Dos seguidores del F.C. St. Pauli alzan el puño en Hamburgo, 2017. Fotografía: Cordon Press.
Los más veteranos llevamos padeciendo con rigor estoico el devenir de las últimas ligas de fútbol. Nos hemos intentado acostumbrar sin éxito a nombres como la Liga de Las Estrellas, la Liga Adelante o la Liga 1, 2, 3. Nosotros, que sobrevivimos a la moviola de Estudio Estadio, Supergarcía y Fútbol en Acción, pero también disfrutamos de temporadas en las que el fútbol parecía hasta un deporte… Bueno, sí, un deporte de aquella manera, como cuando Juan Gómez, Juanito, le pisó la cabeza a Matthäus en un Bayern de Múnich-Real Madrid, incidente que se solventó con el regalo de un capote de torero al alemán por parte del jugador de Fuengirola. O aquella final de Copa del Rey entre Barcelona y Athletic de Bilbao que terminó con un combate de patadas voladoras y golpes de kung-fu entre Maradona, Paco Clos, nuestro admirado Tarzán Migueli, Goikoetxea, Sarabia y De Andrés.
Un deporte raro. En cualquier caso, el fútbol no era un programa de cotilleos de televisión y tertulianos como recién salidos de la sala vip de un discotecón de los años noventa. De lo que rodeaba al fútbol, eso sí, había lo mismo que ahora, incluso más y mejor: noticias sensacionalistas, escándalos sexuales, robados posados, reportajes en revistas del corazón y campañas publicitarias más o menos afortunadas. Vamos a ver, que no es cuestión de que exijamos que los jugadores se presenten en los actos públicos como en los años cincuenta, vestidos con el chándal reglamentario (muchos desearíamos, incluso en un sueño acorde con estos tiempos totalitarios, que algunos tuviesen una cláusula en el contrato que les obligase a guardar silencio durante la temporada, norma que podría extenderse a algunos entrenadores). Lo que echamos de menos es el propio deporte, o sea, el fútbol.
Sobre la idoneidad o no de ser aficionado, existe múltiple variedad de tonos: va desde la irracionalidad de Pepe el Hincha a la absoluta indiferencia de Carlos Marx y Federico Engels, que ni se molestaron en mencionarlo en su popular libro. Ni siquiera cuando los autores despotricaban contra los productos que son opio del pueblo. Las autoridades intelectuales también llevan mucho tiempo divididas entre el hooligan militante, el observador despectivo y el fan con complejo de culpa. La transformación del fútbol en un multipantallazo con oscuros intereses internacionales y venta de carísimos objetos no está ayudando a mejorar su imagen, pero, por si acaso, sirva este artículo para recordar por qué y cómo nació.
Los equipos de la no-liga
La práctica de juegos con una pelota tiene un origen eminentemente popular y muy poco civilizado. Fue su codificación y uso en determinadas escuelas y universidades anglosajonas lo que lo convirtió en lo que conocemos como fútbol, pero esas reglas, que encubrían una orden política contra la formación de «turbamultas descontroladas» y la invasión de terrenos cercados, se extenderían a las escuelas públicas del xix, donde los críos jugaban a la pelota en el recreo, y dieron lugar a la fundación de los primeros clubs. Unos nacieron en colegios religiosos, de la mano de estudiantes sportsmen de clases adineradas; otros en fábricas, con obreros aficionados, pero sufragados por los propietarios de las mismas. El fútbol no tiene en realidad ese origen obrero que muchos reivindican, pero sí ha sido el pasatiempo preferido de las clases populares en los últimos cien años. Mucho más que un pasatiempo: estar en la grada de tu equipo tiene carácter de testimonio, de afirmación de la colectividad y, en ocasiones, de resistencia, no solo contra el rival, sino de afirmación contra el mundo. Pero esto no significa necesariamente que tu equipo preferido sea el más decente o intachable. Este sentimiento irracional es mucho peor que una religión.
Por eso es mucho más difícil abandonar los colores de tu equipo que cambiar de credo religioso. Aun así, el mercado inmoral en el que se mueven clubs y ligas profesionales ha provocado una decisión sorprendente. Algunos hinchas, sin olvidar al equipo de sus amores, han decidido dar una oportunidad a otras iniciativas más en consonancia con el espíritu original del juego, sobre todo cuando no hay dinero para pagar las entradas de tus hijos a los partidos. Recuperar conceptos como el de la comunidad, negarse a participar del insano consumismo, mantener una ideología respetuosa con las personas y no abrirse la cabeza en las gradas o la calle. Al mismo tiempo, luchar contra todos aquellos que van directos a destrozártela, bien sean las empresas y organismos abarca-y-devora, bien los grupos de hooligans perfectamente organizados para ello.
