguas cooficiales. Veamos cómo.

Ahora mismo en España hay un 40% de habitantes que vive en comunidades bilingües. Todas las políticas lingüísticas que se han aplicado con la democracia en estos territorios han logrado mejorar las expectativas de uso de las lenguas propias, pero no han logrado que el español retroceda. El autor subraya que el victimismo españolista que denuncia «la pérdida del castellano» en estos lugares no se corresponde con la realidad, aunque en algunos aspectos pueda haber quejas pertinentes a las políticas de normalización lingüística e inmersión. Se haga lo que se haga, no parece previsible, explica, que la situación del español vaya a alterarse. Seguirá en expansión. Pero para evitar los conflictos derivados de esta dinámica sí es posible cambiar el paradigma con un modelo al que alude: la lengua de lenguas.

Ángel López García-Molins entiende que debería constituir una prioridad para el Gobierno de España el problema de que en los territorios monolingües crezca un desapego hacia las comunidades bilingües, cuando no un rechazo frontal de sus manifestaciones lingüísticas. El drama que sufrimos es que cualquier medida que se tome en un sentido o en otro siempre suscitará el rechazo de una de las partes. Sin embargo, la realidad es que el catalán/valenciano, el gallego y el vasco son históricamente lenguas de España, no lenguas del Estado. Y lo explica.

Después del latín, la primera lengua culta en España fue el gallego. El primer idioma internacional tras el latín fue el catalán, lengua mayoritaria de la Corona de Aragón y la única con presencia significativa en Europa más allá de los Pirineos. Mientras que el euskera es el único idioma exclusivo de la Península Ibérica, la única que no llegó como lengua colonial —eso era el latín— y un idioma que está en la raíz de muchas características fonéticas y gramaticales de las lenguas romances españolas. En resumen, señala el autor, las que tenemos no son lenguas de interés porque se hablen en el Estado, sino que forman parte de la herencia cultural de todos los españoles.

Es necesario sensibilizar a toda la población española en el sentido de que España es históricamente un país tetralingüe y, por lo mismo, un Estado con cuatro lenguas nacionales, con una decidida labor de concienciación en los medios y en la enseñanza; es conveniente preparar a toda la población para entender (no para hablar) el catalán y el gallego escritos y orales, así como para que posean nociones de euskera.

En el ensayo no se aboga por un país multilingüe, sino plurilingüe, concretamente, con un plurilingüismo sesquilingüe. Esto es: un país donde, como ocurría en el origen de España, cualquier persona pueda hablar en su lengua con la seguridad de que los demás le van a poder entender.

En la actualidad, las aspiraciones del nacionalismo de restauración edénica carecen de todo sentido. Un señor, dice el autor, con unos auriculares haciéndose un selfie por la calle puede ser español, finlandés, ruso o argentino. Nada nos distingue ya como naciones que no sea la lengua. Solo eso conservaremos del pasado en el futuro —siempre con el ingenuo deseo de que el mundo no se repliegue identitariamente aún más de lo que estamos viendo ahora en Europa— y los españoles podrían conservar todas las lenguas que hay en su país sin mucha dificultad. Una lenguas que son un patrimonio común. Además, partimos de una situación favorable para este propósito. Casi todas las lenguas que se hablan en el Estado —no todas, pero sí las más importantes— son oficiales en sus respectivos territorios. Esto que reconoce la Constitución de 1978 no es lo habitual en muchos Estados del mundo, puntualiza. No vamos mal. No hay por qué buscar las referencias en el extranjero.

De hecho, según el ensayo, las naciones no son el origen de nada, sino la consecuencia. En este punto, el trabajo cita al filósofo Ernest Gellner, estudioso del nacionalismo: «Observa este profesor que en el siglo XIX no son las nuevas naciones emergentes —Francia, Italia, Alemania— las que propician dinámicamente gracias al empuje de su pueblo la Revolución industrial y el progreso, sino al contrario, fue la Revolución industrial la que hizo necesaria la nación. Lo siento por estropearles el sueño ilusionado en el que vivían. La industrialización necesita una mano de obra con un nivel de instrucción apropiado y, además, equivalente, pues las viejas distinciones medievales de los gremios dan paso a una masa trabajadora que va a pasar de un puesto a otro y de un lugar de residencia al siguiente con facilidad. Pero esto, naturalmente, solo era posible si los patois franceses se resolvían en le français national, si las Umgangsprachen alemanas se fundían en el Hochdeutsch y si los dialetti italianos miraban hacia la lingua nazionale. Así de simple».

Hay que saber desvincular la política de las lenguas, no es tan determinante. El gallego lo hablan la mayoría de los gallegos y el nacionalismo allí no es una fuerza mayoritaria. El euskera no lo habla la mayoría y la situación política es la contraria. En Cataluña la división política es mitad y mitad de la población, pero en Valencia y Baleares, en una situación semejante en cuanto a hablantes de la lengua local, el nacionalismo tampoco ha sido nunca de gran relevancia. Del mismo modo, también el castellano se impuso por decreto en sucesivas épocas de la historia y no logró, en pleno siglo XX, hacer desaparecer al resto de las lenguas de España, como ocurrió en Francia o Italia con el Estado-nación.

En justicia, el libro también se detiene en el resto de lenguas que se hablan en España. Está el asturiano, el aragonés, el aranés e incluso se podría hablar de panocho en Murcia y castúo en Extremadura. También las nuevas lenguas de España, el rumano, búlgaro y chino, entre otras. Y el árabe, lengua bien implantada en Ceuta y Melilla. López García-Molins observa que todas las lenguas «tienen la misma dignidad, pero no les ha ido igual en la vida». Lo que no quita que los derechos lingüísticos no pertenecen a las lenguas, sino a sus hablantes. De modo que en este aspecto tan conflictivo de la geografía lingüística española aboga por jerarquizar: «No se puede lograr la igualdad de derechos lingüísticos para todas las lenguas que se hablan en España, pero sí mejorar sustancialmente la condición plurilingüe del Estado estableciendo un plurilingüismo equitativo entre sus cuatro idiomas generales, al tiempo que se mejoran las condiciones de supervivencia de los demás».

Para quien esto escribe, hubo una gran oportunidad perdida en los años de hegemonía absoluta de la televisión. Cuando fue posible que todas las cadenas autonómicas se vieran en toda España. Enano Rojo en catalán, Goku en gallego, Allo, Allo en castellano… Eso, a los que éramos jóvenes, nos habría forzado al plurilingüismo español que defiende este filólogo. Pero de profetas del pasado no vamos precisamente escasos a día de hoy.

Lo único cierto es que, ante tanta propuesta extravagante basada en la nación de naciones como estamos viendo en el PSOE —que al menos se toma la molestia de debatir lo que para otros son ceños fruncidos y puños cerrados—, lo que plantea Ángel López García-Molins no solo es la medida más plausible y sensata para buscar una amplia fórmula identitaria de convivencia, también es la más coherente con el futuro. Un futuro común, sin discriminación ni desencuentros.

Quizá por eso, precisamente, la idea está destinada al fracaso en esta atmósfera de cerrazón y repliegue que no es exclusiva de España, lo es de todo el planeta. Pero hay una pequeña esperanza. Se la revelo: está acreditado que la capacidad de sorpresa de España tiende a infinito. Veremos si para bien en esta era con tan pocas certezas.

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