Wednesday, January 24, 2018

Jot Down Cultural Magazine: La frenética vida de Justine Frischmann, la «primera dama» del brit pop

Jot Down Cultural Magazine
Jot Down 
La frenética vida de Justine Frischmann, la «primera dama» del brit pop
Jan 24th 2018, 23:45, by Guillermo Ortiz

Imagen: Deceptive Records / Geffen Records.

A los treinta y cinco años y tras varios intentos de desengancharse de la heroína, la vida de Justine Frischmann necesitaba urgentemente un segundo acto. Londres ya no daba más de sí, solo servía de ratonera, de círculo vicioso en el más estricto de los sentidos. Tras cuatro años sin apariciones públicas, Frischmann atravesaba lo que ella misma definiría más tarde como «una noche oscura del alma», siguiendo la expresión de San Juan de la Cruz. Encerrada en su lujoso piso de Kensington, con cada vez menos amigos y la sensación de que todo espíritu creativo iba desapareciendo, decidió hacer las maletas y trasladarse al único lugar donde probablemente había sido realmente feliz a lo largo de la pasada década: Estados Unidos.

Por supuesto, Frischmann podría haber elegido Nueva York. Ya había vivido allí esporádicamente con anterioridad, en 2003, pero algo le decía que Nueva York no sería sino una repetición agigantada de Londres: el mismo ciclo de amistades peligrosas, petardeo, pose y contactos frenéticos. Si huir ya era de por sí complicado, huir sin garantías era directamente un suicidio. El cambio que necesitaba no solo era geográfico sino mental: echarse a un lado, apartarse. A su excompañera Donna Matthews no le había ido mal, ahí seguía, coqueteando con la heroína, pero entregada a su causa espiritual como misionera religiosa. El problema era que Donna siempre había mostrado una facilidad para evadirse del mundo de la que ella carecía.

Como la espiritualidad de por sí no iba a bastar, como no se veía capaz de una entrega tan absoluta, Frischmann eligió mudarse a Boulder, en Colorado, un lugar tranquilo, limpio, lleno de nieve, donde se matriculó en la Universidad de Naropa, la única en Estados Unidos que presume de seguir una orientación budista, sea eso lo que sea. Frischmann no era budista, desde luego. La idea de renunciar al yo le aterrorizaba, pero en aquel momento la idea sonaba bien y al fin y al cabo podía combinar todas esas teorías de introspección con algo mucho más práctico, más artístico: la pintura.

Y así, como aprendiz de pintora, fueron pasando los años en Colorado y fueron calmándose los ánimos, alejándose las drogas, huyendo los demonios. Conoció a un científico llamado Ian, que resultó ser la persona ideal para compartir esa nueva vida, se casó con él y se mudaron juntos a San Francisco cuando terminó sus estudios. Desde entonces, Justine Frischmann pinta, expone y vende sus cuadros en distintas ferias. De vez en cuando se le acerca un comprador y le confiesa que es un gran admirador suyo. En ese momento, como algo instintivo, ella no puede evitar pensar: «Mierda, lo dice por Elastica».

Pero no, generalmente el comprador no tiene ni idea de qué demonios es eso de Elastica.

Porque, ¿qué es Elastica, al fin y al cabo? O, más bien, ¿qué fue Elastica? Difícil explicarlo. Un estallido, dejémoslo así. Un montón de portadas, un montón de discos vendidos, un montón de conciertos y una sobreexposición que acabó destrozando las vidas de cuatro veinteañeros y las de muchos de los que les rodearon. Londres, de nuevo. Elastica es lo contrario a Boulder, Colorado, y es lo contrario a las afueras residenciales de San Francisco. Elastica es Justine Frischmann, pero otra Justine Frischmann. «No me reconozco cuando me veo en los vídeos, en las entrevistas», dice, próxima a cumplir los cincuenta. Durante un año fueron lo más grande del brit pop, aunque su estilo se saliera por completo de los patrones del movimiento. Durante un año compartieron escenario con Beck y camerino con Debbie Harry. Durante ese mismo año y los cinco siguientes, su disco debut fue el más vendido de la historia hasta que llegó el fenómeno Popstars, algo así como el Operación Triunfo británico.