En Inglaterra lo llevan haciendo unos cinco años. El Clapton F. C., que juega en las ligas preferentes, tiene el honor de ser el primer equipo del país en haber jugado en Europa continental, allá por 1890. Su campo, el Old Spotted Dog, recibe últimamente, además de a los Tons Ultras, a muchos fans desencantados del West Ham United, equipo vecino del East End, que fue fundado por gerentes y empleados de la industria del acero y ahora se ha convertido en otra empresa multimillonaria con precios disparatados en los abonos y un patrocinador bien raro. El Clapton ha sido recobrado como símbolo político y plataforma de ayuda para el barrio, en lucha contra el deterioro urbano y los grupos neonazis. Llámenme descreída, pero la posibilidad de beber botellines de cerveza a precio muy asequible y sin ninguna restricción durante los partidos puede haber animado también a más de uno.
Al Arsenal le ha pasado lo mismo. Se creó en 1886 dentro de una fábrica de artillería del sudeste de Londres, y, aunque sus titulares son los mismos del comienzo, la mayoría de sus acciones son ahora propiedad de un magnate estadounidense, y una exótica compañía de vuelo le ha cambiado el nombre al estadio (dentro de poco veremos un estadio madrileño con simpático nombre de emporio chino). Aficionados de los gunners y de otros equipos de la Premier, como el Manchester, se juntan ahora en Champion Hill, el estadio del Dulwich Hamlet, otro equipo con más de cien años de antigüedad, para animarlo con sus colores, rosa y azul, en un movimiento que los más veteranos de la zona no se explican, salvo por la gentrificación del sur de Londres y el deseo de volver a disfrutar del fútbol en otros términos. La hinchada The Rabble ('la chusma') acude a los partidos vestida con boas de plumas y barbas postizas. A las autoridades deportivas esta actitud hipster, de momento, no les molesta, pero sí la de otros hinchas de equipos pequeños que protestan contra el racismo y la xenofobia. Ha sido el caso de The Inter Village Firm (nombre humorístico a costa de los ultras más reaccionarios del West Ham), fans del Mangotsfield United, quienes fueron apercibidos el pasado diciembre por sus banderas antifascistas. Esgrimía la autoridad que la política debía estar totalmente al margen del fútbol. Ignoro qué pensará la FIFA británica (FA) acerca de asociaciones como Reds Against the Nazis, del Manchester United, los hinchas Brigada 1874, del Aston Villa, o los Holmesdale Fanatics, del Crystal Palace. O sobre la doble moral, la hipocresía ideológica, etc.
Fútbol o barbarie
Seguidores del FC St. Pauli, 1999. Foto: Elisenda Roig / Getty.
Las relaciones entre fútbol, movimientos obreros e ideologías de izquierdas son numerosas. En Sudamérica hay una larga serie de equipos nacidos bajo el ideario anarquista y comunista a principios del siglo xx. Los Argentinos Juniors, uno de los clubs más importantes del país, se fundó en Buenos Aires un 1 de mayo de 1904, tras el partido entre dos equipos aficionados, el Sol de la Victoria y los Mártires de Chicago. Lo mismo que el Club Atlético Colegiales, originalmente llamado Club Atlético Libertarios Unidos, fundado en 1908. Los jugadores de la selección nacional de Uruguay, medalla de oro del Mundial de 1924, participaban en la Federación Roja de Fútbol, una liguilla organizada por el partido comunista del país, donde jugaban equipos con nombres como La Comuna, Soviet o Leningrado, como preparación para las Espartaquiadas de 1928, los juegos olímpicos obreros.
Desde 1974 lleva jugando en las categorías inferiores el Club Deportivo y Cultural Ho Chi Minh, creado por varios estudiantes de la Universidad de Huamanga, en Ayacucho, Perú, como trabajo de integración para la comunidad, que tuvo sus épocas de riesgo durante la dictadura militar. Mucho más reciente, de 2006, es el Club Social Atlético y Deportivo Che Guevara, en Córdoba, Argentina (cuyo lema es, como no podía ser de otra manera, «Hasta la victoria siempre»). El fútbol sudamericano ha dado ejemplo no solo de equipos y jugadores extraordinarios, sino de conductas y gestos admirables. El Vasco de Gama de Río de Janeiro se negaba a obedecer las leyes que prohibían la inclusión de jugadores negros y mulatos, ya en 1924. Recordamos en los años ochenta el desafío del Corinthians de São Paulo a la junta militar, con Casagrande y Sócrates y sus camisetas donde rezaba «Democracia». El gesto del gran César Luis Menotti tras haber ganado el Mundial del 78 con Argentina, negándose a subir a la grada para saludar a los militares de Videla. Los holandeses, semifinalistas, hicieron lo mismo en solidaridad.
