Monday, August 7, 2017

Jot Down Cultural Magazine: Apuntes del país increíble

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Apuntes del país increíble
Aug 7th 2017, 23:04, by Íñigo Domínguez

Fotografía de Antonello Nusca.

Apuntes hallados en el cajón de un corresponsal en Roma por su sucesor, que encontró su piso revuelto y patas arriba, como tras una marcha precipitada. El hombre entró en crisis el día en que le pidieron, en una de esas temibles rondas de corresponsales, escribir algo sobre cómo son los italianos y si se parecen a los españoles. Pero algo ligero, para el fin de semana. Tras un mes de baja con ansiolíticos fue trasladado a París, donde vive plácidamente. Estas son sus notas, las que eran inteligibles, escritas en un cuaderno.

—Llegar a Roma es como cuando entrabas en casa de tus abuelos.

—Un hotel de cuatro estrellas italiano suele ser de tres y costar como uno de cinco.

—En España las camas matrimoniales tienen una almohada grande. En Italia, dos pequeñas.

—Es cierto, comen pasta prácticamente a diario.

—No tienen espárragos en lata, ni aceitunas rellenas, ni chorizo, ni donuts.

—No conocen los percebes. He tenido que mostrar fotos para que supieran de qué estaba hablando.

—Parecen regirse por un desconcertante axioma: si puedes engañar a alguien y no lo haces, eres tonto. Como extranjero recién llegado lo sufro a diario.

—Hay cosas increíblemente caras: el dentista, el seguro del coche, la gasolina, el pescado… No tiene explicación, alguien está robando un montón de dinero.

—Es increíble, tienen una de las mayores presiones fiscales del mundo, la gente vive abrasada a impuestos. Con unos servicios públicos e infraestructuras a menudo tercermundistas. Alguien ha estado robando un montón de dinero.

—¿Cómo vive la gente, cómo hace para vivir? No lo entiendo.

—No se hacen nunca un huevo frito. No fríen casi nada, en realidad. Hay una asombrosa variedad de frutas y verduras, que saben a lo que tienen que saber.

—En realidad en España no existe la dieta mediterránea, es un mito.

—Los besos en España se dan de izquierda a derecha; en Italia, al revés. Por eso italianos y españoles se dan coscorrones cuando se besan.

—Nunca hay que besar a una italiana cuando te la presentan, les resulta violento; es un paso posterior si hay ya cierta confianza. Las formas son muy importantes.

—Los periódicos en Italia no se leen, se descifran.

—En el periódico suele venir la noticia y al lado, el retroscena: qué es lo que hay detrás de la noticia.

—España es noticia en Italia cuando a un torero le pilla un toro, y poco más. Italia es noticia en España continuamente.

—No recuerdo la última vez que oí hablar de los servicios secretos en España. Aquí, todos los días.

—Tal vez la clave es que, en el fondo, en Italia no hay secretos, todo sale a la luz y contribuye al caos general. Llevo aquí meses y aún no entiendo nada.

—Italia es un país que el día que vas puede que esté cerrado por huelga.

—En Italia el prospecto de un medicamento se llama bugiardino, «mentirosillo». Ejemplo: «Mira el bugiardino antes de tomar la pastilla». Otro concepto clarificador es el presupuesto que te hace un fontanero o similar: se llama preventivo.

—Hay dos Españas, por lo visto, pero cientos de Italias. Es un país faccioso, de facciones, y también en la segunda acepción del término: «Inquieto, revoltoso». Mis impresiones son más bien de Roma, no sé si son extrapolables.

—En Nápoles hubo una vez una huelga de los empleados de mantenimiento de los semáforos. A media mañana ya no funcionaba ninguno. El tráfico fluyó todo el día con normalidad.

—Siempre hay cosas o personas que se cree que traen mala suerte, pero es que en Italia se lo creen realmente. Son muy supersticiosos.

—Supongamos que hacemos esta pregunta a un italiano y un español: ¿Esto es blanco o negro? Español: «Blanco». Italiano: «Beh… Non posso non dire che… sicuramente è tutt’altro che nero, ecco, direi, praticamente, che sarebbe diversamente nero, cioè, forse bianco» («Bueno… No puedo no decir que… seguramente es todo lo contrario de negro, esto es, diría, prácticamente, que sería diversamente negro, es decir, quizá blanco»).

—¿Cómo explicar lo anterior? Buscan ganar tiempo para estudiar la situación, no exponerse, no cerrarse puertas.

—Lo no conocido es territorio de alto riesgo. Un conocido en terreno desconocido reduce la amenaza. Se considera temerario ir al hospital o llevar el coche al taller sin un intermediario de confianza.

