Friday, May 26, 2017

Jot Down Cultural Magazine: Mihály Dés: «Convertirme a los sesenta y tres años en escritor fue la gran experiencia intelectual de mi vida»

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Mihály Dés: «Convertirme a los sesenta y tres años en escritor fue la gran experiencia intelectual de mi vida»
May 26th 2017, 09:39, by Jorge Carrión

Fotografía: Jorge Quiñoa

Nada me hubiera gustado más que escribir otro tipo de introducción a esta entrevista. Escribir una introducción que no fuera un obituario. Pero Mihály Dés, a quien entrevisté el pasado 3 de mayo murió el 18 del mismo mes en Barcelona, a causa de un cáncer contra el que había luchado durante los meses anteriores. Dispuso que su funeral fuera en Budapest.

Deja dos obras monumentales: los doce años de la revista Lateral, uno de los proyectos de periodismo cultural más dinámicos y fértiles de la cultura en español, y la novela Pesti barokk (Barroco de Budapest, 2013), un éxito de público y de crítica en su Hungría natal, que —injusta e ingratamente— no ha sido traducida todavía al castellano.

Tras estudiar en Budapest, donde trabajó como actor, descubrió la fuerza de la literatura en español en Cuba. De aquella experiencia quedó como testimonio Noche insular (Lumen, 1993), una importante antología de poesía cubana. Llegó a Barcelona a mediados de los años ochenta, donde rápidamente se convirtió en una figura destacada del periodismo literario, al frente de la redacción de la revista Quimera y del suplemento de libros del diario El Observador. Fue en 1994 cuando fundó Lateral, un espacio transversal y abierto que pronto se convirtió en la sede de una conversación crítica sobre la cultura del pasado y del presente.

Nada humano le era ajeno. Por eso en la revista, aunque la literatura estuviera en su centro, se hablaba de política, sociología, cine, música, cualquier tema que fuera tratado con una buena prosa y con rigor. Por su redacción pasaron escritores como —entre tantos otros— Juan Villoro, Mathias Enard, Gabriela Wiener, Juan Gabriel Vásquez, Eloy Fernández Porta, Marta Rebón, Leonardo Valencia, Use Lahoz, Juan Trejo, Jaime Rodríguez Z, Miquel Porta Perales, Jorge Zentner, Daniel Attala o Robert Juan-Cantavella, el último jefe de redacción, quien se quedó en el barco junto al capitán austrohúngaro durante el naufragio de principios de 2006.

Si su primera vida fue como actor y viajero, y la segunda, como periodista cultural, en la tercera descubrió su vocación creativa. Dedicó sus últimos años a escribir con la ilusión de un joven que empieza (tal vez con el recuerdo de la ilusión de todos los jóvenes que empezamos gracias a él). Además de su obra maestra, publicó literatura infantil, una novela gastronómica a partir de las recetas de su madre (77 pesti recept. Gasztronómiai anyaregény, 2014) y hasta una antología de chistes judíos. El humor, inteligente, crítico, a veces jocoso —a menudo negro— formó siempre parte de su manifiesto vital.

No recibió ningún reconocimiento oficial por sus aportaciones a la cultura en húngaro ni tampoco en español. En el homenaje que le rindió la Casa América Cataluña el pasado 27 de noviembre, impulsado por discípulos y amigos, recordó la sorpresa y el entusiasmo que le provocó la lectura de Llamadas telefónicas, que Anagrama le había enviado antes de que llegara a las librerías. Enseguida se puso en contacto con Bolaño para hacerle una entrevista. De aquel encuentro quedó una foto del escritor con un ejemplar de la revista bajo el brazo.

En aquella época no íbamos con una cámara de fotos miniaturizada en el bolsillo, de modo que hay pocas imágenes de los doce años en que Lateral tendió puentes en las letras y la política y las artes, entre Barcelona y las ciudades de América Latina, entre España y Europa del Este, entre las dos lenguas de la Ciudad Condal. Los que pasamos por su redacción no las necesitamos para recordar con nitidez todo lo que allí aprendimos. Fue nuestro máster en creación literaria. Fue nuestra escuela de vida. Sé que Mihály me reñiría con una sonrisa irónica por escribir frases tan pomposas, pero no obstante acabaré afirmando que ha fallecido la persona, pero ha comenzado nuestro mito.

