Friday, June 30, 2017

Jot Down Cultural Magazine: Juan de Pablos: «La radio ha sido para mí tanto una válvula de escape como un refugio»

Jot Down Cultural Magazine
Jot Down 
Juan de Pablos: «La radio ha sido para mí tanto una válvula de escape como un refugio»
Jun 30th 2017, 09:59, by Grace Morales, Fran G. Matute

Fotografía: Begoña Rivas

Una vida consagrada a la radio musical, eso es Juan de Pablos (Cáceres, 1948). El locutor más personal de la radio española lleva cincuenta años relatando sus experiencias entre los surcos de sus discos, sirviendo a su vez de puente entre generaciones.

Sus oyentes lo siguen con el mismo asombro de siempre, por su brutal sinceridad y por la sensible erudición que ofrece en sus comentarios musicales, ya sea sobre un artista de la canción francesa de los años sesenta o un grupo debutante del pop español.

Personaje irrepetible, dotado de una mirada especial, conduce desde Radio 3 su programa-leyenda, Flor de Pasión, como muy pocos se atreverían. La figura de Juan de Pablos tiene, sin duda, un lugar de honor entre ese grupo inolvidable de divulgadores de la música popular que convirtieron emisoras como Radio Popular FM, Radio España FM Onda Dos o Radio Juventud en auténticas academias de actitud y renovación, culturizando por el camino a miles de jóvenes de este país. La vida de Juan de Pablos es por tanto la historia de la radio musical en España. Su trabajo es, por encima de todo, una impagable fuente de inspiración.

¿Sabes cuántos discos tienes?

Sé que tengo demasiados, porque me mudé hace poco y fue horrible. Tendría que haber hecho antes un desbroce. Como me cambié muy cerca, a cinco minutos de donde he vivido siempre, me los fui llevando poco a poco. Mi mujer me ayudó bastante, porque ella hacía las cajas, con mucho cuidado, estuvo midiéndolo todo, y encargó unas estanterías para la nueva casa, porque hasta entonces los tenía puestos en cualquier sitio. La mudanza ha sido una ganancia, pero hay cosas que tendría que haber tirado a la basura durante el proceso. Es que no me organizo. Lo que me interesa lo tengo muy a mano, pero lo demás lo tengo al tran tran. Ahora con las nuevas estanterías me manejo un poco mejor, es una cosa más civilizada. Antes era un caos. Ordenar mis discos me ha cambiado mucho la vida, porque he tenido auténticas depresiones intentado buscar tal o cual canción. Así como de libros me desprendí de bastantes, a los discos les tengo mucho respeto, y no termino de deshacerme de los que ya no quiero o necesito.

Seguro que todos tienen para ti mucho peso sentimental.

Así es. Además, como muchos los he comprado duro a duro, recuerdo perfectamente dónde y cuándo los compré. Que si en Pamplona, que si en Zaragoza… Cuando iba a Londres compraba muchos, eso sí que era comprar discos.

¿Cuándo supiste que la música te había cambiado la vida?

Viviendo en Cáceres, donde nací. Allí escuchaba mucha canción española: Juanito Valderrama, Antonio Farina, Lolita Garrido, Antonio Machín… Era un poso que se me iba quedando sin yo darle importancia. De música anglosajona recuerdo escuchar entonces el «Only You» de los Platters. En los primeros sesenta, me obsesioné con los Platters, con ese doo-wop ad tempo. Fue un impacto grandísimo. Cuando me mudé a Pamplona, recuerdo escuchar en la radio el «Diana» de Paul Anka, que fue determinante para mí. También ponían su «Lonely Boy», aquí bautizado como «El Muchachito Solitario». Elvis no sonaba entonces en la radio. Luego el «Blue Moon» de los Marcels fue capital para mí, y eso que tardé mucho en encontrar el disco. Lo conseguí en el Rastro, cuando ya estaba en Madrid, en forma de extended play.

Más tarde llegó el folk-rock. Escuchar a Bob Dylan, aunque con retraso, porque lo suyo no tenía al principio distribución aquí, me cambió los esquemas. Ya en 1965, Discophon editó «Mr. Tambourine Man» en extended play. En el verano de 1966 salió «Like A Rolling Stone» y eso fue… Yo estaba acostumbrado a canciones de dos minutos, de dos minutos y medio, y aquella era una canción de seis minutos. Además el disco había que pagarlo como si fuera de cuatro canciones, como un EP.

En esa época, la música empezó a desplazar al fútbol, que era lo que más me gustaba entonces. Me gustaba mucho practicarlo, y pensaba que podía ser un buen futbolista. Solía jugar sobre todo por la derecha, porque con la izquierda solo soy capaz de apoyarme [risas]. Siempre he sido seguidor del Real Madrid. Esas cinco Copas de Europa seguidas, que escuché por la radio, me marcaron para los restos. Hace algunas semanas jugamos un partido entre los compañeros de Radio 3. Fui a pesar de que estaba un poco magullado, porque una semana antes había tenido una caída bastante aparatosa, estuve a base de calmantes y tal. No me fracturé nada de milagro. Incluso así metí un gol. De penalti, pero bueno [risas]. Tuvieron mucha consideración conmigo. Me nombraron capitán del equipo y todo.

Dejas el fútbol por la música y te pones a comprar discos como un loco. ¿No tuviste problemas en casa?

Mi padre me llegó a decir un día: «Los discos nos han echado de casa». Más expresivo no pudo ser. Y tenía toda la razón. Mi madre, que en paz descanse, también los aborrecía. Los metía en casa de tapadillo, me los metía debajo de la chaqueta. Tuve verdaderos problemas con esto, porque lo mío con los discos se volvió algo obsesivo.

Para complacer un poco a mis padres me puse a estudiar la carrera de  Agrónomo. En el bachillerato no me habían ido mal las cosas, pero en la carrera lo pasé fatal. Había asignaturas que no estaban mal, como Química, en la que sacaba buenas notas. Pero Física y Matemáticas eran una cosa superior a mí. Aquello fue un poco masoquista, lo reconozco, porque sabía que no las iba a aprobar nunca. Además pasé de estar en un colegio de curas, con los jesuitas, donde de alguna manera me protegían y me llevaban como en volandas, a entrar en la universidad, donde no tenía esa protección, donde veía que en cualquier momento me iba caer en el vacío, y así sucedió. Allí no conocía a nadie, estaba como perdido. Hice un curso horrible en Zaragoza. En Matemáticas estudiábamos cálculo infinitesimal y la teoría de los conjuntos, y yo me iba desinflando poco a poco. Cuando llegué a Madrid, elegí la especialidad en la que menos matemáticas había. Deseché Topografía, porque la Geometría no era lo mío, y elegí Industrias Agrícolas, porque tenía mucha Bioquímica y no había tanta Física y Cultivos, pero luego, la verdad, es que nunca aprendí a distinguir los árboles ni nada. No había nacido yo para eso.

Cáceres, Pamplona, Zaragoza, Madrid. Todos estos cambios de domicilio en tan poco tiempo se debían al hecho de que tu padre era militar y lo cambiaban constantemente de destino.

