Monday, September 4, 2017

Jot Down Cultural Magazine: La derecha iliberal en Escandinavia: black metal contra la Unión Europea

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La derecha iliberal en Escandinavia: black metal contra la Unión Europea
Sep 4th 2017, 09:03, by Ernesto Castro

Una mujer danesa lee el periódico días antes del referéndum sobre la moneda única europea en el año 2000. Fotografía: Christine Grunnet / Cordon.

Hablar de Escandinavia es hablar de una abstracción. Los países escandinavos participaron de formas muy diversas en la II Guerra Mundial. Vidkun Quisling, el primer ministro noruego, formó una «división vikinga» de las SS. La resistencia danesa fue, por el contrario, una de las pocas en Europa que se esforzó en salvar a su población judía del exterminio. Suecia, la «Suiza del norte», permaneció neutral y recibió, entre otros muchos refugiados, la increíble cifra de setenta mil niños evacuados de Finlandia. Ahora bien, todos estos Estados tienen en común el haber seguido practicando la eugenesia varias décadas después de la derrota militar del nazismo. Entre 1935 y 1976 sesenta y tres mil suecas, cincuenta y siete mil finlandesas, cuarenta mil noruegas y seis mil danesas fueron esterilizadas, en un primer momento según criterios étnicos (la preservación de la «pureza nórdica» frente a los gitanos tatere) y más tarde según criterios económicos propios del laborismo fabiano. A la uniformización de la sociedad en términos de raza, clase y religión también contribuyó el protestantismo: los jesuitas tuvieron prohibida la entrada a Noruega hasta 1956. El Estado de bienestar escandinavo, vinculado de este modo con el racismo, el clasismo y el fundamentalismo religioso, fue el humus del que volvió a brotar la extrema derecha en la región.

No en balde, el primer congreso internacional neofascista de posguerra se celebró en 1951 en Malmö (Suecia). El congreso concluyó con la fundación del Movimiento Social Europeo, una «tercera fuerza europea», enemiga tanto de Estados Unidos como de la Unión Soviética, que proponía reconstruir el Sacro Imperio Romano Germánico sobre la base de la «elección de los jefes de Gobierno por plebiscito», la «regulación de la vida social y económica por los órganos del Estado corporativo», la «regeneración espiritual del hombre, la sociedad y el Estado». La sección más radical del congreso se escindió en el Orden Nuevo Europeo, constituido al año siguiente en Zurich con el objetivo de «defender a la raza europea» del «anticapitalismo [sic] judeo-americano» mediante el «anticolonialismo de la segregación racial severa» y el «retorno de los grupos étnicos a sus espacios tradicionales». Los dadaístas del Cabaret Voltaire no podrían haber escrito un manifiesto más contradictorio o con menos sentido.

En los sesenta se consolidó la imagen exterior de unos países escandinavos prácticamente paradisíacos en los que el alcoholismo, las enfermedades mentales y el suicidio eran las últimas lacras sociales a paliar. La versión más acabada de este estereotipo probablemente se encuentra una carta que escribió Susan Sontag sobre su estancia en Suecia durante la grabación en 1968 de su primera película. «Los suecos quieren ser violados», bromeó la autora de Dueto para caníbales, «y la bebida es la forma nacional de la autoviolación». En verdad la situación no era ni tan idílica ni tan dramática. Suecia, Finlandia y Dinamarca figuraban en el top ten de países con la tasa más alta de suicidios del mundo pero, como reza el título de uno de los ensayos más duros con el modelo nórdico, al menos era «un sitio limpio y bien iluminado». La principal crítica de esta limpieza e iluminación provino del pueblo saami, autóctono de Laponia, que combatió la construcción de una presa en el río Alta-Kautokeino, apelando a argumentos ecologistas e indigenistas contra el Estado finlandés.

Pero la primera gran fisura del modelo vino con la expansión de la Comunidad Económica Europea más allá del eje franco-alemán inicial. El debate que se montó en Noruega y Dinamarca sobre el referéndum de entrada en la CEE de 1972 erosionó las lealtades políticas y el sistema de partidos. En Noruega el presidente laborista tuvo que dimitir después de la victoria del «NO» por un ajustado 53,5%. En Dinamarca, por el contrario, ganó el «SÍ» por un holgado 63,3%, pero se calcula que más de la mitad de los votantes de los socialdemócratas eligieron la opción opuesta a la recomendada por sus representantes políticos. La segunda gran fisura fue la crisis económica y moral del keynesianismo. Después de varios lustros de hegemonía socialdemócrata, los partidos de centro-derecha ganaron las elecciones de 1965 y 1968 en Noruega y Dinamarca con un programa de bajada de impuestos que incumplieron nada más formar Gobierno. Se crearon de esta forma las condiciones para la emergencia de tribunos de la plebe antisistema.

