Thursday, December 28, 2017

Jot Down Cultural Magazine: Black Mirror temporada 4: desde dentro

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Jot Down 
Black Mirror temporada 4: desde dentro
Dec 28th 2017, 11:19, by Diego Cuevas

Este texto está libre de spoilers importantes.

John Hillcoat revisa en un monitor la escena que acaba de rodar tras ser advertido por uno de sus asistentes de que algo chirría en la toma. La pantalla muestra una conversación entre dos personajes que caminan hacia un coche, una secuencia que durante las últimas horas se ha repetido en numerosas ocasiones en los alrededores de una vivienda plantada en medio de un desierto helado. La asistente de dirección pausa la imagen y señala en el monitor un problema fugaz pero doloroso: durante una fracción de segundo la cámara se refleja en uno de los cristales del vehículo. Es un pequeño gazapo que pasaría de puntillas para la mayor parte del público, pero Hillcoat, tras masticar las posibilidades, se recoloca la capucha y anuncia a su cuadrilla de rodaje que es necesario repetir la secuencia una vez más. Entretanto, comienzan a caer copos de nieve y varios miembros del equipo encargado de adecentar el decorado contemplan el cielo con desconfianza; están armados con escobas, mangueras o cubos de agua y se temen lo peor mientras sus bufandas acumulan suspiros. La noche anterior se desató en el lugar una de las tormentas más potentes de los últimos años, las montañas amanecieron cubiertas de nieve y transformaron por completo el paisaje convirtiendo el entorno en una amenaza para la continuidad narrativa de la historia. Ante la nueva nevada, el racord demanda que un par de chicos se dispongan a barrer una vez más el camino mientras el director de La carretera se prepara para grabar de nuevo. Estamos en una casa perdida en lo profundo de Islandia. Se está rodando «Cocodrilo», uno de los episodios de la cuarta temporada de Black Mirror.

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Charlie Brooker estrenó Black Mirror en 2011 con tres capítulos que llegaron remojados en un nihilismo emocional y tecnológico fascinante. En 2013 volvió a la carga con otro trío interesante pero menos redondo. Un año después, celebró la navidad con un fabuloso capítulo especial que en realidad eran varias historias cosidas entre sí, y finalmente amplió presupuesto y aspiraciones al aliarse con Netflix y producir dos nuevas temporadas de seis episodios cada una. La tercera se estrenó el año pasado, la cuarta lo hace ahora mismo. Annabel Jones, coproductora y coculpable junto a Brooker de estos reflejos oscuros, es consciente de la suerte que tienen: «Es un auténtico privilegio ¿Por qué iba alguien a producir este show? Tendrías que ser un verdadero masoquista».

«USS Callister». Imagen: Netflix.

«USS Callister»

Director: Toby Haynes

Reparto: Jesse Plemons, Cristin Milioti, Jimmi Simpson y Michaela Coel

Los avances del episodio «USS Callister» dejaron con el culo inquieto al público al fraguar entre paneles de control con mucha lucecita y uniformes coloridos la sospecha de una parodia cómica de ese tipo de space opera de la que Star Trek ha sido molde desde que se inventó la ciencia ficción televisiva. Pero como todo lo que propone Black Mirror aquella era una verdad a medias y la aventura llega con más de una sorpresa siniestra: ni la odisea espacial estaba tan alejada del mundo que conocemos ni la historia se libraba de los destellos de crueldad que suelen salpicar la serie.

Sí resulta cierto que Brooker y Jones se permiten llevar el show a donde nunca antes se había aventurado: por un lado, catapultándolo al espacio y permitiéndose abusar de unos efectos especiales que incluyen monstruosidades extraterrestres encantadoras. Y por otro, firmando el capítulo con más sentido del humor de todos los que la serie ha propuesto hasta el momento, un cuento fantástico que esboza un universo de sci-fi colorido, contenido en una realidad mucho más gris, para bromear sobre sus referencias pop: los guiones y actuaciones de chichinabo típicos de la ciencia ficción de segunda, los roles del reparto que orbita alrededor del protagonista de aventuras espaciales o el ocio contemporáneo frente a la pantalla del ordenador.

