Fotografía: Begoña Rivas
Marisa Flórez fue una de las primeras mujeres fotoperiodistas de España. Suyas son algunas de las imágenes icónicas de la Transición, como la de Susana Estrada con un pecho al aire ante un sorprendido Tierno Galván o la de Rafael Alberti y La Pasionaria en el Congreso el día de las Cortes Constituyentes. El golpe de Estado del 23F la pilló dentro del hemiciclo. Ahora prepara un libro para ordenar la memoria visual de aquella parte fundamental de la historia de España. Flórez, que trabajó en el diario El País de 1976 a 2012, no es capaz de calcular cuántas fotos ha hecho a lo largo de su carrera. Margaret Thatcher, la reina Sofía o Antonio Banderas son algunos de los personajes que se han puesto delante de su objetivo. A esta entrevista llega con su vieja Leica y durante las dos horas de conversación no duda en cambiarse las gafas de ver por las de sol: «para que no reflejen», apunta.
Empezó a hacer fotos en Informaciones, en la época en que era director Jesús de la Serna. En ese momento, comienzos de los setenta, no era habitual ver a mujeres haciendo fotos en prensa… ¿Cómo llega Marisa Flórez a ser una pionera del fotoperiodismo?
La fotografía siempre me ha interesado, desde pequeña. Después me casé con un fotógrafo y ahí ya comencé a interesarme mucho por conocer un poco más la profesión y en qué consistía su trabajo. No estudié Imagen, pero a partir de ahí empecé a hacer cursos de fotografía, me empecé a documentar. Recuerdo un curso en la Complutense y después comenzar a hacer fotos. En ese sentido sí soy autodidacta, porque yo hacía muchas fotos para mí. En un momento dado vieron esas imágenes y me ofrecieron colaborar en Informaciones.
¿Recuerda cuál fue la primera foto que publicó?
Uff… fueron fotos de Madrid, eso seguro. Fotos de calle, de sociedad. Pero concretamente la verdad es que no lo recuerdo.
De Informaciones pasó a El País, en 1976, el mismo año de su fundación.
Sí, El País salió el 4 de mayo del 76 y yo entré a trabajar allí el 1 de septiembre de ese mismo año. Y allí he estado toda mi carrera. He hecho todo tipo de temas y reportajes. De fútbol a toros, pasando por política, claro.
Durante las dos primeras legislaturas de la democracia podría decirse que usted hizo vida de diputada sin escaño.
Casi tres legislaturas, sí. Nos pasábamos allí desde primeras horas de la mañana hasta lo que durase, hasta que acabaran las reuniones, y piensa que aquello era muy largo cuando se estaba preparando la Constitución. A eso suma todas las reuniones que había fuera del Parlamento, nos movíamos por todo Madrid en busca de las fotos de lo que estaba pasando.
¿Cómo era la relación entre políticos y periodistas, fotoperiodistas en este caso, en aquel momento en que estaba naciendo la democracia?
En aquel momento, políticos y periodistas estábamos aprendiendo formas de convivencia nuevas. Había buena relación porque todo el mundo intentaba llegar a un entendimiento de cualquier tipo. Yo siempre me he mantenido a distancia de los políticos, distancia político-periodista, entiéndase. Pero la relación ha sido buena y nunca he tenido problemas. Quizá alguna cosa me han dicho, con buen tono, sobre alguna foto. Alguna imagen de algún diputado durmiendo, por ejemplo, que alguna vez sí cogías… Pero no era una foto denuncia de «aquí vienen a dormir». La realidad es que pasaban muchas horas allí y todos flaqueaban en algún momento.
En esas primeras legislaturas usted hizo algunas fotos históricas. Se me ocurre la de Dolores Ibárruri, la Pasionaria, y Rafael Alberti en el hemiciclo el 13 de julio de 1977. Cortes Constituyentes tras cuatro décadas de dictadura.
Yo no sabía la difusión que iba a tener esa foto a lo largo de los años, pero es cierto que la imagen de entrada era potentísima… Pasionaria era una mujer con una personalidad y una imagen física muy potentes. Alberti, qué te voy a contar. La unión de esas dos personas que ya eran míticas en aquel momento y traían una historia detrás importante… verlas en unas Cortes completamente nuevas y democráticas era algo realmente impresionante. Y todo lo que sucedió a continuación contribuyó a que fuera un día histórico, lo que ha convertido a la foto, también, en histórica.
Otra foto suya muy impactante es la de Santiago Carrillo, líder del Partido Comunista, y Blas Piñar, de Fuerza Nueva, en el Congreso de los Diputados.
