Algunos de los últimos vecinos de Manzanares en 1969. Fotografía: Malica (CC).
Podría haber escrito sobre el alma de algún caballero o dama atormentada de las que se aparece en algún castillo, como la de la habitación 712 del Parador de Cardona, o sobre fantasmas de animales, porque sí, ellos también tienen sus propias apariciones. Como las ovejas y corderos que se aparecen en los cementerios daneses desde la Edad Media a los incautos, a los que anuncian su próxima muerte. Pero a mí me apetece mostrarles otro tipo de fantasmas. Quizá el tipo más común de todos ellos. No vamos a necesitar güijas, péndulos ni «transcomunicadores», ni tampoco el equipo de protones de Peter Venkman y compañía, no. Simplemente necesitaremos un coche y un buen mapa. Encontrar algunos fantasmas es más fácil de lo que pensamos.
Tendremos que viajar a las inmediaciones de la sierra de la Pela en su parte soriana. Este pequeño macizo se encuentra en las provincias de Segovia, Soria y Guadalajara y hace de frontera entre la cuenca del Duero, al norte, y la del Tajo, al sur. Es un paisaje de monte bajo y páramo propio de su altura y del viento que lo azota, donde los ríos han ido excavando las rocas areniscas. Los inviernos son fríos, muy fríos, y los veranos, suaves. Las estrechas carreteras rebrincan solitarias entre tierras rojas, casi carmines a ratos. Tierra roja y tierra de batallas, de razias y escaramuzas, y frontera móvil durante los años de la Reconquista. Esto hizo que durante mucho tiempo esta «Extremadura soriana» fuera un desierto. No un desierto de arenas y dunas, no, sino un desierto de población. Hoy, casi mil años después de la reconquista de Toledo y el comienzo de la repoblación en esta zona, la historia parece repetirse, tozuda, y muchos de los pueblos y aldeas que se llenaron entonces de gente han ido quedado vacíos desde mediados del siglo XX.
Nuestra primera parada es Sotillos de Caracena, localidad a la que se llega por la SO-P-4119, a tres kilómetros de Pedro, muy cerca de Montejo de Tiermes.
… SIT. en un houdó rodeado de cerros y combatido sin embargo por todos los vientos; goza de CLIMA sano tiene 14 CASAS ia escuela de instrucción primaiia frecuentada por 13 alumnos; una iglesia parroquial (San Miguel) servida por un cura y un sacristán confina el término con los de Manzanares, Campisabalos, Pedro y desp. de Tiermes; dentro de él se encuentra una ermita y una fuente de buenas aguas, que provee á las necesidades del vecindario el TERRENO en su mayor quebrado es árido y de mediana calidad; comprende una deh. de pastos, con arbolado de roble, estepas y otras matas bajas, CAMINOS los locales en mediano estado, CORREO se recibe y despacha en Caracena. PRODUCCIÓN trigo, centeno, cebada, avena, algunas legumbres, leñas de combustible y buenos pastos. POBLACIÓN 8 vec., 31 almas, CAP. IMP. 5, 9 4 6 rs, 2 8 maravedises.
Esto contó Madoz en su diccionario del XIX. Treinta y una almas. Hoy el silencio. Silencio desde 1969. Desde que Ángel Barrio y su hermana, últimos habitantes, decidieron seguir los pasos de sus vecinos y dejar su pueblo. Un pueblo al que nunca llegaron la luz o el agua corriente. Ninguna comodidad, nada que hiciera dudar a sus pobladores de que había llegado el momento de abandonar y buscar fortuna en otros lugares. Primero marcharon los jóvenes y, cuando estos se habían instalado en las capitales, empezaron a marchar los padres que iban siendo ya demasiado mayores para aquellos inviernos durísimos. Se acabó el plantar cereales y se acabó el ganado, que cada vez daba menos para vivir, o lo daba pero a cambio de excesivas penalidades. El cura llegaba de Pedro, el médico de Montejo y, aunque nunca faltaron vendedores ambulantes, las compras de más enjundia había que ir a hacerlas a Ayllón, a cuatro horas a pie. Hoy Sotillos es un espectro. Sus casas apenas han resistido el paso del tiempo y el abandono a pesar de ser de recia construcción. A duras penas se levanta todavía la iglesia de San Miguel, el santo patrón en cuyo honor se celebraron las fiestas y sonaron las dulzainas. Hoy, el viento.