Ese año fue 1995, pero la historia venía de mucho antes…

Suede y Brett Anderson: una relación de amor y odio

En 1989, Frischmann tenía veinte años, tocaba tímidamente la guitarra, sin demasiado entusiasmo, y escuchaba discos de Joni Mitchell, la gran estrella folk de la década anterior. Estudiaba Arquitectura en Londres, un poco por convicción y un poco por no decepcionar a sus adinerados padres. Estaba buscando algo pero no sabía el qué, algo muy habitual cuando uno acaba la adolescencia en cualquier lugar del mundo.

Quizá buscara un novio, quizá buscara, simplemente, un compañero. Alguien a su altura. Cuando le presentaron a Brett Anderson, estudiante de Bellas Artes de la misma universidad, no supo si era un hombre o una mujer. La primera frase que salió de la boca de Anderson fue un romántico: «¿Qué coño te pasa en la boca?», aludiendo al gesto de desagrado que acompañaría a Frischmann el resto de su carrera. Anderson escuchaba a Bowie, a los Smiths, a Lloyd Cole y a los Pet Shop Boys. Él también andaba buscando algo, pero en su caso sí sabía exactamente de qué se trataba: ganarse la vida como músico. No tanto como ser estrella del pop, eso llegaría más tarde. En aquel momento, con ser músico le valía. Luego, ya veríamos.

Como no podía ser de otra manera, Anderson y Frischmann se enamoraron y se fueron a vivir juntos a un piso de Finsbury Park que pagaba el padre de Justine. Junto a ellos se instaló Mat Osman, amigo íntimo de Anderson, y cómplice de sus aventuras musicales. La química entre los tres hizo que se decidieran a formar un grupo más o menos serio y a ese grupo decidieron llamarle Suede. Como ninguno de los tres tenía suficiente experiencia con la guitarra, optaron poner un anuncio en el New Musical Express buscando a alguien para tocar la guitarra principal. El único en contestar fue Bernard Butler, y hubiera dado igual que se hubieran presentado en Finsbury otros cincuenta guitarristas porque él era «el elegido», el que dio sentido a las letras de Anderson durante los primeros discos del grupo.

Una vez formada la banda, quedaba el gran salto: darse a conocer en un mundillo saturado por fieles tardíos de Bowie y tempranos seguidores del grunge estadounidense. Las canciones de Anderson eran demasiado complicadas, demasiado alejadas de lo que había sido la movida de Mánchester y su gusto frenético por el baile. Depresivas, en ocasiones; exageradamente optimistas en otras. Pasaba del falsete al grave sin solución de continuidad y, aunque todo el mundo veía en aquel chico a alguien distinto, nadie daba un duro por él.

Justine Frischmann en el Glastonbury Festival. Foto Cordon.

Ni siquiera el propio Anderson. Según ha contado varias veces Frischmann, su estancia en Suede fue frustrante tanto en lo profesional como en lo personal. Condenada al segundo plano, a ser la chica que toca la segunda guitarra en una esquina, Frischmann detestaba buena parte de la música lánguida de la que abusaba su novio y soñaba con ritmos más agresivos, más punk, más batería y bajo y dos minutos frenéticos. La relación tampoco funcionaba: al año y medio de estar juntos, quedó claro que la continuidad era complicada. Anderson insistía en retomar los estudios y convertirse en una pareja convencional, con sus profesiones liberales, sus hijos, sus tareas del hogar compartidas…

Frischmann estaba en un callejón sin salida y decidió ausentarse. Ausentarse del grupo y ausentarse de la relación. En un concierto que compartían con otros de los nuevos aspirantes salidos de Londres, unos chicos llamados Blur, conoció a Damon Albarn, su cantante. Su primer encuentro fue tan romántico que estremece: Frischmann, que creía que Blur eran mejores, más divertidos y más inteligentes, le dijo a Albarn que le gustaría tener un póster de la banda. Albarn, visiblemente borracho, le contestó: «Then fucking buy it!».

