Aug 1st 2017, 08:07, by E. J. Rodríguez
Review with Miles Barlow. Imagen: ABC1
¿Imaginan un programa de TV donde el presentador se someterá a cualquier experiencia que ustedes propongan para después puntuarla? Pero cualquier experiencia, por peligrosa, aberrante, inmoral o ilegal que pueda ser. Pues bien, esta es la base sobre la que hace algunos años se construyó la serie australiana Review with Myles Barlow, uno de los ejemplos más desquiciados de ficción humorística televisiva del siglo XXI. La clase de serie de la que muchos no habrán oído hablar quizá, pero que es un auténtico descubrimiento desde el mismo momento en que uno termina de ver el primer episodio.
En realidad, vamos a hablar no de una serie, sino de dos: la original australiana y la posterior versión estadounidense, titulada simplemente Review, aunque a veces se la llama Review with Forrest MacNeil. Por lo general, los remakes americanos de series británicas (o australianas en este caso, cuyo estilo de humor es muy parecido al británico) no suelen aportar nada interesante, o como poco pervierten la naturaleza del modelo para vender otro tipo de producto. Por citar dos ejemplos famosos: House of Cards pasó de ser un extraño cuento fáustico con hechuras hitchcockianas en el original británico a ser otro tipo de relato, más pensado para audiencias extensas, aunque tan distinto que a duras penas se puede hablar de adaptación. Pero, bueno, son dos series para dos momentos diferentes, algo que con el drama es fácil de conseguir simplemente cambiando el enfoque. Con el humor la cosa ya es más peliaguda, porque el cambio de enfoque acostumbra a ser para peor. La estadounidense The Office fue una reelaboración para todos los públicos del original británico, que era mucho más inteligente y sutil, y, sin restarle los méritos que tenga, buena parte del encanto del original se quedó por el camino. Los productores estadounidenses suelen rebajar el tono, eliminando además aquello que es demasiado abstracto o está hilado con demasiada finura, y todo para complacer a una audiencia más amplia. Así, casi siempre se pierde aquello que hacía especial al original. En el caso de las dos Review, sin embargo, la secuela estadounidense ha sabido darle una vuelta de tuerca al concepto original y, aunque ofrece un humor distinto y algo menos atrevido, es prácticamente igual de válido. Ambas series se parecen en la forma, pero difieren mucho en el fondo, así que pueden ser vistas de manera complementaria. Veamos por qué.
Review with Myles Barlow fue concebida por el actor australiano Phil Lloyd, que interpreta al protagonista, y por Trent O'Donnell, que dirige los episodios. La idea se basaba en el formato de falso reality show que puso de moda The Office, pero con una ocurrencia brillante: se simulaba un programa televisivo cuyo presentador, el crítico Myles Barlow, no se dedica a puntuar libros o películas, sino experiencias de la propia vida real. La audiencia le envía mensajes en plan «¿Cómo sería tener una adicción?», «¿Cómo sería practicar sexo con un prostituto masculino?» o «¿Qué se siente al divorciarse?», y Myles Barlow, con una robótica profesionalidad, se lanza de lleno a vivir esas cosas en carne propia para poder después ofrecer una crítica razonada, acompañada de la consabida puntuación de una a cinco estrellas. Este enfoque permitía que en la serie entrase casi cualquier situación imaginable sin necesidad de justificarla con un argumento, y ya pueden hacerse a la idea de la cantidad de disparates que Lloyd y O'Donnell idearon para el guion.
