Monday, June 26, 2017

Jot Down Cultural Magazine: Claudio Fava: «España es el lugar que la mafia eligió para vivir tranquila»

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Claudio Fava: «España es el lugar que la mafia eligió para vivir tranquila»
Jun 26th 2017, 10:08, by Íñigo Domínguez

Fotografía: Begoña Rivas

Este periodista siciliano ha sido, con el tiempo, muchas otras cosas: corresponsal en el extranjero, escritor, guionista de cine y televisión, autor de teatro… Lo peor que le ha tocado ser es una desgracia, ser víctima de Cosa Nostra, que asesinó a su padre en 1984, el popular periodista Giuseppe Fava. Se había enfrentado a los clanes de Catania con sus artículos de investigación y un valiente diario de referencia, I Siciliani, en un momento en que casi nadie se atrevía a hacer periodismo de verdad en Sicilia. Claudio abordó luego la mafia como guionista de una de las mejores películas italianas sobre el asunto, I cento passi (Los cien pasos, de Marco Tullio Giordana, 2000). También entró en política, con un partido de izquierda, y actualmente es vicepresidente de la comisión antimafia del Parlamento italiano. Con ella ha pasado recientemente por Madrid en una visita oficial para interesarse por la presencia de las mafias italianas en España y para saber si aquí eso nos interesa. Y parece que no mucho.

¿Qué impresión te llevas de esta visita a España?

La impresión es que para casi todo el mundo la mafia es más que nada un problema italiano. Mafia, o mafias, porque digo mafia para decir Cosa Nostra, 'Ndrangheta, etcétera. No veo que comprendan que hoy la mafia actúa a un nivel transnacional. Quieren hacer inversiones, conquistar sectores de mercado muy lejos de su cuartel general. Es una locura pensar que la 'Ndrangheta, la organización criminal más extendida hoy en el mundo, presente en cinco continentes y con un nivel de negocio que supone el 3% del PIB italiano, pueda invertir todo este dinero solo en Calabria. Incluso dentro de la propia Italia hemos tenido problemas para entender que estas organizaciones están en regiones lejanas como Emilia Romagna, en Lombardía. Las mafias siguen el camino de dinero. Donde hay oportunidad de hacer inversiones, hay mafia. ¿España tiene esta oportunidad? Sí, para cosas que tú conoces mejor que yo. Mi impresión es que España es un lugar de referencia particular para la mafia para encontrar a los cárteles colombianos, a los traficantes de Marruecos. Es un cruce de caminos donde se pueden hacer negocios.

La mafia empezó a crear colonias aquí hace más de treinta años, y no hay una legislación, instrumentos jurídicos como los que tiene Italia. Ni aquí ni en ninguna parte de Europa existe un delito específico de asociación mafiosa. Hay una posibilidad de incautar bienes, pero muy diferente a como es en Italia. En Italia la prueba de que el bien es el fruto de tu negocio lícito tienes que ofrecerla tú, no el juez. Y aquí es el juez el que tiene que demostrar que los millones de inversiones que hay, que llegan de Italia por el trámite de familias que tienen su fuerza, su historia mafiosa, son fruto de una acumulación ilícita. Aquí no hay un sistema carcelario con medidas muy severas para un jefe de la mafia. Por eso prefieren quedarse aquí en la cárcel, porque pueden seguir haciendo los negocios más o menos como si estuvieran fuera.  Lo mismo ocurre en Alemania, Holanda…

Hemos venido para entender qué nivel de sensibilidad institucional hay. Qué nivel de cooperación hay entre policías italianos y policías españoles, jueces italianos y jueces españoles. La sensación es que hay un buen nivel cooperativo entre policías, y uno más prudente, más bajo. a nivel institucional, a la hora de poner sobre la mesa proyectos legislativos, instrumentos políticos, cosas concretas. Aquí es como en todos lados. En Alemania, tú lo sabes, hubo aquella masacre en Duisburg con seis muertos, y todavía no hay un delito de asociación, todavía en Alemania es difícil para un juez llegar a autorizar una escucha telefónica. Porque tienen una cultura jurídica diferente, también porque tienen la memoria del nazismo y el delito de asociación es algo que parece muy cercano a su historia, y entonces tienen miedo de poner otra vez a disposición de un juez la posibilidad de golpear a una asociación.