Sí, y eso también me influyó mucho, claro. Hasta que no llegué a Madrid no pude nunca echar raíces, así que la radio ha sido para mí tanto una válvula de escape como un refugio. Yo era muy seguidor de El Gran Musical. Era un programa muy interesante porque ponían todas las listas de éxitos: la americana, la inglesa, la francesa, la italiana incluso. Luego, en el diario Pueblo publicaban las listas semanales, con los diez primeros títulos, y tú estabas ahí pendiente, porque si un disco entraba en esa lista lo publicaban luego en España. Yo veía que ahí estaban los Byrds, The Mamas & The Papas con «Monday, Monday», y yo, ahí, expectante: «¡A ver si lo editan!».

Una vez escribí al programa contestando a un concurso que habían organizado, en el que querían saber un poco de las vidas de sus oyentes, de nuestros gustos y tal. Me acuerdo que fue en un verano en el que me habían quedado muchas asignaturas. Me iba a tirar todo el mes de julio en Madrid, prácticamente hasta septiembre, así que para desahogarme escribí la carta aquella, pero luego me olvidé. Después de los exámenes de septiembre estuve en la playa, y mi padre, un día que volvió para buscarnos y regresar a Madrid, me dijo que me habían estado llamando mucho de Radio Madrid. Por lo visto me habían convocado a una reunión importantísima para el primer sábado de octubre, y allí que fui yo al edificio de Gran Vía 32, a la segunda planta, y quedé deslumbrado. Me topé con Tomás Martín Blanco, Rafael Revert, José María Íñigo (que era entonces corresponsal en Londres), Miguel de los Santos, Mariano de La Banda

Ese verano comenzaron a emitir, en pruebas, Los 40 Principales, y yo entré como de asesor, o algo así, para ayudar a seleccionar aquellas canciones que podían convertirse en un éxito. Rafael Revert conducía el programa, que en el fondo estaba muy influido por Caravana, de Ángel Álvarez. Sabían que aquel programa iba a ser importante, porque los discos que pinchaban estaban en las tiendas y se podían comprar. Me acuerdo que empezaron poniendo canciones de los Four Seasons, «The Sun Ain't Gonna Shine Anymore», de los Walker Brothers, el «Bus Stop» de los Hollies… Allí escuché por primera vez a los Yardbirds. Había una especie de kiosco allí mismo donde podías comprar los discos. Cada semana, Rafa Revert presentaba una lista nueva, y yo iba al kiosco aquel corriendo como un loco. Aquello me influyó de forma muy clara. Yo pensé que había entrado en La Meca. El propio Revert me lo decía de vez en cuando: «Has empezado a trabajar en el Real Madrid, pero en realidad tendrías que haberte fogueado antes en otras divisiones» [risas].

Por lo visto los discos que tú escogías no los seleccionaban nunca.  

Sí, es verdad. Todo lo que yo seleccionaba para el programa lo descartaban directamente [risas]. Mi intervención era como una reducción al absurdo, pero con eso se aclaraban. Me acuerdo de que en aquellas semanas, entre los primeros discos, seleccioné uno de los Herd, «From the Underworld», que estaba en el Top 10 y que a mí me conmovía. Me gustaban mucho los Walker Brothers, con esa solemnidad y esas orquestaciones majestuosas que tenían. Me acuerdo de que me pareció también un cambio cualitativo el primer disco de Status Quo: «Pictures of Matchstick Man». Pero nada, ese tipo de discos estaban fuera de lugar.

El primer disco que seleccioné a mi llegada a Radio Madrid fue «The Days of Pearly Spencer», de David McWilliams, un pedazo de canción con muchísima clase, que pasó totalmente desapercibida. Fui a la primera reunión de objetivos y dije que ese single había que apoyarlo a muerte, como se había hecho antes con algunos lanzamientos de los Bravos o de los Canarios, incluso de los Equals, que habían publicado sus canciones en unas ediciones especiales que sacaba El Gran Musical a cinco duros, pero nada. Fue como predicar en el desierto. Lo único que me dejaban hacer de verdad era escribir reseñas de discos en el periódico que tenían, donde se publicaba la lista de los cuarenta principales. Allí reseñé, por ejemplo, el Voilà de Françoise Hardy.

En la radio tenías también una especie de miniespacio, ¿no?

Sí, es verdad: «Los cinco minutos Schweppes». Aquello me subió a las alturas, porque coincidí allí con Carmina Pérez de Lama y Mariano Albert. Eso fue en el verano de 1968. Al final, me dijeron que no daba la talla como profesional, que lo mío era como un híbrido entre diletante y quinceañero, y que así no iba a ninguna parte [risas].

Al final me echaron de Radio Madrid, pero tuve una especie de prolongación del trabajo en la revista de El Gran Musical, que llegó a ser semanal. Allí formé equipo con Aurelio González. Tuvimos una buena temporada, desde la primavera de 1969 hasta la de 1970. A la vuelta del veraneo con la familia —yo me pegaba un mes, dos meses, en la playa—, me encontré con que habían cambiado al equipo del programa. Fue el propio Rafael Revert quien habló conmigo. Me dijo: «Ya sabemos tus gustos y tal, así que cuando salga algo de los Byrds te llamaremos». Aquello ya lo llevaba Nacho Artime, que era muy buena persona, muy comprensivo, y Benito Rodado, que hacía muy buenos programas, yo lo admiraba mucho. Pero yo ya no contaba con su confianza, así que tuve que centrarme en la carrera.

En cualquier caso, aterrizar en Madrid te cambió la vida.

Sin duda. Ahora en julio hará cincuenta años que llegué. Recuerdo que en el otoño de 1967, por casualidad, me invitaron, en calidad de jurado de El Gran Musical, a ver a los Brincos en Picadilly. Su «Lola» había sido la canción del verano, así que hicieron allí una entrega solemne del premio. Picadilly, como sabéis, fue luego la sala Rock-Ola. A mí el «Lola» de los Brincos nunca me ha gustado mucho, pero en aquel concierto estrenaron «Nadie te quiere ya», y eso me marcó para los restos. La tocaron en directo, sin trampa ni cartón.

En Madrid empecé también a comprar discos de forma desaforada. Iba mucho a las tiendas que dependían de Radio Madrid, que también tenían un servicio de electrodomésticos. Había una en la sede, como os he contado antes, y tenían también una sucursal en la calle Raimundo Fernández Villaverde, cerca de Cuatro Caminos. Me compré un tocata ahí, porque el mío lo fundí nada más llegar a Madrid. La luz que teníamos en Zaragoza era a 125 y aquí en Madrid era a 220, así que fue poner «Like A Rolling Stone», que fue el primer disco que puse nada más llegar, y el tocadiscos se me quemó [risas].

Claro, ¡era una canción incendiaria!

[Risas] El nuevo tocadiscos lo compré a plazos. Era de estos que llevaban el altavoz en la tapa, y que se podían cerrar. No era estéreo porque yo lo quería como los discos que compraba: monoaurales. Elepés compraba muy pocos. Compraba muchos singles pero sobre todo extended plays, porque al cambio salían más baratos.

