Detalle de la portada de La leyenda del tiempo, 1979. Imagen: Philips.
Un cuarto de siglo después del fallecimiento del genial cantaor, su influencia, más allá del mito creado ya en vida, está presente en las nuevas generaciones del flamenco.
Al guitarrista Paco Soto (Águilas, Murcia, 1991) se le apareció Camarón en una gasolinera. Tenía diez años y viajaba con su hermano y sus padres en su Renault 21 verde oliva cuando su perro Rufo le pegó un bocado en la mano derecha. Aún tiene grabados en el dedo índice sus dientes como recuerdo. Paco lloraba y sus padres pararon en un área de servicio para curarle la herida. Para que se le pasara el berrinche, su madre le compró además un CD, el disco Autorretrato, de Camarón. Desde la portada, un retrato pintado del cantaor miraba de frente a aquel niño que ya decía entonces que sería guitarrista flamenco. Enseguida se puso el disco en el discman que le habían regalado por Navidad y se olvidó de su mano, de Rufo y del mordisco. «Encontrármelo fue como una iluminación. Para mí es como algo religioso. Alguien a quien nunca he visto, solo en imágenes, como si fuera la cara de Cristo. Porque ves una imagen suya y sabes que es él: esa cara, ese pelo… Y es algo que se lleva muy en serio. Como de "¡Coño, no me hables mal de Camarón que te reviento!"», cuenta Soto riendo. «Me quedé impresionado. Desde entonces lo escuchaba todos los días. Me pasó igual con Paco de Lucía. Para mí son como la religión que no he tenido porque mis padres son ateos, me he criado con familias cristianas y he crecido en Marruecos, en un país musulmán».
A Rosalía Vila (Sant Esteve Sesrovires, 1993) Camarón se le apareció en un parque. Fue durante aquellas tardes sin prisa en las que a la salida del instituto se juntaba con amigos más mayores, con carné de conducir y coche, que abrían las puertas de sus vehículos y le daban cera al estéreo. De allí salía la voz poderosa y atormentada del cantaor. Para ella, como cuenta con su voz dulce, hipnótica y segura, fue «una revelación». Ahí comenzó, dice, el «enamoramiento». Le «cautivó» su visceralidad, su brutalidad. «De hecho, aún lo sigue haciendo hoy».
Ambos son dos ejemplos de una nueva generación de artistas flamencos que empezaron a vivir cuando Camarón, José Monge Cruz (San Fernando, Cádiz, 1950), ya no lo hacía. Paco tenía apenas unos meses cuando el artista falleció en Badalona el 2 de julio de 1992, hace ahora veinticinco años. Rosalía aún no había nacido. Pero ambos son, sobre todo, dos ejemplos de la influencia que este dejó más allá de la nostalgia y del icono en el que, ya antes de fallecer, se había convertido. De aquel gitano rey de los gitanos al que las madres llevaban a sus niños para que les impusiera sus manos, de aquel personaje tímido, marginal, de círculos íntimos cerrados y estrechos. De aquel hombre del que, cuando murió, los suyos chillaban a la puerta del hospital que Dios se lo había llevado «pá que le cante». De una leyenda, en definitiva, casi una religión, como dice Soto, que no ha dejado de crecer con los años y en la que la clave, o el problema, está en determinar dónde termina el hombre y su obra y dónde comienza la fe.
«Su influencia se mide desde la revolución que protagonizó con Paco de Lucía. Una revolución dentro del flamenco, desobedeciendo a la tradición pero sin traicionarla, como lo definió el escritor Félix Grande. Y, además, dándole al flamenco un toque de accesibilidad que no tenía», lo explica Fermín Lobatón, escritor y crítico de El País. Con Camarón convertido hoy en esa estampa casi religiosa, Lobatón recurre a otra imagen para explicar aquel impacto y cambio que supuso. En ella, el cantaor y Paco de Lucía, que se conocieron a finales de los sesenta en el tablao de Torres Bermejas y que grabarían y trabajarían juntos durante la siguiente década, posan jovencísimos para el objetivo de Pepe Lamarca. Espalda contra espalda, Paco viste camisa negra —la que le ha dejado el fotógrafo para cambiarse por la suya blanca que había llevado a la sesión—, fuma y ríe mirando al suelo. Camarón lleva camisa blanca, gira la cabeza hacia su compañero y ríe también en una carcajada. Recuerda Lobatón que Carlos Arbelos, fotógrafo y crítico, solía decir que aquella era la primera fotografía flamenca de la historia, territorio eterno de la seriedad, la gravedad y la intensidad, en la que unos artistas sonreían ante la cámara.
«De su dimensión no ha salido otro como él. A Camarón se le escucha ahora y sigue fresco, con esa mezcla de grito y dulzura, con ese timbre de cristal… Ha habido grandes artistas, pero en el cante es muy difícil aportar. La música de tradición oral es casi inmune al cambio y las estructuras permanecen inalteradas por siglos», analiza el crítico. «Aunque tuvo también, sin pretenderlo, una influencia negativa, porque durante mucho tiempo se le escuchaba demasiado en las voces de otros».
El impacto del cantaor en las nuevas generaciones va más allá del mito. Paco Soto, que acaba de publicar su primer disco, Vida, un fresco recorrido por bulerías (una incluida a De Lucía), tarantas o seguiriyas, explica que él compone siempre pensando en letras de cante y que a él eso le vino por Camarón. «Para mi generación, él es el cante. Y yo bebo de los demás a raíz de él». De ahí que de su discografía se quede, sobre todo, con la decena de discos que grabó con Paco de Lucía en la primera etapa de su carrera, un recorrido por el flamenco más de tradición, por todos los palos, con el que ambos asentaron la base para después, como explicaba Lobatón, desobedecer esa tradición sin traicionarla.