Por suerte llegué a tiempo para hacerle esta última entrevista. No es tan completa ni tan brillante como yo hubiera deseado: tenía problemas para hablar, hizo un esfuerzo sobrehumano para responder a todas las preguntas. Pero resume con bastante precisión una vida y una obra absolutamente laterales.

¿Fue Lateral la experiencia intelectual más importante de tu vida?

No, fue muy importante, pero no creo que la más importante desde el punto de vista intelectual. Fue una experiencia de despliegue de voluntad, porque hacer Lateral fue un desafío muy grande y hacía falta mucho esfuerzo, mucho tesón y hasta cierto fanatismo en mi caso. No quiero decir que hacer cualquier revista cueste tanto, pero como soy un desastre para la organización, para la recaudación de fondos y tal, realmente me costó mucho. Durante doce años. Fue una de las épocas más importantes de mi vida. Pero convertirme a los sesenta y tres años en escritor fue la gran experiencia intelectual de mi vida; bueno, escribir Barroco de Budapest en mi idioma, el húngaro.

Cuéntame un poco cómo fue el proceso de gestación y de fundación de Lateral. ¿Cómo surgió la idea?

En aquel entonces yo estaba casi recién llegado a España. Había llegado en el año 1986, había sido freelance, estuve de redactor jefe de Quimera, luego de director del suplemento de libros de El Observador y tanto en Quimera como en El Observador, que era un diario de la época de Prenafeta, cuyo nombre ahora ha vuelto a salir a la esfera pública, surgió un equipo muy interesante y muy prometedor. Lo de El Observador fue un buen experimento, porque era estable económicamente, a diferencia de Quimera, por lo tanto todo el mundo cobraba. Yo, con esa estabilidad económica y con la paz de que nadie se metía en mi trabajo, formé un muy buen equipo, con Guillem Martínez, Ignacio Echevarría, Claudio López de Lamadrid, etc. Cuando en el 93 cerró El Observador, entonces todo el equipo me empujó y me pidió hacer una revista, cosa que a mí por una parte me encantaba, pero por otra parte me daba miedo porque yo era un desastre para lo práctico. Al final yo fui el único que se sintió responsable del nuevo proyecto y pagué las consecuencias.

¿Cómo llegasteis al nombre y al concepto?

El nombre yo diría que vino de Ignacio Echevarría, que se encontró con esa idea de lo lateral en un librito de notas de Canetti, lo trajo y nos pareció justo lo que queríamos. Había otras ideas, recuerdo que Guillem Martínez proponía Revista de Accidentes [risas], que a mí también me gustó.

¿Cómo recuerdas tú la Barcelona de entonces? Es la Barcelona de los Juegos Olímpicos, la que empieza a ser una marca internacional. ¿La recuerdas tan cosmopolita y tan abierta como ahora, que se celebran los veinticinco años de los Juegos Olímpicos, queremos creer?

Lateral siempre fue una revista crítica, en el sentido de espíritu crítico, en el sentido de que era políticamente muy indefinible. Eso ya es así debido a mi propia personalidad: en los países del Este, en mi Hungría natal, me consideran básicamente un comunista perdido, aquí me consideran un reaccionario, incluso hasta me acusaron una vez de ser agente de la C.I.A. En Madrid nos consideraban catalanistas porque en todo momento defendíamos la cultura catalana, en general las culturas menores, y estábamos contra la prepotencia españolista. Pero también estábamos, yo al menos, muy en contra del nacionalismo catalán y del independentismo. Volviendo a Barcelona, por aquel entonces ya estaba instalada en esa cultura ferial, que a mí no me gustaba en absoluto. En aquella época había mucha gente que ganaba mucho dinero haciendo desde de lectores culturales fantasmas hasta de payasos y saltimbanquis, era el paraíso de esta gente. Pero esa época no solamente era la del auge de esa cultura ferial, que va desde los Juegos Olímpicos y la Expo 92 hasta el Fórum, también era la del auge de ETA. Ahora cuesta recordarlo porque ETA prácticamente ya no existe, pero no era solamente una fuerza militar terrorista, de chantajes y demás, también había una cierta confusión ideológica, pues había gente, sobre todo gente de izquierdas o nacionalista, que defendía a ETA, no lo olvidemos; la defendían, descarada o cobardemente. Yo, personalmente, inicié una campaña y escribí una serie de artículos, organicé acciones y hasta en Lateral me miraban mal, básicamente porque tenían miedo.