En esos primeros meses de democracia cada grupo se colocó un poco como quiso en el hemiciclo y Blas Piñar estaba sentado detrás del PCE de Carrillo. Yo lo vi pasar. En aquel momento los fotógrafos estábamos situados a los dos lados de la presidencia de la cámara, yo me coloqué a la izquierda de la presidencia, con lo cual me tocaba estar al mismo nivel del PCE, y cuando vi a Blas Piñar subir por esa escalera y el momento en el que se cruzaban ellos dos… En ese momento pensé que, si había una foto que podía unir o representar los dos extremos existentes entonces, la extrema derecha y la extrema izquierda, era esa. Era la imagen de las dos Españas. Y debo reconocer que no fue una foto espontánea. Esa imagen sí que la busqué y la esperé.
La foto de Adolfo Suárez en la bancada azul fue la primera imagen que El País publicó a cinco columnas. En esa foto se refleja la soledad del político, un tema que tengo la sensación de que ha perseguido en varios momentos de su carrera…
En una imagen hay veces que intento —son intentos y no siempre se consigue— ir un poco más allá de lo que está ocurriendo. En aquel momento el presidente Suárez estaba pasando un momento fatal fuera y dentro de su partido, la UCD. Dentro tenía una oposición tremenda, y fuera del partido los militares amenazaban y había ruido de sables. Es cierto que ya existía miedo a que se pudiera producir un golpe. En ese momento, no recuerdo por qué, los ministros salieron y él se quedó solo en el banco azul, y la sensación que yo percibí y quise transmitir en la foto es esa sensación de soledad, de un hombre que está solo, un momento de una persona que estaba como desvalida y realmente triste. No eso que dicen de que el poder acarrea soledad, parecía más que la soledad y la tristeza eran suyas. Supongo que pensar que, con todo el esfuerzo que se estaba haciendo en este país, y que él se encontrara en la situación que se encontraba… pues era duro. Y ese momento de decaimiento yo lo vi y por eso tiré esa foto. Hay fotos que las ves cuando las haces, aunque siempre he sido prudente hasta revelarlas.
Imagino que el director, en la reunión de primera, vio las fotos que ese día el redactor jefe de fotografía llevaba para proponer para primera y dijo: «Con esto está todo dicho. Qué mejor que esto para abrir a cinco columnas el periódico». El texto te va a explicar más cosas, pero solo viendo la foto tú ya sabes que ahí ese hombre está hundido. Luego, si quieres, lees la crónica y te dan las razones.
Ese ruido de sables terminó materializándose. El día del golpe de Estado, 23 de febrero de 1981, usted estaba dentro del hemiciclo.
Fue terrible, fue horrible… Yo nunca había escuchado tiros tan cerca de mí. Al principio hubo mucha confusión, ten en cuenta que se cerraron las puertas para la votación y para que mientras se estuviera produciendo no salieran ni entraran diputados. De pronto oímos un ruido y la puerta se abrió de golpe. En ese momento llegamos a pensar que era un comando de ETA, yo qué sé, mil cosas. Pero inmediatamente, cuando Tejero subió a la tribuna donde estaba el presidente de las Cortes, Landelino Lavilla, le reconocimos porque le habíamos hecho fotos poco antes durante el juicio de la Operación Galaxia… Cuando vimos que era él empezamos a pensar que algo raro estaba ocurriendo. Después vino todo lo demás. Los fotógrafos estábamos abajo, los periodistas salieron poco después, pero como estábamos dentro del hemiciclo estuvimos hasta las once y pico de la noche. Hasta el momento en que a un compañero se le ocurrió decir «Pero, bueno, ¿nosotros qué hacemos aquí?», y se lo preguntó a un guardia civil que dijo que iba a consultarlo con la autoridad competente. Consultó con esa autoridad, supongo, y luego pudimos salir.
¿Durante esas horas pasó miedo?
Yo sí, yo pasé miedo. A lo largo de todo ese tiempo ocurrieron muchas cosas. Me acuerdo de que Tejero tenía miedo de que hubiera un apagón de luz y pidió que sacaran todo el relleno de las sillas, aquello es todo madera, y que lo pusieran en el centro, que es alfombra. Allí se va la luz y echan una cerilla e imagina… Otro momento de mucha incertidumbre fue cuando sacaron al presidente Suárez, a Gutiérrez Mellado, a Carrillo y a Felipe, y decíamos: «¿Dónde los llevan?». Claro que fueron momentos de miedo y, sobre todo, de no saber qué iba a pasar. Nosotros no teníamos información de fuera. Algunos diputados tenían radio y se decían cosas unos a otros, pero a nosotros nadie nos decía nada. Solo veíamos lo que estaba pasando y estábamos allí callados.
Miedo físico y miedo a que aquello fuera el fin de la recién estrenada democracia, entiendo.