¿Y en la radio qué programas escuchabas entonces?

En esa época recuerdo que me agarraba mucho al Vuelo 605 de Ángel Álvarez, que era a la hora de comer. Para mí era como una liberación. Me quedaba enfrascado ahí, escuchándolo…

Luego, en 1971, empezó a emitir Popular FM y muchos de los que yo había conocido durante mi breve paso por la radio comenzaron a trabajar allí, como Julio Ruiz, por ejemplo. Vicente Cagiao, a quien conocía de las tiendas de discos de Radio Madrid, también consiguió tener su programa, Ciclos, con Antonio Valdivia. Yo, lo reconozco, me moría de envidia, estaba deseando que alguien de allí me llamara. En esa época, no obstante, gracias a la intervención de un amigo, José Manuel Cuevas, un chico muy dinámico y avanzado que siempre sabía dónde estaba la acción (él fue, por ejemplo, quien me introdujo en la música soul), conseguí entrevistarme con Alfonso Eduardo, que era entonces el director de programas de Radio Juventud, pero no hubo suerte. Así que un día, harto, me planté en la calle Juan Bravo 49, sede de Radio Popular, y me cogieron. Y ahí fue donde empezó mi carrera de verdad como locutor.

Entraste sustituyendo a Moncho Alpuente.

Cierto. Empecé colaborando en el programa que Moncho Alpuente hacía junto a Julio Palacios, Autorretratos. Lo tuve que sustituir una temporada, porque él estaba haciendo la mili. En esa época yo estudiaba con Manuel Domínguez en la Escuela Central de Idiomas. Él era vecino mío, estudiaba Arquitectura, y era muy aficionado a la música, sobre todo a la música francesa. Hablábamos mucho de Brassens, y coincidió en la mili con Moncho Alpuente. Ese fue nuestro contacto. Y a través de él conseguimos hablar con Gonzalo García-Pelayo, que era entonces el jefe de programas de Radio Popular FM, y le planteamos hacer un programa propio. El título del programa le encantó: Ozono. Y nos dijo: «No sé lo que vais a poner, pero es que me gusta tanto el título, que adelante». El nombre al programa se lo pusimos por una canción que nos gustaba mucho de Commander Cody: «Lost In The Ozone».

¿Qué tipo de programa era Ozono? ¿Qué clase de música ponías?

Era un programa centrado en el country-folk. Al principio era semanal y nos solíamos centrar en una figura concreta. Recuerdo que el primero especial se lo dedicamos a James Taylor. Luego hicimos otro a Ian Matthews. El programa lo hacíamos Manuel Domínguez y yo, pero a menudo solía venir Juan Romero, otro vecino nuestro que tenía muchos discos. Más tarde se fue a vivir a Ecuador de agregado de la embajada, porque era diplomático.

Luego, Manuel y yo hacíamos una cosa en otro programa que había a mediodía llamado Contrapunto, en el que la primera parte, una media hora o así, era nuestra, y la otra de Adrián Vogel. Para entonces Manuel ya estaba muy ocupado con la carrera y empezó a dejarlo poco a poco, así que tuve que rescatar a mi amigo Aurelio González, de los tiempos de Radio Madrid, porque yo en esa época siempre necesitaba un interlocutor para hacer los programas. Era muy cortado. Ahí fue cuando nos abrimos a la música yeyé de los años sesenta, a los conjuntos españoles, a la música italiana…

Radio Popular fue una emisora imprescindible en esos años dorados, algo así como una universidad musical. ¿Cuál es tu mejor recuerdo?

Estar cerca de gente tan brillante como Gonzalo García-Pelayo, Moncho Alpuente, Luis Mario Quintana, Adrián Vogel… A través de ellos conocí a Carlos Tena, también a Ramón Trecet. A Joaquín Luqui ya lo conocía de Radio Madrid, pero también estaba por allí, al igual que a José María Goñi, que era su control. Ambos venían de Radio Pamplona, que se llegó a llamar Radio Requeté [risas]. Yo la oía, en tiempos. Era la emisora más importante de Pamplona en los cincuenta y sesenta.

Recuerdo que en esa época, en verano, había que hacer muchas sustituciones, porque coincidía que la mayoría estaba haciendo la mili. Así que me llamaba Moncho Alpuente, por ejemplo, y me decía: «Oye, Juan, que mañana tengo imaginaria, no puedo hacer el programa». Y yo, en un cuarto de hora, porque vivía al lado de la emisora, salía pitando, cogía los primeros que veía, y llegaba allí con mucha excitación. En una ocasión que le sustituí, a la media hora de programa o así, apareció el propio Moncho, porque había logrado escaparse. Así que hicimos el programa mano a mano, los dos. Fue graciosísimo. Yo llevaba preparado un repertorio muy afrancesado. Cosas de Michel Polnareff, Sylvie Vartan, Françoise Hardy. A Moncho le gustaban mucho los cantautores: Brassens, Brel, Serrat. Él me descubrió a Fabrizio de André, que hacía unas adaptaciones maravillosas de Brassens. Recuerdo aquel disco que se llamaba: «No al dinero, no al amor, ni al cielo». Los dos juntos éramos una especie de antinomia. En lo único en lo que coincidimos aquel día fue en Mina. «¡La grande de verdad! ¡Por fin nos hemos puesto de acuerdo!», decía. Yo había llevado «El cielo en casa», y lo pusimos. Fue todo muy improvisado.

En aquella época, la música y la política iban muy unidas. ¿Te definiste en algún momento como contestatario?

No. Yo nunca fui muy contestatario, pero Manuel sí, él estaba muy implicado. Solía acudir a recitales de cantautores con gente como Antonio Gómez o Álvaro Feíto, que era muy cercano a Elisa Serna e Hilario Camacho. Pero yo era más bien un espectador de aquella escena. A Manuel, de hecho, lo llegaron a detener por ser delegado de curso. Dieron un soplo por algo que no llegó a ser ni un amago y saliendo del metro, cerca de la Cibeles, le echaron mano y estuvo una temporada preso.

Recuerdo que en 1974 nos llamó uno a la radio, porque entonces permitíamos llamadas de los oyentes, y nos retó a poner «El rey de los estúpidos», de Brassens. Aurelio dijo que sí, que claro que se atrevía, y la puso. En esa canción se hace referencia al «viejo Franco». Ese disco no se publicó aquí, pero nosotros la teníamos en la emisora. Curiosamente, «La súplica para ser enterrado en la playa de Sète» sí que se había editado en España. Fue de hecho uno de los primeros discos que se editaron aquí de Brassens. A Brassens siempre lo he estimado mucho, es una gran referencia. Lo descubrí por un amigo de mi hermano pequeño, que, por cierto, estuvo en Radio Madrid. Paco Ibáñez había adaptado muchas canciones suyas. La canción que más me gusta de Brassens es «No existe el amor feliz», adaptación de un poema de Louis Aragon. Es que una cosa te lleva a la otra, un descubrimiento a otro. Luego compré más discos suyos en rastros.