¿Se podría dibujar etapas según los jefes de redacción que tuviste en la revista? Tú fuiste siempre director, pero los jefes de redacción fueron cambiando…

Sí, se podría. Cada época fue muy diferente, y, siento decirlo, porque no queda elegante, pero la mejor época fue la última, evidentemente, cuando Robert [Juan-Cantavella] fue el redactor jefe, cuando cambiamos a un formato más compacto y más moderno, con un nivel de ilustración insuperable. Cada redactor jefe tuvo su propio espíritu, ahora no los voy a  repasar a todos, porque sería lento y aburrido, pero cada uno dejó la huella de su personalidad.

¿Cómo fue tu relación con Roberto Bolaño? ¿Cómo fue la relación de Roberto Bolaño con Lateral?

Después de leer Llamadas telefónicas pedí su número a Anagrama cuando era un don nadie y le hice una entrevista. Ese hecho es bonito y por supuesto a mí me da méritos, pero tampoco pretendo subirme ahora al carro y pretender que mantuvimos una gran amistad. Entre otras cosas porque los doce años de Lateral fueron una época convulsa, yo tenía permanentes problemas económicos, problemas con el tiempo, trabajaba como una bestia, mi personalidad era un poco confusa, complicada, en realidad no era apto para una amistad. Lo que sí que supe desde el primer momento es que era un gran escritor, y fui consciente de ser de los primeros que lo sabía, y que además hacía algo en consecuencia. Entonces yo lo publicaba y a veces nos encontrábamos, comíamos juntos, me invitó a su casa… Pero yo no podía cumplir con las exigencias de una amistad. A eso hay que añadir que Bolaño era un constante paranoico, muy celoso…

Recuerdo el día, hace quince años, que conocí a Juan Villoro, fue en Mataró y tú lo presentaste en aquel evento de la librería Robafaves. Juan es un buen símbolo de la importancia que tuvo Lateral como puente con América Latina. ¿Cómo nació eso? ¿Cómo se fue abriendo la dimensión latinoamericana de la revista?

A mí siempre me interesó la cultura latinoamericana. Yo tenía un interés particular por esa variedad tan suya: México es muy diferente de Argentina, cada país es poderoso culturalmente, pero cada uno a su manera. Esa variedad se ignora allí y se ignora aquí. Me parecía ridículo ese desconocimiento mutuo, así que decidí que teníamos que intervenir. No solo desde aquí, desde Barcelona, había que crear redes que unieran directamente Buenos Aires, Lima, Ciudad de México. Aquí trabajaron Juan Gabriel Vásquez, colombiano, Jorge Zentner, argentino, Leonardo Valencia, ecuatoriano, y, en la última etapa, Gabriela Wiener y Jaime Rodríguez Z., de Perú. Además colaboraban muchos otros autores de muchos otros países. Evidentemente, mi interés por América Latina venía de mi pasado cubano…

Háblanos de esa experiencia en Cuba. ¿Cómo surgió la idea de ir a Cuba? ¿Qué ocurrió allí?

Bueno, eso fue más personal que literario. Yo vivía en Hungría y allí se ofrecían becas especiales entre los países comunistas. En un momento dado, una amiga me convenció de que pidiera una beca de posgrado en Cuba. Era especialmente raro, porque yo era un disidente, firmaba todas las protestas, y se lo dije: «Es absurdo lo que dices, no me van a dar nunca una beca». Pero con el caos que suele envolver a cualquier dictadura, y con las particularidades específicas de la mía, que era muy especial, muy caótica y a la vez, en cierto sentido, también amable o cómplice, como lo era el socialismo húngaro en los ochenta, al final me dieron la beca. Así que viajé a Cuba y descubrí varias cosas interesantes, sobre todo, la poesía cubana, me refiero a la clásica. Enseguida me puse a trabajar e hice una antología que salió en España. Yo creo que era un libro importante, casi imprescindible. Un libro que ya no existe, porque se agotó rápido, que en un solo volumen recogía lo mejor de la poesía cubana y que ponía en su justo lugar a la poesía del país.

