Metamorphosis , ca. 1965. Fotografía: Wingate Paine.
Muchos recuerdan el acto de ver el cine X de antaño como toda una aventura de riesgo: el riesgo de pillar un resfriado por tener la entrepierna al aire viendo el desarrollo de una floja trama y esperando a la llegada de las partes interesantes. La aparición de las películas solo con escenas de sexo y las escenas cortas en la web se han celebrado como un avance importante en la historia de la pornografía y su utilidad para la urgencia del espectador. Pero, ¿tan malo era el porno argumental? ¿realmente el guion era un mero pretexto para legitimar y hacer menos obsceno su contenido sexual? He aquí mis argumentos a favor del argumento.
Premisas y concesiones
- El objetivo principal de la pornografía es excitar, llevar al espectador al orgasmo. Una película que fracase en ese objetivo, con o sin argumento no debería considerarse pornografía. Se puede hacer —y se ha hecho— drama, acción, terror, ciencia ficción o comedia en filmes para adultos, pero el objetivo pornográfico no debe perderse nunca de vista. Aún más, una trama puede hablar del sexo en sí mismo, ser pornográfica en su naturaleza y, además, contener sexo explícito, permitiendo un bucle excelente y un objetivo cumplido por partida doble. Lo apuntaré más adelante. Por lo demás, concuerdo bastante con el dicho popular de que «el porno es para pajas» o no es.
- El gonzo y otras modalidades de pornografía que minimizan o prescinden del argumento no son malas. No defenderé aquí el porno argumental como «el auténtico»; aunque sí lo defenderé como un referente capital. El gonzo como planteamiento es una buena idea que ha dado muy buenas escenas. El mal gonzo es lo malo. El peor, de hecho; y ahí sí que lanzaré un par de latigazos.
- Igualmente, no todo el porno argumental será bueno por definición. Cierto es que desde que este género hace largometrajes muchos guiones se han escrito como los musicales de Bollywood: como mero enlace de las escenas de baile, excusas para llegar al sexo. Pero hay excusas mejores y peores. Y dentro de las últimas, se han rodado aborrecibilísimos pastiches que son capaces de lo impensable: quitarle a uno las ganas de paja. Son los que, con el tiempo, han alentado el prejuicioso mito que queremos desmontar en este artículo.
El argumento histórico (1): Los stag films
El guion existe casi desde los inicios del cine X, siendo este prácticamente tan antiguo como la cinematografía convencional. Las primeras filmaciones, pese a no tener un guion específico, sí que tienen algunas contextualizaciones que potenciaban el erotismo. Algún tiempo después y aún en la clandestinidad, el medio se las arregla para prosperar y tomar la forma predominante del stag film, esto es, un corto cinematográfico con un planteamiento que tanto sitúa la acción como la desarrolla ágilmente hacia la alegre refriega carnal de los actores. Evidentemente, el dotar de guion a estas producciones quedaba muy lejos de buscar un reconocimiento artístico, pero sí muy cerca de poner delante del espectador situaciones cotidianas familiares. Introducir elementos sexuales en estas aumentaba la excitación del público.
Como ha pasado constantemente en la historia del porno, pasó que el incremento de la demanda llevó a los productores a agotar y acortar los argumentos, produciendo numerosas escenas de cama sin pena ni gloria. El producto dominante, con el tiempo pasó a ser el loop, la escena pornográfica ceñida al sexo, que, sin embargo formó a algunos de los directores que se harían populares en los años siguientes a la legalización del cine porno y lo que se conoce como su edad dorada. Lo harían haciendo porno argumental. De hecho, la película que le daría popularidad y aceptación al género, Garganta profunda de Gerard Damiano, también lo era.
Lo que nos queda a día de hoy del stag film es que podría considerarse algo así como el tatarabuelo de la escena corta argumental actual, que parece haber vuelto para quedarse.
Ejemplo 1 : El demonio en la señorita Jones (Gerard Damiano)
Garganta profunda es un buen ejemplo de buen argumento. Combinaba un asunto y diálogos humorísticos con unas ejecuciones para la fellatio remarcables, para obtener una comedia pornográfica.
Pero de Damiano me apetece más rescatar El demonio en la señorita Jones por otras razones. Emparentada con la obra A puerta cerrada de Jean Paul Sartre —a raíz de similitudes en su libreto— la obra desarrolla la caída en la adicción al sexo de su protagonista. Para construir ese descenso al pecado, Damiano edifica una escalera ascendente de escenas sexuales cada vez más osadas. Georgina Spelvin en el papel de Justine Jones atravesaba así un iniciático camino sexual perfectamente ordenado que pasa sucesivamente por la penetración con objetos, el sexo oral, el coito vaginal, el coito anal, la relación lésbica, un trío con dos mujeres y un trío con dos hombres, con doble penetración: una estructura-catálogo de prácticas que restará como paradigma referencial a lo largo de la historia del porno. Innumerables producciones posteriores —incluso las no argumentales— la usarán para narrar crescendos en temas de sexo.
Buscar semejante ordenación para crear un efecto tanto dramático como sugestivo, pues, es responsabilidad del guion.