Claro. Al principio podía pasar cualquier cosa. Aquella noche salimos juntos del Congreso un grupo de fotógrafos y comenzamos a caminar hacia Neptuno. Éramos de Diario 16, El País y El Alcázar. Nosotros pensábamos que estarían los tanques en la calle, pero vimos que algún coche pasaba, nos mirábamos casi sin hablar. Al final cogimos un taxi y dijimos «vamos a tal sitio», porque en aquel momento las redacciones estaban bastante cerca. Le dijimos al taxista: «Si al llegar ve que hay militares en la puerta de cualquiera de los periódicos, pues continúe». Pero no los había y fuimos bajando de uno en uno de aquel taxi. Al final cada uno pudo llegar a su periódico.
Llegó a su periódico, pero sin las fotos de aquel 23F, no las pudo sacar del Congreso.
Es una de las cosas que siempre he dicho: «Qué pena no haber sido tan rápida como los dos compañeros que lo consiguieron». Durante tiempo estuve intentando localizar esos carretes, los de todos, no solo los míos. Habría sido fantástico con el paso del tiempo poder tener todas esas imágenes y haber hecho un estudio sobre cómo lo habíamos visto cada uno desde donde estábamos. Qué fuimos capaces de hacer y qué no. Podría haber sido un trabajo muy bonito, pero nadie me ha dado ningún tipo de pista de qué pudo pasar con aquellos carretes. No sé, igual los tiraron a la basura, porque hubo tal descontrol… Pero habría sido bonito tener todas aquellas imágenes y hacer un estudio o incluso una exposición.
¿Sintió envidia de los dos fotógrafos que sí consiguieron sacar los carretes? Fueron Manuel Hernández de León y Manuel Pérez Barriopedro, este último ganó el World Press Photo por la foto de Tejero en la tribuna.
Sentí muchísima envidia. Imagínate. Muchísima.
Usted también fotografió el retorno del Guernica de Picasso a España. ¿Cuánta simbología hay en esa imagen?
Esa foto, en la que el cuadro está custodiado por la Guardia Civil, con metralleta, te da a entender que en aquellos momentos todo era muy frágil y que a este país le costó mucho llegar hasta donde hemos llegado.
También captó con su cámara el regreso de Josep Tarradellas a España, su llegada al aeropuerto de Barajas el 20 de octubre de 1977 tras décadas en el exilio. Una imagen que ha vuelto a verse mucho estos días.
Sí, pero fíjate que eso más que nada es un momento documental. Se ve cómo llegaba él.
¿Cuánto de casualidad puede haber en hacer una foto histórica?
Depende de qué tipo de temas. Cuando vas a hacer un tema a las Cortes, por ejemplo, yo personalmente me suelo documentar bastante. Una foto luego surge, la fotonoticia surge, pero es cierto que, como cualquier otro informador, tú tienes que ir preparada y saber quién va a intervenir y de qué va el tema que vas a cubrir. Es algo fundamental para cualquier periodista y un fotógrafo es un periodista gráfico. La casualidad y la suerte siempre forman parte de todo, pero también cómo te preparas para ello.
Ustedes, en esos años de la Transición, ¿eran conscientes de estar capturando la historia? Sus fotos son las que ilustran los libros de texto con los que los españoles estudiamos esa parte de la historia de nuestro país.
En el momento sabes lo que estás haciendo, pero pensar que estás contribuyendo a fotografiar los momentos históricos de la historia de España yo creo que no, no eres consciente. Luego, con el paso del tiempo, sí te das cuenta de que has asistido a momentos únicos y que sí que forman parte de la historia de este país. Pero eso lo ves con el tiempo, y cuando ves los acontecimientos objetivamente y desde fuera. En ese momento tú estás haciendo esa foto y ese tema lo mejor posible, en lo que piensas es en que esa foto pueda ser la mejor de tu periódico al día siguiente y que el lector diga: «Qué maravilla». Al final la fotografía en prensa es una forma, un soporte, para contar una historia.
En la actualidad, ¿echa usted en falta que haya grandes reporteros gráficos parlamentarios? Las grandes fotos ahora parece que se hacen en otros escenarios…
La gran foto se puede encontrar en cualquier sitio y en cualquier momento. Lo que pasa es que las grandes fotos ocurren donde están ocurriendo hechos realmente importantes, hechos que cambian la historia. Como nos pasó a nosotros en la Transición y quizá ahora no pase. Pero en la vida cotidiana también hay grandes imágenes: las formas de comportamiento, de actuar, de vivir. Plasmar eso lo puedes hacer en cualquier sitio y no solo en el Parlamento.
¿España necesitaría un Pete Souza?