Tuviste una etapa como profesor de la Universidad de Barcelona. ¿Por qué llegaste y por qué saliste?

No sé por qué llegué, me sorprendió porque yo no soy eslavista y me contrataron en el departamento de lenguas eslavas. Pero entonces se publicaba mucho, era el boom de las literaturas del Este, estoy hablando de finales de los ochenta y principios de los noventa. A varios de estos escritores, o bien los introduje yo en España, o bien hice que se hablara sobre ellos en los medios donde trabajaba. Tal vez por eso me llamaron, porque publiqué sobre Milan Kundera, sobre Danilo Kiš y sobre otros. Además, yo los leía no solamente desde la literatura, sino también desde la sociología, la política, la historia, las costumbres, porque conocía sus mundos de primera mano…

En tus clases, ¿intentabas comunicar esa visión de la literatura?

Sí, con poco éxito.

¿Cuánto tiempo estuviste dando clase en la UB?

Ocho años. Y luego, por razones casi personales por su parte, me dejaron ir [risas].

¿En qué año vuelves a Hungría y te reinventas como escritor?

Cerramos Lateral en enero de 2006, que es cuando sale el último número, ya solo en formato digital. Y aunque tenía algunas empresas y actividades aquí, en realidad esas empresas y esas actividades eran para sostener Lateral. De modo que, si no tenía Lateral, no le veía sentido a seguir con esas actividades. Entonces pasé por una crisis, una crisis muy compleja a nivel vital, personal, matrimonial, cultural… Pasaban los años y no sabía muy bien qué hacer. Lentamente, cerré todas mis actividades y mis empresas, todo cuanto tenía. Cerré Lateral Simposio porque me pregunté: «¿Para qué voy a organizar yo actos culturales, si a mí eso no me interesa, si solo me interesaba para financiar la revista?». Me aproveché entonces durante un tiempo del boom de la inversión española en Hungría, me convertí en agente inmobiliario. La verdad es que he tenido muchas profesiones, fui actor, no solo actor de teatro experimental, sino también actor de cine. Una película mía llegó a los ochocientos mil espectadores, se titula La cáscara del plátano. Ahora una película húngara, si se hace popular, ya es un acontecimiento que llegue a cuarenta mil, cincuenta mil o sesenta mil espectadores. Fui protagonista de una película que le permitió pasar su examen de cinematografía a Ildikó Enyedi, que acaba de ganar el Oso de Oro en Berlín. Curiosamente, el tema de esta película es el mismo que el de aquel ejercicio que hicimos juntos.

Háblame un poco más de esa extraña faceta tuya como agente inmobiliario.

Fue justo antes de la crisis, había mucho dinero, dinero alegre, dinero loco, yo mismo gané mucho, aunque enseguida lo perdí. Estuve trabajando mucho en Hungría y, por cosas de esas que no se explican, que no se justifican, me quedé. En parte porque tenía allí un cliente que quería comprar un edificio enorme. Fui a Budapest y, en vez de regresar enseguida después de la venta, me quedé, encontré una amante, me reencontré con mi familia; especialmente con mi madre. Así nació La novela gastronómica de mi madre. Cuando tenía tiempo libre iba y cocinaba con ella algunas de sus famosas recetas, las preparábamos juntos y yo iba tomando notas. Yo nunca pensé escribir un libro sobre mi madre, pero no quería que se perdieran las recetas porque eran muy especiales, como todas las recetas de las madres. Pero al final, en efecto, el libro habla mucho de ella. Y así las cosas, me fui quedando. Cada vez me costaba más encontrar mi lugar en Barcelona, ya no tenía nada que hacer aquí. Y allí, en cambio, iba redescubriendo viejos vínculos emocionales.