El 30 de enero de 1971, el último día del plazo para declarar la renta en Dinamarca, el programa de televisión Focus entrevistó a un asesor fiscal llamado Mogens Glistrup. La entrevista apenas duró tres minutos, pero su contenido fue dinamita. Glistrup afirmó que pagar impuestos es inmoral y que cada corona danesa que va a parar a manos del Estado contribuye a la destrucción del país; comparó a los evasores de impuestos con la resistencia antifascista durante la ocupación nazi («es una labor peligrosa pero necesaria»); y describió a los telespectadores un esquema para evadir impuestos mediante la compra y venta de un gran número de sociedades limitadas, esquema que él equiparó a «imprimir tu propio dinero». Al día siguiente el teléfono de su oficina sonó con decenas de llamadas que le animaban a presentarse a las elecciones. Glistrup se aproximó al recién fundado Partido Popular Cristiano, pero fue rechazado después de sugerir que Dinamarca podría sustituir sus exportaciones agrícolas por pornografía. Finalmente formó su propia organización, el Partido Danés del Progreso, fundado en el parque de atracciones de Tivoli en Copenhague, y se convirtió en la segunda fuerza parlamentaria, con el 16% de los votos, en las elecciones de 1973, las primeras a las que se presentó.

El tribuno de la plebe antisistema de Noruega se llamaba Anders Lange, un criador de perros ególatra que había participado en la Liga Patriota, una organización cuasifascista de entreguerras, y no obstante había sido encarcelado por los nazis por su irredentismo contra la ocupación. El 8 de abril de 1973 se llenaron las mil trescientas butacas del cine Saga de Oslo para escuchar una «maratón de discursos» de Lange contra el establishment político; así se burló de Kåre Willoch, el líder proaborto del Partido Conservador, como «el feto más viejo de Noruega». A la puerta del cine se recogieron firmas para la formación de una organización autoexplicativamente bautizada Partido de Anders Lange por una Reducción Drástica en Impuestos, Tasas e Intervención Pública. La ideología del partido se resumió en un póster con catorce sentencias que empezaban con el latiguillo «Estamos hartos de» —entre otras cosas—, «ser explotados por el capitalismo de Estado». Sus resultados electorales fueron, sin embargo, más modestos que los de su homólogo danés: solo el 5% de los votos en los comicios de 1973.

Claro que estos nuevos partidos de protesta estaban condenados a la marginalidad extraparlamentaria en el momento en que los viejos partidos de masas se apropiasen de su programa electoral neoliberal, lo que sucedió a mediados de los setenta. En 1974 un Gobierno laborista decidió «paralizar temporalmente» la inmigración no europea por motivos de trabajo a Noruega; esa «decisión temporal» sigue vigente mientras escribo esta frase. A esta cooptación de la diferencia ideológica específica por los partidos de masas se sumó la dependencia de este tipo de partidos de protesta respecto de sus líderes carismáticos. En 1974 Lange murió de un infarto y su puesto fue ocupado por Carl I. Hagen, un ejecutivo de la azucarera Tate & Lyle, quien rebautizó su partido a imagen del danés (Partido del Progreso) y buscó un nuevo espacio político en la xenofobia y el chovinismo del bienestar, provocando la salida de los liberales del partido y sin alcanzar la barrera del 4% de los votos para mantenerse en el parlamento en las elecciones de 1977. En 1983 Glistrup fue condenado a tres años de cárcel por las operaciones de fraude fiscal que le habían llevado a ser candidato de Gobierno, y cuando fue elegido de nuevo diputado en las elecciones de 1984, el congreso votó para que se le retirase la inmunidad parlamentaria y cumpliese sentencia como el «indigno para la política» que era.

Cuando Glistrup salió de la cárcel ya era un cadáver político. En 1991 fue expulsado del partido que él mismo había fundado por hacer campaña electoral por otro candidato; no fue readmitido hasta 1999, una vez convertido a la islamofobia. Su sustituto a la cabeza del partido fue Pia Kjæsgaard, una joven asistente doméstica y asidua escritora de cartas a directores de periódicos. Con Glistrup entre rejas y contra la opinión mayoritaria de la militancia, que no quería colaborar con otros partidos, Kjæsgaard llegó a acuerdos de gobierno con el Partido Conservador en 1983 y 1989 a cambio de una reducción de impuestos y el despido de personal en el órgano estatal encargado de perseguir el fraude fiscal. El título del libro del historiador Jens Ringsmose sobre este periodo del Partido del Progreso danés resume perfectamente la situación de escisiones internas, estigmatización mediática y responsabilidad de Estado que atravesó la organización: Al menos no ha sido aburrido.

Mientras Kjæsgaard contribuía a la gobernabilidad en Dinamarca, Hagen contribuía al caos en Noruega. En las elecciones de 1985 el Partido del Progreso noruego consiguió dos escaños con un programa que reconocía la legitimidad del Estado en materia de educación, sanidad y transporte —toda una concesión para un partido de orígenes prácticamente anarcocapitalistas— a la vez que promovía la devolución de estos servicios a la familia patriarcal bajo el lema de «ayuda a la autoayuda». En 1986 la economía noruega fue golpeada por la caída del precio del petróleo y el primer ministro conservador en minoría presentó al congreso el llamado «paquete de Pascua», un plan de choque que incluía recortes presupuestarios pero también un aumento de impuestos. A pesar de que Hagen había prometido en campaña que haría lo imposible para evitar la vuelta del laborismo al poder, usó su posición bisagra para rechazar las medidas de austeridad y forzar la dimisión de la coalición de centro-derecha. Como en Noruega no se pueden convocar elecciones anticipadas, los plazos son fijos cada cuatro años, los laboristas se vieron obligados a asumir las riendas del Estado. Y así fue como los dos diputados del Partido del Progreso secuestraron la democracia noruega durante toda una legislatura. En 1987 el Partido Conservador, el Partido Popular Cristiano y el Partido del Centro pensaban tirar abajo al recién constituido Gobierno laborista votando en contra de una importante ley agraria. El apoyo del Partido del Progreso a esta moción de censura informal se daba por supuesto, pero Hagen demostró nuevamente su astucia política al no revelar sus intenciones hasta la víspera previa de la votación. La noche del 11 de junio, en directo a través de la televisión pública, Hagen informó que se iba a abstener.