El argumento histórico (2): Los pioneros del porno francés
El guion pues ha facilitado labores posteriores con el establecimiento de algunos cánones. Y alguien podría afirmar con certeza que se ha abusado de estos hasta conseguir que perdieran su significado y utilidad.
Sin embargo, guionistas y directores han sabido replantearse patrones y tradiciones, sorprender al espectador y revolucionar el género, sin abandonar las tramas argumentales. En el fondo, como la cinematografía convencional. Francia tuvo su edad dorada en la segunda mitad de los setenta con directores como Frédéric Lansac, Burd Tranbaree, Patrick Aubin, Francis Leroi o Gérard Kikoïne que se conjuraron tras la legalización del porno en Francia para ofrecer una pornografía única y memorable. Inspirados por lo mejorcito de sus homólogos americanos, introducían el sexo en lugares y momentos completamente inesperados, le daban usos tremendamente creativos al atrezo del set e incluso defendían la orgía como algo normalizado dentro de un evento social, dando amplia bola al mito del liberalismo sexual francés.
Aún más, estos primeros directores franceses supieron sumar la tradición del «cine sexy» —anterior a la legalización del porno en Francia— al rodaje de la pornografía explícita. Supieron hacer que sus historias hablaran del sexo como conductor de la historia y no como algo que emplazar gratuitamente. El adulterio, la vida liberal, los intercambios de parejas, las relaciones de dominación consentidas, las iniciaciones al sexo… incluso planteamientos fantásticos, como la vagina parlante de una mujer o la creación de una pareja sexual artificial, funcionaron increíblemente bien.
El contraargumento de la espontaneidad
Una de las críticas que se le ha lanzado al porno con guion y que funciona como halago del porno que no lo tiene es el de la falta de espontaneidad y credibilidad de sus escenas. No existen las pizza-girls sexys que se cobran el viaje en especie. El seguro no te manda fornidos fontaneros capaces de echar tres sin sacarla.
Por ello, en su momento, el gonzo de John Stagliano —alias «Buttman»— fue una idea repleta de frescura. Rocco Sifredi lo trajo a Europa con los mismos buenos resultados. La gente de Bangbros se estrenaron con su Bangbus, cruce entre la escuela del gonzo de Stagliano y lo que llaman «pornografía real»; precisamente triunfó en internet por su apariencia de realismo y los puntos de humor improvisados. Porque el gonzo puede ser divertido, directo y cachondo; y consigue generar la plausibilidad de que lo que les pasa a sus protagonistas te pueda pasar a ti. Sin embargo, con el tiempo, también pecó de los mismos males que la escuela argumental. La espontaneidad se pervirtió a favor de automatismos pautados, asentando su propio manual canónico que sigue sin desvíos, para acabar produciendo churros como churros. Y así, a estos magos de la seducción improvisada, se les ve el truco cuando reconocemos a una pretendida anónima como una actriz del circuito. También tendríamos hasta en la sopa el casting de chica en un sofá a la que, tras hacerle el test habitual del nombre, edad, procedencia, cuándo empezaste a follar y cuáles son tus posturas favoritas, le encasquetan un cimbrel en la boca en cero coma.
El resultado, en sus peores manifestaciones, nos ha dejado con un porno industrial de bajísima calidad que pierde de vista el motivo de su origen. Cabe más espontaneidad en una buena idea tenida por un guionista/director y su esfuerzo por llevarla a cabo en un trabajo conjunto con los actores y el equipo de rodaje, que en el enésimo amateur que cree que lo va a petar muy fuerte por haberse comprado una cámara y haber encontrado alguien con quien rodar un P. O. V. tumbado en la cama.
Retrato de Eugen Sandow, 1893. Fotografía: Benjamin J. Falk.
El argumento histórico (3) : Mario Salieri y el porno de autor
De Mario Salieri podrán encontrar un extenso artículo de un servidor en esta publicación. Sin extenderme mucho lo rescato aquí como prueba indispensable de la altísima calidad a la que puede llegar el porno argumental desde el cine de autor. Es el paradigma del pornógrafo que entendió a qué público se dirigía, creando historias de carácter local —profundamente italianas— pero que le permitían llegar a temáticas literarias y humanas universales, sin perder de vista el objetivo pornográfico. No perdió tampoco la oportunidad de crear un estilismo propio en sus escenas de sexo, haciendo que viendo un solo fotograma reconozcamos su mano. Alcanzó un éxito tremendo tanto en Italia como en Europa.
La lástima del asunto es que —como a otros autores— por atreverse a mezclar pornografía con referentes literarios o cinematográficos medianamente cultos se le ha tildado de pedante o de autor con pretensiones. Pornografía gafapasta hubieran dicho si la hubiera hecho a día de hoy. Y el hecho es que su obra pudo ser vanguardista en su momento, pero no era ni cine experimental, ni era necesario conocer oscuras referencias para disfrutarlo. Salieri no se puso en plan Thomas Pynchon a escribir sus historias. Eran historias bien pensadas, con sentido y una mínima profundidad, que cualquiera podría seguir. Aunque también pudiera ser que a cierto consumidor de porno, eso le ajenara de alguna forma.
