May 23rd 2017, 09:06, by Javier S. Burgos
Fotografía: Max Pixel (DP).
1-metil-4-fenil-1,2,3,6-tetrahidropiridina, más comúnmente llamado MPTP. Una pequeña molécula, muy pequeña. Una molécula de tan solo veintiocho átomos.
Bahía de San Francisco, California
Agosto de 1976
Barry Kidston. Veintitrés años. Estudiante de ciencias químicas de la Universidad de Stanford. Trastea en su garaje a escondidas de sus padres. Empezó a tomar drogas a los catorce. Desde marihuana hasta barbitúricos, pasando por anfetaminas, benzodiacepinas y opiáceos. Es un consumidor habitual. Rara vez aguanta más de una semana sin meterse algo.
Ha probado muchas sustancias y se ha gastado un dineral en camellos. Así que decide sintetizar su propia droga. Sus conocimientos de química orgánica se lo permiten. Trabaja concienzudamente para sintetizar MPPP, un opiáceo similar a la heroína. Lleva semanas haciéndolo en el laboratorio clandestino que ha montado en el garaje. Produce con esmero las cantidades necesarias para sus viajes. Se inyecta la droga en la vena. Repite el proceso cada poco tiempo, cada vez que necesita un chute, algo que lo evada de la vida de mierda que lleva. Hoy no tiene por qué ser diferente.
Noviembre de 1976
Barry cada vez tiene más urgencia en consumir MPPP. Necesita un pinchazo cuanto antes, si no se volverá loco. Sigue los pasos aprendidos durante los últimos meses, con premura, con una urgencia desmedida, mientras las gotas frías de sudor se deslizan por su frente. Sabe que la reacción química se acelera con la temperatura. Tardará menos en disponer de la droga si el proceso supera los treinta grados. Trabaja duro. Acaba la síntesis. Por fin.
Repite otra vez el ritual. Prepara la jeringa. Carga la sustancia. Busca la vena en su brazo. Introduce lentamente la aguja, mientras aprieta los dientes, y una pequeña gota de sangre contamina el líquido blanquecino que rellena el cilindro. En unos minutos todo habrá pasado. Suspira aliviado. En breve estará lejos, muy lejos, sobrevolando verdes praderas bajo el cielo claro.
Pero con el calor la frágil molécula se rompe. Cualquier químico orgánico lo hubiera podido deducir. La reacción cambia. Barry ya no obtiene MPPP, sino una molécula derivada de tan solo doce átomos de carbono, solo quince de hidrógeno, y uno solo de nitrógeno. Veintiocho átomos, en resumen.
Han pasado tres días. El viaje terminó hace tiempo. Pero Barry sigue en el mismo sitio. Y ahora sabe que algo no ha ido bien. Sus movimientos son lentos, muy lentos. Su cuerpo no responde. No puede caminar. Tampoco puede hablar. Tiembla. Su expresión facial está congelada. Su cuerpo inerte no responde a su cerebro, que permanece encendido. Pasan las horas malditas, infinitas.
Sus padres lo encuentran tirado en el garaje. Lo llevan al hospital. El diagnóstico inicial es evidente. Se trata de una esquizofrenia catatónica. Está demacrado. Sigue inmóvil. Es incapaz de articular palabra. No responde a las preguntas de los médicos, aunque los entiende. Sus brazos y piernas pesan como el plomo. Una densa saliva, que no consigue tragar, se acumula en su boca.
Le aplican el tratamiento convenido: electroshock. No reacciona. Algo no cuadra. No es una catatonia. Vuelven a verlo los neurólogos. Le administran levodopa, carbidopa, benztropina, diazepam… Las cosas empiezan a funcionar.
Parece párkinson. Tiene veintitrés años. Son veintiocho átomos.
Ya nunca más dejará de tomar esos fármacos. Tampoco el resto de drogas. Barry sigue consumiendo en su garaje cocaína, codeína, dihidromorfinona…
Septiembre de 1978
Barry Kidston aparece muerto. En la autopsia se detectan altas concentraciones de cocaína y heroína en su sangre, y presenta cicatrices de inyecciones en sus brazos. El examen de su cerebro revela una pérdida masiva de las neuronas dopaminérgicas de la substantia nigra, un área cerebral ampliamente afectada en enfermos de párkinson.
Todo ha acabado ya.
O no.
Santa Clara, California
Julio de 1982
William Langston es el jefe de Neurología del Santa Clara Medical Center. Le avisan de que ha llegado un paciente extraño, un preso de la cárcel del condado. Aparece una estatua congelada y retorcida, en posición irónicamente macabra, sobre una silla de ruedas. Es George Carillo.