Aquí lo de las fotos da mucho miedo, pero a la vez a todo el mundo le encanta salir en una foto. Los grandes líderes se rodean a veces de una serie de gente que cuida muy poco la imagen de ese líder. Deberían rodearse de profesionales que sean capaces de transmitir sus momentos de trabajo, su vida personal… Porque ese personaje es un personaje público. No creo que Obama por salir en imágenes tan fantásticas como las que hacía Souza haya tenido algún problema, al contrario, ha potenciado su imagen. Siempre he dicho que quien cubre a un político o a un personaje no va a intentar machacar ni hundir su imagen, lo que va a intentar es contar cómo es porque eso conforma el perfil de un líder. ¿Por qué no hacerlo? Pues este país es un país con miedo a hacer eso.
Se me ocurren unas fotos suyas al expresidente del Gobierno, José María Aznar, desayunando.
En eso he tenido suerte, pero es cierto que también lo he intentado. Cuando he tenido que hacer una entrevista, además de las fotos típicas, he intentado dar esa otra imagen, ir un poco más allá. Por ejemplo, Felipe González cuando estaba en campaña se relajaba mucho jugando a la petanca en los viajes. Con el presidente Aznar, en las campañas que le he hecho fui a ver, sí, cómo desayunaba en casa…
Yo siempre he ido a ver lo que podía aportar más allá, descubrirle al lector algo desconocido del personaje. Muchas veces no lo consigues porque te dicen «puedes llegar hasta aquí». Pero la típica entrevista con cuatro gestos de mano y un retrato a mí no me gusta. Pienso en las últimas elecciones que hubo en este país, que se votaba cada poco, para qué voy a dar en mi periódico veinte fotos del presidente seguidas… Yo creo que no me aporta nada. Entonces, uno tiene que decir: «Permítame usted que enseñe algo más, que dé otra imagen, que aporte algo más, porque, si no, usted y yo vamos a aburrir al lector».
¿Falta imaginación?
A veces sí. La creatividad en cualquier profesión es fundamental.
¿Y ha recibido alguna queja por ese tipo de fotos más personales? ¿Aznar, por ejemplo, le dijo algo por esa imagen en la que se le ve en la cocina tomando café?
Bueno… hubo alguna foto que no creo que le gustara en aquel momento. Una foto hecha sin ningún tipo de maldad, pero es verdad que estuvimos haciendo manos y pies, y en una se le veía un puño de la camisa rozado y no le gustó demasiado.
¿Una foto de prensa tiene que ser sugerente o evidente?
Lo primero que tiene que ser es informativa. Si a eso le unes que a esa información le aportas calidad y creatividad, entonces ya es maravilloso. Pero lo primero es que sea informativa y real. Que sea verdad. Hay que tener en cuenta que algunas fotos que no son verdad se han publicado. Ahí está el ejemplo de varios Premios Pulitzer que luego fueron anulados.
Hay una foto suya que no sé si es sugerente o evidente. En ella se ve a Susana Estrada con un pecho al aire junto a Enrique Tierno Galván, cuando era líder del PSP, en la entrega de los premios del diario Pueblo en 1978. Hay una novela de Marta Sanz, Daniela Astor y la caja negra, en la que se habla del papel de las mujeres en la Transición y una de las imágenes que se evoca es precisamente esa foto.
Lo que está claro es que en la Transición la mujer empezó a formar parte de la sociedad que se veía. Dejó de ser invisible.
Usted fue una de las primeras mujeres fotoperiodistas de este país, junto a Queca Campillo o Juana Biarnés. ¿Le han prohibido alguna vez la entrada a algún sitio donde tenía que hacer su trabajo por el hecho de ser mujer?
Es cierto que he tenido bastante suerte, pero, sí, me la han prohibido o he tenido por lo menos que discutir y decir: «Bueno, oiga, usted no me está cerrando a mí las puertas, se las está cerrando al fotógrafo de un periódico, en este caso El País».
¿Dónde?
Tuve problemas para entrar en el vestuario del Real Madrid, por ejemplo. Me dijeron que estaban desnudos y les respondí: «Yo no tengo ningún problema y no voy a sacar a nadie desnudo, pero si mis compañeros pueden pasar yo también quiero, porque ahí dentro se está produciendo una rueda de prensa o unas declaraciones y mi periódico espera que yo haga esas fotos. Yo soy un fotógrafo».
Y luego también me pasó en el año 82, en Sevilla. Yo tenía que cubrir una corrida de toros y no había entrado ninguna mujer a hacer fotos desde el callejón, cuando fui me dijeron que no entraba. Y otra vez tuve que imponerme: «¿Cómo? Pues usted verá, pero mañana no habrá crónica del festejo en El País». Después de mucho discutir me dejaron pasar. Y creo que fui la primera mujer que lo logró en esa plaza de toros.