Y decides escribir tu primera novela…

Te voy a contar el génesis de ese libro, de la novela Barroco de Budapest, que es mi libro más importante. Resulta que un día, en plena crisis, vas limpiando, vas arreglando, quitando, ordenando… y descubres una carpeta. Yo antes no escribía ficción y por eso me sorprendió que el título de la carpeta fuese «ficción en húngaro». Entonces recordé vagamente que, de joven, cuando era universitario, escribí algunos cuentos. Empecé a revisarlos y eran horribles, chapuceros, muy poco diestros. Yo estaba en el suelo y me dio una vergüenza terrible, una vergüenza propia, no ajena, como tantas veces antes… ¿Cómo podía yo ser un crítico, decirle a la gente lo que estaba bien escrito y lo que no, y ser al mismo tiempo el autor de aquella mierda? Pero continué revisando. Llegué entonces a un pequeño fajo de treinta folios donde ponía «Novela de Budapest». Empecé a leer y me cambió el ánimo, de repente me puse a reír, me pareció que no era tan malo. Leí el primer capítulo de la supuesta novela y de repente pensé: «¿En qué estoy malgastando mi vida? ¿Qué estoy haciendo? Si pude escribir una cosa así, ¿qué diablos hago vendiendo pisos?». Así que cogí y empecé otra vez a leer, a revisarlo con mayor cariño, y dije: «Esto es lo que tengo que hacer». Y fue así como terminé de una vez por todas con mi etapa Lateral. Lo dejé todo, la agencia inmobiliaria incluida, y me puse a escribir. Estuve viviendo de préstamos y no me importaba nada, como un adolescente. Durante cuatro años no estaba seguro de que fuera capaz de escribir lo que quería escribir, porque, por otra parte, luego encontré unas notas, también en mi diario, que se referían a «¿Qué es lo que quiero escribir?». Y resulta que lo que veinte años antes quería escribir con esa novela no tenía nada que ver con lo que quería escribir ahora, era muy distinto. Finalmente se impuso una novela ambiciosa, aparentemente muy divertida y erótica.

¿Qué cuenta la novela?

Ufff, muchas cosas. Por una parte es una época, los años ochenta. Por otra parte, es una ciudad, Budapest, eso es lo que los críticos han leído, una novela en clave en la que juego mucho con lo real. Aparecen personas, incluso con su propio nombre, pero que a la mayoría de los críticos le han pasado desapercibidas. De lo que no se dan cuenta los críticos, como es normal, es que todo es un juego, son parodias. Es una parodia de la novela donjuanesca, es una parodia de la novela realista, del periodismo, de la burocracia, del machismo y de muchas otras cosas. Hay una historia vertebral que aúna un conjunto de capítulos con cierta independencia formal. Y hay, sobre todo, un fresco de una época, los años ochenta, que se vivieron en Hungría de un modo muy particular, con una especie de ansia, de frenesí, con un ambiente intelectual muy bohemio… En realidad trata otras muchas cosas, es un gran juego de estilo que juega con los diferentes modelos narrativos.

En esos años, además de escribir y de ser escritor de éxito en Hungría, has colaborado de vez en cuando con prensa de aquí, analizando el fenómeno de la política de extrema derecha de Hungría. ¿Cómo podrías resumir lo que ha pasado en los últimos años en tu otro país y en qué punto está hoy la situación?

Yo tengo mi faceta política, me interesa la cosa pública, me interesa entender lo que hay. Y lo que sucede en estos países es muy, muy terrible. Ya sé que en todos los países sucede un poco lo mismo, cuando alguien está implicado, comprometido, y lo mira desde dentro. Pero Hungría era uno de los países que más posibilidades tenía de salir bien del socialismo y de pasar a un capitalismo con rostro humano, relativamente amable. Sí, ya sé, ¿cuándo el capitalismo ha tenido un rostro humano? Pero es que su democracia era la más correcta, la que tenía las mejores cartas. Y en cambio se convirtió en un horror, medio nazi, medio fascista, medio racista. Durante mi vida he escrito una barbaridad de artículos políticos, que hoy tristemente todavía se sostienen. Seguí escribiendo para revistas y diarios españoles, como La Vanguardia, al mismo tiempo que escribía ficción. Como no tengo una opinión habitual, la del opinador típico, porque yo no tengo la necesidad de opinar y escribir siempre, solo lo hago cuando creo que puedo aportar algún detalle. Y, como mi tono es humorístico, irónico, el resultado —una idea poco ortodoxa sobre el fenómeno, combinada con la ironía—, al parecer, resultaba aquí interesante.

