Cadáver de una hormiga infectada por el O.unilateralis. Fotografia: David P. Hughes / Maj-Britt Pontoppidan (CC).
No debo abrir la puerta.
Desde que empecé a dedicarme a la entomología, una idea me ha acompañado durante todos estos años: es curioso cómo nuestra civilización se parece a una gigantesca colonia de hormigas con sus montones de arena, acero y cemento acumulándose sobre el suelo; y túneles, cavidades angostas por las que nos desplazamos atravesando el terreno. La humanidad es un hormiguero abarrotado, y las personas no somos más que insectos moviéndose por espacios estrechos con aparente voluntad propia.
Debería… debería alejarme de la puerta.
Sí… y con otro ibuprofeno para la mandíbula y un té caliente me sentiré mejor. Se está más tranquilo aquí, en el salón. Este sofá da a la ventana y está de espaldas a la puerta. Irónicamente hace un buen día. Quién lo diría.
Como todas las sociedades, los hormigueros son vulnerables. Pueden aguantar sequías e inundaciones, depredadores y golpes, pero las amenazas reales son siempre sutiles, invisibles, microscópicas. Se conocen más de mil clases de hongos capaces de infectar y matar insectos. Son organismos que crecen y se multiplican a costa de otros, a veces incluso sin llegar a matar al huésped que parasitan: en ocasiones es mejor que el propio animal viva contaminando al resto de la colonia. Sin embargo, como grupo, los huéspedes no están completamente indefensos: hay insectos sociales como las abejas, las hormigas o las termitas que desarrollan comportamientos higiénicos como acicalarse los unos a los otros cuando detectan esporas del hongo Metarhizium, y este proceso de limpieza también incluye la secreción de sustancias químicas que reducen la proliferación de hongos, como el ácido fórmico que producen algunas hormigas. O las termitas, que durante la construcción de sus nidos también secretan sustancias que dificultan la aparición de infecciones. E incluso algunos insectos enfermos llegan a sacrificarse por el resto de la colonia: las hormigas de jardín, por ejemplo, cuando se infectan con el hongo Metarhizium anisopliae se alejan del nido abandonando cualquier tipo de contacto social horas o días antes de su muerte…
…Si unas hormigas pueden hacerlo, yo también debería ser capaz. De camino al baño a por un segundo ibuprofeno paso por la puerta de la entrada. En el espejo del lavabo me veo horrible, como si tuviera la madre de todas las gripes. Abro y cierro la boca intentando relajar la mandíbula. Me vuelvo a mirar en el espejo. Cojo toda la caja de ibuprofenos. Necesito una cerveza.
Y de todos los hongos mata hormigas, el Ophiocordyceps unilateralis es el más hijo de puta. En las zonas tropicales, mientras las hormigas exploran el exterior buscando comida se les adhieren las esporas del hongo y penetran la cutícula del insecto. Transcurridos entre tres y seis días, el individuo muere y de su cabeza crece el hongo generando una alargada estructura desde la cual disemina sus esporas. Lo interesante es que justo antes de morir las hormigas se desplazan a puntos elevados, como el reverso de las hojas de los árboles, muerden la hoja con toda la fuerza de sus mandíbulas, y mueren. Así el cadáver queda fijo en una posición en alto, lo que le da tiempo al hongo para crecer desde el cadáver adhiriéndolo con más fuerza a la superficie. Esto es importante porque si la hormiga muerta cae al suelo se limita la propagación de las esporas por el terreno, pero si se queda agarrada a las superficies de los árboles las esporas caen desde una mayor altura, lo cual facilita que estas se diseminen por la mayor superficie de suelo posible, que es por donde se mueven las hormigas sanas. Incluso en algunas ocasiones se han llegado a encontrar en las selvas grandes concentraciones de hormigas muertas infectadas por O. unilateralis, creando los denominados «cementerios».
Es… sorprendente que algo tan pequeño, un mero hongo, sea capaz de cambiar el comportamiento de otro ser vivo para favorecer su propagación. Es lo que nos llevó a investigarlo por primera vez. Íbamos al trópico, que es donde habita este organismo, y buscábamos hormigas muertas por las selvas de América del Sur, África, Tailandia o Australia. Aunque no cualquier hormiga muerta, porque el O.unilateralis solo infecta a unos tipos muy concretos y de hecho existen subespecies de este hongo especializadas en grupos determinados, llegando casi hasta una proporción de un subgrupo de hongo por clase de hormiga. Esto resulta inusual ya que normalmente estos hongos son capaces de infectar a cientos de tipos de insectos; solo a insectos.
Primer plano donde se aprecia el crecimiento de una estructura fúngica desde la nuca de la hormiga para la diseminación de las esporas. Fotografia: David P. Hughes / Maj-Britt Pontoppidan (CC).
Al menos eso pensábamos hasta que llegaron los primeros casos de gente con comportamientos extraños en varios hospitales tropicales. En todos los informes médicos se mencionaba conductas «anómalas en los pacientes», la contracción creciente de los músculos de la mandíbula y luego, a las pocas horas de la muerte, la aparición de un hongo a través de las cavidades oculares. Cuando vi las primeras imágenes pensé que era una broma, que tenía que ser alguna campaña promocional de The Last of Us 2 o algo así.
Hace dos semanas pusimos en cuarentena a toda la población potencialmente expuesta al patógeno y desde entonces el número de casos está controlado. Pensábamos que entendíamos su modo de propagación pero si yo… si yo estoy enfermo, entonces tiene que tratarse de otra forma, ¿el aire? Ya lo habíamos descartado, pero no se me ocurre qué otra forma puede ser y si es el aire… Joder, debería avisar a Lara, al portero de casa, a… qué coño, debería haber llamado al laboratorio esta misma mañana para que vinieran directamente a buscarme, poner en cuarentena todo el… ¿Qué hago de pie con la mano sobre el pomo de la puerta?