¿Recuerdas si la policía llegó a entrar alguna vez en la radio?

No, pero los grises estaban siempre en la puerta. Tenían de hecho allí su garito, dentro de la emisora, por si alguien ponía alguna cosa poder cortar rápido la emisión. Tenían sus turnos y tal. En Prado del Rey estuvieron mucho tiempo, hasta que llegaron los de la seguridad privada.

Ozono comenzó siendo un programa de radio pero derivó en revista. ¿Cómo surgió aquel proyecto?

Los que trabajábamos en Radio Popular llevábamos un tiempo tratando de hacer algo juntos. Teníamos unos amigos en el Colegio Mayor Chaminade, seguidores acérrimos de la emisora, que estaban haciendo una revista llamada Apuntes Universitarios, conocida también como AU. Tenían una buena subvención, y su publicación tomó mucha entidad. Nosotros colaborábamos bastante con ellos. Recuerdo que hicimos un monográfico sobre Bob Dylan, otro sobre el gay rock, que es como se llamaba entonces a la música glam. El de Bob Dylan llegó incluso a aparecer publicado como libro de bolsillo por la editorial Fundamentos. Fue un libro muy pequeñito. Creo que salió en el año 70. Cuando en el Chaminade les restringieron todo, les quitaron incluso la cabecera, se quedaron con la idea de hacer una revista nueva. Entonces, Gonzalo García-Pelayo, que era el jefe, una lumbrera, de esos hombres con carisma, se erigió como líder de la nueva aventura y decidió ponerle a la revista Ozono. Y nada. Ni Manuel Domínguez ni yo opusimos ninguna resistencia.

El problema fue que tuvimos que esperar mucho tiempo a que nos dieran la cabecera. Estuvimos un año en barbecho, y para cuando nos dieron por fin el plácet, y ya podíamos sacar el primer número, nos habíamos desangrado por el camino. En ese tiempo organizamos muchas cosas, hicimos mucho gasto. Establecimos nuestra sede en la calle Goya, en la esquina con Doctor Esquerdo, nada menos. Allí teníamos las oficinas, con un alquiler altísimo. Así que llegamos muy mermados al primer número. Luego sacamos otros dos, y ya no nos quedó más remedio que buscar un socio capitalista y mayoritario, que fue Alberto Corazón. Tuvimos una votación, las cifras cantaban. En fin, que todo aquel dinero que pusimos voló. Yo había puesto veinte mil pelas de la época, que perdí.

Al principio, Ozono iba a ser una revista de música, pero al final se convirtió en una revista de cultura, donde la música tenía un porcentaje muy pequeño.

¿Por qué dejaste Radio Popular?

En 1973, el día de mi cumple, el 19 de febrero, ocurrió una cosa muy extraña en la radio. Era un domingo por la tarde y estaban emitiendo uno de esos programas de fin de semana en los que hablan de todos los temas en plan tertulia. Estaban hablando de fútbol y de repente cortaron la emisión. Hubo entonces un replanteamiento importante dentro de la FM, que de hecho estuvo suspendida un tiempo. Por lo visto la dirección lo hizo así porque decía que el Ministerio de Información y Turismo tenía pinchada siempre Popular FM, así que para evitar cualquier posible intervención se cortó la emisión de golpe y porrazo.

Cuando volvieron las emisiones, fueron recuperando, poco a poco, a aquellos trabajadores que la dirección pensaba que eran de confianza. Y ahí yo me quedé fuera. También Jorge Muñoz, que hacía el programa de blues. Pensé entonces que se había acabado el asunto, pero me volvieron a llamar en abril de 1974, y regresé con Ozono. Me pusieron el programa a las ocho de la tarde, que era un horario muy bueno. Así estuve hasta 1976. Por aquel entonces ya había conocido a Rafa Abitbol. Juntos viajábamos a Londres para comprar discos. Empezaban el punk y la new wave. Era un momento muy interesante, pero económicamente nos daban lo comido por lo servido. Solo había un control de continuidad, y queríamos más. Mejor sueldo, sobre todo. Hubo unas cuantas reuniones para eso, con propuestas en firme incluso, pero el director de la emisora, que tenía bastantes problemas familiares, cortó un día por lo sano y nos echó a todos. Se quedó prácticamente solo, con el control de continuidad, que era entonces Vicente Cagiao. Y ya sí que me quedé completamente fuera. Fue una época muy mala, porque seguía bloqueado con la carrera, no sacaba ninguna asignatura…

¿Todavía seguías estudiando?

Sí, yo perseveraba. Ya en 1978 la carrera acabó conmigo. Tuve buenos momentos, y llegué a tener buenos profesores en las asignaturas de cuarto y quinto curso, como Bioquímica y Bromatología, que trataba sobre la alimentación. Ahí saqué una nota buenísima. Me hice muy amigo del entonces encargado de la cátedra, don Cipriano Aragoncillo. Ha sido el mejor profesor que he tenido. Íbamos juntos a ver películas, de las que recomendaban en la revista Triunfo. Era una lumbrera. Consiguió que su departamento se convirtiera en tierra de promisión para mí. Luego en la carrera había otras cosas, como la Estadística o los Cultivos de la Fitotecnia, que se me atragantaron completamente. De cara a las Navidades de 1978, cuando peor estaba con la carrera, me llamó Jorge de Antón de Onda Dos. Él me conocía ya porque también había estado en el consejo de redacción de Ozono. Me llamó y me dijo que en Onda Dos había quedado libre el espacio de las seis de la tarde y que había pensado en mí para cubrirlo. Yo le respondí enseguida que sí, y el 22 de enero de 1979 cambió completamente mi vida.

Ese día comenzó Flor de Pasión. ¿Por qué lo llamaste así?

Porque el nombre de Ozono me lo habían quitado, por así decirlo. Así que sobre la marcha empecé a pensar en otros nombres, cosas muy estúpidas como por ejemplo Emociones Baratas, es decir, Cheap Thrills [risas]. Ese iba a ser en principio el nombre del programa, pero el día que empecé fui antes a la radio a ver a mi amiga Cucha Salazar, que en paz descanse, que fue quien consiguió que Jorge de Antón se acordara de mí. Ella llevaba la promoción de Ariola. Era una mujer con muchísimo estilo y clase, era arrolladora. Fui para hacerle un buen regalo por el favor que me había hecho. Entonces, al llegar a la emisora, veo que en el programa de la mañana tenían como objetivo el disco Emociones de Julio Iglesias. Y en ese momento me dije: «¿Emoción? Bueno, este nombre lo voy a descartar» [risas].

Decidí entonces ponerle Flor de Pasión, que era el título de una canción de Stoneground, «Passion Flower», un grupo de San Francisco formado por los músicos que habían participado en el musical Hair, y que siguieron tocando juntos con Sal Valentino, el guitarrista de los Beau Brummels. No tuvieron mucha suerte, pero en su época hicieron muchas actuaciones. Aparecen, por ejemplo, en Los últimos días del Fillmore. De «Passion Flower» tienen una versión en estudio, pero a mí la que me gustaba era una en directo que salía en un elepé doble. Esa versión la había utilizado muchas veces para cerrar Ozono, así que me servía bien para enlazar las dos etapas.