El político Carl I. Hagen. Fotografía: FrPMedia (CC).

La imprevisibilidad de Hagen puso la agenda de su partido bajo los focos de los medios de comunicación. En un discurso de campaña para las elecciones locales de 1987, Hagen leyó una carta de un tal Mohammad Mustafa, quien pronosticaba que Noruega se iba a convertir en un país islámico gracias a la elevada tasa de natalidad de sus refugiados musulmanes. «Algún día las mezquitas serán tan comunes en Noruega como lo son hoy las iglesias», celebraba, «algún día desaparecerá también la cruz infiel de la bandera». Como la misiva tenía remitente, varios tabloides se propusieron demostrar que era falsa, pero la atención mediática benefició en última instancia al discurso de la xenofobia. En las elecciones generales de 1989 el Partido del Progreso se convirtió en el tercero más votado multiplicando por diez sus resultados previos. Hasta entonces los argumentos de Hagen contra la acogida de refugiados se basaban en premisas socioeconómicas —la injusticia social que suponía para los nativos el trato preferencial de los refugiados en materia de concesión de vivienda pública o educación pública en su lengua materia— pero a partir de entonces se impusieron los razonamientos clasistas, religiosos y racistas que tan bien parecía acoger el electorado. Así, durante la guerra de los Balcanes, Hagen afirmó que los refugiados bosnios importaban una «mentalidad de pandilleros».

Huelga decir que las pandillas que escandalizaron a la opinión pública noruega a comienzos de la década de 1990 no eran precisamente de origen bosnio. En abril de 1991 se disparó con una escopeta en la cabeza Per «Dead» Ohlin, el cantante del grupo blackmetalero Mayhem; el cadáver fue descubierto por el guitarrista del grupo, Øystein Aarseth, alias Euronymous, quien lo fotografió (una instantánea que más tarde pondría en la portada de un disco) y recogió trozos del cráneo para adornar collares con ellos. Unos meses más tarde Euronymous abrió en Oslo la tienda Helvete («Infierno» en noruego) desde la que empezó a propagar su heterodoxo satanismo. Para Euronymous la Iglesia de Satán era «demasiado humana», una inversión del cristianismo que todavía preservaba maniqueamente la creencia en Dios y el individuo; lo que él adoraba era la encarnación de la misantropía y el totalitarismo en una figura con cuernos. Las implicaciones de estas creencias se empezaron a percibir cuando al año siguiente Kristian Vikernes, integrante único de la banda blackmetalera Burzum, quemó una iglesia de madera del siglo XII y, siguiendo la tradición, usó la foto como portada; entre 1992 y 1996 se contabilizaron cincuenta ataques a iglesias solo en Noruega.

Pero la violencia demoníaca se volvió contra sus autores intelectuales; en 1993 Vikernes asesinó a Euronymous de veintitrés puñaladas. Entre las razones ideológicas del homicidio estaba el hecho de que Euronymous coquetease con el comunismo como pose estética —veneraba el terrorismo de Estado de Pol Pot y coleccionaba parafernalia de la Rumanía de Ceaușescu— y Vikernes planease hacer saltar por los aires la Casa Blitz, un centro de extrema izquierda en el centro de Oslo. En la cárcel Vikernes escribió varios libros en los que exponía su visión del mundo, que él refería con la expresión «odalismo» (del noruego «óðal»=«herencia»), una peculiar mezcla de racismo, ecologismo y paganismo (el culto a Odín, en concreto) que se diferenciaba del nazismo en que no era ni socialista ni materialista y creía en la antigua democracia escandinava. La influencia de Vikernes ha convertido a diversos estilos del metal en el hilo musical de cierta extrema derecha. Así Ragnarök, una de las discográficas metaleras undergrounds más importantes de los noventa, fue fundada por Lars Magnus Westrup, un voluntario de las SS vikingas que se exilió en España hasta la muerte del dictador, momento en que regresó a Suecia para convertirse en el jefe de propaganda del Partido del Progreso, un intento fallido de importar el modelo noruego y danés.