«USS Callister» actualiza de tapadillo la idea de un villano omnipresente, y con superpoderes, que cimentaba uno de los mejores capítulos de Twilight Zone y la traslada al universo Black Mirror para exprimirla en su terreno. Hay un punto de partida desasosegante en la propia naturaleza de los personajes, mucha mala hostia en los castigos que reciben, una manipulación del ADN más fantasiosa que científica y alguna ocurrencia muy Black Mirror. También hay más mucho más sitio para la comedia y la sensación general de que es una de las entregas más interesantes de la franquicia.

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Estamos en marzo y los nombres de cada episodio, sus tramas, localizaciones, actores y directores son alto secreto hasta que la serie vea la luz. Durante una de las jornadas de rodaje en exteriores el equipo establece su base cerca de unos cráteres volcánicos y de manera inesperada a lo largo de la mañana el lugar se llena de turistas británicos con cámaras de fotos y serias dificultades para mantener conversaciones a un volumen tolerable. De repente, las localizaciones top secret de Black Mirror están repletas de guiris vociferantes. «No dejan de acercarse a preguntar que qué coño hacemos aquí instalados con tantos buses» comenta una de las integrantes del equipo. Otro miembro del staff nos desliza un dato interesante: uno de los capítulos ha sido dirigido por Jodie Foster.

«Arkangel». Imagen: Netflix.

«Arkangel»

Directora: Jodie Foster

Reparto: Rosemarie DeWitt, Brenna Harding y Owen Teague

Si algo hay que aplaudir a la serie es su estupenda capacidad para convertir elementos y mecanismos que han nacido con las nuevas tecnologías en cimientos para crear cuentos oscuros: «White Christmas» trasladó el baneo al mundo real, «Hated In The Nation» utilizó los apedreamientos virtuales en redes sociales como trama para un thriller policíaco y tanto «Shut Up and Dance» como «The Waldo Moment» agarraron el concepto de trol de internet y lo llevaron a extremos terroríficos para elaborar sus historias. En el caso de «Arkangel» la inspiración se encuentra en el control parental que suelen incluir los artilugios modernos, esa herramienta que permite instalar barreras para evitar el acceso de los más pequeños a contenidos inapropiados.

Tras un susto, una madre decide instalar en su propia hija un dispositivo de control que le permita mantenerla controlada, ver a través de sus ojos e incluso censurar lo que considera inconveniente. Un drama dirigido por Jodie Foster que pese a recuperar una idea que ya asomó por el especial navideño de la serie (la capacidad de censurar determinados contenidos) funciona con soltura aunque no aporta sorpresas más allá de un par de planos fugaces. Cuando el tráiler se presentó ante los medios hubo algunos titulares maliciosos que interpretaron esta entrega como un cuento que aplaudirían los tarados antivacunas, pero en realidad es una fábula tenebrosa que no tiene nada que ver con eso y mucho con los límites de la censura y las imposiciones paternas.

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John Hillcoat aprovecha una pausa en sus laborales para sentarse durante un rato con nosotros. Nos acomodamos en uno de los escenarios de la historia, una habitación que simula ser el estudio de un arquitecto. Estamos rodeados de falsos galardones de diseño, falsos diplomas, falsos titulares de periódicos enmarcados, fotos de personajes de ficción y miembros del equipo que corretean rebuscando los elementos decorativos que requerirá la siguiente escena planeada. Hillcoat enumera las virtudes de trabajar en la pequeña pantalla: «Adoro la idea romántica del cine y el teatro, pero mucha de la televisión actual ha logrado elevar el listón a base de calidad», y suelta puñaladas al mundo del blockbuster moderno: «de cualquier modo al cine actual parece que lo único que le importa son los superhéroes». Reverencia la belleza primitiva de una Islandia con la capacidad de hacerte sentir pequeño frente a una naturaleza poderosa y divaga sobre los miedos modernos: «La tecnología es algo fascinante pero contiene tantos pros como contras, y la velocidad a la que evoluciona impide que seamos capaces de asimilarla del todo. Las redes sociales evidencian toda esa fuerza y también sus principales debilidades. En realidad esas redes sociales son un problema, tanto como la propia internet con su control, su capacidad de manipulación y lo peligros del hacking». La conversación acaba derivando hacia una conclusión simpática: es difícil hablar de ciencia ficción, distopías y realidades paralelas en un mundo donde Donald Trump se ha encaramado a presidente de los Estados Unidos.

