Thursday, October 26, 2017

Jot Down Cultural Magazine: Ordenador Amiga: el pepino por excelencia

Jot Down Cultural Magazine
Jot Down 
Ordenador Amiga: el pepino por excelencia
Oct 26th 2017, 10:17, by Álvaro Corazón Rural

Commodore Amiga 500, 16 bits (1987). Imagen: Bill Bertram (CC).

Ignoro si tener un Amiga a finales de los ochenta era de niños bien. Pudiera serlo en algún caso, pero muchas veces los papás que habían llegado tarde a comprarle un ordenador al hijo en la fiebre de los 8 bits se descolgaban con el Amiga directamente creando conmoción y pavor en el resto de padres del barrio que pensaban que ya habían cumplido con su Spectrum, MSX o Amstrad. A veces fue más cuestión de tiempos que de dineros.

Sin embargo, había una diferencia sustancial. Los ordenadores de 8 bits eran entrañables. Te lo podías pasar pipa, pero el Amiga daba prácticamente lo mismo que un recreativo. Cuando vi en casa de un amigo que tenía este pepino la intro del Shadow of the beast II, para lo cual bajamos las persianas y apagamos la luz, casi me hice pis.

El Kick Off 2 quizá no reflejaba el fútbol como lo hacen ahora las consolas, que tienes una combinación de botones hasta para sonarte los mocos, pero era tan complicado el control de balón que se parecía más al fútbol de verdad. Jugar requería un esfuerzo físico aunque estuvieras sentado.

Pasarse el Loom era lo más bonito que te podía ocurrir en la vida. No se ha concebido otra aventura gráfica más original y hermosa que esa, aunque no era apta para duros de oído. En fin, en aquellos tiempos de grandes carencias, los de la tarjeta CGA en los PC, o los 8 bits dándolo todo con sus limitaciones y casetes y alguno todavía con monitor verde monocromo, la llegada del Amiga a los hogares fue, como nunca había ocurrido hasta entonces, la llegada del futuro. Del verdadero. Luego aparecerían de forma masiva las consolas y los PC se pondrían en forma y comenzaría otra era, pero hubo un tiempo en el que ver en la Micromanía las pantallas de Amiga —también de Atari— era ver el paraíso.

Por tanto, no es extraño que en esta época en la que vivimos mirando atrás continuamente hayan aparecido este año documentales memorando la creación de aquella máquina perfecta. Viva Amiga, de Zach Weddington y la segunda entrega de From Bedrooms to Billions, una serie documental espectacular sobre retroinformática, titulada The Amiga Years! Se dice que quien mira demasiado al pasado entra en el futuro con el culo, pero qué le vamos a hacer. Yo, con estos dos documentales, especialmente el segundo, me he emocionado. Y nunca tuve un Amiga, solo manosee el de un vecino.

El estribillo y eslogan de su spot televisivo decía «only Amiga makes it possible». Desde un principio se quiso vender este ordenador como una herramienta creativa. En una de sus presentaciones, el locutor recurrió al juego de palabras de que ya no era cuestión de cómo se había hecho el Amiga, sino de qué eras tú capaz de hacer con él.

Los creadores de Compaq, inventores del portátil, un invento tan revolucionario como ponerle un asa a un ordenador, anunciaron cada uno de sus productos en los ochenta con galas glamurosas con famosos y estrellas del momento. David Copperfield fue el que descubrió al mundo el milagro del «ordenador con asa» y en sus galas tocaban las Pointer Sisters e Irene Cara. John Cleese, de Monty Python, protagonizó los anuncios de la tele. Amiga no fue menos.

Los dos documentales recogen la presentación del Deluxe Paint, el programa de dibujo del Amiga, con Andy Warhol y Debbie Harry, la cantante de Blondie. Escanearon la cara de la Debbie en directo, delante de todo el mundo, y el artista se puso a crear, a ponerle colorines en su estilo. Por lo visto le dijeron que ni se le ocurriera emplear lo que conocemos ahora como bote de pintura para rellenar, y él fue lo primero que utilizó. Los entrevistados revelan que en ese instante a todos los ejecutivos de Amiga se les puso el corazón en un puño, si el color se salía de los márgenes iba a quedar una castaña de consideración, pero milagrosamente no lo hizo. Pudo ponerla de rubia y solo se salió el color por el margen superior derecho.

En cuanto a la música, en la presentación tocaron el «Smoke on the water» con el ordenador. Los reclamos publicitarios del Amiga fueron Warhol para los gráficos y B. B. King para la música. Iba a ser la herramienta de los creadores, de los artistas. Aunque su fuerte eran los videojuegos. Pero en aquellos tiempos la identificación del usuario con la marca era un matrimonio. La gente era de Atari o era de Commodore, igual que con Apple. En estos documentales aparecen usuarios comentando de su vínculo emocional con el Amiga. Hablan de amor. Es realmente emocionante escucharles, aunque sea difícil ocultar la sospecha de que están como maracas. Una confiesa que cuando los años del ordenador tocaban a su fin fue a una tienda a hacerse con todo el stock que les quedase.

La creación del bicho fue la misma que la del Compaq. Un grupo de informáticos decidieron ponerse por su cuenta y, tras largas noches sin dormir, en plan épica ochentera, acabaron el producto. Pero les costó lo suyo. Es ahí donde aparece un personaje fascinante, Jack Tramiel. Judío, prisionero y superviviente de los campos de exterminio nazis, estuvo en Auschwitz y bajo la supervisión del doctor Mengele. Se sospecha que su padre, que también estaba internado con él como toda su familia, fue asesinado con una inyección de gasolina. Tramiel sobrevivió y emigró a Estados Unidos. Ingresó en el ejército y aprendió a reparar máquinas de escribir. Luego fue taxista en el Bronx, consiguió un préstamo para montar un taller de máquinas de escribir y fundó Commodore.