La extrema derecha sueca tardó más tiempo en cobrar relevancia política que sus vecinos debido a tres factores; (1) la mayor implantación de los socialdemocratas, que habían estado en el poder ininterrumpidamente durante cuarenta años y en 1974 habían aprobado una nueva ley fundamental que proclamaba a Suecia como una «sociedad multicultural» y reconocía los derechos de los refugiados en materia de igualdad, libertad de elección —sobre si mantener su cultura de origen o adoptar la de acogida— y cooperación, entendida esta última como «mutua tolerancia y solidaridad entre los inmigrantes y la población nativa»; (2) la fidelidad de la oposición con su programa de campaña —a diferencia de lo sucedido en Noruega y Dinamarca en 1965 y 1968, cuando en Suecia formó Gobierno una coalición de centro-derecha en 1976, cumplió en privatizar empresas públicas y bajar los impuestos— y su compromiso con el multiculturalismo  —en 1977 el primer ministro centrista, Thorbjörn Fälldin, decidió financiar estatalmente la educación de los hijos de refugiados en su lengua materna; (3) la celebración del referéndum de entrada en la Unión Europea en una fecha tan tardía como 1994 —ganó el «SÍ» por un ajustado 52,3%. El asesinato en 1986 del primer ministro socialdemócrata Olof Palme, un caso todavía abierto sobre el que hay teorías para todos los gustos sobre la nacionalidad del asesino (ya sea sueco, kurdo, sudafricano, yugoslavo, chileno o italiano), fue un primer mazazo para el sistema de partidos sueco.

Pero la verdadera desestabilización del sistema comenzó en el verano de 1990. Bert Karlsson, propietario del parque acuático Sommarland y de la discográfica Mariann, que colocaba regularmente a sus músicos en el concurso de Eurovisión, fue reclamado por un semanario de prensa rosa para que revelase la composición de su Gobierno ideal para Suecia. Karlsson repartió carteras ministeriales entre famosos y políticos de distintos partidos, pero no se le ocurrió nadie para el puesto de primer ministro. Un amigo le llamó la atención sobre Ian Wachtmeister, un dandi que había aparecido en una tertulia televisiva arremetiendo contra el establishment político, y Karlsson le incluyó en su lista. Wachtmeister se puso en contacto con Karlsson y el 20 de noviembre quedaron en la cafetería del aeropuerto de Arlanda para fundar un partido que llamaron «Nueva Democracia». El programa del partido, que incluía promesas irónicas como la bajada por ley de los precios de los restaurantes, la abolición de los guardias de tráfico o «más diversión» —el logo del partido era un emoticono sonriente—, fue publicado a la semana en el Dagens Nyheter, en el diario de mayor tirada del país, y las primeras encuestas revelaron que el 23% de los electores estaban pensando en votarles.

Wachtmeister y Karlsson formaban una pareja muy fotogénica: uno pertenecía a una dinastía nobiliaria que se remontaba hasta el siglo XVII, el otro era un empresario de orígenes humildes hecho a sí mismo; uno vestía de traje y corbata de colores, el otro con una rebeca; uno era alto y flaco, el otro lo contrario; la prensa los llamaba «el conde y su sirviente». Después de una campaña electoral en la que predominaron los números de imitación de voces sobre cualquier consigna ideológica, Nueva Democracia obtuvo el 6,7% de los votos en las elecciones de 1991. Como en Suecia las elecciones generales y las locales tienen lugar el mismo día, Wachtmeister y Karlsson ganaron la alcaldía de municipios a los que no se habían presentado, así que decidieron «arrendar el nombre» del partido-franquicia a los caciques de cada pueblo. En 1992 la corona sueca fue sometida a fuertes ataques especulativos y el primer ministro moderado Carl Bildt necesitaba el apoyo parlamentario de Nueva Democracia para tomar las medidas pertinentes. El partido se escindió entre el bando de Karlsson, quien quería desestabilizar al Gobierno a la manera de Hagen en Noruega, y el bando de Wachtmeister, quien prefería respaldarlo a la manera de Kjæsgaard en Dinamarca; una escisión que haría desaparecer a Nueva Democracia antes de terminar la legislatura.

Y es que la década de 1990, con la aceleración de la integración europea posterior a la caída del Muro de Berlín, provocó muchas escisiones internas en estos partidos de protesta escandinavos. El Partido del Progreso noruego estaba dividido entre una facción conservadora, que estaba en contra de la integración europea, y una facción liberal, mayoritaria entre los más jóvenes, que estaba a favor. En mayo de 1994 se celebró un congreso en el que los liberales fueron derrotados y los conservadores se apoderaron de las juventudes mediante la incorporación del llamado «parágrafo Stalin» en los estatutos de la organización. Hasta entonces se habían calificado de «liberales»; a partir de entonces, de «liberalísticos». Respecto del segundo referéndum de entrada en la Comunidad Europea/Unión Europea en noviembre de ese mismo año, Hagen se mantuvo neutral bajo el lema «Sí a la CE, no a la UE», esto es: sí a la economía neoliberal, no a la política confederal. Volvió a salir que «NO» por un 52,2% de los votos.