En 1981 usted ganó el Premio Nacional de Periodismo. Ese año también fue galardonado Manu Leguineche. Y es curioso porque, revisando la hemeroteca, en la noticia que publicaba su periódico —El País— sobre esos premios a usted le dejan justamente las cuatro últimas líneas. Tres y media, para ser exacta.
Manu ya era un gran maestro y yo era una pipiola. Yo llevaba poco tiempo, aunque es verdad que en aquellos momentos tuve una presencia importante en prensa por cosas que pude cubrir. El periódico era un medio que en ese momento fue un poco la bandera del cambio en el ámbito de la prensa. Pero sí, Manu era Manu… Visto desde hoy queda raro. Al final, lo que pienso es que las mujeres hemos tenido que batallar mucho para estar donde estamos ahora mismo.
Y por sus compañeros hombres, ¿se sintió discriminada alguna vez?
Jamás. Quizá porque mi comportamiento siempre ha sido como uno más, ahí era de tú a tú. Jamás tuve ningún problema, siempre hubo mucho respeto. La relación entre nosotros siempre ha sido buena. También hay que subrayar que ni yo ni ninguna de las compañeras con las que he trabajado ha utilizado nunca tampoco su condición de mujer para obtener rédito. Todas fueron unas compañeras estupendas y buenísimas fotógrafas. Tengo un recuerdo muy especial de Queca Campillo, que fue una mujer maravillosa, simpatiquísima, y que desgraciadamente ya no está con nosotros.
¿Existe la mirada femenina en fotografía?
Qué duda cabe de que el hecho de ser mujer puede influir, pero yo creo más en la forma de mirar como individuo. No como hombre o mujer. Habrá hombres con una sensibilidad maravillosa o mujeres que tienen una forma más dura de ver las cosas. Las ideas, la forma de pensar, todo forma parte del trabajo de un fotógrafo. Me gusta mucho una frase de Richard Avedon que dice algo así como que «el trabajo de todos los fotógrafos es verdad, pero ninguno es verdadero». Por eso cada foto es lo que ves, pero hay un poquito de ti esta en esa imagen. Piensa que una misma imagen la vemos diez fotógrafos diferentes y serán diez fotos diferentes, estoy segura.
A veces parece que solo ha hecho fotos de la Transición, pero su carrera es mucho más extensa. Por ejemplo, ha hecho muchas fotos de toros. Frente a su objetivo se ha puesto un torero tan escurridizo como José Tomás. ¿Cómo se convence para hacer unas fotos fuera del ruedo a un tipo que ni siquiera dejaba que televisaran sus corridas?
Tal vez en el momento de su vuelta estaba más receptivo, no lo sé. Supongo que tuve suerte. Lo que sí tenía claro es que dentro del ruedo ya le habían hecho todas las fotos posibles. Le puse un esmoquin de Armani y nos fuimos a la suite de un hotel. Es cierto que es un poco introvertido, pero yo también soy un poco para adentro y desde el principio hubo buen feeling entre nosotros. Después me fui con él a una finca a Sevilla y allí se le veía mucho más suelto.
¿Y cómo se gana un fotógrafo la confianza del retratado?
La confianza se gana poco a poco. Escuchando un poco. Hablando. Intentando no entrar como un elefante en una cacharrería. Hay que intentar conocer un poco a la persona que tienes enfrente. En las entrevistas antes había mucha costumbre de que iban el redactor y el fotógrafo y «Hala, venga, cuatro fotos y venga, que tengo que hacer la entrevista». Yo siempre me he negado. Igual voy a hacer una entrevista y estoy media hora escuchando sin hacer nada. Me interesa mucho ese ejercicio si es un personaje que no conozco, que nunca he visto, que tengo poca información de él. Me gusta escucharle durante un tiempo para ver si soy capaz de que me transmita algo, ver más allá. Es muy importante escuchar primero, luego veremos lo que sacas.
Durante los años de plomo de ETA, en los ochenta, le tocó hacer muchas fotos de atentados.
Eran años terribles. A veces tenías que hacer fotos donde había diez o doce muertos. Tremendo. La tensión que se vivía, el ambiente que se respiraba. Tú llegabas allí y querías ponerte en primera fila, pero allí también estaban las familias. Creo que hay que tener mucho respeto a las víctimas, pero sobre todo en lo que respecta a las familias. En ciertos temas el cuidado y la forma de actuar es importante. Y todo eso a la vez: querer hacer fotos contando lo que está ocurriendo y no cruzar ciertas líneas. Eso, a veces, creaba una tensión enorme y era muy difícil trabajar así. Es cierto que la cámara es una pantalla buena, algo que pones entre el sujeto y tú y que te separa un poco. O, por lo menos, intentas separarte de lo que está ocurriendo a nivel anímico.
