Wednesday, November 22, 2017

Jot Down Cultural Magazine: Fortu: «Mis fans actuales saben más de música que yo»

Jot Down Cultural Magazine
Jot Down 
Fortu: «Mis fans actuales saben más de música que yo»
Nov 22nd 2017, 11:40, by Álvaro Corazón Rural

Fotografía: Begoña Rivas

 

El heavy metal es un género transversal, pero sin las generaciones de clase obrera que lo popularizaron a principios de los ochenta nunca hubiera sido como lo conocemos actualmente. En España, el fenómeno tuvo su época de esplendor a mediados de esa década. Barón Rojo y Obús fueron los grupos más importantes, pero si el heavy tiene un rostro en este país es el del Fortu (Burgos, 1954), fue el frontman definitivo en aquellos años. Y, aunque sus Obús vendieron discos como churros, su legado permanece inexplorado fuera de los medios especializados. En su día, las autoridades se quitaron de encima a todos estos grupos negándoles cualquier apoyo en cuanto pudieron y el metal español ochentero nunca ha vuelto a ser debidamente reivindicado. Fortu acaba de lanzar una novela autobiográfica (Mil demonios, Desacorde Ediciones, 2017) y aprovechamos para que nos reciba en el bar de su hermano, Las Tortillitas de Perico, y repasar su trayectoria.

Natural de Burgos, de nombre Fructuoso.

Soy nacido en Burgos, pero criado en Vallecas, en el Pozo del Tío Raimundo. Llegué a Madrid con pocos meses. Mis padres habían estado currando allí y volvieron. Los culpables de mi nombre son mi padre y mi padrino, que se llama también Fructuoso. Se fueron de farra los dos y con el cachondeo le pusieron al niño Fructuoso. Bendito sea el día. Ahora solo me llaman así en el banco, las multas de tráfico y en Hacienda.

Te criaste entre el Pozo y Entrevías.

Estaba en la frontera entre ambos. Vivíamos en unas casas que se llamaban «Los Domingueros». Eran bajitas, de dos alturas, con un pequeño patio, y las habían construido nuestros padres los fines de semana. Les dejaron el terreno y en sus ratos libres, que eran los sábados, domingos y fiestas, se levantaron ellos las viviendas. Mi adolescencia fue diferente a como viven ahora los jóvenes, pero fue bonita.

Cantando el «Cara al sol» en la escuela.

Pasaba en todos los colegios públicos y no públicos. Todas las mañanas, y luego en el patio formábamos antes de entrar a clase y volvíamos a cantarlo. Y, si no lo cantabas, estaban los profesores paseando alrededor de las filas y al que no lo hacía le pegaban.

¿Lo odiabas?

No, porque era algo cotidiano. Lo vivías como algo normal. La dictadura se mamaba por todas partes, era algo incluso familiar. Nuestros padres fueron también educados en el franquismo y tenías ese ambiente en casa. El comportamiento de tus padres hacia ti era lo que les habían enseñado a ellos. Yo a lo que cogí odio fue a la religión. Porque también te obligaban a ir a misa y cuando te confesabas con los curas siempre te preguntaban por el tema sexual. Si te hacías pajillas, si te la meneabas. Eso era un gran pecado. A mí no me gustaba nada, era una invasión de la intimidad. Siempre venían con la misma canción. Había pajas, pues cuatro padrenuestros y siete avemarías. Pero luego a la semana siguiente tenías que volver ¡y era otra vez lo mismo! Yo no entendía qué coño tenía que ver un pecado con una paja. Es normal con doce añitos que notes que se te pone durita y hagas algo con ella.

Pero dejaste la escuela harto de los profesores fascistas.

La mayoría de ellos eran militares. Imponían unas normas muy estrictas. Éramos críos, pero se pensaban que estábamos haciendo la mili, que estábamos en un cuartel. Te trataban con violencia y te pegaban con mala hostia. Ahora todo eso ha cambiado, tanto que parece que los que cobran son los profesores [risas], pero no debería ser así, ni una cosa ni la otra. Antiguamente, te pegaban con rabia, para hacerte daño. Mi profesor, don Manuel, cada vez que te iba a dar una hostia se ponía a temblar. Te cogía, te llevaba a su mesa para darte el hostión y le temblaban las manos de rabia. He visto buenas palizas. Coger a compañeros de una oreja, levantarlos en el aire, darles una hostia y caerse al suelo. Palizas por las que ahora mismo estarían en la cárcel. Encima, te ibas a casa a llorar, a protestar porque te había pegado el profesor, y te volvían a pegar porque algo malo habrías hecho.

A mí me gustaba estudiar, pero tenía miedo a ir a clase. Era muy raro el día en que no me pegasen, aunque no hiciera nada. Por cualquier tontería recibía un cachetazo. Por eso, en cuanto pude ponerme a trabajar, porque entonces había trabajo para todo el mundo, lo dejé. Fui de todo. Albañil, barnicé muebles, repartí colchones en Pikolin, estuve en un matadero de pollos, que me daban mucha pena y aguanté poco ahí. Hice de todo.

Conociste al padre Llanos.

Era un cura rojo, muy majo. Estaba muy metido por el pueblo. Ayudaba a mucha gente. Protegía a los perseguidos, a los sindicatos. Nunca se me olvidará la imagen de los grises siempre alrededor de su iglesia a ver si podían coger a alguno. Para mí, si todos los curas fuesen como él, creo que todos hubiéramos seguido más cerca de la religión. Pero no es así, para ellos todo es política, hay muchas denuncias de abusos sexuales, dinero de cestas de ONG que se han quedado… Hubo también otros curas en Vallecas como él, me acuerdo de Enrique de Castro, que ayudó a un cuñado mío que tenía problemas de drogas. Mi exsuegra iba mucho a hablar con él. Yo estuve dos veces y me dio una imagen muy buena.

Te apuntaste a boxeo.

En aquella época una de las aficiones que teníamos en los barrios eran las peleas. Era una distracción. Te divertías viendo a ver quién era el que más hostias daba. Pero eran chiquilladas, no como ahora, que te apuñalan o te meten dos tiros. En las nuestras como mucho te hacían un moratón o te partían un diente. Entonces casi todos nos apuntamos a boxeo. En mi caso, hasta que un día me dieron un hostión en un combate que me noquearon. Me mareé y me caí de rodillas. Sentí realmente lo que es recibir un buen puñetazo. Y dije: «Vale, ya, se acabó. Ya no hay más hostias». Aquello del boxeo y las peleas era una forma de decir: «Soy más macho que ninguno». Era una forma de creerse que eres más masculino, pero en realidad es todo lo contrario, no tiene nada que ver.

En tu primera comunión te regalan una guitarra.

Mi mamá, que para mí es mi diosa. Fue lo mejor que hizo conmigo. Mi madre es cantaora y mi abuelo también lo era, estuvo con Manolo Caracol. Por eso yo desde muy chiquitito estuve cantando y mi madre me regaló una guitarra. Lo llevábamos dentro, como la música popular. Gracias a esa guitarra entendí lo que es la música y, de forma autodidacta, aprendí a tocarla. Luego el piano, la batería… con la práctica cogí soltura con todos los instrumentos.