¿Y cómo es la situación política ahora mismo en Hungría? ¿Cómo la definirías?

Es muy triste, es muy triste que un país como Hungría, que tiene ciertas cualidades, esté, en la práctica, sometido a lo que no podemos sino considerar una dictadura. Ahora, por ejemplo, hay un gran escándalo porque el Gobierno quiere erradicar una universidad norteamericana, la mejor de Hungría, la única que se cotiza en el extranjero. No creo que lo logren porque hay una cierta oposición internacional. Pero, bueno, ellos van haciendo. En Hungría hay leyes que se hacen a posteriori, leyes de carácter retroactivo, de intención retroactiva. Todo el derecho europeo, ya desde los romanos, se opone a este modo de operar. Pero ellos insisten, y con acreditado éxito.

Y todo este fantasma totalitarista supongo que, por un lado, te habrá recordado a tu juventud y, por otro lado, se vincula o puede tener conflicto con tu dimensión judía. ¿Cómo ha sido tu relación con el judaísmo y cómo te afecta eso en tu visión actual de las cosas?

Mi relación con el judaísmo es muy buena, pero de la relación del judaísmo conmigo ya no estoy tan seguro [risas]. Yo soy un judío cultural, básicamente. Porque religioso no soy, más bien detesto a los religiosos, sobre todo a los judíos fanáticos. Hay un nacionalismo judío que te llega por e-mail, cosas que te hacen vomitar. En cambio, culturalmente, el vínculo es muy fuerte a través de la historia personal de la familia. De todos aquellos parientes míos que fueron liquidados en Auschwitz me llega algo, un eco, que siempre está ahí. Mi madre era judía y era comunista, y su vida está de alguna forma en la mía.

¿Quién murió en Auschwitz de tu familia?

En Auschwitz murieron varios tíos y primos de mi madre, muchos. Había un tío de mi madre que era jefe de estación de un pueblo importante desde el punto de vista ferroviario. Tenía un rango de gran nivel, era como un militar, todo orden. Allí había como ocho niños: mataron a los padres y a seis niñas. Los dos que se salvaron volvieron de los campos y no se bajaron del tren en Budapest, porque no querían saber nada más de aquel maldito país que los había exterminado. Recuerdo que mi madre siempre contaba que las citaron a ella y a su hermana mayor, que ahora tiene noventa y seis años y corre como un conejo… [risas]. El caso es que tuvieron que huir, por miedo y por comunistas, imagínate, huir en un país nazi. Mi madre decidió refugiarse con una familia. La recibieron como si todo fuera paz y felicidad. Poco a poco fue aprendiendo cómo esconderse, descubriendo que no tienen radio porque a los judíos les han prohibido las radios, que no tienen bicicletas porque a los judíos les han prohibido las bicicletas, pero insisten en que todo irá bien. Mi madre, un día, está cenando con ellos y se huele algo. No sabe qué, pero allí pasa algo. Y dice que se va. Y le dicen: «¿Cómo que te vas? Si aquí puedes dormir y estás a salvo. En Budapest te van a matar». Mi madre se fue aquella misma noche de noviembre, con fango, con frío, pero se fue. Y al día siguiente fueron todos expulsados de la casa y se los llevaron a la estación donde trabajaba mi tío. Allí los metieron en un tren con destino a Auschwitz. A todos.

¿Quién fue tu padre?

Él no era judío, era un loco, un personaje, era un héroe, era alguien que nació héroe en una época en que sobraban los héroes. Hay un libro que recoge su historia. Se casó con mi madre cuando estaba prohibido tener relaciones con judíos. Era un tipo supervaliente. La salvó. Protagonizó muchos escándalos, cometió muchas locuras, fue un comunista loco e idealista.

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