Viendo la historia de la lucha contra la mafia en Italia, en realidad esto que dices es un camino que la propia Italia ha tenido que hacer contra sí misma, contra su propio rechazo de la realidad, su propia negación institucional.

Exacto.

Ya en Italia ha sido dificilísimo llegar a eso. Comprenderéis entonces que fuera todavía será más difícil.

Aún hoy en Italia es difícil. La anterior alcaldesa de Milán, Letizia Moratti, la víspera de una visita de la comisión antimafia dio una entrevista, diciendo: «Bienvenida la comisión antimafia, pero aquí no hay mafia». Lo mismo dijo el prefecto de Milán [equivalente al delegado de Gobierno, n. del a.]. Y en esos momentos los jueces de Milán cerraban una investigación sobre una colonia de la 'Ndrangheta en la comarca de la Brianza con más de trescientas órdenes de prisión, la más importante que hemos visto en esa zona. Lo más interesante fueron las escuchas. Los Carabinieri sabían de una reunión de la cúpula mafiosa para decidir el nuevo jefe después de que habían matado al anterior. La reunión fue a las afueras de Milán, en el local de una conocida asociación de círculos cívicos, tradicionalmente asociada a la izquierda, donde te puedes esperar cualquier cosa menos una reunión mafiosa, y además estaba dedicada a Falcone y Borsellino [magistrados italianos asesinados por la mafia, símbolo de la lucha contra Cosa Nostra, n. del a]. Encima de la mesa a la que se sentaban todos los mafiosos estaba su foto. Es decir, en Italia hemos desarrollado también una idea de la lucha contra la mafia a veces muy patriótica, muy romántica, muy retórica, trabajando la memoria, leyendo cada año en las conmemoraciones la lista de los muertos… Los mafiosos no tienen estos problemas. Dicen: ¿Queréis custodiar la memoria de las víctimas, hacer honor a los muertos, llorar? Bien, mientras nosotros nos reunimos bajo la sonrisa de Falcone y Borsellino, y allí organizamos el saqueo de Milán y Lombardía. Viajamos a dos velocidades diferentes. En Italia es complicado entender lo que pasa en la otra parte. Si no hay sangre, si no hay matanzas, el olor de napalm en el aire, dicen que no hay mafia. O que hay una mafia con la que se pueda convivir.

Cuando los políticos dicen estas cosas, ¿crees que de verdad se lo creen? ¿Es una verdadera ignorancia o no querer ver la realidad?

Los políticos que dicen eso saben que mienten. El problema es que eso es una opinión bastante extendida en el país, muy común. Sabes lo de Brescello, ¿no?

Sí, el pueblo de las películas de Don Camillo, un símbolo de la Italia plácida y próspera, el estereotipo más alejado de la mafia, y en cambio…

Sí, se descubrió que estaba operando allí la familia Grande Aracri, calabresa, con fama judicial porque su jefe tuvo una condena de dieciséis años por asuntos mafiosos. Le hicieron una entrevista al alcalde, que es joven, de treinta y dos, treinta y tres años, abogado, hijo del que fue alcalde más de veinte años, del Partido Comunista, en la Emilia Romagna roja. Le preguntaron qué pasaba con los Grande Aracri, que hacían negocios con el Ayuntamiento. Lo que contestó este jovencito, el alcalde, es impresionante, está todo grabado. Dijo algo así: «Este señor es muy amable, muy tranquilo, ofrece trabajo a las personas, cuando le encuentro por la calle me invita siempre a un cafelito, aquí no hay mafia. ¿Cuál es el problema?». Ahora el Ayuntamiento de este pueblo ha sido disuelto por infiltración mafiosa.

Sí, ha sido una conmoción en Italia, porque era un símbolo, parecía impensable. Imagino que en España, cuando venís aquí a hablar de esto, diciendo que la mafia está aquí, pensarán que exageráis, que no sois de aquí y no sabéis cómo es esto, que esto es distinto, que aquí no les va a pasar. Encontraréis una incredulidad a veces disimulada por cortesía.