Tu primer grupo fue Nudo, que llegó a ir al Festival de Benidorm.

Hacíamos canciones de la Creedence, de Slade, el heavy todavía no existía. De Los Sirex, de Los Diablos. Tocábamos en bailes, no existían los conciertos como ahora. Íbamos a bodas, bautizos, de todo. Lo normal era en una discoteca, o sala de pueblo, tocar para que la gente bailase. Alternabas una de los Beatles con una de Manolo Escobar, pasodobles, vals… Hacíamos lo que se escuchaba, y dentro de eso el rock era la moda. Me gustaba mucho hacer «Todo tiene su fin», de Módulos, que la grabó luego Medina Azahara y yo la he cantado mucho.

Y en unos de estos conciertos me vino una mocita, mucho más mayor que yo, que se dedicaba a la prostitución. Nos liamos, perdí la virginidad con ella, vaya, y mantuvimos cierta relación. Yo tenía catorce añitos y trabajaba de botones en una oficina. Me venía a buscar en taxi al trabajo y me llevaba luego. Los de la oficina, que eran todos arquitectos y tal, cuando veían al botones con una superhembra en un taxi, se quedaban… pero ¿este cabrón?… Entonces un taxi no lo cogía nadie, era de ricos. Y los que eran ricos eran contados. Nuestros padres eran todos obreros y no nos lo podíamos permitir, no era como ahora. Ella se enamoró de mí, de un niño que cantaba, y fueron momentos muy agradables. Inolvidables.

Entonces esta chica, a través de un personaje muy conocido en el mundillo que no voy a nombrar, nos metió en el festival. Entrar en ese show en aquellos años era lo más de lo más, era como ir a Eurovisión. De ahí habían salido Julio Iglesias, Teresa Rabal. Yo fui cuando ganó su marido, Eduardo Rodrigo, que en paz descanse. Compusimos una canción muy pachanga, del estilo de Los Diablos, que habían ganado el año anterior, pero…

Hubo fricciones con la orquesta.

Cómo íbamos a encajar, yo no sabía ni lo que era una orquesta ni lo que era un escenario de esa amplitud y con esa calidad de sonido. Y para mí Benidorm significaba suecas y sol. Yo fui allí a divertirme. De hecho, fuimos allí medio barrio, toda la pandilla, metidos en Seats 1430, que se les llamaba «la Loca», porque eran muy rapidillos. Fue el primer hotel al que fui, nos pasamos el día subiendo y bajando del ascensor. Fue una juerga todo… follé también [risas]. Nos echaron a las primeras de cambio. No llegamos ni a actuar, hicimos los ensayos y fue un desastre. Fuimos cruzados con la orquesta, no nos enteramos de nada. Éramos chiquillos y no íbamos de la mano de nadie. Es muy curioso, ahora todos los que van a festivales así llevan a su productor, su representante, su tal… sus padres, pero nosotros fuimos solos. Pero para mí también fue la primera vez en mi vida que me metí en el mar y me gustó tanto que juré que volvería. Alucinaba con que hubiera tanta agua. Pensaba que se iba a salir el mar y taparnos a todos.

Pasaste por el calabozo.

Fue un primero de mayo, íbamos varios con el pelo largo, los cinco del grupo Nudo, nos cogió la Guardia Civil y sin más nos detuvieron. Dijeron que éramos de Comisiones Obreras y nos dieron de hostias. Pero yo no sabía ni lo que era CC. OO. ni un sindicato. Los más mayores, los vinculados a la política, sí, pero a los críos nadie nos había enseñado nada. El primero de mayo había manifestaciones, y solo por ir en grupo —que además lo éramos, pero ¡musical, cojones!— nos metieron en los calabozos de la Puerta del Sol tres días.

Después formaste otro grupo, Luz, con un miembro de Panzer, y se acabó todo cuando te enviaron a una mili muy particular…

Una mili muy hija de puta. Aquello me recordó al colegio, algo que ya tenía olvidado. Todo era por obligación y lo pasé francamente mal. Me destinaron a Marruecos, a El Aaiún, en plena Marcha Verde. Vivía bajo tierra, en una cueva. Un garigolo, que así los llamaban, eran posiciones en las montañas del desierto. Yo solo tenía una ventanita y la ametralladora puesta ahí. Estas posiciones rodeaban toda la montaña para ver si venían por un lado o por otro. Vivía con un canario y rara era la noche en la que el Frente Polisario no venía a pegar tiros, ráfagas de ametralladora. Porque estábamos en guerra, hubo muertos y nadie se enteró. Como yo siempre me escaqueaba, andaba mucho por el hospital haciéndome el enfermo y allí vi muchas cosas. Gente sin piernas por haber pisado una mina, gente que había recibido tiros… ahí estaba la realidad de lo que estaba pasando y se ocultaba. Yo no, yo me había metido una onza de chocolate sin masticar, porque decían que si lo hacías en la radiografía te salía como una úlcera, y me funcionó. Me dieron la baja y me ingresaron.

La mili es una cosa insoportable, yo estoy completamente en contra de eso. Si hay gente a la que le gusta esa vida, pues que vaya y se haga capitán general, pero a los demás que nos dejen en paz. Intenté escaquearme de todo, cuando había que hacer la instrucción me escondía debajo de la cama. Tanto que una vez me pillaron y me ataron al somier. Y me las arreglé para irme a la cantina con el colchón, atado a él [risas]. Por eso me metieron en el calabozo un mes, y ¿sabes qué me pasó? Que en ese calabozo fue la primera vez que probé yo un porro. En mi vida había fumado ni bebido. ¡Mi primer porro fue en el calabozo de la mili! Salí del servicio militar bebiendo alcohol, fumando tabaco y canutos. Vicios que no había tenido antes de entrar. Ya era todo un hombrecito, en fin…

Al menos conocí por allí a Rosendo, en el acuartelamiento de Hoya Fría, en Tenerife, que hizo la mili conmigo. Estaba siempre con su guitarra, tocando y cantando. Yo no, yo era más de pegarme con todos. Me eché de colega a un macarra de aquí de Vallecas y nos dábamos con todos cada día. Incluso entre nosotros dos. Ser macarrillas es que lo llevábamos en la sangre.

Al volver encontraste un Vallecas distinto.

Lamentablemente, al volver vi que la droga existía. El barrio estaba en un estado muy lamentable. Muchos ya se habían enganchado, otros estaban muertos. Veía a mis amigos pincharse heroína y ponerse a vomitar. Y yo les decía: «Pero ¿qué pedo es ese, qué ves tú en eso, ponerse a devolver, eso es lo que te gusta?». Nunca lo entendí, uno si se droga es para pasárselo bien, ¿no? Estaba el barrio muy dañado, porque además se puso de moda. Nadie tenía ni idea de lo que era eso, no había ninguna información, y por eso hizo tanto daño. De mi generación se debieron ir el noventa por ciento. Cuando estuve en el grupo Union Pacific, menos el batería, que era como yo, creo que de ahí no quedó nadie. Ni los técnicos. Todos muertos. El grupo y los de alrededor.