En ese primer Flor de Pasión, ¿ya utilizabas la sintonía de Paul Mauriat?

Sí, sí. La había oído en los sesenta, fugazmente, en un programa de televisión, cuyo nombre ahora no recuerdo. Tenía mucho gancho. Luego la recuperé gracias a unas chicas que eran como un club de fans mío. Dos hacían Biología y la otra Medicina. Estudiaban todas juntas. Yo las llamaba «Las Tres Gracias», y a veces venían a verme al estudio de Juan Bravo, cuando estaba en Popular FM. Un día me trajeron unos discos que habían encontrado en casa de la tía de una de ellas, y el primer disco que me pusieron fue el «Attends ou va-t'en», el tema que Gainsbourg le hizo a France Gall, en la versión de Paul Mauriat. Recuerdo que también me pusieron otro de Claude François, «Igual que si tú volvieras», y cosas de Aznavour, aquella de «Ayer cuando era joven», tan melodramática, que es para echarse a llorar constantemente [risas]. Aquello me marcó bastante, sobre todo la versión de Mauriat, que me retrotraía a los tiempos de la televisión de la segunda mitad de los sesenta. Así que pensé que podría ser la sintonía ideal.

Da sin duda un toque muy especial al programa. En cuanto la oyes, sabes que va a empezar algo distinto, te pones como con otra actitud.

Sí, es que la canción ya te lo dice: «Espera o vete». Con esto pretendo enganchar al oyente, y mientras dura la sintonía yo reflexiono y me concentro para dar forma a las sensaciones. La escucho además con cierto apremio, porque es una música que me llama, que me dice que tengo que espabilar, que el programa empieza. Es muy de bulevar. Piensas en París y en tardes lluviosas. Es una presentación muy poética. Lo cierto es que es como un semiplagio de una que cantaba Neil Sedaka: «One Way Ticket», la vuelta de «Oh, Carol».

Tras la sintonía, la primera canción que pones en Flor de Pasión es «Enter Maurice», de la Steve Miller Band. ¿Por qué esa canción?

Fue un homenaje a Alberto Azqueta, que había muerto unos meses antes en un accidente. Es una canción que yo descubrí gracias a él. Yo escuchaba mucho su programa. Él estuvo en los primeros tiempos de Radio España FM. Coincidió que tenía esa canción a mano y me pareció un compendio de cosas muy agradables. Era de paso un homenaje al doo-wop, porque la canción va sobre Maurice Williams. Es como un talismán.

Este primer Flor de Pasión duró tan solo cuatro años, porque te llegó una oferta que no pudiste rechazar.

Así es. Me hicieron una oferta de Radio El País. Me llamó José Manuel Costa y me dijo: «Pide lo que quieras». Fue un salto importante para mí, lo cogí con muchas ganas. Incluso antes de que se emitiera oficialmente, en el principio del verano del 83, ya estaba yo por allí. Fue muy intenso. El horario era por la noche, a las doce y media, después de las noticias, que las hacía Juan Ramón Lucas. Algunas veces se pasaba un poco. Pero yo cerraba siempre la emisora, claro. Terminaba a las dos. Fue tremendo, fantasmagórico.

Pero esa etapa no la recuerdas con mucho cariño, ¿verdad?

Es que fue una etapa muy rara. Estaba muy aislado por culpa de ese horario. Además la emisora se encontraba en Miguel Yuste. Yo tenía carné de conducir desde hacía mucho, pero tuve que ponerme al día dando clases. Hacía el viaje todos los días en el coche de mi padre, que en paz descanse, pero como soy un pésimo conductor aprendí a hacer todos los movimientos como si fuera un autómata, porque he tenido unos percances horribles. Temo no ya por mi integridad física sino por la de los demás. Soy un peligro público. Desde entonces no he vuelto a coger el coche.

En esa época, además, he de confesarlo, puse mucho a los Hombres G. Me habían mandado los dos primeros singles y los machaqué. Un poco al estilo de Gonzalo Garrido, que cuando se encariñaba con una canción la machaba. La verdad es que les hice muy buena promoción. Pensé que eran como la continuación de los Nikis, que me gustaban muchísimo. Los había visto cantidad de veces y eran mis preferidos, y entonces vi a los Hombres G como unos discípulos aventajados. Pertenecían también al sello Lollipop, y hasta llegué a pensar que lo mismo también eran de Algete [risas]. Luego los vi tocar en Rock-Ola algunas veces, pero la verdad es que no… Pero en el 83 fueron los reyes.

Estando en Radio El País, te llaman para la televisión.

Sí. Me llamó Carlos Tena, que siempre me ha querido mucho, y ya había tratado de meterme como colaborador en el programa Caja de ritmos, precisamente presentando a los Nikis. Luego hizo otro programa, Pop qué, que era un concurso en el que quería que yo hiciera como una especie de Don Cicuta, papel que luego hizo su primo, José María TassoTachuela. De ese programa se hizo un piloto conmigo, pero no salió. El caso es que cuando ya estaba fraguándose el A uan ba buluba balam bambú, Carlos Tena me llamó y aquello me pareció como un programa a medida. Fue trepidante.

Se te veía muy suelto, con una gran vena cómica. Con lo tímido que pareces en antena, ¿cómo te atreviste a participar en ese programa?

Porque había que hacerlo todo. En principio entré como asesor. Estaban también conmigo Patricia Godes y José Miguel Nieto. Pero Carlos Tena nos dijo un día que todos teníamos que hacer de todo. Así que hubo que tirarse a la piscina, y, lo confieso, yo mismo me sorprendía [risas]. Entonces fumaba muchísimo, aprovechaba todas las pausas para fumar en el plató. Tanto es así que tuve un día una subida de tensión y casi me quedo pajarito. Ya me había dado una parecida en un viaje a Italia, que casi no lo cuento. Cuando me tomaron la tensión, me dijeron: «Pero usted, con estos parámetros, ¿cómo está vivo?» Se quedaron… [risas]. Mi médico de cabecera quería quedarse con mi cuerpo para estudiarlo, porque decía que lo mío era un caso único [risas]. ¡Cada vez que me daba una subida de esas me saltaban los plomos! Como mi tocadiscos aquel, era la misma sensación [risas]. Me cortocircuitaba a lo bestia. Tuve que cambiar todo los hábitos, porque me asustaron de verdad: «Tiene usted días de vida», me dijeron. Así que me fue muy fácil dejar de fumar, claro. A pesar de todos estos contratiempos, continué en el programa, y cada vez con más gusto.

¿Cuál es el momento más loco que recuerdas del programa?