Joder. Lentamente me alejo de la puerta. Tiene que ser el puto hongo, el puto hongo creciendo en mi cabeza haciendo que… arg, mi cabeza: la tensión de la mandíbula me está dando un dolor de cabeza enorme, debería ir a la farmacia a por algo más fuerte. Sí, eso parece una buena idea…
¿Qué coño estoy diciendo? Vamos a ver, céntrate. Respira, inspira, eso es, lentamente. Cógete otra cerveza, trágate dos ibuprofenos más, siéntate en el sofá, eso es… y piensa, ¿qué sabemos del Ophiocordyceps unilateralis? De cómo ha empezado a infectar humanos y les genera los cambios de comportamiento todavía no tenemos ni idea, pero… ¿y en las hormigas? Bueno, aquí tampoco sabemos mucho: está claro el ciclo de infección, pero sobre cómo exactamente controla a las hormigas, ni idea.
Hay varias indicaciones de que cambios bioquímicos en los insectos alteran su comportamiento, por ejemplo se ha visto que el neurotransmisor dopamina contribuye a cambios de comportamiento e interacción social en las hormigas, es más, la administración de dopamina a hormigas provoca que comiencen a abrir las mandíbulas y morder a insectos ajenos. Así que todo indica que la infección del Ophiocordyceps unilateralis altera la bioquímica del sistema nervioso, pero todavía nos falta mucho para saber con exactitud qué es lo que hace y cómo lo hace. Resulta muy complicado averiguar cómo un parásito puede llegar a «controlar» al huésped, aunque el Ophiocordyceps unilateralis no es un caso único. Está el hongo Ophiocordyceps sinensis, que infecta los nidos subterráneos de las larvas de la polilla Hepialus sp y, pasado un tiempo, dirige a las larvas cerca de la superficie y entonces la larva muere, es momificada por el hongo y crece de su cabeza la estructura fructífera del hongo, que al estar cerca de la superficie puede llegar al exterior y propagar sus esporas eficientemente. Y si nos olvidamos de los hongos, están los casos de grillos y saltamontes que cuando son infectados por las larvas del gusano Spinochordodes tellinii se suicidan ahogándose en charcos, que son los sitios donde el gusano adulto vive y se reproduce.
Ejemplos hay bastantes, pero ni idea de cómo lo hacen. La gente nunca se ha interesado por estas cosas: y eso, ¿para qué sirve? Me preguntaban. Pues mira, ahora que estamos al borde de una pandemia a nivel planetario quizás te arrepientes de que la industria investigue más en cosméticos que en entomología y… Me estoy dispersando. Tengo que tomar una decisión. No consigo llamar a nadie: algo me impulsa a detenerme justo antes de marcar el último dígito. Se me tensionan las falanges o tengo la idea de llamar pero algo me distrae. Tampoco es que importe: en el laboratorio no tenemos ninguna cura para esto.
No voy a salir de esta. Es hora de que lo afronte. Joder… joder, ¡joder! Buf… razona, deja las emociones a un lado, respira por la nariz. Piensa: voy a morir, eso no se puede cambiar, pero en algún momento alguien sabrá que algo malo me ha pasado, vendrá, llamará a la puerta hasta que al final decida que hay una emergencia médica y tire la puerta abajo. Entonces es posible que se contamine por las… ¡joder! ¡Lara tiene una copia de las llaves! El hongo crecerá de mi cadáver y liberará las esporas al ambiente, ella las respirará y… pero, pero, ¿y si muero en un ambiente tóxico para las esporas? ¡Eso es! Las hormigas usan sustancias químicas para limitar el avance del hongo. Yo no tengo ácido fórmico pero la lejía mata casi todo, ¿no?
Podría meterme en la bañera, echarme un montón de lejía y matarme… Deja a un lado las emociones, razona, solo razona. Es una chapuza pero es lo que hay. Y es mejor si también dejo una nota escrita pegada al baño explicando todo y echo el pestillo. Así no entrará nadie por error. Sí, eso debería bastar. Voy a la cocinar a por la lejía y luego al despacho a por… mierda, no me queda casi lejía. Bueno, no pasa nada, bajo un momento al súper, compro dos o tres garrafas, mejor cuatro, y me mato.
Sí, eso parece una buena idea.
Este artículo ha sido finalista del concurso DIPC de divulgación del evento Ciencia Jot Down 2017
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Fuentes:
- Wichadakul, D., Kobmoo, N., Ingsriswang, S., Tangphatsornruang, S., Chantasingh, D., Luangsa-ard, J. J., & Eurwilaichitr, L. (2015). Insights from the genome of Ophiocordyceps polyrhachis-furcata to pathogenicity and host specificity in insect fungi. BMC Genomics, 16(1), 881.
- Turnbull, C., Wilson, P. D., Hoggard, S., Gillings, M., Palmer, C., Smith, S., Beattie, D., Hussey, S., Stow, A., Beattie, A. (2012). Primordial Enemies: Fungal Pathogens in Thrips Societies. PLoS ONE, 7(11), 1–4.
- Shang, Y., Feng, P., & Wang, C. (2015). Fungi That Infect Insects: Altering Host Behavior and Beyond. PLoS Pathogens, 11(8), 1–6.
- Pontoppidan, M. B., Himaman, W., Hywel-Jones, N. L., Boomsma, J. J., & Hughes, D. P. (2009). Graveyards on the move: The spatio-temporal distribution of dead ophiocordyceps-infected ants. PLoS ONE, 4(3), 1–10.
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