¿Y por qué estuviste tú a punto de morir en aquellas fechas?

Pues por el estómago. Cuando me vieron la úlcera en la mili parece que no era por el trozo de chocolate, lo mismo la tenía ya. Antes tampoco se sabía tratar una úlcera, no era como ahora, y a mí me perforó el estómago y me tuvieron que abrir de arriba abajo. Me hicieron una operación de mierda, abierto en canal, y cuando me volví a levantar por primera vez para caminar vi las estrellas. Eso sí, follé con una enfermera [risas], ¡abusaba de mí, la hija de puta! En serio, porque no me podía mover. Pero cuando me operaron fue muy chungo. Llegué a ver la luz de la muerte, el túnel ese. Te lo juro por Dios, por mi vida, que lo vi. Había un túnel y al final una sombra, una persona, diciéndome: «Ven, ven». Debe ser por la anestesia o lo que sea. Yo pensaba que en la mili había funcionado lo del chocolate, pero el diagnóstico parece que era el correcto [risas]. Con todo lo que bebí y fumé ahí, pues…

El single que grabaron Union Pacific en Chapa fue hard progresivo…

Empezaron haciendo versiones de Grand Funk y Deep Purple. Yo ponía una voz tipo Ian Gillan, con esos agudos, ya que era joven, tenía las cuerdas vocales más fuertes y las vibraciones eran mucho más limpias y agudas. Ahí empecé a componer. Luego andaban por ahí Red Box, de Juan Luis Serrano, que fue el padre de Obús, él formó el grupo con Paco Laguna. Hacía unas letras muy buenas, era y es mi rockero favorito. Y me fui con ellos.

Pelos largos no llevaba nadie.

Ni Dios. Yo y muy pocos más en el barrio. A mí por la calle me insultaban, me llamaban maricón. Iba con mi mujer y nos echaban piropos a los dos. Más de una vez me di de hostias. Me dio muchos problemas. Un chico con el pelo largo era lo peor. Era una provocación. Es como pasa ahora en Rusia con los gais, que por ser homosexuales les dan palizas. En aquella época en España era igual, era un peligro salir con el pelo largo. En la familia lo mismo, mi padre me decía que o me cortaba el pelo e iba como los hombres, como una persona normal, o me echaba de casa. Para él iba como un bicho raro, estaba molestando a los vecinos, que hablaban, y mis padres de pura rabia me gritaban que me dejase el pelo como las personas.

Obús dio un salto más allá de lo que estaban haciendo Asfalto, Topo y demás…

La palabra heavy metal no existía entonces. A nosotros no nos dijeron que hacíamos ese género hasta el tercer LP. Hasta entonces fuimos rock duro. Luego nos etiquetaron como heavy y nos metieron en el saco. Por nosotros bien, pero creemos que somos más hard rock. No hacemos una música tan pesada. Creo que fuimos más melódicos, tipo Deep Purple. Quizá Judas Priest entonces fueron los que rompieron y crearon el nuevo género.

El primer logo de Obús fue un diseño tuyo.

Me había ido de vacaciones con mi exmujer a Londres a finales de los setenta. Había mucho punk por ahí, a España no había llegado nada de eso, me fijé y me traje todo lo que vi. En Obús, lo de llevar tachas y cremalleras lo propuse yo. Compré unos metros de piel, me fui al Rastro a por tachas y una por una, tacha por tacha, puse el logo de Obús para colgarlo detrás de la batería en los conciertos. Me tiré un tiempecito. Luego me hice un pie de micro igual, forrado de piel y con tachas y el batería hizo lo mismo. Todo eran tachas [risas].

Nacho Cano en más de una entrevista decía que éramos unos macarras por todo esto, pero luego en poco tiempo llevó él la chupa de cuero. Todos los pijos se pusieron chupas de cuero. Igual que muchos grupos de nuestro rollo. Se fueron todos a Londres y volvían con sus chupas, pero veías que como estaban recién compradas tenían las mangas como tuberías, como cartón, tiesas [risas]. Porque hay que curtirlas, pero no tenían ni puta idea. Qué pinta tenían, tío. Eso no se me olvidará. Querían ser duros y no sé qué parecían.

Ganasteis el Villa de Madrid del 81 y la letra de vuestro primer hit, «Va a estallar el obús», decía «y yo sé que te quema la envidia». ¿Era porque jodía que alguien del barrio pudiera plantarse y tener éxito con un grupo?

Claro, evidentemente va dedicada a ciertos personajes. No puedo decir quién, pero sé que esa letra está dirigida a ciertas personas que les daba por culo que de la noche a la mañana llegasen unos macarrillas y triunfasen. Aunque yo ya llevaba doce años en la música haciendo de todo, pero, bueno. A mucha gente la envidia le corroe. Aquí en España la envidia, además, te viene de los más cercanos. Si a alguien le va bien le criticas, intentas destruirle y hundirle si es posible. Debería ser al revés con los amigos, pero no. Son los allegados y amiguetes los más envidiosos. Con el clip de esa canción, que salían nuestras calles, quisimos llevar el barrio a tope, como bandera. Hemos defendido el barrio toda la vida y forma parte de nuestras vidas. Si hacíamos un clip, teníamos que sacar Vallecas.

Cantabais en español, pero en un español con palabras de la calle, que llegaba a la gente de los barrios, ni siquiera un castellano con giros o pronunciaciones imitando al inglés.

Era chabacano, pero era el lenguaje que entendíamos la gente del barrio. En Obús, todos, queríamos canciones sencillas, muy directas, que todo el mundo pillara a la primera.

Cuando grababais un clip, salíais en el Telediario.

Un día vi que en una sala en Fuenlabrada tocaban unos tales Los Suaves. Fui a ver qué era eso y me quedé alucinado. Después pedimos permiso para grabar ahí un clip y fuimos noticia, sí. Pero es que en la televisión salimos en montones de programas. Una vez en un magazín matinal que tenía Teresa Rabal con niños, y salimos nosotros cantando «Vamos muy bien». Todo el público, críos de ocho años, coreando con nosotros «Vamos muy bien, borrachos como cubas, ¿y qué?» [risas]. Ahora no lo permitirían. Es imposible que pueda pasar algo así.

Había gente a la que le molestaba veros en la televisión solo por las caras, se escandalizaba porque estaban «sacando quinquis por la tele».

Éramos muy barriobajeros. Los propios rasgos de nuestras caras eran Vallecas. No podíamos disfrazarnos y decir que éramos de la calle Orense. De hecho, una vez fuimos a grabar a la calle Orense y todo el mundo empezó a quejarse de que estuviéramos por ahí con esas pintas. «Estos quinquis qué hacen aquí», decían. Teníamos esa pinta, pero, oye, nos molaba porque lo llevábamos en la sangre.