En 1992 Dinamarca rechazó el Tratado de Maastricht por un margen de cuarenta mil votos. Al año siguiente ganaron las elecciones los socialdemócratas, tras una década de gobiernos conservadores, y convocaron un nuevo referéndum. Estallaron los disturbios en el distrito de Nørrebro en Copenhague y la policía abrió fuego contra los manifestantes, pero finalmente se aprobó el tratado con un 56,3% de los votos. Se cumplió el final del poema de Bertold Brecht sobre la sublevación, reprimida por los soviéticos, de 1953 en Alemania del Este: «¿No sería más fácil / en ese caso para el Gobierno / disolver el pueblo / y elegir otro?». En septiembre de 1995 Kjæsgaard salió por luchas intestinas del Partido del Progreso y fundó el Partido Popular Danés, que rápidamente se hizo con el espacio político de la antigua formación: en las elecciones de 1998 obtuvo un 7,4% de los votos frente a solo un 2%. Pese a todo, el ninguneo del resto de partidos seguía siendo una constante. En un debate parlamentario del 7 de octubre de 1999 el primer ministro socialdemócrata Poul Nyrup Rasmussen tachó a Kjæsgaard de «no estar preparada para la Administración»; sus declaraciones se hicieron célebres pues en menos de un año Kjæsgaard formó una de las coaliciones de Gobierno más duraderas y estables de la historia de Dinamarca.

En Noruega Hagen volvió a usar su posición de bisagra para derrocar otro Gobierno, esta vez votando junto con el Partido Conservador y el Partido Laborista contra una ley propuesta por el Partido del Centro en el año 2000 acerca de construir más centrales termoeléctricas. Los sondeos de ese año apuntaban a que el Partido del Progreso podía convertirse en el más votado, pero para formar Gobierno en coalición con otras fuerzas parlamentarias Hagen tenía que librarse previamente de los más extremistas entre sus filas, así que identificó y persiguió a siete diputados que suponían un lastre para la respetabilidad de la organización. Hagen acabó con esta «banda de los siete» utilizando todo tipo de triquiñuelas (expulsiones y suspensiones, amañamiento de las elecciones primarias, filtración de escándalos a la prensa, etc.); triquiñuelas que luego volvieron contra él: en 2001 la policía investigó a Terje Søviknes, el «príncipe heredero» de Hagen, y a otros miembros de la directiva por haber mantenido relaciones sexuales con menores de edad que militaban en las juventudes. A pesar de que en las elecciones de ese año sus apoyos bajaron hasta un 14,6% de los votos, llegaron a un acuerdo de Gobierno con el Partido Liberal y el Partido Popular a cambio de que el comité de finanzas cayera en manos de Siv Jensen, la economista del partido.

En paralelo, Dinamarca tropezó de nuevo con la piedra de la Unión Europea. En el año 2000 los daneses rechazaron la entrada en el euro con todos sus parlamentarios haciendo campaña por la divisa salvo Kjæsgaard. La «reina del NO», como la apodaron los medios de comunicación, dio otro salto adelante en las encuestas y marcó la agenda política del país después de los atentados yihadistas del 11 de septiembre en Estados Unidos. En las elecciones de noviembre de 2001, bautizadas por la prensa como «la gran guerra de las palabras», todos los candidatos centraron su campaña en el «problema de la inmigración» y por primera vez desde la II Guerra Mundial los socialdemócratas no fueron el partido más votado; el Partido Popular Danés quedó tercero con 22 escaños, casi el doble que en los comicios previos. Los liberales formaron un Gobierno de coalición con los conservadores que requería no obstante del apoyo de Kjæsgaard para sacar adelante sus propuestas en el parlamento. Una de las primeras medidas que adoptó el primer ministro Fogh Rasmussen fue abandonar la proverbial neutralidad militar escandinava y participar entusiastamente en todas las «intervenciones humanitarias» lanzadas contra el «eje del mal» (Afganistán, Iraq, Libia); en 2009 fue recompensado con la secretaría general de la OTAN.

Una mujer musulmana contempla la ofrenda floral en memoria de las personas asesinadas por el terrorista Anders Behring Breivik. Fotografía: Cathal McNaughton / Cordon.

Mientras, después de haber liderado el Partido del Progreso durante veintiocho años, el liderazgo más longevo de la democracia noruega, Hagen se retiró de la política, no sin antes mandar su último mensaje en 2004: «después de mucho tiempo los musulmanes ya han indicado claramente, tal y como lo hizo Hitler, que su objetivo a largo plazo es someter el mundo». Jensen asumió la presidencia del partido lanzando una teoría conspiranoica sobre la «islamización insidiosa» de Europa por parte de las élites. En las elecciones de 2009 consiguió el sorpasso del Partido Conservador y se convirtió en la segunda candidata más votada con el 22,9% de los votos. Los buenos resultados electorales dieron alas a los discursos más radicales. En 2010 Christian Tybring-Gjedde, la mano derecha de Jensen, acusó a la izquierda de «apuñalar por la espalda a la cultura noruega» y el experto en cuestiones de inmigración del partido se lamentó en Twitter: «Ojalá no sea necesaria una nueva cruzada».

