Thursday, October 19, 2017

Jot Down Cultural Magazine: De drogas, series y capitalismo: cómo las series de narcotráfico son la alegoría perfecta de nuestro sistema económico

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De drogas, series y capitalismo: cómo las series de narcotráfico son la alegoría perfecta de nuestro sistema económico
Oct 19th 2017, 10:31, by Albert Alexandre Martín

Narcos (2015– ). Imagen: Netflix.

Los anuncios antidroga, si verdaderamente quisieran reducir el consumo de substancias ilegales, deberían decir algo parecido a lo siguiente:

«Cuando te metes una raya de cocaína el sábado por la noche, te estás metiendo mucho más que eso. Te estás metiendo los estados fallidos de Honduras o México, seis mil muertos en Filipinas, casi siete millones de desplazados y refugiados en Colombia, el rescate de la banca europea con dinero del narcotráfico en 2008, la pauperización de los barrios marginales de ciudades de medio globo».

Desde siempre, este género publicitario ha centrado su discurso, con éxito cuestionable, en la salud del consumidor y en su responsabilidad individual, cuando esta, en realidad, es la parte última del narcotráfico; como cuando el reciclaje se convierte en la base de la lucha contra el cambio climático.

Deberíamos preguntarnos por qué son pocos los que, como el periodista Alberto Arce, se atreven a conectar una inocente noche de desfase en Madrid y lo que ocurre en San Pedro Sula o en Afganistán. Será porque tejiendo la relación estamos haciendo una enmienda al capitalismo en su totalidad. Aunque ahora parezca exagerado, pasen y vean: el capitalismo queda mejor retratado que nunca cuando vemos series sobre el narcotráfico. Sus orígenes, sus héroes y sus estructuras son las mismas que las del reino de la droga.

Drogas y capitalismo

Heráclito, filósofo clásico que algunos recordarán de la etapa escolar, afirmaba que la guerra era el padre de todo (polemos pater panton). Roberto Saviano, escritor italiano famoso por Gomorra, en su último libro, CeroCeroCero, indirectamente considera que el filósofo griego estaba equivocado. La guerra no es el padre de todo, es la droga —y sobre todo la cocaína— quien monta y desmonta los andamiajes de nuestro mundo.

Saviano a veces parece estar muy paranoico. Después de vivir años protegido por una escolta a sueldo del Ministerio del Interior italiano, de haber sido amenazado de muerte por la mafia napolitana y de exiliarse en Nueva York, tiene motivos para vigilar dónde pone los pies. Pero no es esa clase de paranoia; no hablamos del miedo a que te acuchillen por la calle.

Saviano parece trastornado cuando escribe sobre su tema, la droga. Ve consumidores de coca en todos lados y la marca de la merca en cada objeto. Ese programador que trabaja en tu empresa: se mete rayas para soportar la presión. Esa maestra de educación infantil: esnifa cuando ya no aguanta más a los minialumnos. El dispositivo electrónico en el que estás leyendo esto: viajó en un contenedor al lado de un fardo de coca, incluso puede que queden restos microscópicos de droga en él. La camisa que llevas puesta: ha sido confeccionada con el dinero de la droga porque el banco prestó capital al fabricante textil que la produjo y ese dinero era dinero que los narcos habían metido para evitar la bancarrota de la entidad. Tu casa: desengáñate, la inmobiliaria que la construyó pertenece a dos traficantes.

La idea de Saviano es difícil de imaginar cuando rara es la ocasión en que se ve a alguien metiéndose rayas en la calle; no es fácil.

Según datos del informe de 2014 del Observatorio Europeo de la Droga, el 3,3% de los españoles de entre quince y treinta y cuatro años han esnifado cocaína en el último año. Eso son aproximadamente, 333 000 jóvenes que han consumido coca en los últimos doce meses. En todo el globo, las cifras alcanzadas son de 230 millones de personas que toman dicho narcótico y de 315 millones que consumen algún tipo de drogas.

Parece ser que la paranoia de Saviano no lo es tanto cuando hay casi tanta gente que toma drogas como usuarios de Twitter. Facebook, sin embargo, tiene 1500 millones de adeptos y no decimos que controla el mundo (¿o sí?). Faltan datos para cerciorarnos de que la droga es reina y soberana. Quizás el dinero que mueve el narcotráfico resuelva las dudas.