Las letras iban destinadas a ese público que estaba al margen, con historias sobre robar bolsos, pasar drogas…

Es que eso es lo que había en la calle. Lo de Perros callejeros, que salía en esas películas, es que estaba en la calle. Nosotros veníamos de ahí y lo reflejábamos. Hablábamos de lo que había en el barrio. No inventábamos nada. Eso ocurría en la sociedad. Estaba en la puta calle.

Y estabais con Chapa, división del sello Zafiro, una discográfica vinculada al Opus Dei.

Estaba Carmen Grau, directora artística del sello, siempre censurando portadas y letras, títulos de canciones… Yo me llevaba muy bien con ella. Al final le pillaba el rollo. Era una señora muy mayor, ya tendría sus sesenta y tantos. No sé si seguirá por ahí dando a la gente con el bastón.

Lo que sí que hicieron fue robaros.

Eso le pasaba a todo el mundo, era generalizado. Ahora se pueden controlar más las ventas, pero antiguamente no podías saber por ningún sitio lo que se había vendido. Te decían que eran cincuenta mil y, pues venga, cincuenta mil. Con el paso de los años nos hemos dado cuenta todos los que estuvimos allí de que nos engañaron, nos dieron unas cifras pero era mucho más. Nosotros llegamos a ser disco de diamante, un millón de copias, y nos han robado todo lo que han querido. De cada disco de oro, cincuenta mil copias vendidas, pudimos haber hecho el triple. Esto me lo ha contado gente que estaba ahí, pero en aquella época no podías demostrarlo.

Creo que fuimos engañados todos. Nadie sabía lo que era el negocio de las discográficas, ibas todo inocente, ilusionado, porque has grabado tu primer disco, salías en la tele, ya eras famoso, y realmente no te preocupabas de las ventas, estabas flipando con el concierto que vas a dar y no ves más. No tenías ni idea de lo que realmente estabas produciendo. A mí me pagaban y me lo llevaba a casa con una bolsa de deporte llena de billetes. Todo era en ese plan. En un mes igual ganábamos quinientas mil pesetas cada uno, de aquella época, que era más que el equivalente de tres mil euros. Yo me compré un chalé por tres millones de pesetas. Calcula lo que ganábamos y encima nos estaban robando.

Y no solo con las cifras de ventas, que eran más de lo que nos decían, también con los derechos. Nos obligaban a darles el 50 % de los derechos de cada canción a la editorial. Y eso era para siempre, para toda la vida. Nos querían hacer ver que esas editoriales eran independientes, pero estaban vinculadas a la compañía. Ahí nos engañaron otra vez a todos. Pero, si te daban la oportunidad de grabar un disco, tú entregabas la vida. Te decían que tenías que ceder los derechos y pensabas: pues ya compondré más.

¿Y no aprendíais?

Tampoco era fácil si te dabas cuenta. Recuerdo que después de darle el 50 % de mis canciones al sello, para ponerlas en la radio, en la Cadena Ser me pedían el 20 % de mi 50 %. Discutí, dije que si entregaba el 50 % a la editorial y luego soltaba el 20 % para que sonase en la radio, me llevaba el 30 %. ¿Yo componía la canción y cedía el 70 %? Lo planteé, exigí que ese 20 % lo entregase la discográfica de su 50 % y la Cadena Ser dijo: «Fortu, no queremos líos, pasamos del tema, no tenemos por qué discutir». Y por no enfrentarse entre ellos no salieron dos canciones mías en la emisora, «El mentiroso», y «Complaciente o cruel». Pasaron de nuestro culo, dejaron de pincharlas.

¿Y cómo llegasteis a ser número uno en Los 40?

Es que a nivel social éramos un pelotazo, llenábamos todos los sitios. Mira, después de ganar el Villa de Madrid tocamos en el campo del Rayo y lo llenamos sin tener disco en la calle. A reventar estaba el estadio. Ahí los del sello vieron que éramos un filón, y eso lo tenían que promocionar sí o sí. Los números uno se compraban, antes y ahora. Hay que entenderlo porque esto es un negocio, si quieres sonar, cuesta tanto. Son como cuñas, si quieres sonar diez veces, cuesta equis, treinta cuesta más y ser número uno, pues lo máximo. Es todo a base de pasta. Eso lo sé y certifico que es verdad. Se escuchaba en las compañías y en los medios. Y es normal porque es un negocio.

El pelotazo gordo fue llenar el Palacio de los Deportes.

Fuimos el primer grupo español que fuimos a un pabellón, algo donde solo tocaban los de fuera. AC/DC, Saxon, Thin Lizzy… y nacional no se atrevía nadie, hasta que llegamos nosotros. Pero no fue cosa nuestra, lo ideó Toni el Rubio, un promotor que había entonces, que dijo que lo íbamos a llenar. Dijimos que vale, y antes no era como ahora, que hay venta anticipada y ves lo que va a haber, nosotros llegamos al concierto sin tener ni idea de lo que nos esperaba y nos encontramos con la policía a caballo, mogollón de grises, y una cola que daba la vuelta al pabellón. Eso para los medios era noticia, un grupo de cuatro vallecanos que llena un pabellón reservado a grupos guiris… Lo dieron todos, periódicos, emisoras y revistas. Todos se querían apuntar el tanto de esos quinquilleros que habían creado tanta expectación que toda la gente de todos los barrios iba a verlos tocar. Luego se corrió la voz y también llenamos Barcelona…

En el libro de Desacordes comentas que un hombre llevó a su mujer a un hotel de gira para que follarais. ¿Tanto éxito tuvisteis?

Lo que pasó fue que sí, en un concierto, al llegar al hotel, me estaba esperando una mujer, no voy a decir la ciudad. Yo no sabía que estaba casada ni nada, pasó tal y subimos a la habitación. Y después del tema me dijo que venía su marido a buscarla. Me quedé flipando, a ver si iba a haber un mal rollo. Y me dijo: «No, si sabe que estoy contigo». A mí eso me acojonó todavía más. Bajé a recepción preocupadísimo y encima me encontré un tío cachas que te cagas, me dije: «Ahora este me va a reventar». Y todo lo contrario, macho. Me felicitó y me dio las gracias por haber complacido a su mujer, una gran seguidora del grupo, dijo. Y yo: «¡A su disposición, señor!» [risas].

Os decían de todo en los medios.

Llegué a enfadarme y a pedirle a la compañía que hiciera algo. No podía permitir que cierto periódico escribiera que la cicatriz que se me veía en el pecho seguro que era, como pusieron, de una reyerta barriobajera. Pero no podían enfrentarse a los medios las compañías, porque dependían de ellos. Era la úlcera, tío. [Risas]

Tino Casal fue vuestro productor.

