Londres, 1911. Fotografía: Getty.
Cada vez que un grupo de zagueros se sincroniza y da un paso al frente, el deporte más hermoso del mundo da un paso atrás.
I.
Norman Leigh fue un dandy genial que, en los años sesenta, saltó la banca de todos los casinos europeos con un sistema secreto al que llamó el Labouchère Inverso. Descubrió que si jugaba a la ruleta en equipo (con cinco cómplices) podía ganar hasta el hartazgo. El Labouchère Inverso consistía en apostar la mitad cuando se perdía, y duplicar la apuesta cuando se ganaba. Pero claro, había que jugar en equipo de seis para cubrir todas las opciones: rojos y negros, pares y nones, menor y mayor. Leigh y sus amigos llegaban al casino, se sentaban en una mesa y empezaban a jugar. Todos perdían o ganaban cantidades razonables mientras el azar era el esperado, pero en un momento la suerte generaba una grieta y se daba el milagro de que saliera diez o quince veces lo mismo; diez veces rojo, o doce veces mayor… En ese punto, el jugador que apostaba siempre a ese margen (duplicando cada vez que ganaba), recuperaba las pérdidas generales y producía una ganancia muy superior a la inversión inicial del grupo. Para poner en práctica el Labouchère Inverso se necesitaban horas de trabajo y concentración, porque las cuentas mentales eran agotadoras. El equipo de Norman Leigh estaba compuesto por doce personas que se dividían en turnos de media jornada por grupo. Los casinos europeos no sabían qué hacer para frenar las pérdidas: primero quitaron las sillas de las mesas, para que no pudieran estar cómodos; después comenzaron a no servir bebidas para que se les secara la garganta; hasta contrataron señoritas escotadas hasta el ombligo, para desconcentrarles la tarea mental. El grupo de Leigh, cuando no estaba jugando, ensayaba técnicas de relajación y yoga para no perder el rumbo de sus decuplicaciones, y practicaba actividades físicas para poder soportar el reto, de pie, durante horas interminables. Finalmente, sin lograr saber cómo Leigh ganaba siempre, los casinos de Europa decidieron prohibirle la entrada al grupo. Todavía hoy, cuando vamos a cualquier casino, hay ciertas reglas absurdas que acatamos sin saber por qué.
Comparo la desesperación de los gerentes de los casinos de entonces con los permanentes cambios de la FIFA a la ley del offside (1).
II.
En un muy difundido —y también falso— experimento científico sobre el comportamiento corporativo, se coloca a cinco monos en una jaula enorme. En el medio de la jaula una escalera; encima de la escalera una banana. Cuando uno de los monos intenta subir la escalera para conseguir la fruta, una manguera con agua a presión empapa a los cinco. Si más tarde un segundo mono, olvidadizo o hambriento, quiere subir otra vez la escalera para atrapar la banana, los otros cuatro se lo impiden por miedo al chorro de agua fría. En este punto se quita de la jaula a uno de los animales y se hace entrar a otro mono nuevo. Lo primero que hace el chimpancé flamante —como es obvio— es trepar por la escalera. Los otros cuatro, alarmados y a los gritos, lo golpean y lo jalan para que no pueda subir. El nuevo aprende la lección y otro mono original es suplantado por un segundo animal nuevo. Este también quiere subir, los otros se lo impiden, etcétera. De este modo pasa el tiempo y se quita de la jaula a todos los monos originales. Los cinco nuevos chimpancés enjaulados no fueron empapados nunca con el chorro de agua fría, ni tampoco tienen memoria del castigo original. Sin embargo la banana seguirá intacta por siempre en lo más alto de la jaula. Los cinco monos finales pelearán y aullarán y rasguñarán cada vez que uno de ellos, muerto de hambre o rebelde, pierda los nervios e intente subir a buscar su comida. Saben que no se puede, pero no saben por qué.
Comparo el comportamiento de estos primates con los tertulianos deportivos que, todos los lunes, debaten y discuten y se ofuscan con un offside mal cobrado.
III.
En una remota isla chilena, al sur de la Patagonia, el clima es tan cruel que todas las casas tienen gigantescas ruedas en la base y todos los hombres mayores de treinta años son alcohólicos. Barrios enteros cambian de posición cada semestre para evitar las inundaciones y todas las mujeres de la isla son golpeadas por sus maridos al menos una vez al mes. Lluvias, alcohol y aburrimiento: la mezcla es feroz. Algunas de estas mujeres reúnen valor y se divorcian de sus maridos golpeadores; por seguridad, piden también una orden de alejamiento. La ley obliga entonces a los exmaridos a no acercarse a más de quinientos metros de las casas de sus mujeres, y les informa de que, de hacerlo, irán presos o pagarán multas enormes. Los exmaridos acatan la ley y se mudan a una pensión barata, muy alejada de sus mujeres. En la pensión miran la lluvia por la ventana, se arrepienten de ser tan brutos, se emborrachan y caen rendidos en camas mugrientas. Esa misma noche sus mujeres (por despecho o por venganza) mueven sus propias casas con sigilo y se acercan metro a metro a la pensión de los exmaridos. Muy temprano por la mañana llaman a la policía y dicen: «El hijo de puta está a menos de quinientos metros de mi casa». Y así es como los exmaridos van presos una temporada, o pagan enormes multas, sin saber por qué.