En Dinamarca el tripartito entre la Izquierda (los liberales), el Partido Conservador y el Partido Popular Danés se mantuvo hasta 2011, una década durante la cual se promulgaron las leyes migratorias más duras de la segunda mitad del siglo XX en Europa. Dinamarca, el país desarrollado que más asilo había provisto en la década de 1990, revocó la figura jurídica de «refugiado de facto», que desde 1983 había acogido a cualquier individuo perteneciente a un colectivo políticamente represaliado. Se aumentó el tiempo para obtener el permiso de residencia permanente de tres a siete años, se modificó la edad mínima para la reagrupación familiar de dieciocho a quince años para los hijos y de dieciocho a veinticuatro años para los cónyuges (para evitar presuntamente los matrimonios a cambio de pasaporte) y se creó un sistema de puntos para obtener los permisos de residencia basado en criterios como la integración en el mercado de trabajo, la independencia respecto del estado del bienestar o la aprobación de un examen sobre la historia y la cultura de Dinamarca. El ministro que firmó la mayoría de estas leyes fue Bertel Haarder, autor de un ensayo titulado El cinismo suave en el que sostenía que el Estado de bienestar convierte a los inmigrantes en «adictos a las subvenciones» y que el único modo de «liberarlos» es retirándoselas. El discurso del Partido Popular Danés se centra en aspectos más culturales, como reza su página web:

Dinamarca no es un país de inmigrantes, ni lo ha sido nunca. Por consiguiente no aceptaremos que se transforme en una sociedad multiétnica. Dinamarca pertenece a los daneses y sus ciudadanos deben tener la posibilidad de vivir en una comunidad segura basada en el Estado de derecho y que se desarrolle exclusivamente dentro de los límites de la cultura danesa.

A mediados de la década de los 2000 estalló una verdadera guerra cultural en Dinamarca. Todo empezó con que el escritor Kåre Bluitgen tenía problemas para encontrar un dibujante lo bastante valiente como para ilustrar su biografía infantil de Mahoma. Jyllands-Posten, el diario de mayor circulación del país, pensó que sería noticia medir el grado de autocensura del sindicato de ilustradores respecto del islam pidiéndoles a cuarenta y dos miembros que mandasen un dibujo del profeta. Quince respondieron, unos criticando lo mal pagado del trabajo o la línea ideológica del partido —«Los periodistas del JyllandsPosten son una panda de reaccionarios provocadores», rezaba una de las viñetas en farsi— y otros, mayormente los empleados del periódico, cumpliendo con el encargo. Como los resultados del sondeo eran inconcluyentes —la mayoría de los dibujantes no había respondido porque tenía contratos de exclusividad con otras publicaciones— se publicaron las caricaturas como ilustración de un artículo de opinión de Flemming Rose, antiguo corresponsal en la Unión Soviética y entonces editor cultural del periódico.

El razonamiento de Rose fue cien por cien popperiano: la sociedad abierta no debe ser tolerante con los intolerantes, Dinamarca tiene una larga tradición satírica y tratar a los musulmanes en los mismos términos irónicos que el resto de religiosos contribuye en última instancia a su integración, y «si un creyente reclama que yo, como no creyente, observe sus tabús en el dominio público, no está pidiendo mi respeto sino mi sumisión». Las caricaturas estuvieron a la altura de los argumentos. En una aparecía Mahoma gritando a una fila de mártires en las puertas del cielo: «¡Parad, parad, que nos hemos quedado sin vírgenes!». En otra figuraban Kjæsgaard y Bluitgen junto a Jesús, Buda y Mahoma en una fila de reconocimiento de testigos, como si fueran sospechosos de algún crimen. Pero la que más escándalo provocó fue una de Kurt Westergaard en el que el turbante del profeta se representaba como una bomba de mecha.

Las reacciones no se hicieron esperar. Algunos distribuidores de periódicos se negaron a repartir el número del día, el resto de la prensa acusó al Jyllands-Posten de discurso del odio, los representantes de doce países musulmanes pidieron que Fogh Rasmussen interviniera en «interés de la armonía entre credos», Arabia Saudí encabezó un boicot a los productos daneses que redujo las exportaciones de Dinamarca en un 15% y durante dos meses se organizaron manifestaciones por todo el mundo islámico, algunas de las cuales terminaron violentamente, con un saldo total de doscientos muertos. En Dinamarca se formó la brecha entre la comunidad de doscientos sesenta mil musulmanes y el resto de la sociedad. Por un lado, se calcula que hasta trescientos ciudadanos daneses se han enrolado en los últimos años en distintas bandas yihadistas, y por el otro lado, el Partido Popular Danés se ha convertido en la segunda fuerza parlamentaria, por delante de los liberales, con el 21% de los votos en las elecciones de 2015.

Pero el partido de extrema derecha que más se benefició del affair de las caricaturas fueron los Demócratas Suecos. Los Demócratas Suecos habían surgido de la confluencia en 1986 del Partido del Progreso sueco, el intento fallido de unificar a la derecha bajo un programa de protesta en 1968, y el movimiento Mantener Sueca a Suecia, apologetas del Apartheid en Sudáfrica desde 1979. Stieg Larsson, el autor de la trilogía best seller de novelas policiacas Millenium, fue un fervoroso militante de extrema izquierda —en los años setenta estuvo entrenando a mujeres del Frente de Liberación Popular de Eritrea en el disparo de mortero hasta que enfermó de riñones— y dirigió un periódico dedicado en exclusiva a informar sobre la extrema derecha: el Expo. Según el Expo, los Demócratas Suecos fueron hasta 1995 unos hooligans borrachos vestidos de inventivos uniformes neonazis. Su líder, Anders Klarström, había militado en el Partido Popular Nórdico, un club de fans de Adolf Hitler, y en 1985 le detuvieron por vandalismo, robo y amenazas. No se trataba de un caso aislado: hasta 1995 un tercio de los candidatos de los Demócratas Suecos a las elecciones habían participado en una organización supremacista blanca y más del 40% de los miembros de la ejecutiva tenían antecedentes penales. Una circular interna del partido sobre uno de sus dirigentes muestra su elevada autoconciencia:

Tommy Funebo es vago, cobarde, tacaño, introvertido, asocial, está gravemente alcoholizado, carece de capacidad de iniciativa, no es nada ahorrador, descuida su higiene, muestra una actitud despectiva con la gente que no bebe o que no forma parte de la cúpula dirigente.