Tino era la hostia, aparte de un gran músico, era diseñador, escultor y pintor. Era lo más. Sin contar lo majo que era como persona. Fuimos al barrio una vez con él, con su ropa ancha de hombros, pantalones de colores, zapatillas de brillantes, y fue un espectáculo. Vinieron los chavales, se montó una. Lo llevamos para que vieran con quién nos codeábamos, pero solo por sus pintas, porque Tino Casal no era conocido todavía. No había grabado «Champú de huevo» ni nada y la gente lo flipó, fue el comentario de toda la semana del barrio. Igual que Luis Soler, de Zafiro, que iba siempre con gafas de colores. Ahora eso es normal, pero en aquella época unas gafas rojas, verdes o amarillas no era nada normal.

A Tino le encantábamos. Viajaba mucho a Londres y cuando vio nuestra imagen le molaba, él era muy adicto a la moda londinense. Aparte de que fuera nuestro productor, yo me hice muy amigo de él. Me presentó a todos los gais de Madrid, siempre íbamos a la calle Barquillo juntos. Me encantaba escucharle, era muy inteligente. Todo lo que he aprendido de producciones me lo enseñó él. Luego lo hice mucho en Obús, horas y horas, aunque no saliera en los créditos de producción. Tino me enseñó muchísimo y no solo en la música.

Su ropa se fusionó con la nuestra. En Poderoso como el trueno salimos con camisetas suyas, con su chaqueta con cadenas, dimos una imagen impensable. Luego ves que años después dicen que Beckham ha inventado el pantalón roto y dices… no me jodas, que yo me rompí los vaqueros en 1982. Nosotros funcionamos de puta madre por eso, por la imagen, fuimos muy innovadores. Ahora ya no es lo mismo, no es tan importante lo que te pongas porque ya no hay tribus, pero antiguamente, cuando empezamos, estábamos fuera de contexto de todo. Los demás grupos salían en chándal hasta que empezaron a currarse la imagen. No se preocupaban de eso para nada. Nosotros lo cuidamos y la gente flipó.

Estuviste con Tino la noche en que murió.

Tomé unas cervezas con él. Luego, ellos se querían ir al Oh! Madrid y… Tino Casal tuvo muy mala suerte. Antes del accidente había tenido una infección en el tobillo porque no se había curado bien una torcedura. Al final le tuvieron que rajar del tobillo hasta arriba y ponerle una prótesis de cadera. Por eso tuvo su época en la que salía con un bastón. Recuerdo ir al hospital de San Fernando a estar con él y encontrármelo con la pierna colgada abierta de arriba abajo, y él con un teclado pequeño componiendo. Le decía: «Tino ¿no puedes descansar, cabrón?». Y él: «Vamos a ver, chocho, escucha esto» [risas]. Siempre estaba ideando, inventando cosas. Fue una gran pérdida.

Vuestras puestas en escena tenían también su curro.

Cuidábamos mucho los montajes en directo. Llevábamos un cráneo de fibra de vidrio del que salía el batería. Pasarelas. Un ovni, que era una plataforma redonda con luces que nos bajaba al escenario. Escuchabas un ruido de ciencia ficción y nosotros aparecíamos con los instrumentos en el platillo volante, y todos los quinquis y macarrillas flipaban. También soltábamos un misil de veinte metros al público que le estallaba justo antes de caerles en la cabeza. La hostia.

El espectáculo americano siempre nos ha influenciado, aunque dependía de la pasta que tuviésemos. Mientras pudimos, lo hicimos. Me influenció mucho lo que hacían los Kiss, Motörhead, que salían con una avioneta. Michael Jackson y sus ascensores. O los Tank, unos británicos que llevaban un tanque en la batería. Nunca olvidaré a Mick Jagger en el Calderón subido en una grúa. Todo esto nos lo enseñó también Tino.

Hasta que una vez en Mazarrón, en Murcia, nos reventó en la cara. Llevábamos unos cañones, porque es que nos llamábamos Obús, no íbamos a tirar flores [risas], y pusimos unos como los de AC/DC, y, claro, en el momento de la explosión había que estar al loro de coger una distancia. Paco, que es muy despistado, cuando se dijo «va a estallar el obús», no se dio cuenta, se fue para el cañón y le disparó en la cara. Tuvimos que llevarlo a urgencias, se quemó el rostro, pero luego volvimos del hospital y seguimos el concierto [risas] con dos cojones.

Con casi doscientos directos al año que hacíais, os pasaría de todo.

Una vez en la Plaza de toros de Valencia me tuve que dar de hostias. Ya veníamos mal de Torrent, que había un grupo de gente que siempre la liaba. Y en Valencia le tiraron una botella a Juan Luis que se le rompió y le tuvieron que dar puntos en la espalda. Me lancé a darles de hostias y no sé cuántas di, pero te puedo decir que a mí me cayeron muchas. Si no me sacan los de seguridad, me inflan.

Luego en Euskadi, joder. Había un grupo francés antes de nosotros y les pusieron de escupitajos que no te lo podías creer. Al cantante y al guitarrista les colgaban las babas por todas partes. Cuando nos tocó a nosotros, vi perfectamente cómo un tío me escupió y me cayó el gapo en el flequillo. Le cogí y le di con toda la barra del micro. Se la partí en la espalda. Y luego le sacaron a él de ahí los de seguridad. Fueron muchos conciertos, con alcohol y drogas por medio, lo normal es que nos la liaran.

¿Qué me dices de la «abuela del rock», la abuela Mercedes?

Era una borracha, le gustaba el vino… Pero sobre todo le gustaba la fiesta, primero se iba a bailar sevillanas y luego a ver conciertos de grupos de rock hasta la madrugada. Y la tía tenía ochenta y tantos años. No se cansaba nunca, tío. Creo que la hizo famosa Mariano García en Disco Cross. Una vez tocando en Vicálvaro se vino a mi casa, a Entrevías. Hicimos juerga, ella bebiendo vino, nosotros teníamos que ir a Valencia, y ella seguía dale que te pego. Iba con el nieto, que la acompañaba siempre. Y le tuve que pedir por favor que se fuera, porque ella se quería venir con Obús con su pedo de vino. Era una cachonda la tía.

¿Cómo viste la movida?

La movida fue una campaña del PSOE. Querían dar una imagen de supermodernos. A nosotros, a los que llenábamos estadios, nos habían utilizado para hacer campaña, y lo hicimos encantados. Entonces, estábamos por la Transición, por el cambio y por todo. El país lo necesitaba. Pero nos dio mucha rabia que luego utilizaran a grupos que no llenaban más que locales de cien personas, mientras nosotros petábamos plazas de toros y pabellones, y encima habíamos estado en los mítines del PSOE antes. Eso nos dio mucha rabia. Y fue un pastel que se comieron entre cuatro o cinco, no voy a decir nombres, pero es así. Eso era de ellos y no lo repartían para nadie más. Pero la gran movida éramos nosotros. Cuando Tierno Galván dijo lo de «al loro» era en un concierto de rock and roll.

Hubo una rivalidad entre Barón Rojo y Obús.