«Cocodrilo». Imagen: Netflix

«Cocodrilo»

Director: John Hillcoat

Reparto: Andrea Riseborough, Andrew Gower y Kiran Sonia Sawar

En el universo de «Cocodrilo» existe un artilugio capaz de escarbar en los recuerdos de una persona para convertirlos en imágenes. Una idea que parece una variante del artefacto que en el capítulo «The Entire Story of You» permitía al usuario filmar todo lo que veía, con la importante diferencia de que en este caso las memorias extraídas son mucho más volubles y menos fiables. Una mujer lleva a cabo una serie de entrevistas utilizando esta tecnología y acaba topándose durante una de ellas con algo peligroso. Un thriller gélido como el paisaje que lo acoge y con alma de bola de nieve: parte del sentimiento de culpa y se desliza ladera abajo convirtiendo un crimen en una desmesurada espiral de violencia. Hemos paseado por las entrañas de su rodaje y aun así somos objetivos: Hillcoat firma una historia decente y Riseborough está estupenda, pero el resto de episodios de esta temporada sorprenden mucho más y sobrevuelan por encima de este cocodrilo.

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Andrew Gower nos invita a charlar en su caravana y el espacio en el interior de ella es tan escaso como para que nos sintamos incómodos y demasiado cercanos al actor de Outlander. Habla con énfasis de su personaje (cuyo papel en la historia descubriremos más adelante que es mucho más breve de lo que un ilusionado Gower sugiere), de las cámaras, «como actor puedes apreciar la importancia de interpretar sobre un escenario, pero el cine y la televisión resultan fascinantes como proyectos colaborativos», de cómo la idea de enfrentarse al pasado es la que sirve de brújula al episodio en el que participa («Cocodrilo») y de la omnipresente labor de Brooker como maestro de ceremonias y mente efervescente detrás de toda la serie. Antes de despedirnos nos recomienda visitar con calma Reikiavik, «esta ciudad tiene unas tiendas de discos increíbles».

«Hang the DJ». Imagen: Netflix

«Hang the DJ»

Director: Tim Van Patten

Reparto: Georgina Campbell, Joe Cole y George Blagden

«Hang the DJ» tiene un problema dentro de la propia familia a a la que pertenece: que «San Junípero» ha llegado antes. Aquel episodio de la tercera temporada que se saltaba con audacia la regla de la serie de desembocar en tragedia, lo hizo todo tan bien (Emmys incluidos) que esperar una segunda parte, como se rumoreó durante un tiempo, hubiese sido una idea desastrosa.

«Hang the DJ» no es una secuela, no se ambienta en el mismo mundo y en realidad no guarda relación con aquel episodio, pero vive a su sombra al apostar también por el relato romántico,una decisión que acarrea comparaciones dolorosas al no llegar a consumar con tanto estilo como el idilio ochentero. El punto de partida es estupendo: una aplicación para encontrar pareja tan poderosa como para calcular de antemano el tiempo que durará cada relación y establecer en ella unas normas que los implicados han de acatar obligatoriamente. Y el desarrollo es más que competente, evidenciando que Brooker sigue construyendo sus guiones con la suficiente dedicación y mimo como para lograr que detalles como una piedra rebotando sobre el agua den pie a momentos remarcables.