¿En esos años hizo muchas fotos que luego eran impublicables por esos códigos que señala?
Es cierto que tú tirabas, tirabas imágenes, y había algunas que luego veías que no podías publicarlas.
En los atentados del 11M le tocó desempeñar otro papel, el de editora gráfica en El País.
Fue tremendo lo que yo pude ver aquel día. La primera foto que se publicó fue de los primeros momentos en la estación de Atocha y, claro, fue todo tan imprevisto… Estábamos en shock. En esa primera imagen se veía un hueco en el tren destrozado, la metimos en la primera edición y después de publicarla nos dimos cuenta de que había una persona dentro. Por supuesto, la levantamos inmediatamente, la sacamos de la segunda edición. Era posible que los familiares de esa persona en ese momento ni siquiera supieran que iba en el tren.
También hubo una persona que nos trajo un carrete del tren que estalló dentro de la estación, nos lo hizo llegar pidiendo que las fotos ni se firmaran ni nada. Solo publicamos dos de aquellas imágenes, el resto era impublicable. Lo que vi aquel día no lo puede imaginar nadie, he visto muchas fotos, he editado miles de fotos de guerras en el mundo entero… y no he visto imágenes tan terribles como las del 11M. Aquello no se podía publicar.
Decía Susan Sontag que «debemos permitir que las imágenes atroces nos persigan». ¿Dónde está el límite para publicar o no una foto? Ahora cada vez que hay, por ejemplo, un atentado, en redes sociales se crean grandes debates éticos sobre la idoneidad o no de difundir ciertas fotos.
El límite está en faltar al respeto y crear morbo. Ahora, una guerra, un atentado, un hecho luctuoso… Eso no es el ballet de Montecarlo. No seamos cínicos.
Si la foto de Aylan sirvió en su momento para que el mundo reaccionara, ¿por qué no hay que dar esa foto? Piensa que es algo que llevaba años ocurriendo y parece que hasta que no se vio esa foto nadie se había rasgado las vestiduras. Si sirve para que pueda ayudar a que eso no vuelva a ocurrir, merece la pena publicarla, claro que sí.
Cuando usted fichó por El País era Juan Luis Cebrián el director, ¿cómo era Cebrián como jefe?
Como director creo que, no lo digo yo, lo dice todo el mundo, es un grandísimo periodista. Puso en marcha un medio que ahí está. En las distancias cortas también, es una persona tímida, yo de mi relación con él no puedo decir otra cosa que estupenda.
¿Un buen director?
Buenísmo.
¿El mejor que ha tenido El País? Usted trabajó con cuatro de ellos: Cebrián, Joaquín Estefanía, Jesús Ceberio y Javier Moreno.
El País ha tenido la suerte de en cada época tener el director que tenía que tener. La verdad es que yo no puedo decir nada malo de ninguno. No es diplomacia, es que lo siento así. Creo que han sido grandes directores y que El País está ahí porque han sido capaces de dirigir a una buenísima redacción, eso es lo que hay que subrayar. He trabajado con compañeros excelentes de los que he aprendido lo poco o lo mucho que sé.
Hablaba usted antes de que El País fue una bandera del cambio en España en su momento. ¿Cómo es posible que en más de cuarenta años no haya habido una mujer directora?
En El País es cierto que estuvo a punto de serlo Soledad Gallego-Díaz, una periodista maravillosa. Pero no lo sé, es difícil. Pero mira la prensa española en general: ¿cuántos periódicos nacionales han tenido una mujer directora?
¿Y cómo es posible?
No te sé dar razones. Lo que sí creo es que tanto antes como hoy en día hay mujeres supercapacitadas para poder ocupar cualquier puesto de dirección en cualquier medio de comunicación nacional o extranjero. Y a las pruebas me remito, porque en el extranjero sí hay muchas. En ciertos puestos hay un techo de cristal que las mujeres todavía tenemos que romper en España.
Desde que usted empezó a trabajar hasta ahora la fotografía ha evolucionado muchísimo. ¿Le gusta más la fotografía analógica o la digital?
La verdad es que no tengo mucho problema en trabajar con una cosa u otra. No soy una purista.
¿La foto hecha con el móvil ha contribuido a la vulgarización del oficio del fotoperiodista?
