Imagen: Columbia Pictures / Marvel Studios.
«Una película de Peter Parker». Con este cartel, que aparece no por casualidad casi al inicio de Spider-Man: Homecoming, no solo se deja al descubierto el tono de la película, sino también su verdadera esencia y (por si esto no fuera ya suficiente) su principal rasgo diferenciador respecto a las anteriores versiones cinematográficas del personaje. Quizá un par de saltos en el tiempo sirvan para arrojar luz sobre esta triple carambola, que de tan natural podría pasar casi desapercibida.
1961. Con el amanecer de la década del amor libre, los Beatles y las drogas psicodélicas, el guionista Stan Lee y el dibujante Jack Kirby dan el pistoletazo de salida al Universo Marvel de los cómics con la creación de Los 4 Fantásticos. En apenas un par de años el tándem Lee-Kirby, en plena orgía (ya hemos dicho que eran los sesenta) de creatividad, se sacarán de la manga a Hulk, Thor, Iron Man…, mientras que Lee, junto a otros dibujantes, ideará también a otros tipos en mallas como Daredevil, Doctor Extraño y, cómo no, Spider-Man: estos dos últimos dibujados por el genial (y muy psicodélico: recuerden, era la década) Steve Ditko. Frente a Batman, Superman, Wonder Woman y el resto de superhéroes que llevaban desde los años treinta siendo publicados por DC, la editorial de la competencia, las creaciones de Lee venían a ofrecer algo nuevo que les permitiera alcanzar la inmortalidad por sus propios medios, y no como mera réplica a aquellos héroes clásicos. Se trataba, por primera vez, de lo que ya entonces se definió como «superhéroes con superproblemas»: en las páginas de los tebeos de la Marvel sus protagonistas eran de carne y hueso y el lector veía sus preocupaciones mundanas como algo cercano, gracias al énfasis del guionista en el día a día de los hombres y mujeres que se ocultaban tras las máscaras. El mejor exponente de ese enfoque fue, sin ninguna duda, el Spider-Man de Lee y Ditko: un cómic que dedicaba tanto espacio en sus viñetas a las tribulaciones de Peter Parker con sus compañeros de instituto como a la pelea con el villano de turno. No por casualidad fue en esa época cuando comenzaron a proliferar en Marvel los superhéroes adolescentes: frente a los adultísimos y apolíneos Superman, Batman y compañía, personajes como Johnny Storm (la Antorcha Humana) o los integrantes de la Patrulla X eran, como Peter, quinceañeros tan preocupados por el baile de fin de curso como por la última amenaza del Doctor Muerte.
Ahí había algo con lo que cualquiera podía identificarse, y de pronto, fuera Lee consciente de ello o no (aunque dada la peculiar personalidad del autor, él siempre reclamará que fue algo del todo intencionado) la idea del superhéroe cobró una fuerte carga metafórica a la hora de plasmar los difíciles años de la adolescencia, esos en los que el cuerpo cambia como si sufriera los efectos de la picadura de un bicho radiactivo; cuando suspender un examen parece el fin del mundo, y para pedirle salir a la chica que te gusta hay que vencer un miedo tan poderoso que parece tener brazos mecánicos. Eso era Spider-Man, y eso es lo que Jon Watts ha entendido a la perfección en esta tercera versión para la gran pantalla.
Imagen: Marvel Comics
Interludio. 1966. Steve Ditko abandona Spider-Man por diferencias creativas con Lee (una historia larga y espinosa que daría para su propio cómic en entregas semanales), y se sube a bordo John Romita como nuevo dibujante. Romita venía de las historietas románticas, y el cambio de rumbo de la cabecera es más que evidente. Son los años en que entra por fin en escena Mary Jane, y se conforma el triángulo amoroso Peter-Mary Jane-Gwen Stacy. Es también la época que servirá de plantilla para la trilogía cinematográfica de Sam Raimi con Tobey Maguire y Kirsten Dunst y (aunque en menor medida) las dos cintas de Marc Webb con Andrew Garfield y Emma Stone. Películas donde Peter Parker importa, sí, pero siempre en función de su interés amoroso. Fin del interludio.