Cada cierto tiempo alguno de esos medios especializados en elaborar listas se hace eco del ranking confeccionado por el portal BusinessPundit sobre las industrias que más dinero mueven en el mundo. Imagino que cuando Roberto Saviano está en su casa navegando por la red y encuentra esos artículos exclama: «¡Os lo dije, la droga es alfa y omega!». Según las listas, la industria de las sustancias ilegales es la primera en volumen de negocio, con movimientos de capital por valor de 300 000 millones de dólares. Supera a otros grandes negocios como la prostitución, el armamento, la banca, el petróleo, la pornografía, las farmacéuticas, la industria del alcohol, los deportes, las apuestas, el tráfico de personas, las falsificaciones o el entretenimiento; por otro lado, todos en las primeras listas del ranking.

¿Cómo es posible que este mercado invisible e ilegal sea el que más dinero mueve en el mundo? Están las mortecinas explicaciones que meten a Gobiernos, carteles de la droga, grandes empresas del entretenimiento, curas e iluminatis en una misma sala debatiendo sobre cómo controlar las ansias revolucionarias de la gente común; dándole opio al pueblo. Pese a esto, lo cierto es que la droga, con todas las diferencias que pueden establecerse entre sus distintas variantes, es el producto perfecto, el Santo Grial del neoliberalismo.

Gomorra (2014-). Imagen: Emanuela Scarpa / Cattleya / Fandango / Sky.

***

Volvamos al instituto donde dejamos a Heráclito y vayamos ahora a la clase de economía. Recordemos lo que son los productos elásticos y los inelásticos. Los primeros son bienes cuya demanda aumenta si su precio baja y en los que la demanda disminuye si su precio sube. Se dice comúnmente que los artículos de lujo son elásticos. Por ejemplo, si alguien anuncia en internet que vende su iPhone 7 por un euro, recibirá miles de solicitudes de compra. En cambio, si el mismo individuo anuncia que el precio del smartphone de Apple es 9999,99 euros, por muy buena estrategia numérica de marketing que tenga, no venderá en la vida el teléfono móvil y probablemente vea como numerosos hackers intentan destrozarle el ordenador por avaro.

En el polo contrario encontramos los productos inelásticos, es decir, aquellos que aun cuando el precio sube, se mantienen bastante inalterables en lo que a demanda se refiere. Del mismo modo, si su precio baja, la demanda se mantiene igual. Es el caso de los llamados productos de primera necesidad como el pan o el agua potable.

Dicho todo esto, volvamos a la droga: el producto elástico e inelástico a la vez, el producto total. Si el precio del gramo de coca aumenta, el volumen de consumidores no se desploma porque en parte la venta de la sustancia depende de los adictos. Además, en caso de una subida repentina de los precios, los consumidores podrían adquirir cocaína de peor calidad para mantener su consumo, pagando lo mismo. En cambio, si el precio de la cocaína baja aumenta el consumo porque serán más los que puedan adquirirla.

Desde un punto de vista económico es un producto que no entraña riesgo alguno, solo éxitos. Obviamente, su condición ilegal hace que los productores, distribuidores y vendedores no tengan que pagar impuestos, y eso aumenta el margen de beneficio. Con todo, no solo es la condición apátrida de las substancias ilegales lo que las convierte en una máquina de hacer billetes. Es su ADN lo que hace de este producto la mejor representación del capitalismo; el sueño húmedo de cualquier empresario. Como diría Guy Debord: la droga es la mercancía en grado tal de concentración que se ha convertido en capital. Un producto siempre ganador, el más rentable que se conoce, fuera del control de los Estados, que interconecta el mundo entero como ningún otro producto lo hace. ¡Bienvenidos y bienvenidas a la aldea global!

Según Saviano: «Si en la mejor etapa bursátil de Apple hubieses invertido 1000 dólares en la compañía de Steve Jobs, al cabo de un año tendrías 1670 dólares. En cambio, si hubieses invertido la misma cantidad en cocaína, al cabo de un año tu dinero hubiese sido 182 000 dólares».

Podría pensarse que el beneficio se debe al alto precio de su cotización en el mercado de los consumidores. Sin embargo, eso es un mito que se contrarresta analizando la evolución de los precios de los distintos estupefacientes a lo largo de la última década. Si en el año 2000 un gramo de cocaína costaba una media de 57,16 euros, en 2012 su precio era de 58,95. Si a principios del milenio un gramo de speed valía 25,52, doce años después podías pillarlo a 27,74. En esa etapa los peor parados fueron los fumadores de grifa o marihuana, pues vieron como el gramo pasaba de 2,49 euros a 5,02.