El fútbol rojo tuvo gran repercusión. En 1923 nacía el Club de la Revolución de Octubre, conocido mundialmente como Lokomotiv, debido a su origen en los empleados «voluntarios» (bueno, elegidos voluntariamente por el ministerio) del ferrocarril de Moscú. Los tres equipos con el nombre de Dinamo (Kiev, Leningrado y Tiblisi) se convirtieron en leyenda dentro de la URSS, y ya en los setenta, en unos equipos temibles en las competiciones europeas. El de Tiblisi protagonizó un episodio nefasto en la historia del fútbol. El Spartak de Moscú, el equipo favorito de la ciudad (frente al CSKA, que era el de los militares), le ganó en la semifinal de la Copa Soviética de 1939. Pero el mariscal Lavrenti Beria era forofo del Dinamo y no se tomó nada bien la derrota. Ordenó detener al árbitro y repetir el partido. El Spartak volvió a ganar. Beria mandó al gulag a los presidentes del Spartak, los hermanos Stárostin, por haber estado planeando supuestamente la muerte de Stalin. Los Stárostin, que estaban obsesionados con la figura de Espartaco, resistieron en el gulag organizando partidos de fútbol entre los prisioneros. Lo mismo que sucedió en Sudáfrica con los presos de la isla Robben: aliviaban su horrible situación con partidos durante las dos horas libres que tenían a la semana. Nelson Mandela estaba entre ellos.
En Alemania, los jugadores del Schalke 04 fueron utilizados como imagen del deporte ideal para el Partido Nazi. El Borussia Dortmund, sin embargo, sufrió la muerte de varios de sus dirigentes por repartir propaganda antinazi. Tras una época de penurias económicas, el equipo ha recuperado la propiedad del club, ha conseguido abaratar los precios y devolver el orgullo a su hinchada. El Bayern de Múnich, por su parte, no cedió en su tradición de tener jugadores y empleados de origen judío. Los franceses, que vieron en una selección nacional a uno de los colaboracionistas más feroces de la Gestapo, Alex Villaplane, también tuvieron sus propios ídolos de la resistencia futbolística frente a los alemanes: Étienne Mattler, el héroe del Sochaux durante los años treinta, fue detenido y torturado por la Gestapo. Sobrevivió, no así Rino Della Negra, la vertiginosa promesa del Red Star 93, que abandonó el club parisino para unirse a la Resistencia y murió ejecutado con veinte años.
Hay ejemplos a patadas (con perdón) de jugadores que han arriesgado la vida por ideales políticos y patrióticos. Fue muy sonado el equipo de fútbol argelino formado por jugadores árabes del equipo nacional francés, que abandonaron el Mundial del 58 en protesta, o ese combo egipcio que llegó a la semifinal del Mundial de 1928, dando un ejemplo a sus excolonos ingleses. Un momento muy emocionante se dio en la clasificación para la Copa del Mundo de 1998 entre las selecciones de Irán y Australia. Cuando ganaron los primeros en un agónico 2 a 2 en el segundo partido, las mujeres iraníes invadieron el estadio donde se estaba retransmitiendo el encuentro por pantalla gigante, contraviniendo la orden de no asistir a estos espectáculos. Orden que sigue vigente hoy en día.
En España, aparte de los partidos de folclóricas contra yeyés o de tenistas contra toreros, también ha habido futbolistas que se la jugaron defendiendo ideas complicadas en momentos muy difíciles. Tenemos para elegir, pero el gesto de dos jugadores del Racing de Santander, Aitor Aguirre y Sergio, que saltaron al campo con brazaletes negros el domingo 28 de septiembre de 1975 para protestar por la última ejecución firmada por Franco, es mucho más que significativo. En los años noventa, el bosnio Predrag Pašić, jugador de la selección de la antigua Yugoslavia, quien decidió permanecer en su Sarajevo natal durante la guerra de los Balcanes. Mientras la ciudad ardía en un asedio pavoroso, él organizó la Escuela de Fútbol Bubamara, un equipo infantil con chicos de todas las etnias, llegando a reunir a casi trescientos, que jugaban mientras fuera silbaban las balas. Ahora son más de cinco mil.
Y permítanme mencionar un encuentro prohibido durante diez años por cuestiones militares. En otoño de 2016, al sur de Colombia, los guerrilleros de las FARC celebraban las negociaciones de paz jugando al fútbol en el barro de la selva del Yarí.
Guerrilleros de las FARC juegan al fútbol durante la Conferencia Nacional previa a la firma de paz con el Gobierno de Colombia en El Diamante, Colombia. Foto: Mario Tama / Getty Images.