Desgraciadamente, el desenlace no está a la altura del viaje, y no por malo sino por manido y no muy original en los mundos de la ciencia ficción. Los críticos que se han asomado a la historia la han ensalzado entre lo mejor de la temporada, pero en realidad tiene varios hermanos de la presente camada que la adelantan en la clasificación y todo el mundo parece interesado en ser el primero en cazar el nuevo «San Junípero».

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Andrea Riseborough es una persona  fascinante, se sienta sobre sus piernas, juguetea con un cigarrillo fino que no llega a encender durante toda la conversación y mastica cada pregunta con la mirada puesta en algún punto alejado del interlocutor durante un tiempo tan exagerado que uno empieza a dudar si en realidad le ha preguntado algo. Un ritual que le permite responder con seguridad y exactitud. La actriz alaba la creatividad de Charlie Brooker y Annabel Jones, lo marciano y fascinante del paisaje islandés y revela que su personaje inicialmente estaba escrito para un hombre hasta que llegó ella. Le preguntamos si cree que en cuanto en el mundo del cine y la televisión se ha avanzado algo en lo relativo a la presencia femenina y en este caso la respuesta no se hace esperar: «No, de hecho, en los últimos años la mayor parte de papeles que he interpretado, o me han ofrecido, han sido roles de "novia de"». Y sentencia rotunda, y con toda la razón del mundo, que antes existían figuras femeninas tan poderosas como la de Marlene Dietrich. Riseborough tiene una productora cinematográfica propia, genialmente bautizada como Mother Sucker, donde todos los puestos importantes están ocupados por mujeres.

«Cabeza de metal». Imagen: Netflix.

«Cabeza de metal»

Director: David Slade

Reparto: Maxine Peake, Jake Davies y Clint Dyer

El episodio más corto de la cuarta temporada también es el que menos necesita de metraje y explicaciones para pasar a la acción y convencer. Una persecución implacable y violenta protagonizada por una mujer y un perro robótico peligroso e incansable. Supervivencia extrema rodada en tonos metálicos, un recurso que además de ayudar en lo técnico, al permitir que los efectos digitales se integren mejor en la escena, es aprovechado con bastante maña por un David Slade (director de Hard Candy y 30 días de oscuridad) que salpica guanteras con sangre oscura, clava mecanismos de seguimiento centelleantes en la carne y derrama pintura blanca sobre la piel metálica. La revelación que tiene lugar durante su epílogo, después de que la cámara repase de vuelta el itinerario de la aventura, es casi más una carcajada que un giro de guión. Y le sienta estupendamente.

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En el set de rodaje todo el mundo sigue bastante nervioso con el clima del lugar. Una parte de la trama transcurre en una vivienda de gigantescos ventanales y cada plano filmado en su interior capta parte del paisaje exterior, con lo que una climatología caprichosa podría convertir en inservibles las escenas grabadas el día anterior por romper con la continuidad deseada. Alguien sugiere hablar con Brooker para reajustar el guion y uno de los encargados de la decoración nos confiesa que llevan varias semanas trabajando en adecentar el edificio. Un paseo por la estancia evidencia que se han dedicado a ello a fondo y de manera exagerada: en una de las estanterías se apilan fotografías y recuerdos del personaje de ficción que interpreta Riseborough en el episodio y meses más tarde descubriremos que la cámara ni se molesta siquiera en enfocar de refilón dicho mueble. Mientras el equipo se prepara para repetir una escena ubicada en la cocina de la vivienda, Riseborough ensaya en silencio frente a su doble de acción, un clon rubio que espera su turno sentada pacientemente fuera de plano. De repente la actriz descubre que alguien ha pintarrajeado un pene en la entrepierna de uno de los dibujos infantiles de atrezo que engalanan la nevera, «¿Quién ha hecho esto?», pregunta mientras se ríe. En el storyboard de la jornada de trabajo aparece una viñeta que contiene las palabras «ANAL CIRCUS». Charlie Brooker no está presente en el rodaje, pero es como si lo estuviera.  