Muy cerca de Sotillos, a unos doce kilómetros, se encuentra Manzanares, que comparte nombre con el mismo río soriano e historia con Sotillos. Algo más grande que su vecino, Manzanares contaba con cincuenta viviendas y en los años cincuenta ya disponía de luz eléctrica y de una fuente en la plaza para abastecer a los vecinos de agua. Pero el sino de Manzanares fue el mismo. A finales de los setenta ahí quedaron la fragua, la escuela, el horno comunal, la iglesia de Santa Catalina y los bailes de los domingos en el Ayuntamiento. Pero, pese a las casas arruinadas, Manzanares ya no es fantasma. Al menos no del todo. En los noventa llegó al pueblo la Colectividad Rural Anarquista Manzanares. Los habitantes del pueblo varían, pero siempre hay una casa abierta durante todo el año, retando al destino.
Sotillos y Manzanares son dos pueblos espectrales desde hace poco más de cuarenta años, como otros al norte y sur de la sierra de la Pela. Convertidos en fantasmas con el éxodo a las ciudades. ¿Todos? Todos no. Han de acompañarme a una tercera población fantasmagórica, entre Sotillos y Manzanares, que lo es desde hace mucho, mucho más tiempo. Entre estos dos despoblados recientes se encuentra Tiermes o Termes, en el término municipal de Montejo de Tiermes. Esta ciudad, porque Tiermes fue ciudad, se asentaba sobre una roca longitudinal que se recuesta en el páramo y el lugar estuvo treinta siglos habitado. Desde, al menos, la edad de Bronce.
Más tarde llegaron los arévacos. Sí, todos recuerdan a sus vecinos numantinos, pero pocos a los habitantes de Tiermes. Vecinos y aliados en las guerras celtíberas y tan importantes como Numancia, pues llegaron a enviar también embajada a Roma. En lo alto del cerro tenían los arévacos su poblado, del que no quedan restos sino en la vecina necrópolis de Carratiermes. Tras años de luchas, embajadas, pactos incumplidos y de un rosario de cónsules derrotados (Apiano, Metelo, Mancino, Quinto Pompeyo…), Tiermes cayó finalmente en el consulado de Tito Didio, en el 98 a. C. Treinta y cinco años después de la caída de Numancia. Dicen las crónicas que Didio mató a veinte mil hombres arévacos y que a los supervivientes les obligó a dejar el cerro e instalarse en el llano.
La llegada de Roma supondrá la época de mayor esplendor de Tiermes, y más tarde, en época visigoda, hubo hasta dos monasterios en la ciudad. Pero la Reconquista dispersará la población. La que fue la localidad más importante de la comarca languidecerá como aldea hasta el siglo XVI. Es entonces cuando Tiermes se torna en fantasma. Un fantasma de quinientos años que lleva excavándose desde 1960. Mientras en Sotillos y Manzanares se cerraban casas para siempre, en Tiermes comenzaban a abrirse otras gracias a las manos de los arqueólogos. Así, retirando tierra, Tiermes se ha convertido en uno de los yacimientos arqueológicos más importantes y activos de nuestro país. Recorrerlo es un auténtico placer. La roca blanda del cerro animó a los habitantes, poco a poco romanizados, a excavar sus viviendas en él, como en el llamado «conjunto rupestre sur». En Tiermes se da una conjunción casi perfecta de técnicas constructivas romanas y arquitectura rupestre. Viviendas de tres alturas y una ínsula, o lo que nosotros conocemos por bloque de pisos, de seis. Ahora solamente se intuye su tamaño por las marcas de los mechinales en la roca en la que se apoyaba. Estas casas, para familias más humildes, contrastan con la llamada Casa del Acueducto, una mansión clásica romana adaptada a la caprichosa orografía del terreno.
El castillo de Bran. Fotografía: Corbis.