La playa está bajo el césped (o el cemento)
El equipo de fútbol alternativo más famoso del mundo no está en Londres ni, como algunos pudieran suponer, en un espacio de la Feria de Montjuic. Se trata del FC St. Pauli, en el distrito rojo de Hamburgo. Es un fenómeno desde que en los años setenta consiguió llegar por primera vez a la Bundesliga. Con el desarrollo del barrio y una afición muy militante, ligada a movimientos okupas y antifascistas, su popularidad ha crecido muchísimo y cuenta con peñas repartidas por todo el mundo. Fue con su portero de los ochenta, el famoso activista Volker Ippig, que saltaba al campo puño en alto, cuando se extendió la leyenda del equipo antisistema, que hacía de sus partidos frente al FC Hansa Rostock, apoyado por grupos de ultraderecha, un duelo político. Se denominan a sí mismos el «equipo punk de fútbol» y ondean la bandera pirata, pero, tranquilos, son anticapitalistas a quienes no les tiemblan las piernas: comienzan cada partido con «Hells Bells» de AC/DC y después de cada gol suena una de Blur. Ah, y Nike ya les fabricó unas zapatillas con calavera.
Para equipo punk ya está el Republica Internationale FC, de la ciudad de Leeds. Desde el 83 y con cambios en el nombre, inspirados por el grupo Spizzenergi o Athletico Spizz 80, mantienen una posición contraria al mercantilismo de las ligas profesionales y juegan con dos equipos, masculino y femenino, con su lema «A la libertad mediante el fútbol» en la Liga del Domingo, el torneo amateur de los equipos ingleses, que se organiza contra el profesional de los sábados. Uno de los «clásicos» de esta liga es el que se celebra entre el Internationale y los Easton Cowboys and Cowgirls de Bristol, otro club muy popular por sus agrupaciones femeninas y de jugadores veteranos.
El Lunatics FC de Amberes es otro de los clásicos en esta clasificación de equipos alternativos. Estos tampoco han pasado de los campeonatos de aficionados y mezclan los partidos con conciertos musicales y fiestas. Llevan desde principios de los años ochenta paseando por Europa su uniforme inspirado en la bandera jamaicana, su carpa y los barriles de cerveza belga.
En Estados Unidos tenían hasta no hace mucho un torneo alternativo a la liga cada vez menos minoritaria de soccer, formado por dos equipos que representarían a los colectivos de feministas, pacifistas, gais y militantes de sector más radical de la izquierda, todos ellos procedentes de San Francisco y el mundo universitario. Para reivindicar sus ideas, recaudar fondos y dar publicidad, plantearon un partido entre el Kronstadt FC, anarquista, y el Left Wing FC, comunista.
Estas iniciativas son cada vez más frecuentes. Hay una Copa América Alternativa desde hace años, y en 2010 ninguno de nosotros prestó atención al Mundial de los Pobres que un colectivo celebró en Ciudad del Cabo para protestar por la política urbanística que había desalojado a muchas familias de sus casas y contra el elevado precio de los partidos. Las regiones y países que no tienen reconocida su soberanía también tienen su propio campeonato (amateur) de fútbol, en la VIVA World Cup: están territorios como Groenlandia, Laponia o Dos Sicilias, y esperan contar con los palestinos y los kurdos.
«Fútbol para los futbolistas»
Unidos volveremos a convertir el fútbol en lo que nunca debería haber dejado de ser: el deporte de la alegría, el deporte del mundo de mañana que todos los trabajadores han comenzado a construir.
Internacional Situacionista, 1968.
Con una pancarta que rezaba así, «Le football aux footballeurs!», un grupo de jugadores ocupó la sede de la Federación Francesa de Fútbol en París durante seis días de mayo de 1968, exigiendo mejoras en los contratos de los trabajadores Es un poco difícil que veamos algo así de nuevo. Sí, hace un par de años fuimos testigos de una huelga fantasma de los futbolistas españoles contra el decreto del Gobierno del PP, siempre tan popular, de vender los derechos de emisión de los partidos en la tele. Aquello tan confuso terminó precipitadamente y con sanción multimillonaria, como una jugada de las que nos gustan a los aficionados: salir un jugador de córner entre un barullo de gente y entrar rodando con el balón en la portería. Siempre nos imaginamos a los futbolistas vendiendo productos, participando en una chirigota o, como mucho, haciendo una declaración sobre proyectos de caridad. En realidad, nadie pide al fútbol que deje de ser eso. No vamos a convertir en eco-friendly a los dirigentes de Primera División en dos patadas y motivarlos a que pongan paneles solares en los estadios. Estaríamos desafiando la comprensión lógica del mundo. Pero sí queda patente el hastío de muchos aficionados ante proyectos absurdos y un sentido del show business que no encaja con lo que ha sido este deporte (¡y lo que ha sido!). Bueno, siempre nos quedarán los androides en la Liga de las Galaxias.
La entrada A la revolución por el fútbol: activismo y equipos raros aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.
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