No, porque todo el que tiene un móvil no es fotógrafo. Hacer una foto con un móvil es hacer una foto con un móvil y ya, perfecto. La forma de mirar con una cámara y con un móvil es completamente diferente, tienes que cambiar el chip. Decir que, si ahora delante de nosotras pasa la mayor tragedia del mundo, no hago la foto porque voy con un teléfono móvil… Hombre, claro que sí, la hago, pero no quiere decir que sea un fotógrafo profesional. Son dos cosas totalmente distintas.
¿El trabajo de qué fotógrafo joven y español le gusta?
Si me haces decir, a mí me encanta, y además ha sido mi compañero en El País, Gorka Lejarcegi. Pero no me gusta dar nombres porque parece que si das uno ignoras a los otros. Sí te puedo decir una cosa, en mis últimos años en El País yo vi cantidad de currículums, y hay muchísima gente muy preparada y muy buena. Pero es una pena, porque estamos pasando un momento muy difícil a nivel de oficio.
¿Por qué hay tantos medios nuevos, especialmente digitales, que no tienen fotógrafos en plantilla?
Ahora mismo para los fotógrafos es muy difícil subsistir. La crisis económica en la prensa ha hecho que se reduzcan costos a todos los niveles y la fotografía no ha escapado a ello. Hay días en que los diarios tiran de contratos con grandes agencias que tienen fotógrafos en el mundo entero y ¿qué pasa?, que, como llegues al kiosco un poco dormida por la mañana, realmente no sabes qué periódico compras si los formatos son parecidos. Porque tiran de Reuters, de Associated, France Presse… que distribuyen sus imágenes. Y es cierto que es muy fácil que los buenos editores escojan la misma foto.
Hace años los medios tenían equipos de fotógrafos que podían ir y venir. Era una forma de trabajar con recursos propios, y así la diversidad es mucho mayor. Imagina que antes un fotógrafo se iba un mes a Sudamérica a hacer una serie con Maruja Torres, por ejemplo. O pasaba un hecho y enviabas a un fotógrafo donde fuera. Ahora, las redacciones utilizan muchísimo medios que contratan y que son los mismos para todos. Entra lo mismo en el rulo de La Razón que en El País. Y los digitales ni te cuento. Yo creo que es importantísima la edición en los digitales, fíjate en los grandes medios estadounidenses… Aquí parece que en lo digital vale todo, y no. Un medio digital no es un cubo de basura. Es importantísimo cuidarlo exactamente igual que se hizo con el papel. Y eso es caro y necesitas muchísima gente. La edición es fundamental en cualquier medio. Tú puedes tener una serie de editores, pero tener sobre todo una mirada colectiva del producto. Renunciar a eso es dar un paso atrás y volver a los años aquellos en que el redactor jefe de turno cogía el texto y la foto para acompañarlo, y no, esto no es así. La imagen es fundamental en los medios, pero tiene que ser de calidad.
¿Un buen editor gráfico tiene que ser fotógrafo?
Ayuda, pero no diría yo que sea necesario. Yo he trabajado con dos editores gráficos que no eran fotógrafos y chapeau. Ahora, lógicamente, creo que es un aporte. Un buen editor gráfico ayuda a mejorar a los fotógrafos con los que trabaja.
¿Qué cualidades debe reunir un buen editor gráfico?
Lo primero, tiene que tener claro que un producto no es la acumulación de páginas seguidas, es un relato, un viaje, tiene que verlo en conjunto. De momento, tienes que ver desapasionadamente el trabajo de cualquier fotógrafo que te llegue, saber qué quieres dar, qué quieres contar y cómo contarlo. Realmente es contar y relatar, y eso puede ser con dos o con cuarenta fotos, depende del medio o soporte al que vaya. ¿En qué se diferencian los grandes medios? Pues quizá muchos en la edición. El diseño y la edición tienen que ir a la par. En El País, por ejemplo, se reunía el redactor jefe de cada sección con el de diseño y con el editor gráfico. Ni todo tiene que ir a cinco columnas ni a una, cada foto tiene su tamaño. Por darla muy grande no es mejor foto, a veces lo único que haces es destrozarla del todo y decir «Dios mío de mi vida, lo malo es malo tres veces cuanto más grande lo des». Y luego el editor tiene que saber también qué fotógrafo va a hacer ciertas fotos y ciertos temas, porque no todos sabemos hacer todo o lo hacemos todo maravillosamente. Hay que saber sacarle el máximo rendimiento a cada fotógrafo, conocer sus sensibilidades, distribuir el trabajo en un momento también es muy importante.
Si fuera su propia editora gráfica, ¿qué es lo que mejor hace? ¿En qué campo se siente más a gusto?
No es decir tú en qué te sientes mejor. Yo me siento bien sobre todo cuando me sale algo, digo: «¡Qué bien, qué gusto!». Pero me siento bien trabajando porque me encanta este oficio.
