John Cazale y Meryl Streep en El cazador (1978). Imagen: Universal Pictures.
Mejor pasar audaz al otro mundo en el apogeo de una pasión que marchitarse consumido funestamente por la vida. (Los muertos, James Joyce).
Rodó solo cinco películas en su breve vida. Pero menudos peliculones: El padrino, La conversación, El padrino II, Tarde de perros y El cazador. Todas ellas nominadas a los Óscar. También apareció, mediante imágenes de archivo, en El padrino III, infravalorado cierre a la mejor trilogía de la historia del cine. Fue un actor secundario imbatible. Minucioso. Laborioso hasta la extenuación y la exasperación de guionistas y directores, que le apodaron, con sarcasmo lacerante, «el veinte preguntas». Siempre quería saber más sobre los personajes que construyó. Una galería de perdedores mezquinos, tambaleantes, pusilánimes y desgarrados. Escarbó más allá del aparente fondo de sus propias emociones con el fin de plasmar vívidos e intensos retratos de la miseria moral. Sus más aclamados amigos y compañeros de tablas y plató —pongamos por caso Robert de Niro y Al Pacino— eran capaces de arrojar en sus interpretaciones odio, ira, crueldad gélida, venganza despiadada con soberbia convicción; sin embargo, bordaban el patetismo, la debilidad vulnerable, el resentimiento del cobarde. John Cazale supo transmitir como pocos la pasta de la que están hechos los humillados y vencidos. El ninguneado y desleal Fredo Corleone de El padrino, el atracador desquiciado y semianalfabeto Sal Naturile en Tarde de perros o el bufonesco Stanley de El cazador son caracteres tragicómicos que se apoderan del plano a través de extravagantes gestos, miradas apaleadas y un sutil dominio del tiempo y el espacio. Como afirma Pacino en el documental Descubriendo a John Cazale: «Te ayudaba a ser mejor».
La maestría de Cazale subía el nivel de los que le rodeaban. Los que bajaban la guardia en los diálogos o interpretaban con desidia mecánica sus papeles eran devorados en cada escena. Incluso un duro poco dado a los elogios como Gene Hackman reconoce que en La conversación tuvo que emplearse a fondo para mantenerse en el centro gravitatorio de la historia. Cazale era intenso. «Extremadamente intenso», puntualiza Hackman. Aportaba a personajes odiosos una humanidad palpable, triste y veraz. Una de las mayores muestras de esa humanidad la encontramos en Tarde de perros cuando el atracador que encarna Pacino le pregunta si hay un país al que quiera ir. Tras pensárselo un momento responde con total seriedad: «Wyoming».
La mejor actriz del mundo
He conocido a la mejor actriz del mundo. (John Cazale a Al Pacino).
Siempre estuvo a caballo entre los circuitos independientes de los teatros de Nueva York (el off-Broadway) y el nuevo Hollywood conquistado por los jóvenes airados. En 1976, Cazale está inmerso en los ensayos de la obra Medida por medida. «He conocido a la mejor actriz del mundo», le dice entusiasmado a su amigo Pacino. Una exageración de encoñado, piensa este. La actriz en cuestión es una joven rubia, pálida, sensible, de apariencia frágil y etérea. Se ha currado todo Shakespeare en los parques y en pequeños teatros. Tiene talento y apunta maneras. Meryl Streep se quedó colgada por aquel actor catorce años mayor que ella. Admiraba tanto su genio interpretativo como su personalidad excepcional: «Era distinto. No he conocido a nadie como él. Destacaba su singularidad, su humanidad, la curiosidad que le despertaba la gente. Era compasivo», contó años después. Tímido y extremadamente sensible, sensual, amante de la buena música y de los chistes malos, de almuerzos demorados y sobremesas eternas con copa y puro; adicto a un trabajo que convirtió en una manera de estar en el mundo, observarlo, aprehenderlo y recrearlo en sus recovecos más húmedos y sórdidos. Su risa, sin embargo, era pura electricidad vivificante. No era guapo pero tenía un no sé qué irresistible para las mujeres. Fascinación. Inteligencia. Brasas negras en la mirada.
Pronto la pareja se convirtió en inseparable. Una historia común entre aquella farándula neoyorquina llegada de todas partes con los mismos sueños por estrenar y las decepciones esperando pacientemente detrás de cada esquina. Un piso en la calle Franklin. Vino joven, queso tierno y besos como túneles. Hablar horas y horas sobre una profesión convertida en una obsesión agradable, desmenuzándola en detalles mínimos hasta hacerla comprensible. Entender aquella tristeza silenciosa, fría y lenta como la nieve de Chéjov, volver a los mitos clásicos en un eterno retorno que no cesa sobre las tablas, y remover entre los desvencijados cajones del fondo de uno mismo para crear piel y sentimientos ajenos.
Dos jóvenes, en fin, aullándole a una luna a punto de reventar.
La última película
Permaneció fiel a lo que quería hacer. (Gene Hackman).
Y entre tanta pasión, una mancha de sangre escupida en el asfalto. Pruebas y el diagnóstico fatal. Cazale tenía un cáncer de pulmón. Estaba preparando su nueva película con el extravagante Michael Cimino y un grupo de actores soberbios entre los que se encontraban la propia Meryl, Cristopher Walken y Robert de Niro. El film relata la historia de unos jóvenes polacos reclutados para el matadero de Vietnam. El cazador es uno de los mejores retratos cinematográficos de una inocencia desvanecida entre billares, latas vacías de cerveza y la festiva «Can't Take My Eyes Off You» cantada a grito atiplado. Un monumento fúnebre pero incólume a la amistad, la responsabilidad y el sacrificio. La encarnación de la lealtad será para siempre una ruleta rusa en el círculo de la locura de Saigón.
No fue un rodaje fácil. De Niro tuvo que asegurar de su propio bolsillo a Cazale porque el estudio quería prescindir de un actor sentenciado por el cáncer. Pese a todo, consiguió otra de sus magistrales interpretaciones con el destartalado Stanley, un inútil que en cada plano aporta un pespunte único ya sea besándose en el reflejo de la ventanilla del coche, persignándose en la iglesia o escrutando la bragueta bien abrochada. Con esfuerzo y acomodando el calendario de rodaje, Cazale logró rodar todas sus escenas, aunque no pudo ver el resultado último. Murió el 12 de marzo de 1978. Meryl Streep estaba allí. Estuvo allí hasta el final.
Con los años Streep se ha convertido en la actriz más oscarizada y en la portavoz de las causas nobles de la gauche divine de Hollywood. Cazale, que nunca consiguió estatuilla, revive su arte en cada proyección de los Padrinos, Tarde de perros y El cazador. En 2009, el Festival de Sundance presentó Descubriendo a John Cazale, en el que viejos amigos y jóvenes actores recuerdan a quien para el gran público es poco más que el rostro de Fredo. Allí están Pacino, De Niro, la propia Streep con sus filmografías repletas de faenas de aliño y trabajos alimenticios tal y como la vida ordena hablando de John. De su pasión por interpretar. De su fidelidad inquebrantable al oficio. De sobremesas demoradas y risas de pájaro loco.
Hablando de todo aquello que solo la juventud puede permitirse.
Al Pacino y John Cazale en El padrino: Parte II (1974). Imagen: Paramount Pictures.
No comments:
Post a Comment