Haciendo de Diablo Cojuelo me pusieron una malla de un tamaño muy pequeño. Tenía que estar ahí embutido como si fuera una morcilla. Menos mal que no tenía diálogo ni nada. Era como jugar sin balón. Tenía que estar gesticulando así como un loco [pone cara de loco]… con una cola. Me salió muy bien, porque en verdad estaba ahí pasándolas canutas, muy apretado, con unos dolores horribles, y ese estado de crispación le vino muy bien a la escena [risas].

Hice también una vez de faquir, para un vídeo llamado «Me llaman Ali baba». Yo era como un intruso en el edén, y había una chica allí guapísima, que era de figuración, y yo tenía que estar a su lado mirándola como un sátiro, con un pedazo de turbante, un taparrabos… Tenía una pinta infame. Luego ese vídeo lo utilizaron para la promoción del programa, porque salía yo en una alfombra mágica, que salía volando con aquellos trucos cutres de la tele, con esas transparencias…

Ese atrevimiento como actor que mostraste en A uan ba buluba balam bambú lo explotaste luego en el cine, participando en algunas películas muy importantes.

El cine para mí es algo también sublime. Cuando me pongo en casa a ver películas que me gustan me pongo a llorar como una magdalena. ¡No te digo ya en pantalla grande! [risas]. Sobre todo, siento una admiración enorme por el cine español de los cincuenta y primeros sesenta, por esos actores de reparto tan grandes que hemos tenido, como Antonio Riquelme, Pepe Isbert, Manolo Morán, Gracita Morales, Lali Soldevilla, Manuel Alexandre… Ahí hay actores que es que me pueden. Ese cine costumbrista me ha marcado mucho. Berlanga sobre todo, las primeras de Marco Ferreri. Entonces, cuando Fernando Trueba me llamó para hacer de cura en El año de las luces, me acuerdo que me dijo que, haciendo el guion con Rafael Azcona, los dos habían pensado en mí para el papel. Yo decía: «Pero ¿cómo se van a acordar estos dos de mí?». Así que tuve que hacer de cura.

Confesaste a Manuel Alexandre.

¡Fíjate qué momento! Trabajar con Manuel Alexandre, con Sazatornil… Hice además el viaje con él. Primero a Vigo, luego al norte de Portugal, a una zona muy deprimida, en la serranía, que no tenía ni luz eléctrica ni nada. Era como España en los años cuarenta. Allí podías comer por dos escudos, el equivalente a dos pesetas.

Aquellos actores imponían mucho, pero ese papel creo que es mi capo lavoro. Estaba muy impresionado por todo, y la verdad es que me costó mucho trabajo, pero se quedaron todos muy satisfechos. Incluso la caída esa que me pegaba yo en el confesionario cuando Jorge Sanz me contaba sus pecados salió muy bien. Era muy de cómic [risas]. ¡Sapristi! Menos mal que no hubo que hacer muchas tomas, porque cada vez que me caía me daba unas costaladas… Estaba sometido a muchísima presión. Pero así salen las cosas. Es milagroso.

Y sí, yo creo que fue gracias al influjo de la televisión que me llamaron de muchos sitios. Tuve suerte. Llegué a tener rodajes solapados. Recuerdo que una mañana tuve que rodar una escena para Bajarse al moro, de Fernando Colomo, y por la tarde tenía otra para un capítulo que hice para la serie La mujer de tu vida, de Martínez Lázaro, con Victoria Abril. Por la tarde tenía que ir a un chalet que no sé ni por dónde caía, más lejos de Somosaguas, y por la mañana tenía que estar en Lavapiés, para rodar una secuencia en exteriores, que además era muy importante para la película. Por allí estaba Aitana Sánchez Gijón, que era su primer papel así protagonista, fue una revelación, y luego yo salía con Luis Perezagua, que intervino en algunos rodajes de A uan ba buluba balam bambú, haciendo los dos de ejecutivos. Tenía entonces que suceder todo en una toma, sin contratiempos. Me acuerdo de que le conté a Fernando Colomo que yo tenía luego otro rodaje, y que estaba muy nervioso, porque me tenían que recoger a las dos en Moncloa, y él me dijo: «No me digas más. Te va a dar tiempo de volver a casa, ducharte, comer, y llegar a las dos al otro sitio como un señor». Y, efectivamente, así fue [risas]. Fue providencial.

Lo del cine es que es un disparate. Me llamó también Berlanga para Moros y cristianos. Salgo en dos planos-secuencias de estos que son tremendos, que no puedes meter la pata, que tienes que hacerlo todo seguido porque no hay posibilidad de insertos, y… ¡buf!… El segundo de ellos fue horrible, la pifié muchas veces. Tuvimos que hacer cincuenta tomas, no sé. Luego no pude doblarla, porque no soy un buen doblador. Esa película la hizo Berlanga doblada, todavía trabajaba así. Por eso algunos ni me reconocen, porque voy con otra voz. Me dobló Julio Carabias, que tiene voz de pito. Fue un desastre, pero, bueno. Ahí quedó: estuve en una peli de Berlanga [risas].

Has estado en una película de Berlanga pero también has hecho de jurado en Operación Triunfo. ¿Cómo acabaste allí?

Porque soy muy blandito [risas]. A Mina la volví loca, la exasperaba [risas]. Fui un poco por obligación, porque me llamó Beatriz Pecker, la directora de entonces, y me dijo que al programa ya habían ido Jesús Ordovás y Julio Ruiz, dándome a entender que todos los que estábamos en Radio 3 teníamos que pasar por allí, tarde o temprano. Era una época de mucha decadencia en el concurso, y yo no calibré aquello, qué le vamos a hacer. Fui muy a regañadientes. El problema, además, es que yo no veía el programa, así que no preparé nada. Luego, eso de tener que ensañarse con los pobres aspirantes, de tenerlos ahí un poco de punching ball, no iba conmigo. Pero, bueno, había que hacerlo y lo hice. Me comporté como me sentía en aquel momento. No me preparé nada, y no me volvieron a llamar. Mejor para mí, claro, porque aquello fue abrasivo.

¿Cuándo te repescan en Radio 3 para Flor de Pasión?

Nosotros ya sabíamos que los días de A uan ba buluba balam bambú estaban contados. Yo solía comer entonces en Prado del Rey, y allí coincidía mucho con Fernando Argenta, que me conocía de los tiempos en que estaba en Radio España FM Onda 2. Era un seguidor mío, hablábamos de todo. Me pasó en su día discos de Micky y los Tonys. Siempre me saludaba muy efusivo, y en una de estas, en el mes de noviembre, cuando ya se sabía que lo de la televisión no iba a continuar, Fernando me contó que lo habían nombrado director de Radio 3, y me dijo que quería que Flor de Pasión estuviera en su emisora. Y yo encantado, claro. De mil amores. Entonces me puse en una especie de cuarentena, porque entre contrato y contrato en el ente tenía que pasar un tiempo. Así que tuve que esperar hasta abril de 1987, que fue cuando  empecé a trabajar en Radio 3, hasta ahora.

El programa reaparece en un momento de pos-Movida, en el que comercialmente la música española está muy fuerte. ¿Quién escuchaba tu programa entonces?

