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Shortcuts. En los arcenes de un país en guerra
Llegar hasta un frente de batalla es mucho más complicado de lo que parece. Raras veces, diríamos que nunca, se habla de los preliminares tras el bang-bang; la pesadilla burocrática de permisos especiales, fotocopias, sellos, acreditaciones y reuniones con los que se encargan de validar todos los documentos.
El frente puede ser un caos pero en el pasillo que lleva hasta él no se deja nada a la improvisación. Muchos colegas se mosquean durante el tedioso proceso: «soy periodista de Tal y Tal», esgrimen a menudo, impertinentes e incrédulos ante la negativa de los morenos a extender una alfombra roja para los hombres blancos que el prestigioso Tal y Tal ha enviado con un guardaespaldas que cobra mil quinientos euros al día.
Tras entregar los papeles nos han preguntado qué clase de medio es Jot Down. Como no podía ser de otra manera, hemos hablado de esa revista referencial e influyente que todo el mundo lee en casa, sin excepción. Es el Tal y Tal español. Así, dejarnos llegar hasta el frente redundará en una serie de reportajes que sacudirán las conciencias de la opinión pública que, como todo el mundo sabe, se traduce, siempre, siempre, siempre, en un gesto político de nuestros gobernantes. La democracia es lo que tiene, llevar a Jot Down al frente va a ser la repolla en cuanto a apoyo logístico, político y moral para esta gente.
No son idiotas pero nos han dejado cruzar el pasillo igualmente.
Una carrera en un Hummer que trompea entre el escombro para llevarnos a la primera línea (hay que llegar hasta allí porque, si no, no vale). Olía a muerto nada más bajarnos del blindado. Probablemente venía de aquel bulto tapado por un cortinón arrancado de un primer piso. El otro colgaba aún por fuera de una ventana sin cristales. Las dos piernas, a unos diez metros junto a un muñeco de Epi (de Epi y Blas), serían suyas.
Una carrera agachados por tejados; luego entre agujeros en tabiques que llevan a casas donde las habitaciones de los críos están llenas de casquillos. Otras son negras; cama, muebles, paredes, cuadros… todo quemado, como un azul de Picasso pero más oscuro. Adolescentes que fuman mientras sus compañeros disparan por agujeros en la pared. «Están justo en la casa de en frente», nos dice un chaval en chancletas. Qué bien quedaría eso para la tele, hemos comentado, una centésima antes de darnos cuenta de que les estábamos jodiendo el plano a los de Tal y Tal.
Alguien ha dado las coordenadas de los hijos del monstruo que nos quieren matar a todos. A los pocos minutos, una bomba escupida desde del cielo devuelve la paz al fantasma de lo que una vez fue un barrio.
Luego alguien ha traído pollo con patatas y Pepsi.
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