Dec 27th 2017, 16:19, by Rocío G. Rubio
Imagen: Lucasfilm / Disney.
Disney acaba de entender que las princesas no necesitan que las salven. Lo comprende ahora, treinta años después de que Miyazaki crease a Nausicaa, veinte después de que llegase La Princesa Mononoke. Cuarenta años después de Leia.
Es posible que hayamos dicho adiós para siempre a Leia tras The Last Jedi. Y no estamos preparados. The Last Jedi se estrenó hace unas semanas y puede que fuese la última vez que nos sentemos en el cine viendo a la princesa en la pantalla con incertidumbre y no como un recuerdo al que hay que volver un par de veces al año aunque sepas, de sobra, que la respuesta al «te quiero» siempre es un «lo sé». Carrie Fisher se fue hace un año y Leia nos deja ahora. Y cómo vamos a salvar ahora sin ti, princesa, todo esto.
Miembro del Senado Imperial, diplomática y espía de la Alianza Rebelde. Lo de princesa es solo un diminutivo, la forma simple, la rápida. La que se ve. Pero Leia fue siempre mucho más de lo que se ve. Mucho más que cuatro horas de maquillaje y peluquería, mucho más de un final feliz rodeado de ewoks. Y el camino no fue fácil.
Leia empezó a ser Leia con veintiún años, 1,55 metros y 50 kilos. Cuatro y medio más de lo que exigía el guion. «Me dieron el papel en La guerra de las galaxias junto con la deprimente advertencia de que perdiera cuatro kilos y medio, así que para mí la experiencia se parecía menos a “¡Bien! ¡Tengo un empleo!” Y más a “Tengo un empleo y me he torcido el tobillo”». Cuatro kilos y medio que Leia no perdió. «Lucha para ponerte lo que quieras, no seas una esclava como fui yo», decía treinta años después a Daisy Ridley, Rey, nueva heroína galáctica, joven padawan, con un camino hecho, con media guerra ganada. Una lucha que acababa de empezar y que ahora continuamos por ella, por ellas, por nosotras.
Hace ya cuarenta años que Leia aparecía en nuestras vidas. Cuatro, cinco minutos de una película recién estrenada, el Episodio IV, en el que empezábamos a conocer una princesa que huía asustada de un tipo de negro, como un robot, y otros tantos de blanco que disparaban a todas partes. Y Leia, como buena princesa, huía.
Cualquiera que vea los primeros minutos de la película sabe que no se trata de una princesa como la que los cuentos de hadas han querido reflejar durante siglos (y no mucho más común en la fecha del estreno de la película, 1977) sino una que no se deja vencer, huye, se esconde e incluso lucha contra los malos. Las princesas, hasta entonces, no ponen resistencia cuando alguien las encierra en una torre y su principal misión es esperar llorando que un valiente príncipe venga a salvarlas. Pero ahora sabemos que no es así. Ahora y hace cuarenta años, solo con esperar a que la película llegue a la escena en la que, por fin, la princesa será salvada.
Pero Luke Skywalker no llega a la Estrella de la Muerte para besar a una princesa y salvarla de su celda. No, Leia se despierta sola. Se despierta sola y no da las gracias o se deja llevar sino que hace lo que nadie espera que haga una princesa. «¿No eres demasiado bajito para ser soldado de asalto?» le espeta a Luke Skywalker en una de las primeras escenas que nos enseñan que Leia es mucho más que una damisela en apuros. Mucho más que la princesa de un cuento de hadas que busca que la salven. Leia, en 1977 y en el día de hoy, siempre se ha salvado sola.
Leia nos enseña hace cuarenta años lo que nos pretenden enseñar ahora: las princesas pueden jugar con pistolas sin renunciar a su feminidad, sin renunciar a ser princesas. Lo que pretende enseñarnos Disney desde unos años atrás con Vaiana o con Frozen, películas donde no hace falta un hombre que salve a una princesa sino una princesa con capacidad para actuar. Pero todo eso ya lo aprendíamos con Leia. Lo sabemos desde el momento en que Luke aparece disfrazado de soldado de asalto y lo recordamos después en todas y cada una de las escenas en las que la princesa aparece en pantalla.
Es difícil no rendirse ante los encantos de un Han Solo que es insoportable y atractivo en partes prácticamente iguales. Era fácil haber hecho que Leia (también Carrie) se rindiese a la primera con besos continuos, con «apártate que yo te salvo» y con dosis de amor que hubiese cautivado a muchos espectadores amantes de lo ñoño, de la cursilería y de lo clásico. Pero no es así. Leia no se doblega ante Han. Leia es sarcástica, inteligente, autoritaria y no duda en poner en su sitio al cazarecompensas cuando lo merece. Leia es capaz de pelear con Han Solo y contra Han Solo, convirtiendo la relación en la que ya una vez describió Cortázar: «Se querían en una dialéctica de imán y limadura, de ataque y defensa, de pelota y pared».
Hay una delgada línea que separa a Leia de Carrie, a Carrie de Leia. Ambas en una lucha constante por defender aquello en lo que creen. La Alianza, la Fuerza, el feminismo. Una tomando los mandos de una rebelión. La otra, mandando una lengua de vaca envuelta en una caja de Tiffany a un productor de Sony, con un mensaje: «Si alguna vez vuelves a tocar a mi querida Heather, o a cualquier otra mujer, la siguiente entrega será algo tuyo metido en una caja más pequeña». Carrie por y para los demás. Una princesa en los setenta capaz de conciliar su vida laboral y personal. Una mujer que no renuncia a nada: general Organa, madre de Kylo Ren y esposa de Han Solo. Poder, hijos, amor. Sin renuncia, sin necesidad de los demás. Se sobrepone a la marcha de su hijo y sigue liderando una rebelión tras la muerte de Solo.
La princesa nunca necesitó que la salvasen y ahora necesitamos que sea ella la que vuelva para salvarlos. Leia dirigió a la Flota Rebelde y Carrie nos dirigió a tantos hacia ese camino en el que las princesas pueden (deben, además) sujetar una pistola y disparar sin necesidad de esperar sentadas que alguien las salve. Que aquí, ahora, aunque sin ti, Carrie, la Fuerza nos seguirá acompañando y la rebelión seguirá avanzando.
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