El argumento de la interpretación
Escribir un guion, crear un personaje lleva a otro modus operandi en una producción. En Estados Unidos se distingue en los créditos de una película al porn actress/actor del performer, según deba interpretar un papel o simplemente follarse a alguien. En el primer caso se estudia un poco el personaje, se pone en su piel y se traslada imaginativamente a su historia, experiencia sexual incluida. Bien ejecutado, puede llegar a dar mucha credibilidad y torridez a la coyunda.
Seguramente mucha más que el o la performer que de set en set va ya por la tercera escena del día; que ya no es que se ponga en la piel de nadie, es que igual ya no está ni en la suya.
El argumento tecnológico
Pese a los argumentos que llevamos dados hasta aquí, aún podría entenderse que uno tuviera la urgencia de situarse frente a una pantalla y ver, ya desde el primer segundo, una mamada/penetración en primer plano. Durante los años de las cintas de vídeo podía entenderse el reniego hacia el porno que le hiciera a uno esperar un cuarto de hora o más hasta poder iniciar la práctica onanística; y que se le enfriase la erección en el entrecoito. Incluso con el botoncito de avance rápido era algo engorroso. Pero en la era del DVD, las escenas por capítulos y la posibilidad de avanzar la acción usando el cursor sobre la barra del reproductor, el argumento ya no tiene por qué estorbar al que por premura quiera prescindir de él.
El argumento histórico (4): Las parodias
El porno es un vampiro. La necesidad de dar trasfondo a la ingente cantidad de películas que producía y de buscar ganchos con los que atraer al público dio, a principios de los noventa, con la parodia como recurso. Usando referencias populares, surgieron parodias de desde Drácula a Eduardo Manostijeras, pasando por héroes de acción como Tarzán o Terminator. Muchas sonrojarían a directores de serie Z, pero en el intento sacarían más de una risa e incluso alguna película de culto. Actualmente, el porno ha estado ojo avizor y no ha desperdiciado la oportunidad de sacarle el jugo a dos éxitos audiovisuales recientes: el dulce momento de las series de televisión que estamos viviendo y las adaptaciones cinematográficas de los cómics de superhéroes. Estas parodias traen dos fenómenos argumentales imaginativos. Por un lado, filmar momentos no realizados en las producciones originales, como la escena en la que al Nota le ofrecen una mamada por mil dólares en El Gran Lebowsky; y por otro, pornificar momentos icónicos, como el famoso beso boca abajo de Spiderman a Mary Jane. Con o sin porno, en mi opinión, siempre mejor Capri Anderson que Kirsten Dunst.
Ejemplo 2: Great moments in threesome history (Brazzers)
La escena va como sigue: Ramon Nomar interpreta a un nerd americano —sí, si Superman puede pasar por Clark Kent, ¿por qué no?— que urde un furtivo plan para que Madison Ivy, su novia, le haga una paja sin saberlo. Le propone una velada de películas y palomitas en casa de ella. Ya en situación y con su novia en la cocina, nuestro héroe hace un agujero en la parte inferior del cubo de palomitas e introduce allí su herramienta del amor. Madison vuelve al sofá y empieza a comer palomitas mientras su expectante novio canta victoria mentalmente. Pero de repente, Kacey Jordan, amiga de Madison, se autoinvita al plan de ver películas y, claro está, al de comer palomitas. Las cotas de calentura y jocosidad suben rápidamente mientras Ramon emula a Jim Carrey poniendo caras que van de la excitación al desespero. Hasta que las chicas descubren la sorpresa y, lejos de enfadarse y apurarse a por enjuague bucal, alaban el gran ingenio de nuestro amigo y otras cosas grandes que también tiene en ese momento con sabor a mantequilla y sal. El tema deriva en sexo directamente. Y es un muy buen sexo, con todos los actores desatados y entregados a la labor. Kacey Jordan incluso llega a un orgasmo con squirting, quizás el único que yo le haya visto hasta la fecha.
Pero afrontémoslo: sin ese breve pero divertido guion —y sin ese cubo de palomitas— esta escena hubiera sido el enésimo porno de un tipo musculado tirándose a dos rubias de bote en un sofá.
El argumento socio-laboral
Mi salva apologética final va en defensa de los profesionales de la escritura de guiones. El porno es uno de los géneros más productivos del medio cinematográfico. Mueve cantidades ingentes de dinero. Guionista de cine es una de las profesiones peor pagadas y más invisibles de la industria audiovisual. Repartamos la dicha, demos trabajo al sector. Incluso los críticos de cine podrían tener en este hermanamiento más oportunidades de trabajo y una especialización de carrera. Hay porno de sobra para todos. Basta de hipocresía. Vengan críticos profesionales de porno a las carteleras de los periódicos y a las revistas de rabiosa actualidad.
Bueno, igual en este último broche me paso de vividor. Cúlpenme.
Retrato de Alice Wilkie. ca. 1925. Fotografía: Alfred Cheney Johnston.
La entrada Nadie murió de hipotermia genital viendo porno argumental aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.
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