Loom.

En un principio, el negocio lo hacía deslocalizando la producción a Checoslovaquia, pero tuvo que trasladarla a Canadá cuando la Guerra Fría se puso chunga y no le dejaron negociar con países del Pacto de Varsovia. El hombre por lo que se ve era tenaz en los negocios. Dice que en las reuniones se remangaba y enseñaba el brazo con el tatuaje de su número de prisionero de los nazis para darle más énfasis a su lema: «Los negocios son la guerra».

Así se lo hizo entender a sus compañeros cuando abandonó Commodore y se fue a Atari con todo el equipo de informáticos debajo del brazo. Al mismo tiempo, en Atari, el ingeniero que había creado el Atari 800 desertó. Montó por su cuenta Amiga Corporation y se puso a trabajar en el pepino en cuestión, como se ha dicho antes, con épica ochentera. Cuando se quedaron sin dinero, Tramiel apareció para ofrecerles medio millón de dólares para que siguieran a condición de que, si no se lo podían devolver, el diseño del Amiga se lo llevaría a Atari. Con esa cláusula abusiva, antes de perder el prototipo, el equipo de Miner prefirió venderse a Commodore, donde estaban ansiosos de vengarse de Tramiel por llevarse sus cerebros. Apareció Commodore Amiga.

Aunque Tramiel antes había recogió Atari tirada en el suelo. La casa pionera de los videojuegos en realidad estaba en manos de un fabricante de toallas. Por no saber manejar lo que tenía entre manos, la empresa bajó con la misma velocidad con la que había subido. De hecho, a principios de los ochenta los videojuegos estaban en crisis. Los inversores no querían ni oír la palabra «video games». Era un juguete apestado ya, pasado de moda.

En 1985 vio la luz el Amiga 1000 y al año siguiente, el 500, el pensado para viciarse con los juegos. Atari lanzó en 1985 el ST, otro ordenador de 16 bits y asequible para una familia. La filosofía de Tramiel era vender «to the masses, not the classes». Ambos triunfaron más en Europa que en América y hasta que las consolas, Nintendo y Sega, les borraron del mapa aquello era lo más. Servían para trabajar, como el Macintosh, y barrían a Apple en juegos. Los padres lo compraban pensando que sus hijos serían capaces de calcular la trayectoria de cohetes a planetas lejanos y los hijos lo que hacían era matar comunistas con el F29 Retaliator.

Atari logró colarse en muchos estudios de música por ser el primero en incorporar un puerto MIDI, pero Amiga arrasó con sus programas de gráficos y su Video Toaster. Comenta un exejecutivo de Amiga que entonces había gente que decía que los ordenadores estaban muy bien, pero que ni de coña esos cacharros iban a formar parte del cine y la televisión. Y eso que la primera película con efectos especiales por ordenador, Galaxina databa de 1980 y Tron, que se jactaba de ello, en 1982. Como todos sabemos, estaban muy equivocados, pero el gato al agua se lo llevó luego el PC.

Defender of the Crown.

Eso es de lo que presumen en estos documentales los padres del Amiga, de crear el futuro. El problema fue que Commodore no supo amortizar lo que tenía y, por otros motivos, acabó en bancarrota nada más empezar los noventa. Petro Tyschtchenko, un alemán, compró posteriormente los derechos de Amiga y resucitó la marca. Se preocupaba por los usuarios y volvieron las presentaciones festivas con actuaciones en directo, pero la aventura acabó en fracaso. Gateway recogió el guante en 1997 y tampoco fue capaz de volver tras varios intentos. Ahora, con otro hardware, sobrevive con la filosofía de «from Amiga users to Amiga users». Los entrevistados en uno de los documentales se quejan de que con los PC no tienen vínculo emocional mientras que con el Amiga se sienten «conectados a su sistema operativo».

Lo cierto es que ese vínculo existía. O podía existir. Los gráficos de Jim Sachs en los juegos estaban hechos píxel a píxel, como un cuadro. En su Defender of the Crown tardó semanas en hacer cada castillo, los dibujaba piedra a piedra. Igual que la hierba, una a una. Un diseñador de videojuegos explica que, al contrario que con los PC de entonces, en el Amiga «era muy fácil que el ordenador hiciera lo que querías que hiciera», de modo que los diseñadores de juegos no perdían el tiempo programando minucias y tenían más tiempo para explotar su vena creativa. De hecho, permitió incorporar a técnicos que no eran expertos en ordenadores, pero podían llevar buenas ideas a los proyectos.

Además de la bancarrota de Commodore al inicio de los noventa, el golpe definitivo al Amiga se lo dio la piratería. «Alemanes y escandinavos tienden a no comprar software, nunca he sabido por qué», dice uno de los entrevistados en From Bedroom to Billions. Lo cierto es que hubo algo más que eso. En los juegos pirateados había intros hechas por los hackers que se picaban a ver quién hacía la más guapa. Copiar el juego era una excusa para colarte sus efectos musicales y visuales. Esto era lo que motivaba la circulación de diskettes, llevar tu arte, cual grafitero, a la pantallas de cada habitación.

Proliferaron las demo parties, algunas intervenidas por la policía. Pero esto solo ocurrió en Europa. Mientras tanto, en Estados Unidos Nintendo y Sega iban conquistando el mercado para luego desembarcar en Europa. Ahí acabó la historia, que en realidad fue bastante breve. No obstante, quienes jugaran en 16 bits a Cannon Folder, Flashback o Syndicate en su momento de aparición recordarán para siempre lo que supone que los juegos superen las expectativas. No era tanto cómo era, sino lo lejos que estaba de todo lo que había habido.

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