Además del ingenio de los diálogos y la comedia situacional, buena parte de la gracia estaba en la contemplación del propio presentador que, pese a su aspecto y sus maneras totalmente convencionales, es un individuo que en lo más hondo de su ser carece por completo de mecanismos de control de sus impulsos. Presentando el programa es frío y aséptico, pero las sugerencias de los oyentes le permiten embarcarse en vivencias extremas, dejándose arrastrar por las circunstancias sin ningún tipo de cuestionamiento moral o de simple sensatez. Por ejemplo, cuando le preguntan «¿Cómo es creer de verdad en uno mismo?», Barlow acaba en manos de un gurú motivacional que, ni corto ni perezoso, le convence de que va a intentar llegar nadando hasta Nueva Zelanda. Una idea completamente estúpida, desde luego, pero así es Barlow: una vez se ha lanzado, ya nada puede pararlo. Esa ausencia de barreras, ni que decir tiene, da pie a que se vea metido en una indescriptible retahíla de tesituras completamente absurdas, cuando no aberrantes. El humor con el que se desarrollan los segmentos es bastante negro y muy, muy políticamente incorrecto. Por ejemplo, cuando le sugieren evaluar la vida desde el punto de vista de un racista, se dedica a rechazar a todo aquel que no sea blanco y australiano, incluyendo a personas con las que antes tenía buena relación, y prescindiendo con un insultante desparpajo del 99% de taxistas y dependientes de comercio, o tirando todo aquello que haya sido fabricado por asiáticos. Otro ejemplo: cuando tiene que evaluar cómo es ser un gilipollas, decide hacerse amigo del tipo más gilipollas que encuentra para seguir su ritmo de vida, lo que termina con ambos llevando a varias menores de edad a un apartamento, donde las emborrachan para intentar llevárselas a la cama, mientras un Barlow ebrio dice a la cámara que eso sea «posiblemente ilegal». Como ven, los autores de la serie no se anduvieron por las ramas, pero tanta osadía era necesaria para que la idea pudiera ser llevada hasta el extremo cómico de manera coherente: Myles Barlow se toma muy en serio su trabajo como crítico, y las barreras morales o el concepto de cortesía y respeto entre seres humanos no son motivo suficiente para que se abstenga de cumplir con su «deber». Todas estas animaladas, imposibles de ver en otras series más domesticadas, son tratadas con acidez, pero también con la habilidad suficiente como para que nadie con dos dedos de frente pueda sentirse ofendido. De hecho, en ocasiones emergen críticas tan demoledoras a la sociedad australiana (y occidental en su conjunto) que el tono tan aparentemente amoral de la serie encierra mensajes bastante más elaborados de lo que creíamos en un principio.
El trabajo de Phil Lloyd interpretando al alocado Barlow es brillante. De cara al exterior es un periodista completamente convencional y anodino, que habla con las inflexiones de voz más típicas de un presentador modélico. Cuando resume sus experiencias para puntuarlas, lo hace con el tono quirúrgico y desprovisto de emoción que esperaríamos de un autómata programado para presentar un show. La gracia, como digo, está en el interior del personaje, que la interpretación de Lloyd nos permite contemplar a ráfagas. Tras la fachada de perfecto periodista se esconden hilarantes tendencias al caos y la autodestrucción. Sin embargo, al final de cada segmento Myles Barlow vuelve a estar siempre ahí, con su traje impoluto y su vida intacta, como si nada hubiera pasado: una pulla al distanciamiento de noticiarios y demás programas con respecto a las desgracias del mundo.
Review with Forrest MacNeil. Imagen: Comedy Central.
En precisamente en ese punto donde la versión estadounidense introduce un elemento muy interesante que, insisto, hace que merezca la pena verla por sí misma. En el remake, el presentador Forrest MacNeil ya no es una especie de Terminator que sale inmune de todos los delirantes episodios, sino que sufre de manera permanente las consecuencias de todas sus acciones. De este modo, vemos cómo su vida y su propia psique se van viniendo abajo episodio tras episodio, y las tres temporadas (dos regulares más un desenlace de solo tres episodios) narran la demolición inmisericorde del propio MacNeil, con una aureola de tétrica predestinación propia de las profecías bíblicas: solamente con ver el primer episodio, nos queda claro que la vida del tipo va a terminar en completo desastre si no abandona el programa. Cosa que, por descontado, nunca llega a hacer. Forrest MacNeil, impulsado por una fanática cerrazón, continúa contra viento y marea, convencido de que lo suyo es una misión que ayuda a avanzar el conocimiento de la raza humana sobre sí misma. Así, acepta con mesiánica resignación las cada vez más terribles secuelas de sus experimentos. Esto distancia el remake de la serie australiana, que se centraba en un humor situacional y en las dobles (y triples) lecturas, mientras que la versión estadounidense se centra sobre todo en el catastrófico sino del propio personaje protagonista. Myles Barlow era invulnerable a las barbaridades que comete en su programa, y el alejamiento emocional con el que habla para puntuar cada experiencia reafirma esa idea. MacNeil es más de carne y hueso, y por lo tanto más simpático para el espectador, en el sentido de que resulta más fácil compadecerlo. Aunque cabe hacer notar que esta vez los americanos no han optado por introducir un elemento de melodrama, al contrario: si bien vemos cómo MacNeil va destruyendo su entorno, sus relaciones y a sí mismo en una antológica espiral descendente de estupidez, el punto de vista con el que se narra su desgracia es siempre despiadado y sarcástico. Es verdad que en el formato americano el humor no es tan cafre como en el original australiano, y también es cierto que, como era de esperar, los chistes son mucho más directos y menos sutiles. Aun así, el remake conserva suficiente mala leche como para que no podamos hablar de un producto descafeinado, y la trama añadida de la destrucción personal de MacNeil supone, por una vez, un añadido astuto (y muy bien entrelazado en los episodios) al material de base.