Le piden que lo examine. En la cárcel sospechan que finge su enfermedad para salir. En caso de que esté verdaderamente enfermo, se debe tratar de una esquizofrenia catatónica. Pero el hombre no puede moverse. No puede hablar. Está petrificado. William reconoce minuciosamente al paciente. Sus dedos se mueven. Solo sus dedos. Quizá voluntariamente. William envuelve un lápiz entre sus dedos temblorosos. Le acerca un papel. El preso escribe con dificultad un puñado de trazos que predicen solo una palabra: «heroína».
William sabe que ha encontrado algo. Busca otros consumidores de heroína sintética en los alrededores de Santa Clara. Y los encuentra: cuatro drogadictos congelados. Tienen alucinaciones visuales, no parpadean, tienen espasmos en las piernas y rigidez, babean constantemente, sufren temblores y son incapaces de hablar inteligiblemente.
Todos se han inyectado China White, una mezcla de heroína con metilfentanilo, un potente anestésico que intensifica el efecto de la heroína. Se trata de una mujer y tres hombres de menos de cuarenta años: dos en San José, dos en Watsonville. Estos últimos son hermanos. Se han estado pinchando durante varios días. Los encuentran en la cama, una semana después del último chute. Solo pueden mover los ojos.
Todos ellos mejoran con combinación de levodopa y carbidopa.
Ya ninguno de ellos se curará.
Halle Weingarten trabaja como toxicóloga del laboratorio criminalístico del distrito. Lleva el caso de los drogadictos congelados. Sus pesquisas le permiten concluir que se han inyectado una sustancia de la familia del MPPP, pero es incapaz de identificar cuál. De repente recuerda algo. El caso de un drogadicto de hace unos años. Busca el artículo científico. Ahí está. Telefonea a Langston.
Sanford Markley es un científico del National Institute of Mental Health (NIMH), especialista en análisis de sustancias. Langston le pide que estudie los restos de la heroína sintética. Sanford estudia el caso de Kidston. Reproduce minuciosamente la reacción, aumenta la temperatura, añade más ácido, rastrea los errores plausibles del estudiante, pero no logra dar con el resultado. Sanford vuelve a la casa paterna de Barry. Por suerte, su madre no ha limpiado el material de laboratorio que utilizaba el chico para la síntesis. Sanford toma muestras. Las lleva a su laboratorio. Las resuspende. Las analiza.
Sanford ya sabe lo que ha pasado. La heroína sintética no es MPPP. Es un nuevo derivado, mucho más tóxico, más dañino, la sustancia que convierte en siniestras estatuas a los drogadictos.
Sanford concluye que la molécula es 1-metil-4-fenil-1,2,3,6-tetrahidropiridina. Lo llamarán MPTP. Es una pequeña molécula, muy pequeña. Una molécula de tan solo veintiocho átomos.
National Institute of Mental Health, Bethesda, Maryland
Año 1983
Richard Burns, neurólogo del NIMH, decide inyectar MPTP a monos Rhesus. Les administrará pequeñas dosis diarias. Tras la inyección los monos comienzan a mostrar parkinsonismo. Un parkinsonismo demasiado cercano al humano para no concluir que el MPTP produce una variante idiopática de esta enfermedad.
Universidad de Stanford, California
Año 1976
Barry Kidston recorre las infinitas secuencias de estanterías de la biblioteca de la universidad. Ojea los anales de química. Y encuentra un artículo que busca con desespero. Clava su mirada en la hoja. Su pulso se acelera. Se trata de un artículo científico del año 1947 de Albert Ziering, un químico de la empresa farmacéutica Hoffman-La Roche. En él se describe la síntesis de un opiáceo sintético, el MPPP. Ahí está.
Barry mira nervioso a ambos lados. Su respiración se agita. Le han hablado de esa reacción química. Parece fácil. Tan solo hacen falta unas nociones de síntesis química básicas. Y él las tiene.
Año 1982
William Langston visita la biblioteca de la Universidad de Stanford. Recorre la hilera de los interminables volúmenes color cobalto de los Chemical Abstracts. Busca un año. 1947. Ojea el volumen. Recorre el índice. Encuentra el nombre: Albert Ziering. Llega al artículo. La hoja ha sido arrancada.
Epílogo
Sunnyvale, California
Mayo de 2017.
William Langston sigue trabajando en la enfermedad de Parkinson. En 1988 fundó el Parkinson’s Institute en Sunnyvale, tras el descubrimiento del MPTP o 1-metil-4-fenil-1,2,3,6-tetrahidropiridina. Una molécula de tan solo veintiocho átomos. Una pequeña molécula que viaja por la sangre y coloniza el cerebro con una facilidad pasmosa. Una molécula que mata con avidez las neuronas que pueblan la substantia nigra, una molécula que destruye progresivamente la dopamina, una molécula que se utiliza en todos los laboratorios del mundo en los que se trabaja con modelos experimentales de párkinson, y con la que, sin lugar a dudas, se han logrado los mayores avances en la comprensión más íntima de esta enfermedad.
La entrada Veintiocho átomos aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.
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