Fotografía: Susana Vera / Cordon.
Los enfrentamientos entre la Generalitat de Cataluña y el Gobierno de Madrid se han convertido en el principal problema político de España. La sentencia del Tribunal Constitucional de 2010, que anuló catorce artículos del Estatuto, aprobado en el Congreso de los Diputados y refrendado por los ciudadanos, fue un desatino que provocó la ruptura del consenso democrático existente ya bastante deteriorado. Desde entonces, la incapacidad del Gobierno central por admitir la realidad plurinacional de España y el radicalismo del Gobierno catalán no han hecho más que empeorar la situación. El resultado es que cerca de la mitad de la población catalana está apostando por la independencia.
Este contencioso no empezó hace siete años. Hay una larga historia de varios siglos de luchas sociales y políticas que han ido forjando una identidad cuya esencia ha sido la salvaguarda de la lengua. La defensa de la identidad catalana no ha impedido, sin embargo, a destacados políticos progresistas compartir a su vez este sentimiento con el de la pertenencia a España. Estanislau Figueras y Francesc Pi i Margall, por ejemplo, fueron los dos iniciales presidentes de la Primera República española (1873), que intentaron construir una España federal.
Compartir identidades ha tenido muchos frutos. El recobro de la democracia, tras cuarenta años de dictadura franquista, fue el resultado de una tarea colectiva en la que participaron ciudadanos de todos los territorios en la defensa de los mismos valores. La Constitución de 1978 diseñó un modelo federal (denominado Estado de las autonomías) que a pesar de sus limitaciones ha propiciado el mayor periodo de progreso de España y Cataluña. John H. Elliot, el hispanista que mejor conoce la historia de España, ha señalado en el Foro Cataluña en Expansión que «Cataluña ha tenido los mejores años de su vida hasta 2008». Y subrayado que «hay que insistir en los éxitos para crear un ambiente en el que se puedan repensar los problemas actuales».
El presente conflicto coincide con otros asuntos muy graves como la crisis financiera internacional, la proliferación de guerras en Oriente Medio, el drama de los refugiados o los riesgos de desintegración de la Unión Europea. El reduccionismo que supone la exacerbación del conflicto entre Cataluña y el Gobierno central revela la insuficiencia del independentismo ante la relevancia de los desafíos que afrontan las sociedades modernas. Urgen respuestas al desempleo, la pobreza, la inseguridad, el cambio climático o el superpoder de las multinacionales.
El sentimiento identitario ha experimentado una gran evolución a raíz de los cambios demográficos, económicos y políticos. Solo entre 1959 y 1975 llegaron a Cataluña 1,4 millones de hombres y mujeres de otras regiones españolas. Ese último año, el 38,4 % de la población catalana había nacido fuera de su territorio. Sin ellos Cataluña no sería lo que es.
En el aspecto económico, durante las últimas décadas, bancos, industrias y empresas de servicios han pasado de ser compañías catalanas a convertirse en sociedades españolas multiplicando sus capacidades. España es su mercado y espacio de expansión natural, que ha potenciado su despliegue internacional, especialmente en América Latina. A su vez, la entrada de España en la comunidad europea en 1986 ha desarrollado también un creciente sentimiento de pertenencia europea. Para muchos ciudadanos lo más natural es compartir un sentido de pertenencia plural. Se sienten tan catalanes como españoles y europeos o de otros países al mismo tiempo.
Lo más práctico es emprender una reforma constitucional con la máxima aceptación de los ciudadanos. Distribuir competencias y recursos de forma justa entre todos los niveles de Gobierno con especial atención a las ciudades. Y aplicarse en resolver los asuntos que de verdad inquietan a los ciudadanos.
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