Existió y sigue existiendo. Nunca ha habido feeling y nunca lo va a haber. Al ser ya todos viejos cascarrabias, moriremos así. Somos como un Madrid-Barça. Su productor fue mi gran amigo Vicente «Mariscal» Romero, pero tenía el enemigo al lado, aunque yo nunca me he considerado enemigo de nadie. Él no lo va a reconocer, pero tardamos muchos meses en aparecer en la Heavy Rock y éramos el grupo que lo estaba petando en España. A las pruebas me remito. Las críticas de Barón en aquella época eran lo que eran, como si hubiesen roto Londres, cuando habían tocado en un garito, mientras que de Obús se daba una imagen distorsionada, y no se nos daba el valor que teníamos. Esa mano negra fue la de Vicente, que le adoro y él lo sabe. Pero…

Ellos tenían formación de conservatorio, historias literarias en las letras…

Yo me siento orgulloso de haber sido autodidacta y un macarrita, un chaval de barrio, con mis ideas y mi ideología de izquierda. Los problemas con Barón empezaron, creo yo, porque nosotros siempre fuimos macarras. Lo decían ellos y sí, llevaban razón. Todo ocurrió porque ellos fueron los primeros en grabar en Chapa, pero nosotros fuimos los segundos y les superamos. Luego hicieron el Volumen brutal, que para mí es lo mejor de Barón, ahí pegaron otro subidón, pero nunca perdonaron la rivalidad de ese segundo grupo que éramos nosotros. Al final, creo que se ha perdido dinero por no haber hecho juntos una gira los dos grupos en el momento bueno. Cuando se hizo ya era tarde, eran los noventa, el heavy estaba de capa caída. Al público le hubiese encantado ver a los dos.

Tocasteis en el 1, 2, 3.

Nos encantaba Chicho Ibáñez Serrador, me caía de puta madre, gran fumador de habanos. Le regalamos varios. Fue maravilloso salir ahí, o en Directísimo de José María Íñigo, era buenísimo. Por eso costaba tanto aparecer por ahí. Cuando alguien tiene ese poder, se aprovechaba. Por ejemplo, Uribarri, para sacarte en Aplauso, te hacía dar unos conciertos gratis para él. Yo los hice, por la cara, y a tomar por culo, en el País Vasco o en Galicia. En discotecas que él llevaba, todo para poder salir en Aplauso. Es lo que había y, si no lo hacías tú, lo hacía otro.

Os trincaban por todos los lados.

Cuando hay movimiento de dinero todo el mundo trinca.

Adrian Smith, de Iron Maiden, os metió una canción en un disco.

A través de una editorial nos ofrecieron como diez canciones suyas. Joder, a cada cual peor. La que cogimos, «Alguien», porque le hicimos un arreglo, que si no… Era horrorosa, no había por dónde pillarla. Es un coñazo, pero como era de Iron Maiden, vendía. Le conocimos en un hotel a él, de todas formas, y se quedó flipado de que hiciéramos casi doscientos conciertos al año en España. Iron Maiden, cuando nosotros salimos, era un grupito anglosajón que no se comía tanto. Estaban alucinados con nuestras giras. Ellos en un solo país no hacían lo que hacíamos nosotros ni de coña.

Tocasteis con Dr. Feelgood, Helloween, Deep Purple… ¿Cuál te ha marcado?

Me gustó mucho tocar con Deep Purple en La Cubierta de Leganés, pero ahí me di cuenta de que éramos más grandes que ellos. Con nosotros el público no dejó de botar desde el primer acorde. Cuando salieron ellos, la mitad ya se habían ido y aburrieron.

El que más fue el mejor disco de Obús.

Fue un sonido diferente, nos lo hizo el Mark Dodson, que había hecho el Sin After Sin y el Defenders of the Faith de Judas Priest, en el estudio de Dave Holland en Ibiza. Era un máquina.

Siempre decís que mientras grababais en Ibiza os ocurrieron miles de anécdotas, pero nunca las contáis

Es que… ¿tengo que hablar más de follar? [risas]. En mi libro he puesto algo, pero he tenido que quitar sexo, porque me parecía demasiado. Si yo te contara las orgías que ha habido… Ahí folló hasta el apuntador, en hoteles, en el camión donde viajábamos. Lo que pasa es que no me apetece contarlo todo, porque… Los demás no sé lo que han follado, tampoco quiero comprometer a nadie, pero yo sí he follado [risas].

Ibiza es Ibiza, sobre todo entonces, que era un territorio virgen, entre comillas. Nos íbamos mes y medio a grabar para cada disco, pero en realidad solo trabajábamos una semana. El resto del tiempo estábamos de vacaciones. Estábamos en la playa, llamaban los de la compañía a ver qué tal iba el disco, y les decían: «No, no se pueden poner, están encerrados en el estudio», y nosotros tomando el sol. Luego, cuando volvíamos a la oficina, nos veían todo morenotes y se quejaban: «Joder, sí que daba el sol en el estudio». Estábamos siempre en Pachá, a Mark Dodson le gustaba mucho el fútbol, se venían a vernos los hermanos Molina, Micky y Ángela, y hacíamos grandes fiestas. Yo todos los días me iba a la sauna. Por eso estábamos deseando ir a Ibiza a grabar. Y el equipo era acojonante, con unos medios punteros, un alojamiento extraordinario en mitad del monte, con tu restaurante y tus camareros. En esa montaña podías hacer las fiestas que quisieras, que no molestabas a nadie. Era maravilloso.

En la canción «La raya» no hablasteis de la droga alertando de sus peligros o en plan dramático, sino que decíais «me las meto con inspiración».

Siempre hemos sido muy claritos. Muy naturales. Decíamos lo que sentíamos sin cortarnos, no íbamos de culturetas por la vida. Éramos gente de barrio y contábamos el día a día, lo que pasaba alrededor. La cocaína, sin embargo, no estaba tan extendida entonces como ahora. Antiguamente se la metía la gente que tenía dinero, los yuppies y los supermodernos de la noche. Yo en los ochenta no conocía mucho el género, descubrí la cocaína con cincuenta años, mucho después. Cuando girábamos por Sudamérica nos regalaban la coca, íbamos a cualquier sitio y nos daban una bolsa, y yo no la tocaba. Fue años después cuando me dio por probarla. A mí me gusta hacer uso de las cosas, no abuso, que te perjudica y haces daño a los que están alrededor. Y también te digo una cosa, Obús, pese a la imagen que teníamos de macarras, jamás hemos subido a un escenario puestos. Hoy en día tengo prohibido que nadie en mi equipo beba antes de una actuación. Después, lo que quieras, pero antes, no. Por respeto al público, que para eso ha pagado una entrada, para escuchar una música en condiciones. Ahora, si tu imagen es salir puesto hasta arriba y tu música va por ahí, de acuerdo, pero ese no es el rollo de Obús.

Santa se formó con ayuda de miembros de Obús.

Jero, el guitarrista, era técnico de Obús aparte de gran amigo. Es de Vallecas también, siempre venía al local. El primer disco de Santa lo producen Juan Luis y Fernando. Azucena, la cantante, era también muy del barrio. Divertidísima, me he reído muchísimo con ella. Conocía también a su novia, éramos muy amigos. Era una gran tipa, fue una pena que muriera tan joven.

