Nuestro amigo Dunya es muchas cosas a la vez: asesor en Asuntos Internacionales del Consejo de la Presidencia de Abjasia, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Sujum, a veces asistente de una ONG internacional trabajando en la zona y, siempre, jugador de baloncesto en la selección nacional de Abjasia.
Dunya es también es uno de los miles de turcos de origen abjaso; se les llama «repatriados» porque se considera que han vuelto a la tierra de la que fueron expulsados sus antepasados, cuando los rusos invadieron el territorio. Hace ya casi doscientos años de aquello.
Dunya habla turco, ruso, inglés, abjaso y también kurdo, porque su madre es de Diyarbakir, la ciudad principal en el Kurdistán bajo control de Ankara. Podríamos decir que estamos ante el tío más políglota de Abjasia.
Entre otros lugares exóticos además de la pequeña república rebelde del mar Negro, ha vivido en el norte de Chipre y Erbil (Kurdistán iraquí) pero, dice, nada de eso es comparable a los dos años que pasó en un kibutz. «Aquello funcionaba —decía— y era lo más parecido a una democracia que he conocido nunca». Como no tiene un pelo de tonto, reconoce que las comunas judías son «autosuficientes» porque están financiadas por el Estado, y también que son una de las canteras de la élite militar sionista.
Pero volvamos a nuestro protagonista. Podríamos seguir enumerando los méritos y las experiencias singulares de uno de los abjasos más altos del mundo, pero quizás acabaríamos por desgastar al personaje. Nos quedamos con lo del baloncesto, lo de la selección nacional. Le hemos pedido que nos deje acompañarle a un entrenamiento.
Son doce en el equipo. Juegan en la 3º división rusa porque, de hacerlo en segunda, no podrían costearse los viajes para jugar partidos en una liga que se juega entre el Báltico y el Pacífico. En realidad no tenían dinero ni para los chándales. Dunya los consiguió a través de una ONG local. Quninientos dólares tampoco era tanto dinero. El diseño del equipamiento fue idea de su mujer.
Hoy nos ha presentado a unos cuantos compañeros de equipo. Estaba Konstantin, el entrenador, o Nikoli, un chaval mitad griego, mitad ruso, y casado con una armenia pero que, dice, es «100 % abjaso». Tiene nuestra altura, por lo que podemos estar hablando del jugador de baloncesto más bajito de Abjasia.
Nos hemos quedado un rato viendo encestar a esos tiarrones en la única cancha real del país, y luego hemos vuelto andando al centro. Dunya ha insistido en que cogiéramos las llaves de su Ford K —probablemente el coche más pequeño hoy en circulación en Abjasia—, pero le hemos dicho que nos gusta caminar, y es verdad.
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