Los físicos Stephen Hawking, Yuri Milner (izq.), Freeman Dyson (centro), y Avi Loeb (dcha.) durante la gala de presentación de los premios Breakthrough Starshot Initiative en Nueva York el 12 de abril de 2016. Foto: Cordon.
Leía muy interesado la excelente entrevista que realizaron al Profesor Antonio Hernando en esta revista Juan José Gómez Cadenas y Victoria Ley cuando me encontré con esta respuesta del profesor: «No conozco ningún científico en España que se haya hecho rico con la ciencia».
La pregunta era en realidad varias encadenadas, pero la última de ellas, y la que quizás el entrevistado estaba respondiendo en esta frase, era: ¿Hay algún científico español bueno que se haya hecho rico? No me he resistido a pensar sobre esto un poco en voz alta, y compartirlo con ustedes. En primer lugar, es muy posible que muchos lectores de la entrevista no hayan dado a esto demasiada importancia, pues casi cae en el terreno de lo obvio. Nadie espera que un científico en España haga algo que merezca la pena lo suficiente para que sea recompensado especialmente. Al fin y al cabo, no se trata de futbolistas, que como es bien sabido contribuyen con su trabajo al progreso de la humanidad y por ello bien merecen sus millonarias recompensas. Pero, si la pregunta hubiera obviado «España», la respuesta ya no hubiera sido tan contundente. Es de esperar que, en otros lares, sí que haya gente que tras un descubrimiento de importancia alcance una recompensa económica significativa. Y todos estamos ya acostumbrados a los jóvenes multimillonarios de empresas tecnológicas convertidos en celebridades. Y quizás conozcan el muy interesante caso de Yuri Milner, un multimillonario ruso con un doctorado en Física, que ha instaurado los premios Breakthrough para científicos con una dotación de tres millones de dólares en cada disciplina. Es decir, se trata de un millonario haciendo ricos a unos cuantos científicos cada año. A esta iniciativa también contribuyen otros como Serguéi Brin o Mark Zuckerberg. De alguna forma, podría pensarse que es para lavar conciencias, pues no cabe duda de que detrás de lo que ha hecho ricos a estos muchachos se encuentra el trabajo de cientos de pobres científicos. Vemos pues que es posible para un científico hacerse relativamente rico ganando unos de estos premios. Pueden, de todas formas, imaginar que esto no parece una tarea fácil.
En el imaginario popular y en la mente de los propios científicos siempre se considera esta profesión más como una vocación guiada por el afán de reconocimiento, primero por los pares, y después por la sociedad. No entra en los cálculos que exista ningún interés especial de tipo económico. De hecho, con los (hasta ahora) premios científicos por excelencia de todo el siglo XX, los Nobel, el ansia por ganarlos ha estado más ligada al reconocimiento que al montante económico que, en los casos más comunes compartidos entre tres, no permite salir de la clase media.
Pero, sin pensar en ese 0,001% de científicos que están en la liga de los premios Nobel o Breakthrough, la situación para el resto ha ido cambiando en las últimas décadas, no ya pensando en hacerse ricos, sino que en el plano cotidiano se ha producido un empobrecimiento general del colectivo. El relativo prestigio de los académicos (de los que un subgrupo eran científicos) se acompañaba de una posición social media-alta con sueldos comparativamente altos y otros beneficios, como pisos en buenas zonas de las ciudades. La proletarización del colectivo de científicos ha sido continua y un catedrático en la cuarentena ha pasado de pertenecer a esa clase acomodada en la que se encontraba en los años sesenta-setenta del siglo pasado a estar en la media-baja, con dificultades para mantener una familia con un único sueldo.
Pero ¿por qué un científico debería enriquecerse? De hecho, parto de la base de que la finalidad principal de un científico universitario financiado en buena parte por fondos públicos es el avance del conocimiento. Lo que se debe garantizar es que sus condiciones de vida sean adecuadas. En muchos casos, es posible que las líneas de trabajo sean en temas en los que existe una aplicación más o menos clara, que sea importante desarrollar. Y el discurso oficial en los últimos años habla de transferencia como un eje fundamental. Pero la única forma de promover la transferencia del conocimiento científico para que se convierta en valor económico es hacer posible (o, al menos, que no sea imposible) que sean los científicos que han puesto las ideas y el trabajo quienes encuentren un razonable beneficio. Sin embargo, como atinadamente decía el profesor Hernando, no parece que haya muchos de estos casos.