Y con los demás, Panzer, Sobredosis, Ángeles del Infierno, Badana, Banzai, Evo, Tigres… con el resto de la escena, ¿qué tal eran las relaciones?

Después de nuestro éxito todas las compañías querían tener, como Chapa, un Obús y un Barón Rojo. Y así pasó, salieron muchos grupos que luego fueron desapareciendo porque no tuvieron continuidad. Pero todos tenían un toque personal, Ángeles del Infierno, por ejemplo, me gustaban mucho. Sobredosis, de Carabanchel, molaban, eran muy Scorpions en los arreglos. Mazo también tenía esa fuerza de grupo vallecano. Conocí a todos, a unos más que a otros, pero siempre tuve buen rollo. La rivalidad que tuvimos con Barón no la hubo con los demás.

En el 86, un chaval fue asesinado a puñaladas por un marine americano en un concierto de Scorpions en Madrid. ¿Esa fue la señal del inicio del declive?

Ese asesinato fue una disculpa para joder este género, para no contratar a grupos heavies. En el fútbol había mucha más violencia, a Los Pecos también se les murió una chica de quince años en un concierto asfixiada en una avalancha. Eso es lo que me jodió del PSOE, cuando no les interesó nuestra imagen, cuando vieron que eso no era la cultura que querían para el país, se lo cargaron. Y lo lograron. El heavy llevaba tiempo en el punto de mira por las pintas, por los pelos… A partir del 87, 89 y principios de los noventa se hundió todo.

Vosotros disteis un giro ese año, en Dejarse la piel aparecías con el torso desnudo…

A pecho descubierto, teníamos treinta y pocos añitos, había para enseñar. Ahora me dicen que enseñe algo y… mejor no [risas]. Fue por la influencia americana del momento, la verdad es que parecía un anuncio de colonia [risas]. Buscábamos otro rollo, la aparición de Def Leppard había cambiado el rock. O te pasabas a lo radical o te ibas al rollo americano, y nosotros siempre hemos sido más light.

Hay una letra en ese disco curiosa, la de «Crisis».

Lo veíamos venir todo eso. El rollo político está muy bien, pero hay demasiadas manos tocando el dinero. Lo contamos en esa canción y en «Líos en el Congreso».

Decía «No creas falsas promesas, de un programa electoral, acabarás en la cuneta, de ti jamás se acordarán»…

A las pruebas me remito. Mira Felipe González, qué bien ha llenado su barriga, ¿dónde está todo lo que decía del pueblo?

¿No apreciaste que mejoró la calidad de vida de los españoles en los ochenta?

Era lógico, es una evolución. Cuando yo era botones, le dijeron a mi padre en la oficina, uno de los arquitectos: «Tu hijo va a tener futuro, el día de mañana tendrá coche». Tener coche era como lo máximo a lo que se podía aspirar, ahora hay dos por familia. Nosotros no hablamos de eso porque no éramos Rappel y no lo podíamos ver todo. Lo que nos llamaba más la atención eran otras cosas que se iban percibiendo, como las empresas que hacen los que gobiernan para chanchullos. Todos los que se metían en Gobiernos, en Ayuntamientos, se hacían multimillonarios. Yo a las pruebas me remito, mira todo lo que hay, gente que se ha enriquecido trincando lo que una persona no gana en toda su vida. Luego les meten en cárceles con televisión y piscina, ojalá les enviaran a presidios hondureños o colombianos.

Hubo un concierto en el 89, otra vez en el Palacio de los Deportes, con Ñu, Muro, los soviéticos Kruiz y vosotros, pero no entraron ni quinientas personas…

Sin apoyo por parte de los medios, ahora con internet es todo muy distinto, pero nosotros necesitábamos a la televisión, los periódicos y las radios. Nos lo negaron y nadie se enteraba de lo que hacíamos. Nos quedamos como algo marginal, pero ahora en serio. De siete mil personas que metíamos pasamos a no traer ni a trescientas.

No obstante, en el LP del 90, Otra vez en la ruta, todavía hay detalles interesantes. A mí me parece muy buena la letra de «Venganza», cuando dice: «La justicia no es lo mismo que la ley, una es tuya, la otra un papel, es una farsa para ocultar, que la venganza es lo natural».

Es una muy buena letra de Juan Luis. Esa canción fue de las que grabamos y luego no hemos vuelto a hacer. Creo que ni me sé la letra, sinceramente.

El disco iba dedicado a los camioneros, con un tráiler en la portada.

Juan Luis es camionero. En agradecimiento a todos sus compañeros les dedicó una letra y el LP. Aún hoy sigue siéndolo.

En esa gira salías en patines.

Todavía lo hago. Me gusta patinar. Sigo patinando con mi novia. También hago el pino. Doy espectáculo.

Te fuiste a Nueva York a grabar un disco en solitario, en plan AOR [Adult o Arena Oriented Rock], ya más serio.

Eso fue por un sello de un tío que estaba enganchado a la coca. Le dio por que hiciera este disco, y luego se debió de meter un tiro mal y le dio por cerrar el sello. Así fue, con ese criterio. Me fui a Nueva York, era el año 91, con unos músicos cojonudos que habían estado con Bon Jovi, pero se quedó sin salir. Al final, años después, hice mil copias para coleccionistas en CD y vinilo. Todavía tengo en casa. Fui superilusionado a grabarlo, me publicaron un reportaje cojonudo en Popular 1, se vino Martín J. L. a hacerlo, pero la compañía, como te he dicho, era un capricho y la cerraron.

En Saratoga sí diste ese toque melódico.

Sí, ahí canté con más armonía, más comercial. Saratoga son todo colegas. Qué te puedo decir de Jero, de Niko del Hierro. Son grandes compañeros, músicos y amigos. La experiencia fue muy buena, una cosa diferente a Obús, hasta que decidí que mi grupo tenía que tener continuidad. Aprendí mucho de ellos, pero yo quería la vuelta de Obús sí o sí. Aparte, me hicieron grabar un disco de versiones medio obligado, porque a mí no me gusta hacer covers ni tributos. Pero solo tengo buenos recuerdos.

Una canción muy emotiva que compusiste y dejaste en Saratoga fue «Eres tú».

Un día en el 90 estaba grabando, cantando la última. Cuando me quité los cascos, me dijeron que llamase por teléfono a casa, que mi mujer había tenido un accidente. Perdí a mi hija Vero… La vida es… A Verónica la llevo siempre en el corazón, hasta que me muera. Esa canción era para ella.

¿Cómo funcionó Obús en sus regresos desde los noventa?

En el rock es muy difícil tener continuidad y nosotros, por suerte y por nuestro esfuerzo, hemos seguido funcionando. Además, ahora estamos en el mejor momento de toda nuestra carrera, con una base rítmica de chavales jóvenes que nos da mucha vida. Sonamos duros y potentes como nunca, el sonido que llevamos me sube la autoestima y me entran ganas de comerme el escenario en cada actuación.

En el 2003, en el videoclip de «Esta ronda la paga Obús», actuó de protagonista nada menos que Javier Bardem.