Pues sí. Dicen que tienen otros problemas.

Pero vuestra información y vuestros datos dicen que la mafia está en España: Cosa Nostra, Camorra, 'Ndrangheta…

Sí, claro. Nos han contado la detención de un señor que estuvo escondido más de cuatro años en Alicante y, en cuanto alguien se acercaba a él, le avisaban. O sea, tenía información que llegaba de instituciones españolas, policiales… Está claro que si han elegido este territorio para hacer negocios de este tamaño, porque esta es la puerta de toda la cocaína que llega de Colombia y la 'Ndrangheta quiere moverla con tranquilidad, es por algo. Aquí tienen un poder económico impresionante, y si deciden que este es el lugar donde van a vivir porque no hay riesgo para su vida, como en Calabria o en Campania… Para trabajar aquí dos, tres, cuatro o cinco años, tienes que poner bases para tu negocio, para tu tranquilidad, construir relaciones mafiosas.

Si un territorio es totalmente impermeable, no permite que haya este encuentro entre cárteles colombianos y mafiosos, pues necesita no solo transportistas, abogados, necesita también un contexto, la posibilidad de encontrar un espacio a corromper dentro de las instituciones. Esto pasa aquí y en otros países, pero España es el lugar que la mafia eligió para vivir tranquila. Desde Tano Badalamenti [capo mafioso arrestado en Madrid en 1984, n. del a.] en adelante, los que buscaban un lugar donde vivir y hacer negocios sin riesgos para su vida elegían Brasil o España.

¿Por qué a los italianos os sorprende tanto —es más, no os lo creéis— que no haya una mafia española?

Creo que va a formarse antes o después, porque alguien de España va a decir: «Bueno, ahora yo quiero custodiar este pedazo de mercado criminal, ahora yo represento a estos señores, estos grupos, y tú, que representas al cártel de Cali, tú, que representas a la familia Rosarno, vais a tener que tratar conmigo». Es un proceso natural. Si hay una demanda, al final vas a encontrar a alguien que ofrece este servicio de manera más organizada. Y si no lo hacen los españoles hay que buscar a alguien que tenga el control del territorio.

¿Crees que en algún momento habrá muertos, tiroteos?

Claro que puede pasar. Ahora a la mafia no le conviene disparar aquí. Si dispara, como pasó en Alemania, en Duisburg en 2015, al día siguiente llegan los italianos, los jueces alemanes piensan que quizá tienen que modificar sus instrumentos jurídicos… Se pone una atención de diferente calidad. Aquí ahora no la hay. Cuando hablas de esto en España te miran como si no tuviera sentido. Pero, bueno, tenemos el narcotráfico, la droga transita por este país. Es difícil imaginar que un tráfico de este tamaño, de esta dimensión, no vaya a dejar huellas, no vaya a contaminar el territorio. Debo decir que la actitud de la Guardia Civil es totalmente diferente. Tienen informaciones sobre grupos criminales, buena cooperación con los italianos… Pero a nivel jurídico, magistrados, jueces, parecen muy lejos de todo esto. Tienen otro problema, el terrorismo, y cuando se reúnen los ministros de Interior en Bruselas tienen otro problema, que se llama inmigración. Nunca han dicho: vamos a ver si podemos compartir medidas, discutir la idea del fiscal europeo, una ley para confiscar e incautar los bienes en todas partes de Europa… No hay nada de esto. Es un punto de emergencia exclusivamente italiano. Pero, mientras, los mafiosos van a buscar mercados, negocios, conexiones, es una fuerza criminal transnacional con una modernidad que nosotros no tenemos.

¿Cuál es tu primer recuerdo de la mafia?

Las páginas con las fotos en blanco y negro del diario donde mi padre trabajaba como director, yo tenía ocho años. Era un diario de la tarde, pocas páginas. Recuerdo esas fotos impresionantes, en otras ciudades no pasaba que abrieras el diario para encontrar esos muertos, y de la manera de los muertos de la mafia en Sicilia. Era una muerte… cómo decirte, sin elegancia, tenía algo de carnicería, roto, muertos de todas las maneras, porque la mafia tenía necesidad de ofrecer imágenes de su fuerza, como para decir: «Esta es nuestra ciudad, este es nuestro territorio, y cuando matamos queremos matar sin pedir excusas ni buscar maneras más suaves».

