Fotografía: Ricardo García Vilanova
Fotografía: Ricardo García Vilanova.
La consulta de ayer sobre la independencia del Kurdistán iraquí es un paso más hacia la reconfiguración del mapa de Oriente Medio
Durante los últimos diez años no ha habido cobertura en el Kurdistán iraquí en la que no me haya dejado caer por el spa-fitness de Dohuk. No es tanto por la piscina, que también, sino porque su dueño es amigo mío desde que, en 2006, alguien me avisó de que un kurdo retornado de Estados Unidos estaba construyendo el primer centro de estas características en todo Irak.
Antes de que se me olvide, mi editora me ha pedido que escriba un texto sobre el referéndum de Kurdistán y sus implicaciones, pero prefiero dejar todo eso para después y seguir con la historia de Ibrahim.
Como decía, conocí a Ibrahim —Ibo para los amigos— en 2006, mientras gestionaba los gremios en el esqueleto de hormigón de lo que acabaría siendo Gerdun, «mundo» en kurdo. Así se llama su negocio. Como no podía ser de otra manera, tras aquella apuesta empresarial tan atrevida había un hombre con un pasado fascinante.
A Ibo, que cumple cuarenta este año, le pilló de crío la campaña de genocidio contra los kurdos de Iraq lanzada por Saddam Hussein en la década de los ochenta. Hablamos de la concienzuda operación de exterminio que incluyó fusilamientos colectivos, desplazamientos de población masivos y bombardeos, tanto con armas convencionales o químicas.
Se habla de cifras de muertos que rondan los doscientos mil, y de más de un millón de desplazados. El pequeño Ibo fue de los que consiguió huir con su familia y un burro sobre el que cargaron lo que pudieron a través de las montañas. Allí se protegieron de las bombas y del frío en cuevas, hasta que llegaron a Turquía. Tras permanecer dos años en un campo de refugiados, a los Abdulatif se les comunicó que su petición de asilo había sido aceptada en Estados Unidos.
Seré breve: Ibo fue a la escuela por primera vez en su vida en Nashville, Tennessee, a la edad de doce años; luego al High School y de ahí a la universidad. Era demasiado pequeño para el equipo de fútbol americano, pero lo suficientemente hábil para sacarse un dinero extra haciendo chapuzas: carpintería, levantar un tabique, un baño atascado… Lo que sea.
Un día reunió la cantidad suficiente para comprar una casa en ruinas; la arregló él solito y la vendió por el doble de lo que le había costado. Y así unas cuantas veces, hasta reunir una pequeña fortuna que dejó a buen recaudo en Tennessee mientras trabajaba de traductor con el Ejército americano en Kirkuk (Irak), tras la invasión de 2003. Allí conoció a Media, su mujer y la madre de sus tres hijos. Volvió con ella a Nashville pero la morriña kurda pudo con él; cogió su pequeña fortuna y la invirtió en el spa. Y así hizo realidad su plan de vida: formar una familia y vivir con un pie en Tennessee y otro en Dohuk.
La bola de cristal
De los kurdos se dice que son la nación más grande sin Estado; unos cuarenta millones de individuos repartidos por las fronteras de Turquía, Siria, Irak e Irán. Viven en esa encrucijada que afean antiguas fronteras coloniales trazadas hace cien años, pero en las que nacen las principales reservas de agua de Oriente Medio —ni más ni menos que el Tigris y el Éufrates—, y entre enormes bolsas de petróleo y gas.
Tras la República de Mahabad, una ciudad kurda de Irán que fue independiente durante once meses después de la Segunda Guerra Mundial, el Kurdistán de Irak es lo más parecido a un Estado que han tenido nunca, independiente de facto desde la retirada de las tropas iraquíes en 1991, durante la Primera Guerra del Golfo.
Lo sé, sigo sin hablar del referéndum kurdo y su impacto en la región, pero he hablado mucho de política kurda con Ibo durante todos esto años y juro que me voy acercando. Llevo años escuchándole decir que un Estado kurdo no es solo una idea que barajan ellos, los kurdos, sino que también está en los planes de Washington, «por mucho que los americanos digan públicamente lo contrario».
No soy fan de teorías conspiranoicas pero sí creo que Ibo tiene una bola de cristal. «¿Te acuerdas de lo que te decía en 2006?», me ha repetido más de una vez durante la última década, mientras la historia kurda en curso corroboraba sus predicciones. Todas conducen a una tesis que podría formularse así:
Existe un plan para reconfigurar las fronteras de Oriente Medio, y los kurdos serán un factor clave en el proceso.
El único cambio, me decía el pasado agosto, es que está sucediendo mucho más rápido de lo esperado. Y tiene razón.
Ni el kurdófilo más optimista podía prever el sorpresivo levantamiento de los kurdos de Siria hasta convertirse en el bloque de oposición principal al Gobierno de Assad. Si bien su proyecto político rechaza la concepción clásica del «Estado-nación», lo cierto es que el noreste de Siria es ya otro territorio independiente de facto.