2017. Lo que ofrece Spider-Man: Homecoming es puro Ditko, porque el film se sabe, ante todo, comedia de instituto; en segundo lugar, relato de enamoramiento adolescente; y solo en una tercera y respetable posición, película de acción. No es una película de Spider-Man, es «una película de Peter Parker», y vista a través de los ojos de Peter Parker: igual que Spielberg situaba la cámara a la altura de los niños en E.T., Watts narra las primeras imágenes de Homecoming a través de los ojos (y la cámara de un teléfono móvil) de su protagonista, que también por primera vez aparenta los quince años que tiene. De esa «estatura audiovisual» surge la verosimilitud de sus personajes, la sensación de espontaneidad del protagonista y de algunos de sus secundarios, el humor de situaciones sencillas pero con las que es fácil empatizar… La tía May de Marisa Tomei se comporta de verdad como la tía de un quinceañero y no como su abuela; los compañeros de clase de Peter se libran de caer en el cliché más simple de buenos-malos para ser, una vez más, chicos jóvenes perfectamente creíbles; y, por encima de todo, el Ned interpretado por Jacob Batalon resulta uno de los grandes hallazgos del reparto como amigo y confidente de Peter, aunque a todas luces su caracterización bebe más del Ganke Lee creado por el guionista Brian Michael Bendis que del Ned Leeds de quien toma el nombre. Al fin y al cabo, la excelente puesta al día del Spider-Man de Lee y Ditko realizada por Bendis a partir del año 2000 es otro de los grandes referentes del film.
Imagen: Columbia Pictures / Marvel Studios.
Pero también nacen de esta autoconsciencia adolescente, por supuesto, la tensión, la emoción y la aventura: desde la brillante escena de acción del monumento a Washington hasta la angustiosa conversación en el coche entre Peter y el villano, un Adrian Toomes interpretado de manera escalofriante por Michael Keaton. Ah, sí, llegamos a Keaton…
Como somos unos caballeros, no nos regodearemos en el bello corte de mangas a Iñárritu que supone tener al actor encarnando a un hombre-pájaro en un blockbuster de superhéroes. Pero el personaje de Toomes ofrece también una de las claves de la cinta: el hecho de que el malo de la película sea un basurero que se rebela contra a) una injusticia laboral y b) una élite formada por playboys millonarios, dioses del trueno y militares, nos ofrece al primer villano working-class del Universo Cinematográfico Marvel, y ayuda a poner en perspectiva a Spider-Man como el primer superhéroe de clase obrera de la productora. Su carrera a la desesperada por un campo de golf sin un lugar donde lanzar su telaraña, como un pez fuera del agua, es uno de los muchos elementos que realzan esta conciencia de clase de la película, con un protagonista becado, en un instituto público, y a la sombra de un Iron Man que ayuda a marcar esa distancia con un panteón Marvel que juega en otra liga.
Este último era, quizá, uno de los puntos más controvertidos del film: su descarada pertenencia al universo Marvel, con la inclusión de Peter en la misma realidad que Iron Man, el Capitán América y el resto de Vengadores. Pero la anunciada presencia de Tony Stark (Robert Downey Jr.) es como ese brillante dólar de plata que se coloca en las fotografías al lado de una hormiga (o de una araña) para dejar bien claro lo pequeña que es esta. Al final, todo en Homecoming es una cuestión de escala. Y de la exploración de ese microcosmos netamente americano, pero a la vez tan universal, que es Nueva York: si el Capitán América es un chico de Brooklyn, Daredevil representa a Hell's Kitchen y Luke Cage es la encarnación de Harlem, entonces Spider-Man es Queens, con todo lo que eso conlleva. Es el barrio de clase obrera pero no marginal; el de los colegios públicos y sus bailes de fin de curso; el de la multiculturalidad real y natural del instituto Midtown, no turística como en Manhattan. Y el hogar de los Ramones.
Eso es Spider-Man: Homecoming. Y no es poca cosa.
La entrada Spider-Man: Homecoming. Sinfonía de Queens en clave de Blitzkrieg Bop aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.
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