Pero además, en este municipium romano (categoría otorgada, se cree, bajo mandato de Tiberio), conserva tres de sus puertas, también talladas, como la llamada Puerta del Sol, donde aún se ven las huellas de los goznes que hoy tenemos que imaginar. Y, justo al lado de esa puerta, uno de los «misterios» de Tiermes: una grada cincelada de la que no sabemos función o época, pero que debió tratarse de una edificación pública. Restos de las termas, del templo romano en lo alto del cerro, del foro, de tiendas o tabernae, de la muralla, incluso de una pequeña cavea excavada que se cree pudo hacer de teatro, y del acueducto, claro. Con su castellum aquae. El agua se recogía en el cercano río Pedro y otros arroyos, y es quizá mi construcción favorita de Tiermes. Una parte estuvo al aire libre, pero en otra muy importante el agua viajó por canales excavados también en la roca. Introducirse en uno de estos canales es impresionante, tanto por la magnífica obra de ingeniería que resiste al paso del tiempo, como por la oscuridad del lugar. Por aquí pasó el agua que dio de beber a tantas personas y aquí uno parece estar en el corazón de la ciudad. Y, tras la visita a los restos romanos, hay que dar un salto en el tiempo de la mano de la ermita de Santa María de Tiermes.
De la existencia de una comunidad religiosa en Tiermes se tienen noticias documentales desde 1136, pero hay restos muy anteriores, como atestiguan las necrópolis altomedievales. Del monasterio únicamente ha sobrevivido esta iglesia de una sola nave y ábside semicircular, datada en el siglo XII y construida sobre una basílica paleocristiana anterior. Presenta una bella galería porticada, tan común en el románico de esta zona, y que según una inscripción habría sido realizada por Domenicus Martin en 1182. Sin embargo, Gaya Nuño siempre apuntó que los capiteles y dobles columnas de su arquería, por su labra y temas, habrían sido reutilizados del claustro del monasterio: cuadrúpedos, grifos, centauros, motivos vegetales y quizá el más llamativo: la lucha de dos caballeros a lanza, tema muy repetido en otras iglesias de la comarca, como en Caracena, y en el que algunos ven la representación de la lucha entre cristianos y musulmanes. A diferencia de las iglesias de Sotillos o Manzanares, y pese a ser la primera en quedar sin feligreses, Santa María nunca ha estado totalmente abandonada. En el siglo XVI pasó a ser ermita, y mantiene culto en verano y en las dos romerías que cada año honran a su virgen. Tampoco Tiermes ha corrido la misma suerte que sus vecinos. Hoy sus ruinas se llenan de visitantes, y su museo explica y conserva mimosamente su pasado.
Tres pueblos fantasma, tres pueblos cercanos, tan iguales y tan diferentes, de historias cruzadas. Tres fantasmagorías que merece la pena recorrer. Porque estos pueblos se han convertido en fantasmas de sí mismos y en fantasmas de todos los que aquí nacieron, vivieron y murieron. Fantasmas de las risas de los niños que jugaron en sus calles sin asfaltar, fantasmas de los sufrimientos, de las alegrías, trabajos y celebraciones de todos sus esforzados habitantes. Fantasmas de las batallas que vieron pasar y fantasmas de las tierras que una vez estuvieron labradas.
Quizá dentro de mil años alguien descubra las ruinas de Sotillos o Manzanares y un entusiasta guía dé explicaciones a los visitantes como hoy ocurre en Tiermes. De momento a nosotros nos corresponde la suerte de pasear por esta sierra y sus pueblos fantasma, respetando todas y cada una de sus piedras y casas porque es el único modo de honrar la memoria de aquellos que las levantaron y vivieron en ellas. De todos aquellos a los que, durante el paseo, nos parecerá escuchar susurrando entre el viento.
Información
Yacimiento de Tiermes y Museo:
Es muy recomendable visitar el museo antes que el yacimiento para de ese modo entender mejor lo que vamos a ver. Las visitas al yacimiento pueden ser guiadas o libres.
Horarios
- Invierno (1 octubre -31 marzo):
- De martes a sábado: 10:00 -14:00 h y 16:00- 18:00 h.
- Domingos y festivos: 10:00- 14:00 h.
- Cerrado: lunes.
- Verano (1 abril- 30 septiembre):
- De martes a sábado: 10:00- 14:00 h y 16:00-20:00 h.
- Domingos y festivos: 10:00- 14:00 h.
- Cerrado: lunes.
Teléfono: 975186156 / 975221428.
http://www.museodetiermes.es/
La entrada Susurros de la sierra de la Pela aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.
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