Después, tenía veinte años y trabajaba en L'Espresso Sera, luego seguí en el Giornale del Sud, donde mi padre era el director, y los periodistas eran todos muchachos de mi edad. Mi padre llegó desde Roma, donde trabajaba en el cine y el teatro, y le ofrecieron dirigirlo. Pensó en buscar a sus viejos compañeros para hacer un diario libre, que sería una liberación para cada uno de ellos, podrían hacer lo que quisieran, contar lo que no podían contar… Pero todos contestaron: «No, gracias, tengo cincuenta años y estoy tranquilo». Entonces montó una redacción donde yo era uno de los más viejos, con veintitrés años. Fue una aventura que duró dos años más o menos. Los dueños se dieron cuenta de lo que pasaba al cabo de una semana, cuando mi padre puso en primera plana la foto de Nitto Santapaola, diciendo que en Catania estaba la mafia y él era su jefe. Los dueños del diario, que estaban totalmente implicados en la situación de la mafia en la ciudad, aunque entonces no lo sabíamos, querían tener un periódico como un juguete, pero pronto se dieron cuenta de que no tenían ningún control sobre él. Al final echaron a mi padre y luego lo cerraron.

¿Cómo era ser periodista en esos años en Catania, haciendo este trabajo?

Apasionante. Tenías La Sicilia, el gran diario paquidérmico de Sicilia que no quería escribir nada. Daba la noticia de algún muerto, jamás una pregunta más para entender qué pasó, por qué, las conexiones… Entonces, para un periodista de veintidós años aquel era el trabajo más bello del mundo, porque había una ciudad que esperaba ser contada y nadie quería hacerlo. Y, cada vez que tú excavabas con las manos, aparecía algo, y te parecía descubrir cada día algo nuevo, raro, extraño, que estaba ante la mirada de todos y nadie quería ver.

Un ejemplo. Santapaola era el jefe de la mafia y la policía solo tenía una foto de él de cuando tenía diecisiete años. Cuando empezaron a buscarlo en toda Italia por el asesinato del general Della Chiesa y otros asuntos, desde Catania mandaron solo esa foto. Y nosotros conseguimos una de Santapaola con cuarenta años y toda su familia al lado, mujeres, hijos, hermanos. La publicamos tapando los ojos a las mujeres. Esto era Catania, una ciudad donde nadie sabía nada. Publicamos la foto de la inauguración de una tienda de automóviles, que era una empresa de Santapaola, y allí estaba su mujer con el prefecto y el jefe de policía. Esto era Catania. Era fácil saber historias que esperaban ser contadas, pero era casi un suicidio romper este pacto de silencio.

¿Desde el primer día recibisteis amenazas o era más sutil?

En el Giornale del Sud no, era más que nada estupor. Decían: ¿Están locos, pero qué escriben? Después llegaron llamadas, una bomba muy pequeña que pusieron en una entrada lateral del periódico que nadie conocía, solo el editor y pocos más. Fue el mismo editor el que puso esta bomba, para decir: «Eh, director, tenemos que bajar el tono». Y después despidieron a mi padre. Pensaron que habían acabado con esa historia, pero nadie pensaba, ni nosotros, que podríamos hacer otro periódico, que fue I Siciliani. Para esta ciudad fue demasiado, y estos poderes tan conectados en el ámbito jurídico, de negocios, de política, de mafia, entendieron que tenían que parar a este señor, a mi padre. Y al cabo de un año lo mataron.

Sé que es difícil de resumir, pero ¿qué era Catania entonces? Ese cúmulo de política, mafia, masonería… ¿Quién era Santapaola, el dueño de la ciudad?