Lo cierto es que la agresiva altanería de Albarn, tan característica en el personaje, escondía una pasión por Frischmann ocultada durante meses. Aquella chica era la novia de Brett, pero no por ello dejaba de ser fascinante. Harto de las canciones del grupo, se pasaba los conciertos que compartían observándola en silencio, buscando maneras de convencerla de que cambiara de bando en todos los sentidos. Empezó a llamarla a casa, a invitarla a conciertos, a componerle canciones de broma… hasta que Frischmann se decidió, rompió la relación con Anderson y se fue con Albarn.

¿Se fue con Albarn? Es una manera de hablar. De entrada, a Albarn lo de la fidelidad y el compromiso le gustaba lo justo. «Daba miedo lo guapo que era —dijo Frischmann en una ocasión—, y con él estaba claro que cualquier relación iba a ser una relación abierta». Por otro lado, Justine tenía al ex en casa. Al ex y al amigo del ex. No solo los tenía en casa, sino que los tenía en el estudio, porque seguía formando parte, al menos nominalmente, de Suede. Los desplantes empezaron a repetirse, rozando la crueldad. Frischmann se presentaba tarde a los ensayos, no dejaba de hablar de lo maravilloso que era Damon y se limitaba a repetir mecánicamente los acordes que le indicaban Butler y Anderson.

Cuando habla del final de su época en Suede, a Frischmann le gusta recurrir a una metáfora bastante significativa: «Preferí ser Pete Best a ser Linda McCartney», en referencia al quinto componente de los Beatles que abandonó la banda justo antes de su gran éxito mundial y a la esposa de Paul, siempre sonriente y agradable, que le acompañaría después en los Wings y en otros proyectos musicales.

Sin embargo, esa no es la versión de Butler: «Un día llegó al ensayo cuando casi habíamos acabado y nos dijo que se lo había pasado genial en el rodaje de un videoclip de Blur. A la mañana siguiente, hablé con Brett y me dijo que por fin le había dado la patada en el culo, que estaba fuera del grupo». Y al grupo le sentó de maravilla.

Cool Britannia

Después de la marejada personal que supuso abandonar a su novia de la facultad y quedarse sin alojamiento y casi sin dinero para comer, la creatividad de Brett Anderson dio un giro brutal y Suede se convirtió en la primera gran banda de lo que se consideraría después el brit pop. En 1993, el single «Animal Nitrate» fue un éxito en media Europa y les permitió dar un tímido salto a Estados Unidos, donde, por motivos legales, tuvieron que cambiarse el nombre a The London Suede. Ese mismo año, Blur contraatacaría con su Modern Life Is Rubbish y el single «For tomorrow», así que la rivalidad estaba servida.ss

En medio quedaba Frischmann en una posición incómoda. «Damon era muy agresivo con Brett, siempre le gustó ir de bully», afirmaría la cantante años después. Albarn, probablemente frustrado porque sus discos no se vendían tanto, ni eran tan aclamados por la crítica, ni había conseguido dar el salto al otro lado del Atlántico, se despachaba contra Anderson y su música siempre que le ponían una grabadora delante. Su momento más polémico llegó cuando, en 1994, declaró: «La heroína es una mierda y sé que Brett Anderson toma heroína, así que él también es una mierda». A Frischmann, ya decimos, aquello no le parecía justo: «El primer disco de Suede era realmente bueno. Fuimos a un concierto suyo y me pasé la noche bailando. A Damon no le gustó nada, se enfadó muchísimo».

De la condición competitiva de Damon Albarn ya se ha hablado mucho al analizar la guerra que mantuvo de 1995 en adelante con los hermanos Gallagher, una guerra que acabó llevándose por delante a ambas bandas. En cualquier caso, este artículo no es sobre Damon Albarn, sino sobre Justine Frischmann, que acababa de dejar la banda más famosa de la escena londinense justo antes de que el éxito llamara a su puerta, es decir, parecía haber cumplido su sueño de convertirse en Pete Best… sin que eso descartara acabar siendo Linda McCartney.