Rosalía coincide. También ella confiesa que le inspiran sobre todo aquellos álbumes de los setenta y cómo Camarón fue siempre un buscador incansable, un aficionado inasequible que recorría el país para aprender nuevos cantes. La artista catalana ha publicado esta primavera también su primer disco, Los Ángeles, con el productor y músico Raül Refree. Toda una declaración de intenciones, un parte de que dará guerra, una carga de profundidad en todos los sentidos con un cante continuo a la muerte y un flamenco con acordes y compases de flamenco pero que Refree lleva más allá. Pero, sobre todo, con una voz tremenda y emocionante que suena a antigua y que al mismo tiempo suena a ahora, a ya. Para Rosalía Camarón fue su puerta de entrada al flamenco, la máquina del tiempo a través de la cual viajó después al pasado, a la Niña de los Peines, a Valderrama, a Manuel Vallejo… Al cante más puro. A esas esencias y ortodoxia a las que ella, dice, da las gracias porque así «he podido aprender el flamenco de la forma más pura». Pero esa ortodoxia a la que ella, como hicieron Camarón y Paco en su momento, desafía ahora, «porque para mí hacer música sale de una necesidad personal. Y por eso al hacerla no quiero ni puedo rendir cuentas a nadie».
Este mes de julio volverá a recordarse, un aniversario más, todo lo que Camarón hizo y todo lo que era. El año pasado abrió al público su casa natal, en la calle del Carmen, 29, en San Fernando, y se ultima aún que lo haga su museo en la misma localidad. Volverá a hablarse de sus discos, aquellos que tras su muerte no habían sido —como recordaba el diario El País entonces en un artículo que se titulaba «¿Cuánto vende una leyenda?»— grandes éxitos, pues de sus diecinueve álbumes se habían despachado entonces 361.172 ejemplares. Un caso especial su Leyenda del tiempo, de 1979, su mayor revolución, hoy uno de los discos icónicos de la historia del flamenco, que vendió entonces apenas cinco mil ejemplares. Su productor, Ricardo Pachón, amigo y descubridor del cantaor desde su infancia, recordaba cómo tras el lanzamiento, tras el rechazo de crítica y público, tras el rechazo incluso de los suyos, de los gitanos, este le decía «Ricardo, el próximo disco, de guitarritas y palmas». Y se recordarán también los últimos días de aquel enfermo de cáncer que, como reveló la biografía que escribió Alfonso Rodríguez con la Chispa, la viuda del cantaor, dejó escrita una nota antes de fallecer: «Dense cuenta que estamo viviendo una vida mundiana que no merese la pena vivir. Porque es mui bonita la vida y tu ties que fortalecerte y tener clonpleta fes en Dios y en ustedes mismo. Con simpatía y cariño. De este que lla es libre. Camarón».
A partir de aquel 2 de julio de 1992 Camarón entró en otra dimensión. Se terminaba el hombre y nacía el mito. Se dispararon las ventas de sus discos, aumentaron las ediciones piratas de casetes que se compraban por miles. Y Camarón se consagró como el genio que dejaba un vacío que aún hoy se ve imposible de llenar. «Otro Camarón saldrá dentro de quinientos años. ¡O no saldrá!», exclama el guitarrista Pepe Habichuela, uno de los últimos maestros vivos de aquella época dorada del flamenco de los setenta, de aquella revolución, que compartió tiempos, noches y escenarios con el cantaor. «Es que esos seres tan especiales, como él, como un Enrique Morente o un Paco de Lucía, salen una vez en la vida. ¡Pero menos mal que tenemos ahí su legado! Eso sí, estaremos atentos, claro, a lo que venga nuevo, para ver qué pasa…», dice Habichuela.
«Si ya ha salido un Camarón, ¿por qué no va a salir otro?», se pregunta Paco Soto. Él recurre a su territorio, a la guitarra, para explicarlo. Salió Ramón Montoya, luego Sabicas y después vino Paco de Lucía, «así que yo tengo esperanza de que salgan más genios que abran camino y nos dejen maravillados». Soto también recurre a la música clásica para explicarlo. Dice que va «por tiempos». Que primero fue Bach, luego llegó Mozart y después Beethoven. Que De Lucía y Camarón, sí, coincidieron, pero que «la naturaleza dice: vamos a darle genios a la humanidad, pero poquito a poco, no se nos vaya a flipar».
Kiki Morente, el menor de los Morente, frondosa cabellera, voz de esencia de Granada, tampoco lo duda. Camarón, dice rotundo, es todo. «Tiene que ser una fuente de alimentación inevitable. A mí no me gustaría tanto el flamenco sin Camarón. Igual que Morente, mi padre, aportó algo sin lo cual no se entendería esta música hoy. Ambos han sido las dos fuentes más importantes de los últimos años». Kiki, que en septiembre se estrena como cantaor con su primer disco, nació en 1989, tres años antes de su muerte, y confiesa que saber que estaba vivo aún Camarón lo enorgullece. Recuerda también que le contaron que lo conoció, aunque no se acuerda, porque Camarón grababa en Madrid en 1991 su último disco, Potro de rabia y miel, al mismo tiempo y en el mismo estudio que su padre Negra, si tú supieras.
Pero Kiki, sobre todo, creció escuchando a su padre contarle historias de él. «Siempre hablaba tan bonito de su compañero y su amigo…», recuerda hoy con nostalgia. También él, como sus maestros, como Habichuela, o como Tomatito o como Morente hacía, o como todos aquellos que compartieron historia e historias con él, se deja llevar por esa nostalgia, por ese recuerdo. Él va incluso más allá. Dice que para él, como cantaor, es «enamoradizo» salir a cantar y acordarse de Camarón.
La entrada La isla sin Camarón aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.
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