El puente, 2017. Imagen: Movistar+
En un género televisivo tan saturado como es el de los realities, sorprende que aparezcan ideas nuevas que tengan algo que aportar. Es el curioso caso de El puente, que tuvo un pase en el Palacio de la Prensa antes de su estreno en televisión, en el #0 de Movistar+. La idea es sencilla: un grupo de personajes de personalidades y ocupaciones muy diferentes, tienen que organizarse para levantar un puente en un tiempo limitado: trescientos metros en treinta días. La historia tiene un aliciente añadido: si son capaces de levantar el puente, aquel que reciba mayor apoyo entre el grupo tendrá que decidir si el premio se comparte, entre quién o quiénes, y en qué proporción. Una variable que descubrirán una vez iniciada la aventura.
¿Por qué este formato es un soplo de aire fresco? Quizá la respuesta esté en que ha roto una dinámica que tenían todas las cadenas españolas hasta el momento: comprar realities extranjeros. A nuestras pantallas siempre llega algo que ya ha funcionado o se ha estrenado fuera. Pero en el último festival MIPTV de Cannes, en el apartado de análisis de nuevos formatos, el español El puente recibió una mención. Estuvo entre los señalados como más innovadores del año. Los creativos de aquí por fin van a tener una oportunidad y es rompiendo moldes.
El primer capítulo que se ha difundido no aborda tanto el tema de la dificultad de construir un puente sin una estructura profesional como el de la organización para llevarlo a cabo. Los participantes tienen una serie de rutinas. Cortar madera para hacer las plataformas, colocarles flotadores y, al mismo tiempo, procurarse comida en mitad del bosque del valle y cocinarla.
No tarda en aparecer una discrepancia que divide al grupo en dos. Los problemas son contemporáneos. Recuerda a las escenas de Tierra y libertad (Ken Loach, 1995) en las que los campesinos discutían cómo trabajar el campo. Hay un participante que, de entrada, ha dicho que no a toda orden que puedan darle. Si no hay consenso para todo, él se niega a seguir adelante. Ha proclamado textualmente: «Yo no quiero tener un líder».
El puente, 2017. Imagen: Movistar+
Mientras el grupo estaba en un pozo de zozobra al tratarse de los primeros días, tres hombres decidieron que había que apretar un poco más los tiempos y exigirse más. Ya tenían miedo cuando se lo fueron a plantear a todos, «nos van a llamar los malos», sostiene uno; el rechazo de algunos fue frontal. Los tres que pusieron a organizar al grupo fueron tachados de machistas; no todas las chicas presentes tienen la fuerza necesaria para cortar troncos con la intensidad que precisan y el reparto de tareas genera una división entre fuertes y débiles, capitanes y obedientes.
Esa es la primera polémica que sirve para presentar a los dos primeros personajes. Porque la estructura de este programa tiene más que ver con una serie. Es telerrealidad, pero para dar forma a una narración editada con flashbacks posteriormente que lleva el formato a otro terreno mucho más vanguardista. Bajo una estructura de televisión comercial, la propuesta no dista mucho del cinéma vérité.La explicación complementaria de sus actos llega por el backstory de cada uno, que se van desgranando uno a uno, en cada capítulo.
La presentación de todas estas claves genera la intriga de un noir y crea la expectativa de averiguar finalmente hasta dónde llega el determinismo. Hasta ahora, además, vista la intensidad de las biografías que han aparecido, la duda es saber por qué han acabado ahí el resto de los personajes.
Se anunció, además, en esta primera entrega que en episodios posteriores se conocerá cómo se va a repartir el premio si el grupo consigue finalmente construir el puente completo en el tiempo establecido. Si la primera división por la organización del trabajo reclama un sistema de reparto de tareas horizontal y consensuado, está por ver que cuando se conozca quién o quiénes cobrarán al final de la aventura la solidaridad y el sentido comunal seguirá siendo el mismo. Hay que colaborar para un fin concreto, pero lo que es ineludible es que también se encuentran en un sálvese quien pueda, como en The Walking Dead.
La ventaja frente a los formatos populares de telerrealidad es que aquí no hay votos de audiencias, ni nominaciones, ni expulsados. Esta es la gran grieta que abre El puente con sus predecesores de supervivencia en junglas, selvas o islas u otro tipo de concursos de grupo. No vale ser el más popular, el más gracioso o el más carismático, ni establecer lazos emocionales ni nada que se adentre en el terreno de lo sentimental de puertas a fuera. Es todo pura estrategia. Recuerda a la película El método (Marcelo Piñeyro, 2005) en la que siete candidatos a un bien remunerado puesto de trabajo tenían que competir en una serie de pruebas a las que les sometían los directores de recursos humanos de la multinacional. Conforme avanzaban, nada es lo que parecía y la personalidad de cada uno podía mostrar múltiples vertientes según fuera la situación o el clima de tensión. El máximo interés en este hipotético caso reside en saber si quien no vaya a optar al reparto del premio va a colaborar en la construcción.
Estamos ante un formato de telerrealidad construido con narrativa de ficción que abre múltiples posibilidades en el futuro de la televisión. Aunque el argumento sea lo que ha ocurrido sin intervención del público o un guion, se presenta como en una serie de J. J. Abrams en la que se va desvelando paulatinamente el alma de cada personaje. Además, hay que añadir una espectacular fotografía en una naturaleza virgen. Hay planos cenitales que cubren la totalidad del valle. Dijo Stephen King que la ficción es la verdad dentro de la mentira. En El puente rizan el rizo para buscar la verdad dentro de la verdad.
La entrada El puente: treinta días para construir un puente de trescientos metros aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.
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