Santapaola era el garante del orden de este sistema de poder. Venía a decir: los hijos de los empresarios no se van a secuestrar, aquí no tendrán nunca terroristas, no va a circular droga por la calle. Somos los que garantizan el orden. Orden quiere decir también que si tú necesitas empresarios, contratos, en otro territorio de Sicilia, nosotros vamos a decir que eres amigo nuestro y puedes construir en Palermo, en Trapani. Los llamados cuatro cavalieri de Catania, los grandes empresarios de la ciudad, conquistaron toda Sicilia. Lo dijo en su última entrevista el general Della Chiesa, una semana antes de que le mataran. Dijo que estos empresarios hacían negocios muy lejos de Catania y que cómo podían hacerlo si no existía un nuevo mapa del poder mafioso que se lo permitía. Claro, todo esto necesitaba impunidad, que la justicia, policías, fiscales, estuvieran todos dentro de este pacto.

Hay una foto que te dice lo que era Catania. Podría ser un lugar de Bolivia en los años ochenta. Una foto de la boda del nieto de uno de estos cavalieri, Costanzo. Están todos los que mandan en la ciudad: el alcalde, el vicepresidente de la comisión regional antimafia, abogados, jueces, y en el centro de la foto está Santapaola. Todos como en la última cena alrededor de él. Esto cuando todos sabían quién era, un señor que había matado a decenas de personas, había una guerra en Catania. Había matado a su adversario Alfio Ferlito cuando era trasladado de prisión con los tres carabinieri que le escoltaban. Este era Santapaola.

Hace poco dijiste que, cuarenta años después, en Catania te encuentras los mismos nombres en el crimen organizado…

Sí, son los mismos. Es la única ciudad del mundo donde si quieres hacer un mapa de la mafia tienes los mismos apellidos que años atrás.

Así que son hijos, son nietos, sobrinos…

Sí, sí, estamos con la tercera generación. Los Ercolano, Santapaola, Mazzei

Tú trabajabas con tu padre y eras periodista. Entonces sabías perfectamente lo que estaba en juego y, cuando tu padre escribía esos artículos tan arriesgados, ¿qué sentías? ¿Satisfacción?, ¿orgullo?, ¿miedo?, ¿pensabas que podría pasar algo?, ¿cómo vivías esa tensión en el día a día?

Pensábamos que era la única manera de hacer este trabajo en Catania o en cualquier otro lugar. Si tú hacías de corresponsal en Líbano en medio de la guerra, tu compromiso era contar la guerra. Para nosotros era normal, estábamos todos involucrados en contar esta historia. El director, que tenía un trato más intelectual, juntaba los hilos para completar este mosaico, y luego las investigaciones de los muchachos sobre los hechos específicos. Esto era nuestra idea del trabajo. Si tú me preguntas, ¿pero no teníais miedo de que algo iba a pasar? No, porque antes de que mataran a mi padre nos parecía que, si pasaba algo, estaría tan clara la firma que no se podía hacer.

¿Quieres decir que se sabría quién había sido?

Sí, y que por eso no se podía hacer. Que si se hacía algo tan devastador la ciudad iba a explotar, a ponerse en pie, a luchar. Y ese fue un gran pecado de ingenuidad, de mi padre y nuestro. Imaginar que un asesinato de este tamaño, el primero en Catania, y el último, que tenía una intención tan clara, y con nombres y apellidos detrás, iba a suponer una reacción en la ciudad, en el poder, en la justicia… Fue una gran ingenuidad. Esa fue la gran batalla luego. Matan al director de tu periódico y tienes que decidir si continuar. Decidimos continuar, pero el problema no fue solo metabolizar ese duelo, no: aprendimos lo que era la ciudad, de verdad. Ves que todos los amigos te dan la espalda; jueces que tienen que investigar sobre la muerte de tu director te investigan a ti; amigos periodistas escribían al día siguiente dudando de si había sido la mafia, que a lo mejor era una historia privada; la fiscalía puso bajo control nuestros teléfonos, hizo controles bancarios sobre nuestras cuentas, cuando todos éramos pobres, no teníamos un duro… La idea era que no había que hablar de mafia. Fue impresionante.