Hasta 1995, año en que Mikael Jansson tomó el poder del partido y prohibió la venta de alcohol y los uniformes «no nórdicos» en las reuniones del partido. En el manifiesto para las elecciones de 1999 Jansson se distanció del nazismo, descrito como la «imagen especular del marxismo» con «su Führerprinzip, su superioridad racial y sus guerras relámpago», y en las elecciones locales de 2002 los Demócratas Suecos se convirtieron en la mayor fuerza extraparlamentaria del país con setenta y seis mil votos y cincuenta escaños municipales. De este modo se alejaron de asociaciones como el Frente Nacionalsocialista, gestor de la primera manifestación abiertamente antisemita, desde el final de la II Guerra Mundial, en las calles de Estocolmo, el 8 de noviembre de 1997, bajo el lema «Acabar con la democracia, acabar con el poder judío». Hasta entonces la extrema derecha sueca no era precisamente islamófoba —la emisora preferida por los negacionistas del Holocausto era, desde 1987, la Radio Islam de Ahmed Rami— pero el mortal apuñalamiento de la ministra de asuntos exteriores socialdemócrata Anna Lindh en 2003 por un enfermo mental musulmán, segunda generación de inmigrantes yugoslavos, cambió la situación.

Y así fue como los Demócratas Suecos se beneficiaron del affair de las caricaturas. En enero de 2006 el partido invitó a los lectores a que les mandaran más caricaturas de Mahoma, que ellos las publicarían desde su órgano de propaganda solidaridad con el Jyllands-Posten. Laila Freivalds, la sustituta de Lindh al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores, condenó la iniciativa y unos días más tarde se cayó la página web de los Demócratas Suecos. Cuando se desveló que la compañía de internet Levonline la había tenido que cerrar bajo presión del Servicio de Seguridad Sueco, Freivalds se vio obligada a dimitir. Los Demócratas Suecos no solo habían conseguido la dimisión de una ministra socialdemócrata; también se habían estrenado en el arte de conseguir publicidad gratis a golpe de epatar a los políticamente correctos.

Una obra maestra de este arte fue la campaña electoral para las elecciones de 2010. Jan Helin, el editor del tabloide el Aftonbladet, rechazó publicar carteles de los Demócratas Suecos, pero invitó a Jimmie Åkesson, el primero de la lista, a que escribiera un artículo de opinión. Åkesson mandó una filípica de setecientas palabras contra el «establishment multicultural» que, los abogados del periódico advirtieron, contenía crímenes de odio. Movido por la rentabilidad económica a corto plazo del escándalo, Helin le regaló a Åkesson una visibilidad que, si hubiera tenido que abonarla a precio de mercado, le hubiera salido por un ojo de la cara. Así mismo, en el anuncio televisivo del partido una voz en off aseguraba que en «política todo son prioridades» y que «ahora tienes una elección» sobre la imagen de una ancianita caucasiana siendo perseguida a la carrera por mujeres con burka empujando carricoches. Al final aparecían dos frenos de mano; en uno se leía «pensiones» y en el otro «inmigración». «El 19 de septiembre puedes elegir el freno de la inmigración antes que el freno de las pensiones», era la obvia moraleja. El canal de televisión privado con mayor audiencia de Suecia se negó a emitir el spot completo y puso sobre la parte de los burkas y los carricoches el mensaje «Censurado por TV4» y un enlace a YouTube «para ver la versión sin censuras». La página web de los Demócratas Suecos volvió a caerse, pero esta vez por exceso de tráfico. En la jornada de reflexión el Aftonbladet razonó desde su portada que no había que votar a Åkesson porque en Suecia «nos gusta lo diferente» y la competencia, el Expressen, publicó también en portada la imagen de una papeleta arrugada de los Demócratas Suecos entre colillas, sobre una alcantarilla, con un titular rotundo («NO») y un pie de foto no menos rotundo («Hoy votamos por una Suecia contra la xenofobia»). Y de este modo, en la víspera de unas elecciones, se convirtió en noticia en dos de los periódicos más grandes del país un partido que carecía de representación parlamentaria. La consiguió un día después, con el 5,7% de los votos y veinte escaños.

Fotografía: Ints Kalnins / Cordon.

