Tuesday, October 24, 2017

Jot Down Cultural Magazine: Cuarenta y cinco años de la película que marcó los límites del mal gusto

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Cuarenta y cinco años de la película que marcó los límites del mal gusto
Oct 24th 2017, 09:00, by Valeria Vegas

Divine en Pink Flamingos (1972). Imagen: Dreamland / New Line Cinema.

«Matar a todos, perdonar el asesinato en primer grado, apoyar el canibalismo, comer mierda. ¡Esa es mi política y esa es mi vida!». Podría ser la estrofa de algún grupo punk, pero quien emite dicha frase no es otra que la irrepetible Divine en Pink Flamingos, que hacia el final del film se atreve con tan particular declaración de principios, sirviendo a su vez como perfecta sinopsis de la película.  

El 17 de marzo de 1972, dentro del III Festival de Cine de Baltimore se estrena por vez primera Pink Flamingos para un reducido grupo de amigos y seguidores de John Waters, que ya conocían los anteriores trabajos del director. Estos, Mondo Trasho y Multiple Maniacs, habían sido rechazados por la distribuidora independiente New Line Cinema (hoy en día empresa subsidiaria de Time Warner) que por entonces se dedicaban a estrenar películas sobre delincuentes juveniles, propaganda antidroga y algunos viejos films de los años cuarenta. Waters no se rindió y su tercer intento dio resultado. Cuando Robert Shaye, fundador de la distribuidora, vio Pink Flamingos en su oficina, tuvo que detener el proyector y rebobinar algunas escenas, ante su incredulidad. No tardó en afirmar que sería un éxito y el trato estaba firmado. Primero se les ocurrió proyectarla en un cine gay de Boston para paulatinamente ir estrenándola en Washington, Philadelphia, Chicago y, finalmente, en el Elgin Theater de Nueva York, donde el boca a boca hizo que la película fuese un éxito y permaneciese en cartel durante cincuenta semanas. Lo mismo ocurrió en Los Ángeles, donde un cine al oeste de la ciudad estuvo proyectando la película durante diez años consecutivos. A España no llegó hasta 1978, en una efímera proyección de la Filmoteca donde los subtítulos eran en francés. Años más tarde, en 1984, comenzó a proyectarse en los cines Alphaville, que estuvieron programándola en sus madrugadas durante seis meses. Después, en 1989, el mismísimo Luis G. Berlanga la seleccionó para su ciclo personal en la Filmoteca Nacional y no fue hasta 1993 cuando Televisión Española decidió emitirla por primera vez a través de la segunda cadena.

Retomando el germen de todo aquello, podríamos decir que la inspiración divina le llegó a Waters mientras viajaba por California, al descubrir las áreas de caravanas asentadas a ambos lados de las autopistas. Le fascinó ese circuito de hogares destartalados, imaginándose la vida de una de esas familias, y es ahí donde quiso situar el punto de partida de Divine y sus secuaces. Escribió el guion y reunió a aquellos amigos que ya habían trabajado con él anteriormente y que pronto se convertirían en sus habituales, casi a modo de guiño para sus admiradores. El siguiente paso fue comprar un tráiler quemado a un vendedor de coches usados y pintarlo de rosa, labor de la que se encargó Vincent Peranio, director artístico de todas sus películas. El interior se tapizó de leopardo y en el jardín se plantaron un par de flamencos rosas, decoración yanqui por excelencia, que daría título a la película. Filmaban únicamente los fines de semana, para que técnicos y actores pudiesen llevar a cabo sus trabajos habituales, de manera que el rodaje se alargó seis meses. No había cabida para la improvisación, ya que gran parte de las escenas fueron ensayadas semanas antes de comenzar a rodar, y pese a lo que pueda parecer tras su visionado, se prohibió el consumo de drogas y alcohol durante las jornadas laborales. Otra cosa es que luego lo cumpliesen a rajatabla, algo que no ocurrió por parte de muchos y de lo que Waters se acabó enterando poco después.

Una pieza fundamental del largometraje es la figura de Divine. Su personaje de Babs Johnson, que ostenta con orgullo el título de la persona más inmunda del mundo, es tratado con absoluta normalidad, pese a cualquier atrocidad que pueda cometer. Ni tan siquiera se nos plantea que se trata de una drag queen, otorgándole veladamente el rol de una mujer, con su correspondiente hijo a cuestas. Su singular look fue creado por el maquillador Van Smith, bajo el deseo de Waters de que el personaje fuese un cruce entre Jayne Mansfield y el payaso Clarabell. Es así como Smith decide afeitarle el pelo a Divine hasta la mitad del cráneo, con la intención de exagerar al máximo el maquillaje de los ojos y vestirla con un traje de cola de sirena. Dicha imagen, alzando una pistola, forma ya parte de la historia del cine, le pese a quien le pese.