Una estrategia común en los últimos años para transferir el conocimiento en las universidades y el CSIC han sido los contratos con empresas y/o la licencia de tecnología a terceros para que la desarrollaran. Esto está bien visto por las instituciones, proporciona fondos adicionales a los grupos de investigación y una parte puede complementar los sueldos de los científicos. Sin duda, esta es una opción correcta, pero a largo plazo es poco efectiva para el científico. En caso de éxito, el gran beneficiado es la empresa y casi nunca el científico, ni su institución. Y, créanme… pues lo sé por experiencia propia, a veces el éxito llega y son otros, y no el científico, quienes puede obtener unos beneficios multimillonarios.
La alternativa es la creación de empresas spin-off propias cuando se tiene alguna idea con suficiente potencial comercial. La teoría sobre esto está bien clara, pero en general el camino suele ser tortuoso y las dificultades grandes. La falta de financiación y de apoyo institucional son una primera barrera que se encuentra el científico. En muchas universidades los plazos para constituir una spin-off pueden durar años… y, obviamente, en un entorno competitivo esto es un desastre y hace inviables muchos proyectos.
Incluso en aquellos casos en los que la empresa empieza a andar, un problema posterior es que, a diferencia de lo que ocurre en otros lugares en el mundo, la idea y el científico pasan muy rápido a un nivel secundario, siendo otros los que toma el control. En muchos casos, el científico queda convertido en un empleado y además se encuentra atrapado en el proceso. Conozco muchos ejemplos donde el científico termina abandonando la empresa sin nada, o con pérdidas, dejando tras de sí las ideas y un ingente trabajo. Cuando esto sucede, cunde el ejemplo negativo.
Porque, en mi opinión, en España nos faltan ejemplos de éxitos donde los científicos sean (aun en parte) receptores de las ganancias de los procesos de sus ideas y desarrollos. También faltan casos en los que esas ganancias sean reinvertidas por ellos en nuevos proyectos e ideas (esto vendría a ser como aquello del «emprendedor científico en serie»).
Por otro lado, está claro que los científicos no sabemos (ni nos gustan) sobre aspectos necesarios en el desarrollo de empresas, la gestión de la calidad, los recursos humanos, etc. Y, cuando intentamos hacer todo, la cosa suele fallar.
Otro problema (o diferencia) en nuestro sistema es la aversión al riesgo de los más jóvenes (y también de los viejos, claro). Es difícil encontrar gente que al terminar la tesis doctoral decida tomar un camino diferente a un post-doc con la vista en el funcionariado y emprenda una aventura en una empresa de tipo spin-off. Esto no deja de ser curioso pues, en estos últimos años, el riesgo de la trayectoria normal hacia el funcionariado no ha podido ser mayor por la escasez (o inexistencia) de puestos.
Frente a todos estos problemas, quisiera plantear algunas ideas que podrían funcionar como un experimento para conseguir un científico español que llegue a ser millonario por su inventiva y trabajo. Creo que de conseguirse sería un hito similar a que otro español trabajando aquí obtuviera el premio Nobel.
- Financiación semilla (de arranque) sin garantías y a fondo perdido al equipo científico promotor. Vendría a ser como un proyecto de generación empresarial al Investigador Principal (IP) (emprendedor). No deberían requerirse fondos complementarios ni la participación de capital riesgo en el inicio, pero sí una alto componente de desarrollo científico.
- Programa Ramón y Cajal para emprendedores científicos. Un programa donde el énfasis fuera la excelencia científica aplicada. El receptor monta una empresa sobre una idea y se evalúa la idea y el currículum vitae del solicitante.
- Programa para científicos funcionarios (sénior) de sabáticos extendidos para creación de spin-off o la tutorización de empresas tecnológicas de estudiantes.
A mí personalmente me gustaría mucho que, si me hicieran la misma pregunta que al profesor Hernando dentro de unos años, pudiera contestar que sí, que conozco o he oído de científicos españoles que con su ingenio y dedicación se hicieron ricos aquí, contribuyendo de paso a la mejora de la calidad de vida de gentes de todo el mundo. Cuando eso ocurra de manera natural, será el momento en el que la atribulada ciencia nacional se habrá hecho mayor de edad.
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