Con ese nuevo enfoque era inevitable que la versión americana introdujera personajes secundarios, aquellos que conforman el entorno vital del kamikaze Forrest, pero todos ellos están muy conseguidos y no desequilibran la balanza. Tenemos a su mujer (una espléndida Jessica St. Clair), que contempla con creciente desconcierto la desquiciante metamorfosis del presentador. Tenemos al maquiavélico productor que evita que Forrest abandone el programa cuando tiene momentos de debilidad. Hasta se introduce a una copresentadora, parodia de una «azafata florero» sin mucho cerebro, que se encarga de leer los mensajes de la audiencia: pese a tratarse de un personaje plano sobre el papel, la actriz Megan Stevenson lo encarna con inteligencia y un fantástico sentido de la medida. Aunque lo más destacable, cómo no, es el impresionante trabajo del propio actor protagonista, Andy Daly: su tratamiento del personaje central, pese a los puntos en común que tienen a primera vista, termina siendo bastante diferente al original, aunque comparable en cuanto a eficacia. De hecho, ni siquiera sabría decir cuál de los dos presentadores de Review es mi favorito, la clase de duda que casi nunca me surge con las adaptaciones estadounidenses de comedias procedentes de otros países anglosajones. Esto, huelga decirlo, es un considerable mérito de Daly, cosa que hasta en Australia le han reconocido. Así pues, aunque la Review estadounidense rebajó algunos filos y no se atrevió a llegar tan lejos en determinados momentos, sería injusto decir que desmerece o que se puede prescindir de ella si ya se ha visto el original. Es menos intrincada, sí, y algo más asequible también, pero no sufre demasiado por la comparación con la Review australiana y ambas pueden ser disfrutadas por separado sin ningún problema.
Las dos Review han tenido menos repercusión de la que merecen (la americana, lógicamente, es más conocida que la australiana, pero tampoco ha sido un bombazo). Y es una lástima, porque estoy convencido de que son el tipo de serie cómica distinta y delirante que mucha gente anda buscando. Eso sí, si es usted aficionado a indignarse cada semana en Twitter por un asunto distinto, no son estas dos series para usted. El original australiano se estrenó hace ya casi diez años, cuando el mundo no vivía aún en una escandalera constante, y me pregunto qué diría hoy el sector más tiquismiquis de la audiencia con algunos de los episodios más salidos de madre. El remake americano es más reciente, puesto que ha terminado este mismo año 2017, y hay que valorar que se hayan atrevido a sacar adelante algo así en estos tiempos de hipersensibilidad psicótica generalizada, porque incluso esta nueva Review más suavizada contiene momentos capaces de alterar la tensión arterial de los paladines de los -ismos más diversos imaginables. En cualquier caso, muy recomendables ambas, y dos maneras de desarrollar una misma idea, aunque siempre al servicio del humor enloquecido. O, como dirían sus respectivos presentadores: «Review, cinco estrellas».
La entrada Imprescindibles: Review aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.
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