En esa época tenía muchos seguidores rockers, por el doo-wop sobre todo. Ellos se quedaban en cosas más elementales, tipo Elvis, o el Blue Velvet de Bobby Vinton, que me la pedían mucho, porque estaba la película entonces. También estaba la película sobre Jerry Lee Lewis y La Bamba, sobre Ritchie Valens. Loquillo era muy respetado entonces. También los Rebeldes, con Carlos Segarra. Pero todo esto derivaba del doo-wop que yo ponía, hasta el punto de que en España empezaron a salir grupos de este estilo, como Del Prince, Sparkles, Velvet Candles, los ChaflansYo he ido a muchos conciertos de ellos.

Luego me involucré mucho con el pop español, con personajes como Charly Misterio o Fresones Rebeldes. Me gusta también mucho Colajet Set. Felipe «Fresón» es un tío que sabe rodearse de la gente apropiada, y para las canciones tienen un olfato buenísimo. Pedro Vigil también me parece un músico muy bueno, y me alegra que con Petit Pop haya encontrado un filón. Vigil también es un hombre que sabe rodearse de la gente adecuada. Esa promoción asturiana, de Gijón, a la que pertenece Mar Álvarez, que viene de los tiempos de Undershakers, me influyó mucho. Ella es fabulosa, me parece un encanto, y tiene una presencia en el escenario arrebatadora.

Luego, no sé, está toda esa gente de Castellón de la Plana, ya desde los tiempos de los Auténticos, que fueron un grupo incomprendido en su momento, con Miguel Ángel Villanueva al frente, que es un tío que sigue y sigue. Es tremendo. Luego la parte de Shock Treatment, Depressing Claim, ReactivosJosé, el cantante de Shock Treatment, ha hecho con Luis, de los Reactivos, un grupo buscando el sonido de los grupos de chicas de los años sesenta. Estoy deseando verlos en directo.

Flor de Pasión es también muy celebrado por esos especiales tan exhaustivos que hacías. Hiciste algunos sobre los Hollies, Richard Thompson, Lovin' Spoonful, el Brill Building, el surf. El que hiciste sobre el rhythm and blues de Nueva Orleans fue una pasada. ¿Cómo levantabas todas esas historias?

Mi interés por la música de Nueva Orleans, por ejemplo, tiene mucho que ver con una película que me gustaba mucho: Mi querido detective. Salía Solomon Burke y todo. Había también un libro, I Hear You Knocking, llamado igual que el tema de Smiley Lewis, compuesto y producido por Dave Bartholomew, que me abrió muchas posibilidades. Por suerte, gracias a Ace y a EMI empezaron a salir muchas antologías sobre este tipo de música. De Fats Domino salió un cofre con muchos discos. Luego la EMI sacó una recopilación sobre el rhythm and blues de Nueva Orleans, con cuatro cedés completísimos y un libreto fenomenal. Charly también empezó a sacar recopilatorios con las producciones de Allen Toussaint, y se reeditaron sus discos de los años sesenta y setenta. Salieron cosas de Ernie K-Doe, de Benny Spellman, de Eddie Bo… Hubo una eclosión de reediciones que me vinieron de perlas. Todo coincidió. En aquel especial puse también a los primeros grupos vocales que hubo en Nueva Orleans, que fueron muy pocos. Puse muchos temas de los Spiders, cuyos discos eran muy difíciles de encontrar. La verdad es que me lo curré [risas]. Luego yo iba aprendiendo al mismo ritmo que iba preparando los programas, fui descubriendo muchas cosas sobre la marcha.

Y los programas normales, ¿cómo los preparas? ¿Tienes alguna rutina?

¡Uf! Los hago aprisa y corriendo [risas]. En verdad me dejo llevar por la inspiración del momento. Yo me sigo llevando los discos a la emisora. Me están diciendo todo el rato que por qué no me llevo un pen drive, pero me resisto. Voy siempre cargado. Tengo allí un par de armarios repletos, que son como mi reserva especial. Siempre puedo llegar allí e inspirarme rápidamente. Pero no tengo ningún guion ni nada. El problema es que cuando estás bien, se nota muchísimo. Te puedes hacer el programa en un minuto. Empiezas y ¡chas, chas, chas!… Pero como me pille el día malo, lo sufro mucho. Empiezo a poner pegas, me veo lastrado… A veces me siento como Curro Romero [risas], porque no sé cómo me va a salir la faena. Pero hay que meterse con todo.

Ningún locutor de radio se ha comprometido con la audiencia como tú lo has hecho.

Siempre me he sentido muy cortado en los exámenes orales. Suspendía muchos. Incluso el PREU fue un examen oral. Me acuerdo de que era de francés, lo llevaba muy trabajado, pero la lectura que hice fue horrorosa porque iba muy tocado. Siempre me ha afectado hablar en público. La gente siempre me ha impuesto mucho. Y gracias a la radio yo he ido rompiendo esa barrera. Al principio estaba todo el rato asustadísimo. Pensaba que no iba a poder ser capaz de dedicarme a esto. Así que vivo todo esto como un desafío: imagino al que me escucha como un examinador. Luego me siento muy afectado. Esa es otra cosa que tengo superar. Tengo ese atavismo ahí, que va como en carne viva… Entonces para mí el programa es como un combate, en el que tengo que fajarme a mí mismo. A veces me digo: «No voy a terminar, no voy a ser capaz». Y me desfondo. Es una tensión terrible.

En directo te has roto muchas veces. Como cuando tuviste aquel accidente de tren, en el que murió tu chica, y lo contaste en antena.

Es que no podía hacer otra cosa. No podía canalizar lo que me había pasado. En aquel accidente lo di todo por perdido. La sensación primera fue: «Estoy vivo», pero no podía ver con el ojo derecho, lo tenía ensangrentado. Salí por la ventana de emergencia. La suerte es que la gente acudió en mi auxilio muy rápidamente. Salté del tren despavorido, porque aquello estaba ardiendo. Y nada, me tumbaron en el suelo, en un prado. Recuerdo que hacía una mañana muy bonita de sol. Era un 5 de enero, sobre las diez y media. Y ahí tirado pensé: «Aquí ya me quedo. Acepto todo lo que venga. Después de esto, lo que sea». En el accidente me partí la columna, y eso me ha influido mucho, porque me he quedado mucho más envarado. Ya no tengo la prestancia de entonces. Y además ahora tengo unas caídas de lo más tontas. Hace menos de un mes me tuvieron que llevar a urgencias en ambulancia. ¡Me di una! Iba a coger el tren. Llevaba los discos encima, una maleta llena de vinilos, y subiendo unas escaleras, me caí para atrás. No me podía ni levantar. Me cogieron los de seguridad, llamaron a la ambulancia, y estuve horas pensando que me había roto la espalda, porque me di en el mismo sitio que entonces, en la zona lumbar. Me quedé paralizado, como una ballena, ahí varada. Menos mal que el celador del hospital era oyente mío. Me miraron a fondo, y me dieron el alta enseguida. Estas son las secuelas que me quedan de aquel accidente. Fue sin duda un antes y un después en mi vida. Fue un impacto tremendo. Además pensaban que me había roto el cráneo, porque tenía la cabeza ensangrentada… Fue espantoso, una masacre. Mejor no recordarlo más.