Una amarga lección, la decepción de la gente…

Sí. Hubo una reacción de una parte de la gente, poca, los jóvenes. Durante mucho tiempo la única huella en el lugar donde mataron a mi padre fue un cartel de cartón que hicieron los estudiantes del instituto, después lo pusieron en madera. Y después de veintidós años la alcaldía decidió por fin poner una placa. Y después de casi treinta años decidieron ponerle a la calle el nombre de Giuseppe Fava. El día 5 de enero, el día que lo mataron, nos encontramos allí cada año a las cinco de la tarde para poner una flor y en treinta y tres años nunca he visto allí al alcalde de Catania. Y han pasado de izquierda, derecha, de todas clases… Porque todavía sigue siendo una historia complicada para esa ciudad, porque todavía las familias que representan la cúpula de Cosa Nostra de Catania son las mismas. Y todavía hay negocios con ellos. Claro, no con la evidencia de hace treinta años, no con ese nivel de impunidad. Hace treinta años el jefe de homicidios de la policía iba cada domingo a casa de Santapaola con una lista de nombres, porque tenían que hacer unas detenciones y le consultaban a ver a quién podían coger. Era normal. Ahora no, hay jueces que quieren investigar, es diferente, pero esa herencia todavía se siente.

¿Cuál fue la lección más importante que te dio tu padre sobre el periodismo y sobre la mafia?

Sobre el periodismo, que no hay que ser un juez, un tribunal, no hay que hacer el juicio final, hay que buscar los colores intermedios entre el negro y el blanco, hay que imaginar que también en la historia del más feo de los personajes hay siempre algo que merece una mirada particular. O sea, no solo hay asesinos y víctimas. Y una lección que nunca hubo necesidad de decir es que este es un trabajo que puedes hacer simplemente si quieres ser libre de contar lo que tienes que contar. O sea, tienes que tener la espalda recta, no inclinarte ante nadie, una condición necesaria en Sicilia, en España, en todos lados. Lo que pasa en México ahora.

Tú dijiste muchas veces que los mafiosos están en el Parlamento. Ahora tú estás en el Parlamento. ¿Cómo se ve desde dentro, sigues teniendo la misma idea?

A algunos ahí los tenemos todavía, hemos tenido muchos. El viceministro Cosentino, condenado a ocho años por conexiones con la Camorra, y era el viceministro para los presupuestos. Tenemos al senador Antonio D'Alì, que ha sido viceministro de Interior, y en un proceso por asociación mafiosa el juez ha dicho hace poco que sí, que hasta 1996 estaba conectado con la mafia, pero es que justo hasta esa fecha el delito prescribe, y en los años siguientes no había pruebas, como con Andreotti. Este señor todavía sigue siendo un nombre de referencia del partido de Berlusconi. Y Dell'Utri… La mafia nunca ha tenido la necesidad de controlar el Parlamento. Ellos son mucho más pragmáticos, mucho menos retóricos que nosotros. Les basta controlar unos lugares, las personas que pueden ser útiles, para garantizar impunidad, interceptar dinero público, nada más. En una alcaldía no necesitan controlar a todos los concejales. Es mejor el ingeniero que es jefe de una oficina administrativa, que puede manipular los sobres con la oferta de una adjudicación, modificar el plan urbanístico…

Hablemos del cine. Tú eres guionista de I cento passi, una gran película sobre la vida del periodista y activista Peppino Impastato, asesinado por la mafia en 1978, que tuvo mucho éxito. La gente la reconoció como muy auténtica. No sé si cuando os sentasteis a escribir echabais de menos en el cine italiano películas mucho más fieles a la realidad desde el punto de vista de las víctimas. ¿Por qué quisisteis hacer esta película?