—No existe el sentido del deber, es increíble.

—Les importa muchísimo lo que piensen los demás. Llevado al extremo, desemboca en un arte de la adulación en el que son incomparables; aunque solo sea un papel más para un español sería imposible descender a los niveles de peloteo que se pueden alcanzar aquí cuando alguien les interesa. También tienen una gran atención al exterior, a otros países. El español es más cerrado, España está más replegada en sí misma.

—Es significativo lo que se suele leer en algunos bares de España: «Es un día maravilloso, verás como viene alguno y lo jode».

—El español suele estar enfadado y a veces se alegra; el italiano suele estar alegre y raramente se enfada. Ni cuando debería, y así les va.

—Entre Italia y España hay una gran incomunicación cultural: apenas llegan de uno a otro país las películas, los libros… Históricamente, siempre que ha llegado influencia de Italia a España la ha dulcificado, de Garcilaso al Renacimiento, o con Velázquez pintando en Roma, hasta la comedia a la italiana de Berlanga. Desde hace años solo llegan cosas ñoñas, como Laura Pausini o el tipo ese de los candaditos.

—En Italia tampoco nadie ha leído el Quijote.

—Italia es un país no gobernado, abandonado a sí mismo, y a los italianos, que deben arreglárselas para sobrevivir en él.

—Es una sociedad tribal, de microtribus, chocando unas con otras.

—El rasgo más colectivo, si hay uno, es la vanidad, pero en una curiosa derivación que no siempre es negativa, sino teatral. Un ansia de figurar. De ahí una expresión clave: hacer una bella figura, quedar bien, o una figura di merda, quedar fatal, pero siempre desde el punto de vista actoral, interpretativo. Esta vida de representación explica la retórica, los rituales, las formas, el decoro, las hipocresías, las jerarquías, los uniformes. La estética. Los italianos no soportan la falta de estética y de atención a los detalles, la falta de cuidado de los objetos, del campo visual. El español tolera mal la estética, que para él es afectación, ausencia de llaneza, cree que la esencia no está en lo material y las cosas no son importantes. Es torpe con las apariencias.

—Todo italiano es un personaje.

—Lo peor que les puede pasar es una caduta di stile, una caída de estilo, como perder el personaje.

—El italiano no se toma en serio, al contrario que el español, pero sí cree mucho más en su personaje. La máscara es lo importante. En ese sentido es realista. El español, idealista. El italiano es muy autocrítico, no se engaña.

—Tienen una capacidad retórica nata para hablar en círculos y usar los matices como toboganes de una frase a otra. Demoran lo posible llegar a la esencia del asunto o a lo que quieren decir.

—El italiano es complejo, y si no, se lo hace. El español es más bien binario, le calas enseguida y se jacta de ser simple, claro, directo.

—Los italianos escuchan muy bien, porque estudian al que tienen delante; el español escucha muy mal. Del mismo modo, el italiano necesita un auditorio, pero al español parece que le basta con hablar a una sola persona, y así en una mesa se suelen solapar varias conversaciones a la vez, todas bilaterales. Binario, ya digo.

—El italiano vive con una sospecha congénita: nada es lo que parece y siempre hay algo detrás. Por eso la vida es estrategia y representación, maquinación y máscaras. De ahí que en el fondo sea como un juego, donde se gana y se pierde. Y esto lo tienen clarísimo, no quieren perder. Se toman el juego en serio, aunque a veces sea divertido.

—En estas condiciones, ligar es un dolor de cabeza, un juego demencial, con cortejo a la antigua.

—Otra vez huelga, como todos los viernes, es increíble. Nunca un miércoles.

—Italia no es un país serio. Son genios de la parodia, el sarcasmo, la sátira y la ironía, las armas literarias contra el poder y las convenciones. En la práctica no es un país de revolucionarios. Pero sí de héroes y locos geniales.

—Porque nadie es más serio que un italiano serio, como nadie es más serio que un niño serio.

—Porque tienen un punto infantil único, atolondrado, irresponsable, gamberro, lúdico, encantador, bambinesco decía Fellini. Han inventado la nutella, la nocilla, los cromos Panini y el Don Miki (Topolino) es una pasión nacional. Los adultos dicen papá y pipí y comen muchos helados.

—Un italiano parece incapaz de hacer una fila, cada uno se cuela como puede. Nadie se erige en juez de nadie. La justicia tampoco es muy de fiar. Solo queda el juicio final, esperando que no exista o que sea broma y luego se quede en nada.