El resto del elenco tampoco deja a nadie indiferente. Edith Massey, encarnando a la madre de Divine, enjaulada en una cuna de bebé y adicta a los huevos; Mink Stole y David Lochary interpretando a los malvados Connie y Raymond Marble; o Danny Mills y Mary Vivian Pearce como Crackers y Cotton, hijo y amiga respectivamente, que ejercen de compañeros de viaje y fechorías. John Waters había creado su propio star system, que se iría repitiendo en trabajos posteriores e incluso haría que compartieran escenas con Debbie Harry, Johnny Depp, Kathleen Turner o Melanie Griffith.

Edith Massey en Pink Flamingos (1972). Imagen: Dreamland / New Line Cinema.

Pink Flamingos se autoclasificó X motu proprio y con orgullo, ya que muy probablemente cualquier censor le hubiese dado la misma categoría. Los críticos hicieron el resto. Como el caso de un articulista de Nueva York que no dudó en calificarla como «más allá de la pornografía». O la secretaria del Consejo Censor de Maryland, Mary Avara, que, como recalca con humor el propio Waters en su libro Majareta, llegó a decir: «la gente ve sus películas y aprende la manera de hacer esas cosas; se les ocurren las ideas para cometer todas esas violaciones y atracos», llegando incluso a culpar al director de los robos de bolsos o las ratas muertas que aparecen en el sótano. No cabe duda de que en ocasiones este tipo de reacciones pueden llegar a ser la mejor publicidad. El público se volcó con la película y admiraban su historia, sus personajes y hasta sus desenfoques, por lo que no es de extrañar que en 1976 el MoMA decidiese proyectar la obra de John Waters a modo de Saludo Bicentenario a la Comedia Americana.

Si hay una escena que ha hecho famosa a la película, por su cruda realidad, esa es la secuencia final en la que Divine acaba comiendo caca de perro con tal de demostrar que sigue siendo la persona más inmunda del mundo. «Tenía que darle a la audiencia algo que ningún estudio se atrevería a darles. Algo que nunca pudiesen olvidar», relata Waters en su libro Shock Value. Tal gamberrada la habían planeado director y actriz un año antes, mientras paseaban por San Francisco. La escena se divide entre la crudeza de las imágenes y la edulcorada canción de Patti Page con ladrido canino incluido. Divine no puede evitar el ademán de vomitar y directamente la película pasa a fin. Sin más música ni créditos. Un final que supone toda una bofetada y que siempre despierta en el público la misma reacción. El cineasta de Baltimore logró cumplir plenamente su objetivo. Tras dar la orden de corten, Divine gritó: «Ahora sé que estoy enferma».

Pasados los años, se planea Flamingos Forever, la secuela que finalmente nunca llega a hacerse. Por un lado resulta complicado el apoyo financiero y Waters se topa con ejecutivos que aseguran que no puede salir mierda en un film de Hollywood, a lo que el director responde: «¡Una secuela de Pink Flamingos sin un zurullo es como una secuela de Tiburón sin tiburón!, ¡el público no lo soportaría!». El fallecimiento de Edith Massey en 1984 hace que la idea se descarte de manera definitiva. John no concibe una segunda parte sin esa madre devora-huevos. El paso del tiempo confirma que la película no necesita de continuación alguna y el mito se sostiene por sí mismo. En su 25 aniversario se editó su banda sonora (con canciones de Little Richard, Link Wray, The Trashmen o la ya citada Patti Page), se proyectó en el Festival de Cine de San Sebastián y se celebró tal efeméride con un reestreno que incluía material inédito, ya que durante un primer montaje resultaba de una duración de dos horas y media y Waters no concibe, por regla general, que una película dure más de noventa minutos, por lo que varias escenas quedaron fuera del montaje final. Hace algo más de dos años, reescribió el guion puliéndolo hasta convertirlo en apto para niños y rodó con menores una lectura de tal obra. Lo bautizó Kiddie Flamingos y fue proyectado en una galería de Nueva York. Los flamencos rosas se han expandido a todas las edades.

El «Papa de la inmundicia», tal y como lo bautizó el novelista William Burroughs, visitó recientemente La Térmica de Málaga para apadrinar la exposición Bad Taste, y tuvo palabras para el 45.º aniversario de Pink Flamingos: «Jamás imaginé que algún día pudiesen proyectarla en televisión. Me condenaron por ella en cada juzgado y acababa siempre pagando la multa porque me resultaba más barato que contratar abogados. Pero estoy muy orgulloso, la he visto con toda clase de espectadores y todavía logra poner a la gente nerviosa». Huelga decir que durante dicha jornada en la ciudad andaluza se proyectó su insigne film.

Hoy en día sería imposible estrenar algo así en los Estados Unidos. Pink Flamingos, con sus exteriores grabados cámara al hombro, con su delirante música para cubrir la ausencia de sonido directo, con su singular reparto y sus alocadas frases, llegó en el momento adecuado para convertirse en el estandarte del cine independiente, una obra de culto que marcó los límites del mal gusto.

Divine en Pink Flamingos (1972). Imagen: Dreamland / New Line Cinema.

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