La experiencia de Suede y el contacto con Blur convenció a Justine de que ella también podía tener su propia banda y también podía triunfar. No como guitarrista, desde luego, pero sí como cantante. Tenía carisma, tenía talento y tenía valor para eso y para más. En 1992 empezó su camino de hormiguita: apoyada en un principio por Albarn, compuso sus primeras canciones y buscó compañeros de viaje. Los primeros en aparecer fueron el batería Justin Welch, que también formara parte de Suede durante un breve periodo, y la bajista Annie Holland. Ahora bien, el proyecto que acabaría llamándose Elastica no se consagró hasta la aparición de la arrolladora Donna Matthews.

Donna se había criado en Newport, Gales, donde, según ella, «nunca pasaba nada». No era una persona fácil: su padre era heroinómano y ella misma reconocía haber consumido drogas habitualmente desde los doce años. Probablemente la heroína ya circulara por la casa de Kensington a la que se habían mudado Frischmann y Albarn, pero con Donna allí se hizo algo habitual. Matthews era un torrente, una explosión de energía. Compuso con Frischmann varias de las primeras canciones de Elastica, compartió primera fila en los conciertos, con ese pelo corto teñido de un rojo anaranjado y esa mirada agresiva… y acabó liada con Justin Welch, lo que añadió melodrama a una relación profesional que no tardaría en complicarse.

Para 1993, Elastica ya era un grupo consolidado. Empezaba el apogeo de lo que la prensa dio en llamar «Cool Britannia» o «la nueva ola de la nueva ola», el intento de desbancar por fin a la trágica música de garaje estadounidense y sustituirla por algo abiertamente inglés, con esa mezcla de ingenioso y macarra. East End y West End. Con Suede en todo lo alto y Blur pisándoles los talones, Elastica empezó a pasar su maqueta por todas las discográficas y pronto se convirtieron en la sensación del circuito underground sin haber publicado ni un solo single, gracias a temas como «Vasoline» y sus ritmos eléctricos, pegadizos e impactantes. Ninguna de sus canciones duraba más de dos minutos y medio frente a los cinco o seis minutos que podían alargarse las de Suede.

«Supongo que me sentía celosa por su éxito —afirmaría Frischmann años después— y quise hacer algo que fuera justo lo contrario de lo que estaba haciendo Brett». La maqueta les abrió todas las puertas, pero ellos eligieron la más inopinada: una pequeña discográfica londinense llamada Deceptive Records. Todo se selló con un apretón de manos y en otoño de 1993 empezaron gira con Blur y Pulp, también a un paso de dar el bombazo internacional.

El año en que vivimos peligrosamente

El primer single como tal de la historia de Elastica fue «Stutter», una canción sobre una chica que no consigue que a su novio se le empine. Fue un exitazo arrollador, llegando al top 10 de las listas de ventas y asegurándoles una actuación en el programa estrella de la BBC, el Top of the Pops, en la que participaría Damon Albarn tocando los teclados. «Stutter» era una fiel tarjeta de presentación de lo que sería Elastica: chicas desinhibidas, que pueden ser tan chulas como el más chulo de los macarras del East End, que no tienen problemas en hablar de sexo y de erecciones y a las que les gusta follar tanto como a cualquier otro veinteañero. En el vídeo aparecen los cuatro por Londres muertos de la risa mientras Frischmann mira a la cámara con su cara seductora de «no te preocupes, esto le pasa a todo el mundo». Y todo el mundo se enamoró de ella.

A «Stutter» le siguieron otros singles a lo largo de 1994, todos ellos de relativo éxito: «Line up» en primavera, «Connection» en otoño y, por último, «Waking up» ya en enero de 1995. Las influencias de The Stranglers y Wire eran tan obvias que los dos grupos decidieron denunciarles por plagio y tuvieron que arreglar las cosas fuera del juzgado antes de meterse en más líos. Para marzo de 1995, Elastica ya era un fenómeno en todas las radios y televisiones británicas, por lo que no extrañó que su LP, Elastica se convirtiera en número uno nada más ponerse a la venta, destronando al Definitely Maybe de Oasis como disco debut más vendido de la historia. En un principio, iba a llamarse Keys, money and fags (‘cigarrillos’) pero se echaron atrás por temor a que el público estadounidense reaccionara mal ante el otro significado de la palabra fag (‘marica’).