Teniendo en cuenta que en el año 2000 un menú del día costaba 5 euros y ahora raramente baja de los 10, o pensando que el bono de metro-bus de Madrid te salía por 4,25 euros en los últimos alientos de la peseta, y en 2016 te cuesta 12,20, queda claro que la industria de la droga no se rige por los mismos estándares que el IPC. Es un producto seguro.

Otro ejemplo que nos certifica que el negocio la droga se ve muy poco afectado por las decisiones que los Gobiernos (aparentemente) toman en su contra: dos rayas de coca valen menos que un cubata en una discoteca, alrededor de 6 euros. Con frecuencia la lucha policial contra el tráfico de drogas se justifica afirmando que cuanta menos droga se venda en la calle, más aumentarán los precios de esta y menos consumidores podrán adquirirla; entonces menos yonquis y más salud pública. Dicho esto, se deduce que si la cruzada de los Estados contra la droga no consigue hacer aumentar su precio de venta en la calle es que la cruzada no está funcionando como debería. O bueno, que algo va mal en la industria del cubata.

Puede que Antonio Escohotado tenga razón cuando dice que la guerra contra las drogas terminó en el cambio de milenio y entre susurros. Los Gobiernos no tienen intención alguna de perseguir un producto invencible que tanto beneficio reporta más allá de una teatralización policial.

Aunque cueste reconocerlo, en un mundo basado en el capital, tal y como indican los números, parece que Saviano tiene más razón que Heráclito.

Series de drogas

Llegado este punto, siéntanse en un lugar cómodo porque ahora vienen curvas, curvas hermenéuticas; el momento de relacionar todo lo dicho con las series de televisión.

El arte se ha acercado al mundo de la droga por distintas vías. Con frecuencia hemos leído libros, visto películas o escuchado canciones que hablan de lo «yonqui» (eso es la droga en su carácter adictivo) o en las que se muestran el desenfreno y la locura a la que conducen las sustancias ilegales. «Cocaine» de J.J. Cale o «Back to Black» de Amy Winehouse en la canción, Miedo y asco en Las Vegas, Requiem por un sueño o Trainspotting en los cines, y En la carretera, Almuerzo al desnudo o Diario de un rebelde en formato papel.

Hasta la llegada de las series de la llamada Tercera Edad de Oro de la televisión no era frecuente asistir a ficciones en las que lo notorio fuese el comercio de la droga; ficciones donde las substancias adictivas se expresan por su carácter mercantil. Claro que hay casos para desmentir esta afirmación como la novela de Don Wilson, El poder del perro, o las películas Blow, American Gangster o Scarface. Pero en realidad son muestras aisladas que confirman una regla: la droga hasta hace unos años aparecía como un concepto limítrofe mezcla de adicción, delincuencia y marginalidad. ¿Hemos tenido que darnos cuenta de que el narcotráfico es la primera industria del mundo capitalista para empezar a hacer ficciones que hablen de la droga como mercancía, o el hecho de que sea la primera industria ha hecho aflorar esas series? El huevo y la gallina.

Lo que parece claro es que la forma ha hecho posible el fondo. Las series de televisión (más allá de si son o no arte, debate que de vez en cuando crispa Twitter) son una de las mejores y más masivas formas de entretenimiento para representar el mundo en el que habitamos. Se trata de una cuestión de tiempo: una película de dos horas no puede enfrentarse a la magna tarea de explicar con éxito el narcotráfico mientras que una serie de solo dos temporadas dispone de unas quince horas para hacerlo. Por otro lado, las nuevas formas de difusión y producción audiovisual (televisión por cable, plataformas como Netflix o la piratería) benefician al género serial.

Las series sobre narcotráfico de la última década, en lugar de optar por mostrar solo el carácter paria de las drogas, están explicando ese producto ilegal en su conjunto, y lo que es más importante: nuestro sistema-mundo actual. En ese ejercicio de realismo narrativo totalizador hemos asistido a una representación del capitalismo más verídica que cualquiera de las ficciones que pretendidamente se crearon con esa intención (por ejemplo, El lobo de Wall Street que pese a ser tener algunas cualidades no explica el funcionamiento de Wall Street ni de la economía especulativa, solo habla de los excesos de un hombre rico). 