«Black Museum» . Imagen: Netflix

«Black Museum» 

Director: Colm McCarthy

Reparto: Douglas Hodge, Letitia Wright y Babs Olusanmokun

«Black Museum» es justo lo que anuncia su título: un museo de la propia serie. Aunque cada una de las historias de Black Mirror funciona de manera independiente, y por tanto no existe realmente un orden concreto de visionado, no es mala idea hacer caso al orden oficial, establecido por sus responsables, que aconseja reservar este episodio para el final. Sobre todo porque el propio capítulo aprovecha su naturaleza de galería para exponer una colección de guiños a otras entregas, de temporadas pasadas e incluso de la presente, entre sus vitrinas y atrezo (hay huevos de pascua apuntando a «White Bear», «Fifteen million merits», «Hated In The Nation» o «Arkangel»).

Pero más allá de crear una mitología propia y autorreferencial este museo oscuro funciona de manera idéntica al especial navideño «White Christmas»: como una antología propia que utiliza a un par de personajes sospechosos de esconder sus propias tretas, el dueño de un museo de crímenes perdido en medio de la nada y una visitante del lugar, para enlazar tres pequeños cuentos que compensan su ajustada duración con mala leche. El primero de ellos propone una tecnología capaz de permitir a los doctores sentir las dolencias de sus pacientes, un avance científico que acaba convirtiendo a un médico en yonqui y protagonista de una pesadilla sangrienta. Una historia salvaje con aciertos maravillosos que había escrito el mago Penn Jillette, tras una desgraciada estancia en un hospital español durante los años ochenta, y ha sido repescada por Brooker para su show al comprobar que encajaba en su universo sin problema.

La segunda narración contenida en «Black Museum» inventa un artefacto que permite habitar en el interior de la cabeza de otra persona y, aunque ya hemos visto algo similar en Cómo ser John Malkovich, el asunto, que degenera en reencarnación juguetera, resulta entretenido. La tercera historia presenta la ocurrencia más desasosegante: el uso de la tecnología para fabricar un fantasma real, o la posibilidad de inyectar la conciencia humana en un holograma convirtiendo la tortura eterna en una condena posible. Un planteamiento tan genial como angustioso con el que el guion se permite recrearse y ensañarse hasta cerrar el episodio.

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A la hora de hacer recuento se confirma que Black Mirror sigue en forma: un par de capítulos brillantes («USS Callister» y «Black Museum»), un trío competente («Cabeza de metal», «Arkangel» y «Hang the DJ»), un thriller correcto («Cocodrilo») y la sensación de que al show parece que no se le acaban las ideas y siempre es capaz de proponer algo diferente.

La actriz Kiran Sonia Sawar nos comenta entre tomas que la serie nunca concreta en qué año transcurren sus historias porque le gusta insinuar que se ubica en un futuro no demasiado lejano. La línea aérea que utilizamos para volar de vuelta ha decidido hacer más llevaderas las horas de viaje instalando una pantalla táctil en cada uno de los asientos del avión. En ellas se pueden navegar entre una selección musical, un catálogo de películas, que van desde Loca academia de policía a Escuadrón suicida, y capítulos de series como Friends o Padre de familia. Durante el trayecto, el avión lidia con diversos tipos de turbulencias, cuando las sacudidas son especialmente bruscas la pantalla acoplada a cada butaca se vuelve negra y los pasajeros pueden ver su cara de susto reflejada en aquel espejo oscuro. Minutos antes, un vídeo de la compañía aérea explicaba las normas de seguridad en caso de accidente de avión disfrazándolas de manera casi poética: con escenas idílicas en paisajes islandeses que disfrazaban los pasos a seguir en una evacuación de urgencia. En aquellas imágenes, una pareja joven saltaba en bañador a un lago natural para instruir sobre cómo abandonar la nave por el tobogán de emergencia y una mujer se agachaba jugando con sus hijos en medio de un paisaje de postal adoptando la posición más recomendable en caso de catástrofe. Aquel futuro no demasiado lejano que comentaba Sawar está más cerca de lo que creemos.

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