Comparo a estas mujeres despechadas con aquellos zagueros que, sincronizados, dan un paso adelante para dejar al contrario en offside.
IV.
En la primavera de 1904 Billy McCracken y Frank Hudspeth eran zagueros del Newcastle, un equipo de fútbol que nunca había ganado el torneo inglés y que solía perder cada partido por más de nueve goles. En aquella época se jugaba muy diferente: el trazado más habitual era un 2-3-5 —cinco delanteros y solo dos defensas— y por lo general el portero pegaba un pelotazo muy alto al cielo y todos corrían como locos a buscar el balón hasta marcar un gol. Si bien existía una ley del offside rústica (la famosa regla número 11 instaurada en 1863, en donde un delantero debía tener al menos tres defensores delante), este inciso había sido creado para que nadie se quedara colgado en el área contraria esperando el balón. Solo para eso, y se acataba con normalidad. Pero en 1904 Billy McCracken tuvo una idea.
Una tarde, en el vestuario, le dijo en voz baja al segundo zaguero: «Ey, Frank, ¿que tal si el próximo domingo nos hacemos una seña y damos unos pasos al frente cuando parta el pase del contrario?». Frank era un poco estúpido y al principio no entendió. «¿Qué ganaríamos con eso?», dijo. Billy buscó una tiza y dibujó en el suelo las posiciones del campo: «Nosotros damos este paso al frente, los dos al mismo tiempo, y la ilusión óptica le hará creer al árbitro que el jugador contrario está en fuera de juego». Frank se quedó con la boca abierta: no podía creer que una trampa tan simple no se le hubiera ocurrido a nadie en cuarenta años de fútbol. Pero era verdad: no se le había ocurrido a nadie.
De repente, el Newcastle ganó la Football League Championship de 1904-05, 1906-07 y 1908-09, sin que nadie pudiera entender por qué. En 1908 fue el campeón con menor cantidad de puntos en la historia inglesa; de hecho, el Newcastle empató cero a cero durante seis partidos consecutivos. Cuando descubrieron el truco, los demás equipos de la liga inglesa empezaron a utilizar el sistema del achique, y los espectáculos de fútbol cayeron drásticamente en cantidad de goles y en emoción. Entre 1910 y 1920 la gente empezó a ir mucho menos a las canchas, los delanteros no sabían qué hacer con sus vidas y los hinchas bostezaban a cada rato. Para mal de males, cuando Billy McCracken fue demasiado viejo para jugar se convirtió en entrenador y quiso seguir utilizando su invento; entonces la Football Association decidió (el error fue tremendo) hacer todavía más férrea la ley del offside, en lugar de impedir la ley del achique
El primer cambio a la regla clásica del offside ocurrió en 1925 y es conocido como la regla actual. La regla clásica decía: «Un jugador se halla en fuera de juego si se encuentra más cerca de la línea opuesta que el balón y el antepenúltimo adversario». La regla actual cambió la palabra antepenúltimo por la palabra penúltimo, para que los partidos no fuesen tan aburridos después de la trampa ideada por McCracken. Volvieron los goles durante varios años, pero más tarde el juego se tornó más físico y técnico y entonces una tarde de 1990, después de un Mundial espantosamente aburrido disputado en Italia, se decidió que si el atacante y el defensor estaban «en la misma línea» ya no habría offside. Y tiempo después, en 2003, hubo un nuevo manotazo de ahogado para darle ritmo al juego: se introdujo la «posición pasiva» (cuando un jugador no interviene en la jugada ya no importa si está en offside). En ningún caso nadie pensó en impedir la trampa de McCracken, que hubiera sido lo más natural.
Ninguno de nosotros había nacido cuando, en 1904, Billy tuvo aquella conversación con Frank. Sin embargo, muchos años después ese engaño granuja de vestuario convertiría a todos los árbitros en gerentes trampeados de casinos europeos, a todos los zagueros profesionales en mujeres despechadas de la Patagonia, y a todos nosotros, los aficionados al fútbol, en chimpancés que discuten cada lunes sobre por qué nadie puede comerse una banana en paz.
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(1) Fuera de juego
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