Fue el inicio de un año de locura, un año excesivo en todos los sentidos. Ese mismo mes, salió en Estados Unidos el single «Stutter» y la revista Rolling Stone no dudó en darles el premio a Best New Band. Los distribuidores volvieron a pegarse por conseguir sus derechos, y basta con decir que el que ganó la pelea fue ni más ni menos que David Geffen, reconvertido en mecenas del indie tras décadas de éxitos como productor y distribuidor, incluyendo el apogeo y caída de Nirvana y otros tantos grupos salidos de Sub Pop, la pequeña discográfica de Seattle.

Geffen les llevó a Nueva York y a su primer concierto acudieron Iggy Pop y Debbie Harry, que se pasó la noche bailando y se enamoró por completo del estilo de Frischmann y sus chicos. Después de Nueva York, el frenesí, es decir, el Festival Itinerante Lollapalooza, la gran referencia de la época, el lugar de los elegidos. Vueltas y vueltas por todo Estados Unidos, aviones y aviones, hoteles de mala muerte, heroína por todos lados…

Lo curioso es que para entonces, cuando su éxito comercial y musical parecía no encontrar techo, Elastica ya había desaparecido como banda. Justin y Donna se dejaban, volvían y se dejaban de nuevo, según encontraran un camello que les permitiera evadirse o no. Annie, también hasta arriba de heroína, no podía aguantar el ritmo ni la presión y empezó a dar muestras de agotamiento a mitad de la gira, hasta el punto de que decidió dejar la banda y volverse a Londres en plena crisis de abstinencia. En medio de todo ese desaguisado quedó Justine, la cara visible del grupo y a la que todos odiaban. «Creía que Annie y Donna eran mis mejores amigas y en realidad me despreciaban». Frischmann intentó poner orden, más que nada porque era la que menos drogada iba, pero todos sus consejos caían en saco roto. Convenció a Beck para que les «cediera» a Abby Travis para el resto de la gira como bajista, pero la química ya estaba completamente rota. Frischmann se desesperaba e intentaba controlarlo todo, Justin y Donna respondían apodándola «The Führer». Donna incluso compuso la canción «Human», que hablaba de la inhumanidad de Frischmann en su trato personal y que acabó saliendo en el segundo disco del grupo, The Menace.

Rotos por fuera y por dentro, los chicos de Elastica siguieron girando por el mundo a lo largo de 1995: de Estados Unidos a Reading, luego a Glastonbury y, para rematar, gira por Australia. Metida ya ella también en la heroína, sin una relación merecedora de ese nombre y enfrentada a su propia banda, Frischmann entró en 1996 en una depresión horrible de la que nadie se preocupó en sacarla, y mucho menos Albarn, enzarzado en sus propias guerras y concentrado siempre en lo suyo, por muchos viajes a Magaluf que hicieran en sus escasos días libres.

La vida de una triste yonqui

Frischmann habla del período entre 1996 y 1998 como el peor de su vida: «Volvimos a Inglaterra y todo había cambiado para peor. Era desolador. Blur había hecho un disco horrible, horroroso (The Great Escape) y aun así seguían siendo los más populares del país. Junto a ellos, Oasis, que siempre habían sido una basura. Que esos dos grupos se hubieran convertido en los cabecillas del movimiento y estuvieran peleándose por tocar en Wembley me resultó artísticamente insoportable».

A Frischmann se le abren entonces dos opciones: fingir que su relación personal va bien y adoptar una pose «Posh Spice», como ella misma la define refiriéndose a Victoria Beckham, o centrarse de nuevo en su propia carrera y componer por fin el ansiado segundo disco, tan esperado por todo el mundo. El problema es que ninguna de las dos opciones es viable: los tabloides hacen de su relación con Albarn un infierno. Los fans también. Cuando consiguen cuadrar las agendas es para quedarse metidos en casa, incapaces de salir, muertos de miedo de que algún paparazzi o algún seguidor enloquecido les moleste. Frischmann intenta dejar la heroína, pero no puede. En el camino, arrastra a Albarn, que se convierte también en un adicto.