Javier Bardem antes de ser conocido era segurata nuestro. Él y su hermano. Hombre, Bardem es super, super, superfan de Obús. Los dos nos llevaban la seguridad en festivales y tal. Nuestro sello entonces era de Ricardo Sánchez Atocha, un promotor de boxeo que también tenía una discográfica. Fue entrenador y promotor de Poli Díaz, Javier Castillejo, de los grandes campeones de este país. Por eso conoce a Javier Bardem y a mucha gente, se lo pidió y dijo que encantadísimo. Era cuando estaba rodando Mar adentro y le habían depilado las cejas. Se las tuvo que pintar para nuestro clip. Es un actor impresionante, está ahí por algo.

Ahora te ha dado por escribir, has publicado en Desacordes una novela autobiográfica.

Tenía un montón de documentación sobre Obús en casa, siempre tuve apuntes, pero nunca se ha hecho nada con el material. Entonces conocí a los de la editorial y me dieron la oportunidad. Lo que no hice fue una biografía del grupo, sino contar mis vivencias mezclado con un poco de fantasía. Ahora estoy escribiendo una novela. La idea de este primer libro era que fuese algo muy entendible, como Obús, para gente que no ha leído nunca un libro. Mi sobrino, por ejemplo, que nunca ha tocado uno, se lo ha leído del tirón, porque tiene un enfoque sencillo y divertido. El otro día me escribió un mensaje el Pirata que decía que me odiaba porque tenía muchas cosas que hacer pero no podía parar de leer el libro.

El Pirata sale en el libro, dándote ánimo en una discoteca cuando estás hundido, y luego la cosa termina en un parque de forma un tanto… ¿eso del árbol es una anécdota real?

Eso fue en el Excalibur. Es cierto lo que pasó, sí. Fue mi época de salidas nocturnas consumiendo de todo. Estuve con el Pirata, me vio desanimado, me dio apoyo moral. Y luego nos echaron de la sala, la cerramos, y me fui con uno, el Macaco, a meternos un trallazo en un parque. Nos enchufamos y de repente el Macaco había desaparecido. Miro y no está. Me había quedado solo, hasta que miré para arriba y me lo encontré subido a un árbol masturbándose, tío. Se ve que cuando te metes te entran ganas, y…

Tuviste un par de años en que te dio por aparecer en realities de televisión.

Tengo que estarle muy agradecido a Mediaset. Primero, con lo de saltar de trampolines en Mira quién salta, que me sacó de una época negra mía, en la que salía mucho por la noche. Tuve un desamor y me hundí un poco. Me llamaron, como me gusta el agua acepté, me pareció buena idea y me tuve que poner en forma. Para saltar de altura tienes que estar bien, porque te dejas la vida. En los primeros saltos me daba unas hostias de cojones. Así hacían audiencia, nos ha jodido. Saltaba de tres metros dando una voltereta y me daba una costalada de espaldas que me salían unos moratones enormes. Las audiencias, claro, de puta madre. Luego fui consiguiendo más altura, aprendí, fui subiendo metros, cinco, tal, con piruetas. ¿Y sabes qué hice después del programa? Me he federado. Estoy en la Federación de Salto de Madrid y me voy a entrenar todos los días. Ahora salto de acantilados. Me voy a Menorca a hacerlo, me encanta, tío. Por eso le estoy tan agradecido a Telecinco.

En Supervivientes, comiendo gusanos a la intemperie, otra cosa, no, pero heavy metal sí que era la experiencia.

Es que ir a una isla a sobrevivir era el sueño de mi vida. Soy muy aventurero. Sé que el programa es un formato de supervivencia entre comillas, es más reality, les va el morbo de que haya discusiones y eso. Pero yo fui a hacer supervivencia. Solo comí lo que pude procurarme por mí mismo y, ojo, no pasé hambre. Comí termitas, gusanos, larvas que crecían en cortezas de los árboles, escorpiones, tarántulas, un tipo de cactus que yo lo cocía y me lo comía como si fueran patatas y era un poco insípido. Hice un aljibe para lavarme con agua limpia y fresca. Encontré una especie de palmitos dulces, riquísimos, me iba a una isla donde solo yo sabía que estaban y los desayunaba. Pesqué unos centollos de medio metro que los hondureños no se atrevían a cogerlos, las pinzas que tenían eran como mi mano. Yo me bajaba a las cuevas y los trincaba. Me sentí allí tan bien, tío. La psicóloga que tuvimos allí, la vi meses después y le dije: «Echo de menos Supervivientes», y me contestó: «Ya lo sé, Fortú» [risas]. Ahí estaba todo el mundo sufriendo, y yo me adapté tanto que cada vez que nos cambiaban de isla me hacía las cabañas con la polla. Me habría ido a vivir ahí.

Todo el concurso sin quitarte la camiseta de Obús ni por casualidad.

Tengo que agradecerlo también, porque Obús es una firma y me podrían haber dicho que es publicidad. Siempre me la dejaron llevar, en todos los realities a los que fui.

Y entonces Obús firma con Universal, el primer contrato con una multinacional de toda su carrera.

Vamos a ver, eso ha venido bien para el rock español. Hay mucho público que ha conocido a Obús gracias a ese concurso. Si no, mucha gente aún no sabría que Fortu es el cantante de Obús. Gracias a eso nos han contratado en muchos sitios, ayer di el pregón de Valdemoro. Todo gracias a las televisiones.

Ahora los conciertos son de dos horas y media y antes, de una hora.

No, antes eran de tres cuartos de hora. Hay contratos por ahí firmados que ponía que el máximo de la actuación sería de cuarenta y cinco minutos. Con el primer disco solo teníamos ocho canciones y en los bises repetíamos dos. Ahora das un concierto de cuarenta y cinco minutos y, como no sea en un festival, te dan una paliza. Nos tirarían de todo.

Los festivales también han cambiado, antes vosotros ibais a festis compartiendo cartel con Manzanita, se programaba lo que le gustaba a todo el mundo, pero a saco.

Hemos hecho festivales con Juan Pardo, Olé Olé, Manzanita, grupos con los que no teníamos nada que ver. Era como cuando ponían Tocata en televisión, que salía de todo. Yo eso lo echo de menos, esa mezcla.

También has apreciado que tu público ahora es más exigente.

Están más preparados que nosotros con diferencia. Mis fans actuales saben más de música que yo. Por internet lo han visto y escuchado todo. Luego estudian partituras, lo saben todo sobre su instrumento. Nosotros empezábamos con guitarras de juguete, con tres cuerdas, ahora su primer instrumento es una Gibson. Pero para mí es un orgullo que sepan más de música que yo. Todo lo que sea evolución cultural es bueno. Me hubiese gustado haber nacido ahora a mí también, aunque para haber salido adelante como nosotros lo hicimos hacen falta muchos cojones. Lo nuestro fue cosa de empujar. No tuvimos facilidades de ningún tipo. Cero. Te lo tenías que crear tú todo y lo hicimos.

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