La droga es la mercancía que mejor explica el capitalismo. Las series de televisión la mejor forma de representar el mundo. Entonces, las series actuales sobre tráfico de drogas están radiografiando a la perfección el sistema capitalista. Fin de las curvas interpretativas. Llegan las rectas a modo de ejemplo, que demuestran cómo se asemejan la narrativa de las drogas a la narrativa del capital.

Narcos: un monopolio

Narcos (2015– ). Imagen: Netflix.

Numerosos pasajes biográficos relacionan la vida del magnate de la coca, Pablo Escobar, con la de algunos de los ricos más célebres de la historia. El Patrón de la droga, tal y como muestra la serie de Netflix, empezó sus andanzas delictivas en Medellín cuando todavía era joven. Pese a seguir sus estudios hasta la etapa universitaria, Escobar pronto dejó la carrera académica para dedicarse de lleno a sus negocios fuera de la ley, sus «negocios personales», junto con su primo Gustavo Gaviria Rivero. De los pequeños chanchullos y los robos de coches en la década de los setenta, pasó a dedicarse al tráfico de marihuana con los Estados Unidos, y de allí a involucrarse en el negocio de la coca que lo convertiría en uno de los hombres más poderosos del planeta y en el jefe del famoso Cartel de Medellín. Todo ello mezclado con infructíferos intentos de entrar en el ruedo político a finales de los setenta y principios de los ochenta. En 1982 asistió a la mismísima sesión de investidura del presidente español Felipe González.

En sus biografías más benevolentes se destacan el carácter humilde y el sustrato pobre del que venía Escobar. Esta particularidad biográfica fue esencial para que el narcotraficante conectara con las clases pobres de Medellín. Eso y su actividad caciquil o caritativa dando dinero a las familias más pobres de Moravia (el barrio del que era amo) o construyendo campos de fútbol por toda la ciudad colombiana. Puestos en entredicho por algunas biografías, son datos que adornan el imperio que el traficante llegó a amasar: treinta mil millones de dólares.

No es el único magnate cuya historia de vida puede explicarse en términos hagiográficos: nacimiento en la pobreza, falta de estudios, comienzo desde lo más bajo, crecimiento, intentos de inmiscuirse en política por la vía filantrópica, imperio y legado. Hijo de ferroviario, Amancio Ortega, el fundador de Inditex, nació en Valladolid, pero a una edad temprana se trasladó a La Coruña donde a los trece o catorce años se puso a trabajar como dependiente en dos tiendas de ropa. Corría el año 1963, doce años antes de que en 1975 abriera la primera tienda Zara en la misma ciudad gallega. Actualmente, Amancio Ortega posee una fortuna aproximada de setenta y dos mil millones de euros y otro récord en su haber: es el mayor donante de dinero a obras sociales en España y uno de los mayores del mundo a través de la Fundación Amancio Ortega creada en 2001. 

No hace falta buscar muchos otros millonarios en la historia para ver similitudes entre estos y el Pablo Escobar de Narcos. Allí están Rockefeller, Andrew Carnigie, Carlos Sim (quizás más el padre) o José Manuel Lara (padre). Vale. Es cierto que, en términos de criminalidad comparada, Escobar deja en nada al resto superricos. Ninguno ha usado la extorsión, el atentado, el asesinato, el tráfico de drogas infantil, el proxenetismo o la evasión fiscal (¿no?).  Pero ante todo, lo que nos interesa en este caso es la psicología del magnate capitalista que queda perfectamente retratada en Narcos. Otro elemento más de similitud: Todos los magnates se reconocen como hombres profundamente familiares. De ahí que el declive de Escobar se empiece (en la serie y en la historia) a producir cuando es separado de su esposa, su madre y sus hijos. Pater Familia intachables que quieren dejar todo atado para que sus querubines disfruten de la misma posición social de la que ellos han gozado. No es nada extraño, encontrarse de vez en cuando con artículos de prensa amarilla que se titulan: «Los íntimos momentos familiares de uno de los hombres más ricos del mundo» o «Ser rico no es incompatible con la vida familiar».

Narcos es, por lo tanto, la ficción ideal para entender lo que es un magnate en el capitalismo. También explica a la perfección la historia que los reyes del dólar cuentan de ellos mismos y se cuentan a sí mismos: hombres (siempre hombres) hechos a sí mismos que están por encima del resto, hombres que sin formación llegaron a lo más alto, hombres tocados por la varita de la genialidad.