Peor aún van las cosas con la banda. Deceptive Records se gasta hasta 350.000 libras en sesiones de estudio de un disco que son incapaces de grabar. No hay canciones, para empezar. No hay ganas. No hay nada. Cuando se juntan todos, lo más que consiguen es pasarse la aguja para meterse un pico. Como señal de los tiempos, su canción «2:1» es elegida para la banda sonora original de la película Trainspotting. Luego las cosas se complican aún más y Donna, directamente, decide que no va a ir más al estudio si tiene que coincidir con Frischmann. La relación está completamente rota y en 1998, tres años después del relámpago, Matthews abandona el grupo con toda la elegancia del mundo: «No me gustan tus canciones, no me gusta tu voz y no me gustas tú». Ese mismo fin de semana de agosto, Frischmann y Albarn anuncian el fin de su noviazgo tras siete años juntos. Los rumores dicen que Brett Anderson tuvo mucho que ver en el asunto, aunque también es probable que Bobby Gillespie, cantante de Primal Scream, tuviera algo que decir al respecto. Por otro lado, ya hemos dicho que Albarn tampoco representaba el paradigma de la fidelidad.

Aparte de eso, estaba la cuestión de los celos: si bien Albarn siempre ha culpado a «la fama» y su elevado precio del fracaso de su relación con Justine, ella es mucho más concreta en el reparto de culpabilidades: por supuesto, la sobreexposición no ayudó, pero todo fracasó porque él no la apoyaba, porque seguía celoso de su éxito en Estados Unidos —Blur no se consolidó en el mercado americano hasta que Electronic Arts decidió utilizar «Song 2» para uno de sus anuncios— y porque quería convertirla en un ama de casa cuando ella se negaba a tener hijos, algo que no entraba en su plan vital.

Igual que la ruptura con Anderson había dado pie a un estallido creativo para el cantante de Suede —compuso para ella «Pantomime Horse» y «Animal Lover»—, Albarn salió reforzado del fin de la relación y compuso todo un álbum, 13, publicado en 1999, explicando lo sucedido. La presencia de Frischmann en los discos de Blur ya había sido una constante en los años anteriores: por ejemplo, en «Dan Abnormal», canción de The Great Escape y apelativo con el que Frischmann llamaba a Damon Albarn, o en «Girls and Boys», compuesta durante unas vacaciones de la pareja en Mallorca.

También se dice que «Beetlebum» habla de la heroína y en concreto de la relación de Frischmann con la sustancia, pero ninguna canción supera a la maravillosa «Tender», una obra maestra de siete minutos de duración, con orquesta y coros, dedicada por completo a Frischmann y que muchos entendieron como un intento de reconciliación. ¿Qué hacer cuando tu exnovio te hace algo así? La reacción inicial de Frischmann fue de dolor pero también de emoción: «Lloraba cada vez que escuchaba “Tender” y apagaba la radio si sonaba “No distance to Run”». Luego se convirtió en algo parecido a la ira, al «no puedes exponer nuestra relación de esta manera, no me merezco que ni siquiera me consultes». Albarn —a quien Frischmann dedicaría posteriormente «My Sex»— y Justine se alejaron definitivamente. «Hace años que no le veo —afirmó la cantante en una entrevista de 2016—. Sí mantengo más relación con Brett, cuando se pasa por San Francisco».

Sin Damon y sin Donna, Justine volvió al proyecto Elastica con nuevos ánimos. Aquello solo podía mejorar. El propio Justin Welch consideró la marcha de Matthews, su ex, como «una bendición». Las asperezas se limaron e incluso Annie, la bajista, volvió a colaborar con ellos. Aquel mismo 1998 sacaron un EP de seis canciones, pero no le gustó a nadie: ni a los críticos, ni a la discográfica ni a los pocos compradores. Probablemente, aquel fracaso fue la gota que colmó el vaso: igual que hicieron los Beatles con Let It Be, cuando todo estaba ya acabado, recurrieron para la grabación del esperado segundo álbum a un montón de músicos amigos como Sharon Mew, Dave Bush o Paul Jones. En dos semanas, y gastando solo diez mil libras, se quitaron el muerto de encima.