Ahora está trabajando en un libro. A través de la editorial Libros.com hay un crowdfundig en marcha para editar un libro que recoge parte de su obra. Especialmente centrada en las fotos que hizo durante la Transición.
Son dos tomos. El primero es de Raúl Cancio y se titula Españoles…; el segundo, que es el miío, es Franco ha muerto. El libro nace de una propuesta de Libros.com. Yo pensaba que tal vez querían rescatar esa parte de fotos menos conocidas y menos vistas, pero tanto Julio Rey como Ricardo —los editores— dijeron: «Tiene que ser un libro político. Se trata de hacer una lectura de unos años en los que tú estuviste allí». Es interesante en el sentido de que, yo que he sido editora muchos años en El País, por una vez y con perspectiva, alguien ajeno vea mi trabajo y lo edite. Es estimulante. Luego, el libro va a ser en blanco y negro. Creo que yo transmito más así, en blanco y negro.
Ese proyecto lo comparte con su marido, el también fotoperiodista Raúl Cancio, ¿cómo conviven en casa los archivos de dos fotógrafos?
Los de El País están en el periódico, porque el archivo pertenece al medio. Los negativos son suyos. Todo lo que es trabajo personal lo tenemos en casa, pero te aseguro que no nos confundimos sobre la autoría de cada imagen. Esto es como los hijos: cuando los has visto dos veces no tienes ya dudas.
¿Le molesta que la encasillen como la fotógrafa de la Transición?
No me molesta, estoy encantada de haber vivido aquello y de haber hecho aquellas fotos. Pero creo que mi trabajo es mucho más amplio. Pero esto es como todo: si una vez has hecho de malo, ya eres malo para toda la vida. Yo no soy nada nostálgica, creo que cada momento tiene sus cosas, sus hechos, sus momentos. Lo que sí es verdad es que lo recuerdo como una época en la que me divertí tanto y lo pasé tan bien… Y, visto desde la distancia, fueron momentos muy importantes en la vida de este país, y no solo a nivel político. Este libro es un poco contar aquellos años o cómo yo viví aquellos años.
Usted ha hecho a fotos a todos los presidentes de la democracia, ¿qué tenía cada uno de ellos delante de una cámara de fotos?
Cada uno tiene su punto. Por ejemplo, Suárez era muy vital. Rajoy es más serio. Zapatero era un presidente que había veces que te costaba mucho hasta que conseguías la foto. A Felipe no le gustaban mucho las fotos, es uno de los presidentes a los que menos les gustaban, de hecho. Era muy fotogénico, pero no era de los que posaba alegremente. Y Aznar es un presidente que ha dado muchas fotos, y diferentes, no sé si queriendo o sin querer. Ha cambiado mucho a lo largo de los años, incluso físicamente, y a mí me ha permitido hacer fotos muy diferentes de él.
Felipe González y Alfonso Guerra salieron a una ventana del Hotel Palace de Madrid la noche de la victoria electoral del PSOE en 1982. Veinticinco años después, usted repitió aquella foto. Por el camino se había roto la amistad entre Guerra y González. ¿Cómo fue aquel reencuentro?
En realidad, la ventana donde la hicimos es diferente, porque habían hecho obras en el Palace. Aquella ventana de 1982 era de una habitación y ahora aquello no es una habitación, es una especie de despacho. Los años pasan para todo el mundo [risas]. La verdad es que la relación entre ellos fue muy correcta y muy educada. Posaron en una suite, hablaron un ratito, se preguntaron por sus familias y después fuimos a la ventana.
¿Por qué foto le gustaría que la recordaran?
No me encasilles [risas]. Quizá a unos les guste una y a otros, otra. Esto es como con los cuadros. Acabo de estar en el Museo Picasso en Málaga y, fíjate que estoy harta de ver cuadros suyos, pero he descubierto uno de su primera época, una mujer en el baile, y me ha parecido tan maravilloso. No lo había visto en mi vida. Pues esto es igual, cuando tú ves la obra de alguien, eliges. A mí me gustaría que la gente pensara: «Es una fotógrafa que estuvo en su época y trabajó bien».
El País periódico y el país España han cambiado mucho desde que usted comenzó a trabajar hace más de cuarenta años, ¿sigue reconociendo a ambos?
¿Sigo reconociendo a ambos? Reconocer, sí los reconozco, claro que sí. Como todo en la vida, evolucionan, cambian. No tiene nada que ver el país España con el de ahora. Y El País periódico pues tampoco, pero porque creo que en la vida no se puede estancar nada, tiene que evolucionar.
¿El País sigue siendo su periódico de cabecera?
Sigue siendo mi periódico, sin lugar a dudas. Mientras siga leyendo periódicos estará ahí siempre.
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