Existen otros ejemplos en televisión de figuras que intentan representar este arquetipo como por ejemplo Phillip Price, el millonario que mueve los hilos del mundo en Mr. Robot, o el señor Burns de Los Simpson. De todos modos, no tienen la profundidad psicológica del Pablo Escobar de Netflix. A menudo se los ve aparecer en escena en la cumbre del poder sin contradicciones con ellos mismos y no se explica cómo han llegado allí. Del señor Burns sabemos que proviene de una familia rica mientras que de Price solo conocemos su enorme ansia de poder. Son hombres ricos congelados en su momento de máximo esplendor.

La historia del capitalismo en Gomorra

Gomorra (2014-). Imagen: Emanuela Scarpa / Cattleya / Fandango / Sky.

Monopolio, holding, trust y consorcio. La serie italiana debería visionarse en las escuelas de negocio para que los alumnos aprendiesen cuáles son las posibles formas de organización empresarial.

Gomorra comienza con la figura de Pietro Savastano o don Pietro en la cresta de la ola: controlando todo el cotarro de la droga y el crimen en el barrio napolitano de Secondigliano. Lo suyo no es un monopolio, pues además de la oposición que ejerce el clan de Salvatore Conte, tiene entre sus filas a potenciales traidores como Ciro Di Marzio, el Inmortal. Pese a esto, la intención del líder camorrista es darle en herencia a su hijo una empresa ilícita que funcione, ahora sí, como un monopolio. Lo de Pietro Savastano más bien es un holding, una asociación comercial en la que una gran empresa controla a muchas pequeñas compañías y les da cierta autonomía siempre y cuando respeten las normas de conducta impuestas desde la jefatura.

Cuando el gran boss es arrestado y encarcelado, empieza la lucha por el liderazgo. Pese a que doña Inma, su mujer, y Gennaro, su hijo, intentan mantener intacto el legado del padre mientras está en prisión, la competencia por ocupar el lugar de la gran «empresa tenedora» (la gran empresa que controla a las pequeñas) se hace cada vez más intensa y desemboca en el asesinato doña Inma y en la hospitalización tras ser disparado por Di Marzio del heredero.

La segunda temporada que se inicia con Pietro Savastano recién fugado de la cárcel y Gennaro fuera de escena, es más interesante si cabe en lo que a modelos de negocio se refiere. Di Marzio, pese a querer alzarse con el poder absoluto (monopolio), ve imposible la gesta dado el vacío de poder que existe en Secondigliano y las ansias del resto de pequeños bosses por hacerse con el control de la situación; tampoco puede pensar aún en el holding. A eso hay que añadir la sed de venganza de don Pietro y las pretensiones por recuperar lo que este considera suyo.

Finalmente Di Marzio consigue unir al resto de cabecillas del narcotráfico del quartiere para formar lo que sería algo así como un trust. Todos los mafiosos participan por igual en una asociación que compra la droga al mismo proveedor, Salvatore Conte, y cada cual la vende por su cuenta, pese a que los beneficios se reparten de forma equitativa entre ellos.

El modelo cooperativista de el Inmortal parece funcionar durante un lapso breve de tiempo, pero con la vuelta a escena de los Sevastano y sus proyectos monopolistas se desata una guerra sin cuartel entre seguidores de uno y otro modelo. Todo bañado con mucha sangre y mucha vendetta.

La segunda temporada termina con Pietro Savastano asesinado por el Inmortal. Hay algo alegórico ahí: el consorcio de Di Marzio pese a que pueda parecer una asociación igualitaria es una tapadera creada por el propio camorrista para hacerse con el poder de todo Secondigliano; para crear un nuevo monopolio. Don Pietro representa la vieja forma de administración jerárquica mientras que la de su enemigo es una forma organizativa adaptada a los nuevos tiempos: una estructura igualmente piramidal, pero en la que el poder (o al menos la representación de este) queda diluida entre los cuadros medios.

Gomorra es la historia del capitalismo del siglo XXI y de sus estrategias de supervivencia. También es, sin embargo, la historia del capitalismo de siempre: un sistema de confrontación constante entre las viejas clases dirigentes y las nuevas; una lucha entre viejos magnates y jóvenes ambiciosos.