Vale, el apoyo norteamericano está resultando inestimable, como lo fue para la liberación de Kobani pero, a día de hoy, los kurdos y, sobre todo, las kurdas, son la cara más visible para el mundo de la lucha contra el monstruo del ISIS.
Fotografía: Ricardo García Vilanova.
Puede que sigamos sin saber gran cosa de este pueblo al que la historia dio siempre la espalda, pero ya no nos resulta extraño. Quien más quien menos ha oído hablar de los peshmergas. O de los yezidíes, que conservan la religión original —o una de ellas— de este pueblo. O que celebran su año nuevo, durante el solsticio de primavera. Lo llaman Newroz, pero seguro que ya lo sabíais.
Al levantamiento de los kurdos de Siria y la internacionalización de su causa habría que sumarles los espectaculares resultados en las elecciones generales turcas de 2015 conseguidos por una coalición prokurda. Ese fue, entre otros, uno de los detonantes del golpe de Estado en Turquía de 2016, que resultó ser un «autogolpe» para purgar opositores en todo el espectro de la compleja sociedad turca.
Y, ahora sí, llegamos la última variable que confirma la tesis de Ibo —la del incipiente papel de los kurdos en la reconfiguración de Oriente Medio—: el referéndum de ayer.
Ahora sí: el referéndum
La consulta ha sido controvertida desde el principio. Fue convocada el pasado junio por Massud Barzani, el presidente de la Región Autónoma Kurda de Iraq, y no por el Parlamento kurdo. La Cámara lleva bloqueada dos años, desde que Barzani se negara a abandonar su cargo tras expirar su mandato. Para la oposición fue la gota que colmó un vaso a punto de rebosar por la corrupción en el Kurdistán iraquí en el que dos familias, los Barzani y los Talabani, se reparten el pastel en una de las zonas más ricas en petróleo del mundo.
Mientras tanto, los kurdos iraquíes de a pie siguen sin contar con un suministro eléctrico en condiciones, y con escuelas que empiezan el curso en noviembre y cierran cada dos por tres. Los sueldos no llegan; son legión los profesores, también policías, peshmergas… que tienen que doblar sus jornadas de trabajo conduciendo taxis.
Pero quizás lo más flagrante es el acoso, e incluso asesinato, de más de un periodista que se ha atrevido a retratar a los Barzani como lo que es: una satrapía más de Oriente Medio. A pesar de todo, el pasado 15 de septiembre, el Parlamento kurdo recuperaba la actividad para aprobar in extremis la celebración del referéndum de ayer.
Los kurdos de Irak han votado en masa: con entusiasmo los seguidores de Barzani, y tapándose la nariz los de la oposición porque todos son conscientes de que se trata de un momento histórico. Como apunta Manuel Martorell, la mayor autoridad en el Estado español sobre el tema kurdo, la identidad de los kurdos de Irak hunde sus raíces en el rechazo a Irak, principalmente por el genocidio sufrido a manos de Saddam.
La desconexión emocional, por usar una fórmula de moda estos días, llega hasta el punto de que muchos kurdos han cambiado sus nombres y/o apellidos árabes por otros de origen kurdo. El mismo Ibo se desprendió del Abdulatif familiar para sustituirlo por «Aryan» hace dos años. No solo fue Saddam, dice siempre, sino también «siglos de asimilación arabo-islamista». Pero más ilustrativo que todo esto es que la nueva generación de kurdo-iraquíes ni siquiera habla el árabe.
Volviendo al tema del referéndum, Ankara y Teherán han hecho el gesto de movilizar a sus ejércitos hacia la frontera, pero eso lo hemos visto antes. Muchas veces. Ambos saben que una operación militar estaría condenada al fracaso, tanto como que Bagdad intentara mandar a cinco mil policías al norte insurrecto. Jamás podrían entrar en el territorio.
Hubo una consulta similar en 2005, que se simultaneó con la de la nueva constitución iraquí. La independencia no se declaró entonces, ni probablemente tampoco cuando se sepan los resultados. ¿Para qué hacerlo si nadie la va a reconocer? Por otra parte, ¿no sería algo redundante para una entidad política que lleva funcionando como un Estado independiente desde hace veintiséis años?
Esto mismo le pregunté a Ibo ayer mismo. Había votado con su mujer; estaban los dos emocionados. Decía que ella había llorado.
«Ya sabemos que no es vinculante, pero dejamos nuestras intenciones por escrito, y sobre la mesa. No tendremos un Estado propio ni hoy, ni mañana, ni dentro de un año. Pero igual sí dentro de cinco, o de diez», me decía por teléfono desde Dohuk.
Las paradojas de la historia más reciente han puesto sobre el tablero a dos bloques radicalmente distintos entre sí, pero que han desafiado la territorialidad de Oriente Medio: el ISIS y los kurdos. El sueño del califato está a punto de extinguirse, pero el de los segundos no ha hecho más que empezar. Al tiempo.
Fotografía: Ricardo García Vilanova.
No comments:
Post a Comment