¿Y cuál fue el resultado? Un disco desigual, muy David Bowie en su fase alemana con Brian Eno, pero sin su talento. Divertido en ocasiones, pero no siempre. Experimental, pero sin llegar a aportar nada nuevo… Desde luego, un disco peor que Elastica, pero en ningún caso un mal disco. Como primer single se eligió «Mad Dog, God Dam», una canción más rockera, más del primer estilo del grupo y que no desentona entre los mejores temas de la banda. Aparte, «My Sex», la canción dedicada a Damon Albarn, es una preciosidad —«When you were poor and I just liked you more»— como también lo es «Nothing Stays the Same», o incluso la juguetona versión del «Da da da» que cierra el disco.

Quizá a Frischmann no se le perdonó la fragilidad. Era el disco de una persona frágil que llevaba viviendo cinco años miserables. No era una maravilla pero no se merecía el aluvión de críticas espantosas que recibió ni el escasísimo éxito comercial. Habían pasado cinco años desde Elastica, pero habían sido cinco años clave en la música británica: el brit pop había muerto, las boy/girl bandsSpice Girls, Take That…— lo copaban todo, la diversión estaba mucho más limitada y de la guerra Blur-Oasis solo quedaban los cadáveres. Incluso Albarn tuvo que reinventarse con Gorillaz y la música electrónica para seguir en el candelero.

The Menace apareció en el peor momento posible y, aunque entró en el número veinticuatro de las listas, cayó en picado a partir de entonces. Ni su actuación en Reading tras cuatro años de silencio pudo salvar el proyecto. Tan solo tres meses después de la publicación del disco, aún en el año 2000, Elastica anunció su disolución definitiva. Aún habría tiempo para un single «póstumo» en 2001, titulado «The Bitch Don´t Work», también con alusiones a la heroína, pero ahí quedaría la cosa.

Crónica de dos supervivientes

Los padres de Frischmann eran ricos, sí, pero básicamente eran supervivientes. Su madre era rusa y su padre era húngaro. De origen judío, había estado en Auschwitz y había conseguido salir de ahí y hacer fortuna en el Reino Unido. Justine no iba a rendirse tan fácilmente. Los años posteriores a la disolución de Elastica fueron erráticos, como cabía esperar: viajes al Caribe, residencias en Nueva York, apartamentos en Notting Hill donde encerrarse con la guitarra y empezar a pintar… pero la presencia que más marcó aquellos años fue la de una joven de origen hindú que apareció en su mundo de la manera más inopinada. Una joven que también era una superviviente, por supuesto.

Todo empieza en 2000, en los meses anteriores y posteriores a la salida de The Menace: el grupo empieza una gira que le lleva por varios lugares de Europa y América, con la idea de promocionar el disco y de recordarles a sus fans que siguen vivos y coleando. Para dar testimonio del momento, una especie de «doble o nada», la propia Frischmann decide que se grabe un documental sobre su vuelta a los escenarios. Para ello, contrata a una chica llamada Maya Arulpragasam, hija también de emigrantes, en este caso venidos de Sri Lanka.

Maya, estudiante de Audiovisuales en la elitista Central Saint Martín´s Art School —la universidad que se menciona en el «Common People» de Pulp, por cierto—, es el típico caso de joven con talento pero sin capacidad para encauzarlo. Del audiovisual pasa a la pintura, de la pintura a la música y siempre parece quedarse corta en todo. Una noche, en Toronto, en medio de un improvisado karaoke, Arulpragasam coge el micrófono y empieza a rapear. Justine Frischmann se queda alucinada ante la fiereza de la actuación, la rabia contenida en aquellos dos minutos.

«Tienes que dedicarte a esto», le dice, pero Maya no está segura. Nadie, nunca, hasta la llegada de Justine, le ha dicho que sirve para la música y hasta cierto punto le pilla por sorpresa. La relación entre ambas continúa en lo personal y en lo profesional. Maya será la encargada de dirigir el vídeo de «Mad Dog, God Dam», el primer single de The Menace, un vídeo callejero, americano, de suburbio, con Frischmann bailando con una insospechable camiseta de baloncesto de la Universidad de Kentucky. Que le jodan a la Cool Britannia y a todos sus cadáveres exquisitos. Posteriormente, se encargaría de la portada de «The Bitch Don´t Work», el citado single «póstumo» de 2001.