Porque no es la historia de un héroe. Las películas, sobre todo las series de televisión, quieren contar historias muy patrióticas, con héroes, el bien y el mal, víctimas y carniceros. Peppino Impastato es un hombre común. Tiene un sentimiento de rechazo, de disgusto, no es simplemente la lucha contra la mafia, es la lucha por la belleza. Hay una escena donde habla con su amigo, mirando el aeropuerto, donde van a construir otra pista, y explica: «Bueno, ahora van a construir pequeñas casitas, todas iguales, todas feas, tristes, pero la gente va a vivir allí y después se acostumbra». Pero nosotros no podemos acostumbrarnos a la falta de belleza, porque la falta de belleza es la falta de vida. Y la mafia nos roba la belleza. Para mí eso es un concepto revolucionario. La mafia es la negación de la belleza. Porque destruye las vidas, las ciudades, nuestro sentimiento de libertad. Porque la calidad de la vida de la mafia es una calidad de vida muy fea, muy desesperada. Y Peppino tenía la capacidad de intuir estas cosas, la capacidad de intuir que se lucha contra la mafia también con los versos de Pasolini, con el amor de su madre, que tuvo la fuerza de rechazar a su familia mafiosa, y sobre todo con el humor. Tenemos una idea muy rígida de la lucha contra la mafia. Peppino se inventó aquella radio libre que tenía, cada día era una historia de teatro, parodias, para los mafiosos era mucho más dramática la provocación que llegaba de un muchacho de veinticinco años que no tenía armas, solo su ironía. Peppino puede ser cualquiera, su pueblo puede ser el mío, esta puede ser mi revolución. Es lo contrario de lo que muchas veces ha pasado en la historia de la lucha contra la mafia: era siempre el sentido del deber, el servidor del Estado. Son conceptos nobles, pero nadie quiere ser un héroe. Nadie quiere decir voy a morir porque soy un servidor del Estado. Hay más necesidad de normalidad que de épica.

También participaste como guionista en la serie Il Capo dei capi, sobre Totó Riina. Esta vez te asomaste al otro lado.

Ahí tuvimos la necesidad de contar la historia de los Corleoneses más allá del mito negativo. Es decir, qué pasa en un país para que un muchacho de quince años que apenas sabe leer y escribir y sus amigos se conviertan en los dueños de ese país. ¿Es solo un hecho de violencia? No creo. La banalidad del mal, como dijo Hannah Arendt, hay una normalidad del mal y hay que contarla fuera del mito. La normalidad de llegar a ser jefe de Cosa Nostra viniendo de una ciudad pobre, sin tener cultura, sin tener relaciones, sin tener nada. ¿Cómo fue? Porque estamos en la Sicilia de los ochenta, no en la Edad Media. Queríamos contarlo para que se entienda que estos señores no llegan desde la Luna. Están aquí. Son el fruto de un proceso de descomposición de la política. Y había que contar esta historia.

En el cine y la televisión, sobre todo americanos, con la mafia siempre se crean estereotipos que incluso llegan a dar una imagen positiva. ¿Qué piensas de esto?

Esta es una discusión que tenemos siempre. Que si Il Capo dei Capi, Gomorra, crean una imagen positiva de los mafiosos. Y yo contesto que no es así. La capacidad de seducción de las mafias está en la realidad. Si vas al barrio de Scampia, en Nápoles, estos muchachos no tienen necesidad de ver Gomorra en la televisión, la ven cada día. Ellos saben que la persona más importante, el señor de treinta y cinco años con un Rolex de diez mil dólares, cuando te pone en la manos cien euros y te dice «Silba cuando veas a un policía», te da un papel social en un lugar donde no hay nada. La capacidad de seducción, la fuerza de seducción, no está en el hecho de que veas una película sobre ellos. Me pasó hasta con Giovanni Brusca, el señor que accionó el mando de la bomba de Falcone, un asesino sanguinario, el mal personificado. Pues cuando lo arrestaron fui a una escuela siciliana y las profesoras me contaron que habían pintado en las paredes del centro «Brusca libre», como si fuera un preso político, y muchos muchachos se habían dejado crecer una barba como la de él. Sabían todos quién era, pero sabían que representaba un modelo: si tengo que ser un asesino, lo hago, pero quiero tener este poder, el poder de invitar en los restaurantes, de que me respeten… Hay muchos arrepentidos con más de cincuenta homicidios que contaban que para ellos entrar en el pequeño grupo de sicarios de los Corleoneses era como jugar en la selección. Porque había una jerarquía social y eso es una promoción social.  Hay lugares en los que esa es la única idea de vida, de salida.

¿Cuál es para ti la película que mejor representa la mafia?

Uno de los nuestros, de Scorsese, es una historia universal. Cuenta lo que pasa cuando un grupo de muchachos se convierte en un grupo de asesinos que se matan entre ellos, porque después el poder te come. Es como en las tragedias griegas, tienen un elemento de verdad que está fuera de su tiempo y de su lugar.

La entrada Claudio Fava: «España es el lugar que la mafia eligió para vivir tranquila» aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.

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