En Noruega caló hondo la teoría conspiranoica de la islamización insidiosa de Jensen. El 22 de julio de 2011, Anders Behring Breivik, militante del Partido del Progreso desde 2004, colgó en internet un manifiesto de más de mil quinientas páginas en el que citaba profusamente al bloguero contrayihadista Fjordman y fiaba la independencia de su país respecto de «Euroarabia» para el año 2083. Con el fin de provocar una guerra civil, Breivik hizo explotar ese mismo día una bomba en el centro de Oslo y asaltó el ferry a Utøya, la isla en la que se reúnen todos los veranos las juventudes del Partido Laborista. Con un rifle semiautomático bautizado «Gungnir» por la lanza de Odín, Breivik disparó a la cabeza a sesenta y siete adolescentes al grito de «Hoy vais a morir, marxistas culturales». Los atentados no provocaron un alzamiento de los «caballeros de la Cristiandad», sin embargo, sino un rechazo unánime. Los medios de comunicación intentaron despolitizar el caso diagnosticándole reconfortantemente a Brevik una paranoia esquizofrénica, pero el juez lo consideró lo bastante cuerdo como para cumplir la pena máxima de veintiún años de cárcel. En los comicios de 2013 los apoyos electorales del Partido del Progreso cayeron a un 16,3% de los votos, pero por primera vez entraron en una coalición de Gobierno con el Partido Conservador.

En Dinamarca siguió ampliándose la brecha entre la comunidad musulmana y el resto de la sociedad. En febrero de 2015, unas semanas después del ataque contra Charlie Hebdo, un joven palestino-danés intentó abrirse camino a tiros en un congreso en nombre de la libertad de expresión al que había sido invitado uno de los caricaturistas de Mahoma; al fracasar en su intento se dirigió a la principal sinagoga de Copenhague, donde fue abatido por la policía. En junio de ese año la Izquierda volvió a formar Gobierno con el Partido Popular Danés y, entre las primeras medidas que adoptaron, recortaron a la mitad la cobertura social de los refugiados y pagaron anuncios en la prensa libanesa y jordana en los que disuadían a los inmigrantes de venir a Dinamarca. En enero de 2016 el Gobierno promulgó una ley con el respaldo de los socialdemócratas que prohíbe a los refugiados residir fuera de los campamentos de asilo y retrasa el reagrupamiento familiar a los tres años de estancia en el país. La ley también permite a la policía registrar a los refugiados y confiscar sus pertencias por un valor superior a las diez mil coronas danesas (mil trescientos cuarenta euros) para abonar los costes de su manutención. En el parlamento se declaró explícitamente que el objetivo de la ley era «hacer nuestro país menos atractivo para los extranjeros» y evitar que Dinamarca se convirtiera en «otra Suecia», siendo Suecia sinónimo de respeto del derecho a asilo político.

Fue en Suecia, precisamente, que el escritor Karl Ove Knausgård, considerado el Proust noruego por su saga de nueve novelas autoficcionales Mi lucha, se vio implicado en una polémica político-literaria en la primavera de 2015. Todo empezó con el estreno de un documental sobre Stieg Larsson, el Houellebecq sueco, en el que se hacían comentarios procaces en compañía de Horace Engdahl, antiguo secretario de la Academia del Nobel. Ebba Witt-Brattström, profesora de literatura y divorciada de Engdahl, escribió un artículo contra los escritores machistas en el que tildó de «pedofilia literaria» a la primera novela de Knausgård, Fuera del mundo, pues está protagonizada por un profesor de veintiséis años en romance con una alumna de trece. Knausgård respondió con una parábola de tres mil palabras en la que se refería a Suecia como la «tierra de los cíclopes», incapaces de disfrutar de la literatura dada su baja tolerancia ante la ambigüedad. También criticó al primer ministro socialdemócrata Stefan Löfven por haberse referido a los Demócratas Suecos como «ese partido neofascista» cuando, según Knausgård, se trataba de un «partido legítimo» que simplemente «tiene una visión distinta sobre una cuestión delicada». Nada raro viniendo de un escritor que más tarde, ese mismo año, calificó al Partido del Progreso como una «bendición» para la política noruega porque los países desarrollados deben «atreverse a hablar sobre los aspectos problemáticos de la inmigración». La respuesta no se hizo esperar: el comediante Jonas Gardell afirmó que Suecia ya tenía bastantes varones blancos cishet de mediana edad cabreados con el mundo como para tener que importar las opiniones de otro de Noruega.

En resumen, los Estados escandinavos sentaron las bases raciales, económicas y religiosas para la aparición de la extrema derecha durante los Treinta Gloriosos. El proyecto de unificación europea, fruto de la crisis del keynesianismo y más tarde la caída del socialismo real, fracturó el sistema de partidos de posguerra. El compromiso de los partidos conservadores, liberales y de centro agrario con el Estado de bienestar permitió la ocupación del espacio electoral libre a su derecha por partidos de protesta neoliberales. La cooptación de su programa por la derecha tradicional obligó a estos partidos a escorarse aún más a la derecha. La excepción que confirma la regla son los Socialdemócratas Suecos, cuyo actual chovinismo del bienestar es una moderación de planteamientos previos. La crisis del periodismo con la digitalización a comienzos de siglo incentivó a las grandes cabeceras (el Aftonbladet y el Expressen en Suecia, el Jyllands-Posten en Dinamarca) a contribuir, deliberadamente o no, a sentar la agenda de la extrema derecha. Y por último, la convocatoria de elecciones en fechas próximas a atentados yihadistas normalizó el papel de candidatos ya plenamente islamófobos como cabeza de la oposición parlamentaria o socios en minoría de un gobierno de coalición.

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