Breaking Bad y el mito entrepreneur

Si tu empresa tecnológica no ha salido de un garaje o de una habitación compartida en una residencia de estudiantes de la universidad, tu empresa tecnológica no tiene ningún futuro. En el caso de Breaking Bad el garaje es sustituido por la autocaravana (la autocaravana funciona como la metáfora reconcentrada del garaje).

Bill Gates, Mark Zuckerberg y Steve Jobs; padre, hijo y espíritu santo de los emprendedores, hombres de a pie vestidos tan informalmente, tres multimillonarios cuyos comienzos se parecen mucho a las andanzas de Walter White.

En los primeros capítulos de la serie, el protagonista de Breaking Bad se convierte en emprendedor por obligación cuando es diagnosticado de cáncer. Por ayudar a su familia y dado su amor por la química («Sigue tu pasión»), decide entrar en el mundo de la metanfetamina. Se asocia con Jesse Pinkman, y cual pareja quijotesca empiezan en el escalón más bajo del narcotráfico. Además de ser uno de los más famosos dúos de la historia de la televisión, también son una representación perfecta del mundo entrepreneur: White es quien tiene la idea mientras y Pinkman es el comercial que comprende cómo funciona el mercado de la metanfetamina. «Aunque tengas una buena idea, debes saber cómo hacer que el mundo la conozca».

Todo emprendedor sabe que llegará un día en que deberá asociarse con alguien más grande que él para poder prosperar. Eso es lo que ocurre cuando Walter White conoce a Gus Fring, el dueño de la cadena de comida rápida Pollos Hermanos y que también se dedica al tráfico de narcóticos. Es lo que en jerga entrepreneur llaman partner. En este caso Fring se encarga de la distribución a gran escala del producto fabricado por White y Pinkman. «Escoge solo partners en los que confíes».

Obviamente en el negocio de la droga hay que saber cómo eludir a la ley. Del mismo modo, los emprendedores tienen que saber cuál es la figura jurídica que más les conviene y con la que conseguirán pagar menos impuestos. ¿Autónomo? ¿Sociedad limitada? ¿Cooperativa? En Breaking Bad esas decisiones se expresan en la figura del abogado Saul Goodman que es quien se encarga de que el imperio de la metanfetamina de Walter White sea invisible. «La fiscalidad y salud financiera de tu negocio es algo de lo que debes ocuparte desde el principio».

Los líos en el mundo de la droga en los que Walter anda metido terminan por aflorar y finalmente Skyler, su mujer, descubre con terror que su marido es un traficante que se hace llamar Heisenberg. En un inicio, la esposa intenta separarse de Walter, pero tras un interesante proceso personal que daría para un manual de psicología, acaba por ayudarlo en su empresa de producción y venta de metanfetamina. «No puedes tener dos guerras abiertas: una, en la oficina, y la otra, en casa. Tu familia tiene que compartir contigo el proyecto en el que te embarcas».

White conquistará el cénit de los negocios en las últimas temporadas de la ficción televisiva, pese a esto, su camino para conseguirlo está lleno de baches de lo más hilarantes. En los primeros compases esos errores le hacen plantearse su continuidad en el negocio, pero poco a poco aprende cómo corregirlos. «Aprende de tus errores para no cometerlos dos veces».

Las citas están extraídas de manuales entrepreneurs que corren por la red.

Breaking Bad representa el anverso de la historia que quieren contar de sí mismos los grandes emprendedores de las nuevas tecnologías; el anverso sobre el que se sustenta la idea del sueño americano. Todo lo que en esas biografías son triunfos, para Walter White son derrotas y quebraderos de cabeza.

La obsesión por convertirse en un hombre libre y poderoso arrasa con todo lo que rodea al personaje hasta destruirlo, hasta matarlo («Tu tiempo es limitado, de modo que no lo malgastes viviendo la vida de alguien distinto»). La pasión que tiene por la química acaba desvaneciéndose en una cabaña austera en New Hampshire. «La autorrealización es una de las misiones de cualquier persona»

La serie funciona como una metáfora crítica del capitalismo en ciernes: por mucho que te digan que vas a montar tu propia empresa poniéndote como ejemplo a Mark Zuckberg, es probable que lo que encuentres sea ruina, estrés e infelicidad.

Breaking Bad, 2008-2013. Imagen: Doug Hyun/AMC

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