Aún sin decidirse, Maya sigue con la fotografía y decide embarcarse en el que parece el gran proyecto de su vida: rodar un documental sobre su primo, desaparecido en acción durante la guerra civil de Sri Lanka. La experiencia es traumática en todos los sentidos: personalmente, Maya vuelve devastada y, profesionalmente, frustrada. No ha conseguido acercarse siquiera a lo que tenía en mente. Quizá Justine tenga razón y lo suyo sea la música.

La decisión de Maya Arulpragasam, en adelante M.I.A., su nombre artístico en homenaje a su primo, de entrar en la industria musical coincide con la de Justine Frischmann de alejarse de ella lo más rápido posible. Aun así, tienen tiempo para coincidir y componer juntas un par de canciones en el estudio de Justine en West London: «Galang» y «M.I.A.». Sin acceso a grandes plataformas, Maya recurre a internet, aún en los inicios de Myspace y consigue que «Galang» se convierta en un moderado éxito viral.

Las compañías empiezan a interesarse en esta bala perdida y en 2005 XL Recordings le publica su primer disco, Arular, que se convierte en un fenómeno de crítica más que de público, gracias precisamente a «Galang» y sobre todo a «Sunshowers», el segundo sencillo, con su polémico mensaje político de amor a la guerrilla personificada en la figura de su padre, activista en Sri Lanka durante su juventud. No hubo que esperar mucho para presenciar su consagración definitiva con la magnífica «Paper Planes», incluida en la banda sonora original de Slumdog Millionaire.

¿Dónde le pilló a Justine el éxito de su amiga? En Colorado, pintando. Lejos de todo. Satisfecha, pero sin intención alguna de volver al primer plano. Así ha sido desde entonces, siempre al margen de los medios y de las expectativas, lejos de la chica de flequillo inquietante que conquistó al mundo en 1995. De vez en cuando da alguna entrevista, explica algún malentendido, intenta convencerse a sí misma de que la puerta de la música está cerrada…

A principios de 2017, por ejemplo, hizo algo parecido a una gira de promoción con motivo de la reedición en vinilo de Elastica. ¿Por qué? «Porque es un disco que merece ser escuchado». Tiene toda la razón del mundo. Es un disco sensacional, divertido y que resume lo mejor y lo peor de unos años frenéticos. El problema es que, incluso reeditado, parece complicado acceder a él y quizá ahí esté también parte del encanto y el secretismo de Frischmann y Elastica. Su gran obra solo se puede encontrar fragmentada e incompleta en YouTube o si compraste en su momento una copia, por supuesto. Ni Spotify ni iTunes ni nada por el estilo. Curiosamente, The Menace sí está al alcance de todos los públicos.

De vez en cuando, como sucede con todas las estrellas retiradas, se rumorea su regreso con algún fin caritativo o para el aniversario de algún sello, algún club, algún disco. Ella misma reconoce que le han llegado ofertas y que se ha sentido tentada. Reconoce, incluso, su propia perplejidad ante dicha tentación cuando ya había dado esa etapa por muerta. Además, sin Donna nada sería lo mismo, y Donna sigue por esos mundos de dios, de misionera. Ella no lo aceptaría nunca, dice Frischmann, encontrando así la perfecta excusa para no reencontrarse con sus viejos demonios.

Mientras, ya sabemos, pinta. No tiene hijos porque nunca quiso tenerlos, fuera su pareja una estrella del rock o un científico de la Costa Oeste. Poca gente la recuerda, pero esto es como lo que Ray Loriga explicaba en Héroes: lo mismo da que un millón de personas griten tu nombre o que una persona lo grite un millón de veces. Para una generación, Frischmann siempre será el reflejo de algo, aunque nosotros tampoco sepamos muy bien de qué. La sensación de que todo era posible y divertido. En una palabra, la adolescencia. El frenesí.

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