Cambiemos de tema entonces. ¿Cómo viviste el ERE de Radio 3?

Lo viví con extrañeza. Jesús Ordovás ya me había anunciado que le llegaba la jubilación, porque él era fijo de la casa. Pero luego me extrañó que se prejubilaran otros amigos, como Chema Rey, Jorge Muñoz o Juan Antonio Fernández, que en paz descanse, porque ellos eran bastante más jóvenes que yo. No sé, pensarían que era el momento oportuno, porque lo cierto es que conservaban prácticamente el sueldo. Me decían: «Sigue tú, que tienes afición» [risas]. Y era verdad, por eso he seguido. Es que no veo otra manera ya de vivir. Además, al tener el contrato este que tengo, que es un contrato por obra, porque yo no soy fijo, estoy siempre en ese fondo de inseguridad. Me lo van renovando de forma automática, eso es verdad, pero en Prado del Rey quedamos solo dos personas con un contrato así. Por otra parte, me dejan hacer, no me siento encorsetado. Tengo esa libertad, y eso es lo que me ha permitido seguir tantos años. Lo cierto es que cada programa es un milagro.

Con semejante devoción por la música, ¿no te dio nunca por hacerte músico o cantante?

En Zaragoza estuve en el coro de una iglesia, y reconozco que aquello para mí fue un momento sublime. Cantábamos cosas de Palestrina, de Tomás de Victoria, de Haendel… Era lo máximo, sin duda, casi más que el fútbol. Pero yo hubiera querido ser, sobre todo, compositor. A veces pensaba que tenía un tonillo de estos que podía resultar, que era como una mezcla de muchas cosas, pero luego, al encajar las letras quedaba todo tan ramplón y delator… Se notaba claramente que era un semiplagio de otra cosa [risas].

Pero cantar, para mí, es realizarse del todo. No sé si tendría yo resuello suficiente, pero para mí cantar es lo más cerca que se puede estar del cielo. Por eso a veces me encuentro tan deprimido, porque las canciones se apropian de uno. Te ponen en  trance. Para mí han sido verdaderos clavos ardiendo. Qué bien traído está el nombre de Discos Medicinales, la tienda y el sello discográfico que tiene Miguel Ángel Villanueva en Castellón, porque es verdad. Las canciones funcionan así. Cuando estás en lo más alto, todo ayuda. Vaya, te atreves con todo. Cuando estás deprimido, aunque te esfuerces muchísimo, a veces no encuentras las canciones adecuadas. Pero cuando estás entero, pruebas y pruebas, y al final sale, das seguro en la diana. La música, al final, es un poco baratija, es una cosa intrascendente, pero me influye mucho.

Lo decía Nik Cohn en su libro Awopbopaloobop Alopbamboom. Él ponía en claro lo que me pasa: las canciones tienen que llegar y ¡paf!, adueñarse de uno. Estás en un supermercado, tienen puesto el hilo musical, y cuando menos te lo esperas, ¡paf! Es un chispazo que aparentemente no tiene trascendencia, no es una cosa a la que le veas un gran fundamento. Es muy difícil teorizar sobre esto. Solo los grandes intelectuales son capaces. Serge Gainsbourg lo expresaba muy bien, porque él lo que quería en realidad era ser pintor, y para él lo de componer era un arte menor. Aun así consiguió hacer lo más grande, pero tuvo siempre ahí ese resquemor…

¿Cuál ha sido el concierto de tu vida?

Uy, he ido a tantísimos… Recuerdo mucho el de los Ramones con Nacha Pop. Fue en el mes de septiembre, y hacía un calor horrible. Sentía esa claustrofobia que tenía entonces, que no sé cómo pude entrar y salir. Me sentía aprisionado, pero estaba que no tocaba el suelo, levitaba.

Luego vi a Jethro Tull en el Palacio del Madrid, en 1972 o así. Yo estaba entonces muy influido por Thick as a Brick y Aqualung. Aquello sonó de miedo. Estaban en un momento dulce, fue un lujazo. Me invitó Juan Casado, que en paz descanse, que entonces trabajaba en Ariola, y tuvo ese detalle. Fue un momento cumbre.

Recuerdo también ver a los Kinks, pero ya un tanto mayores, en el Rockódromo. Sentí una claustrofobia como nunca, pero no tocaba suelo tampoco. Fue tremendo.

Ver por ejemplo a Status Quo, cuando vinieron al Monumental, en la primavera de 1975, me marcó. Tenía un dolor de muelas tremendo y se me pasó con el rasca-rasca ese… [risas]. Estábamos todos subidos sobre los asientos. Fue genial. En el Monumental también vi a Kevin Ayers. Fue mucha gente además.

A Kevin Coyne lo vi en una cosa que organizó Virgin y fue… ¡uf! Me acuerdo además del pundonor que tenía, porque el tío quería seguir tocando y le echaron el telón. Fue tremendo. ¡Me galvanizó!

Y ya más temprano, hace un año justo, ver aquí a Black Lips, me pareció portentoso. Eran muy jóvenes, pero les salía todo. Dominaban todos los palos. Yo quería huir de la transmisión de la final de la Champions [risas], así que me dije: «De perdidos al río. Veo un concierto. Paso de todo». Y estos de Black Lips me salvaron la vida. Sonaban divino. Entré tropezándome con las mesas, y me llegué a poner en primera línea. Estaba aquello petado. Me inspiró. Fue un antes y un después.

Luego, nunca vi a los Beatles, y tendría que haber disfrutado más la vez que fui a París a ver a Bob Dylan ex profeso. Pero estaba muy cerca Catherine Deneuve, vestida de rojo, y me pasé todo el concierto mirándola, no me podía concentrar… [risas].

Y tu artista favorito, ¿quién es?

Michel Polnareff es mi favorito. Por lo inesperado, siempre.

¿Qué disco te llevarías a una isla desierta?

¡Urgh! [pone cara de horror]. No sé. Highway 61 Revisited, por su trascendencia. Es el disco en el que Dylan se electrifica.

Y, para terminar, ¿cuál es la canción de tu vida?

Por influencia debería decir que la canción de mi vida es «Like A Rolling Stone», pero luego hay cosas sueltas que han ejercido una influencia en mí muy benéfica. Esa canción que se llama «La marcha nupcial», de George Brassens, por ejemplo, pero en la adaptación al italiano de Fabrizio de André, me parece conmovedora. Siempre la utilizaré. Y luego, en castellano, una que me trae grandes recuerdos, y eso que es de hace siete u ocho años, es «El hombre del tiempo», de Lois Casino. Esa canción me deja desarmado. Tiene un fondo como de melancolía, que es algo que me empapa siempre.

La entrada Juan de Pablos: «La radio ha sido para mí tanto una válvula de escape como un refugio» aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.

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