—Es increíble la selva de burocracia y papeleo. Andan todavía con el fax y los cheques, nunca se sabe con total seguridad el cauce legal de un asunto o qué documentos hacen falta para cada cosa, depende de con quién hables. A una pregunta clara parece no haber una sola respuesta. No hay ninguna certeza. No sé cómo el país no se derrumba.

—Es imposible luchar contra esto. Solo cabe la paciencia y la resignación, estarías todo el día protestando en todas partes. Es increíble.

—La forma de ser del italiano es la única posible para no volverse locos, es una cuestión de supervivencia de la especie.

—Quizá por todo ello saben gozar de las cosas buenas de la vida.

—Es increíble cómo tratan a la mujer, todas esas tías florero en cada programa de la tele. Es un machismo casi natural, que no les parece ofensivo y que defienden como exaltación de la belleza.

—No se cogen el puntillo, no se emborrachan, no se arriesgan a hacer el ridículo. El español en eso es más primitivo. También por eso decía que ligar es más difícil.

—No beben copas y no tienen ni idea de ponerlas. No hay un sitio en toda Roma donde te sirvan un gin-tonic decente.

—Al español le fascina el talento italiano para el matiz, la sofisticación. El italiano admira su seriedad.

—Lo que más suele chocar y hacerse insufrible a un español que llega a Italia es la falta de naturalidad, sea como sofisticación o como artificio. Son negados, se sienten vulnerables. Nosotros a ellos les parecemos un poco hoscos. En cierto sentido lo admiran, por su aparente nobleza y autenticidad, como si su país estuviera ya degenerado, pero les parece que ellos no se lo podrían permitir. No viviendo en Italia. Es culpa de Italia, de cómo es, por lo que ellos son así. El italiano tiene una pésima opinión de los demás italianos, un colectivo que empieza donde termina la familia, los amigos y el círculo de confianza. El español, ahora lo veo, tiene una fe auténtica en el ideal, en el bien, en lo justo, en una salvación, en ser recompensado. Es un ingenuo.

—En Italia el peor pecado es parecer tonto. En España, parecer listo.

—El español prefiere pasar inadvertido, no destacar. El italiano sobreactúa, llama la atención, le gusta ser protagonista, mostrar sus cualidades, busca la complicidad de los demás.

—Ven la vida muy crudamente, no se hacen ilusiones —en cambio son grandes soñadores— y tienen un fondo muy pesimista, más oscuro que el español. Se esconden en el estereotipo. El italiano es radicalmente práctico, por encima de otros valores. El español considera que hay una cierta grandeza de espíritu en los actos desinteresados. Esto es absolutamente incomprensible para un italiano.

—En Italia la naturalidad está en el arte. En cientos de rincones se respira un estado de gracia y el misterio de la armonía.

—Muchos niños italianos hacen esgrima.

—A los italianos les encanta España. Porque funciona, es lo que siempre dicen.

—Si Italia funcionara sería sin duda el país más maravilloso de la tierra, pero todo no se puede.

Giulio Andreotti visitó España cuando arrancaba la Transición y le pidieron su opinión sobre la situación política. «Manca finezza», dijo («Falta finura»).

—Su colega democristiano Aldo Moro utilizaba conceptos como «convergencias paralelas».

—En Italia se sabe más o menos de qué equipo de fútbol es cada figura pública, es una seña de identidad importante, reconocible. Hay peñas de cada club dentro del Parlamento que reúnen a políticos de partidos distintos en una ideología superior y mucho más sólida, porque a menudo cambian de grupo, pero jamás de equipo.

—He estado unos días en España. Qué maleducada es la gente, cuánto gritan, qué nivel de provincianismo. También somos más feos.

—Una de las primeras cosas que hago al llegar a Italia, a veces en el mismo aeropuerto, es tomar un café como es debido.

—Uno piensa que la televisión italiana es mala hasta que ve la española.

—En Italia salen muchos curas y monjas en la tele, siempre hay una serie con uno, y también te los encuentras por la calle.

—Estando bastante mal, los italianos no están tan enfermos con el móvil como los españoles.

—En Italia puedes cruzar la calle por el medio y te dejan pasar; en España el conductor casi amaga con atropellarte para hacerte ver que estás infringiendo una regla y que la fuerza de la ley está de su parte.

—Si a una guerra vas con España te matas seguro. Con Italia solo si no hay más remedio, y una solución se encuentra casi siempre.

—En Italia no hay burdeles, tienen a las chicas por la calle. Cuando van a España flipan con los clubs de carretera.

—En Italia ya sabían de Fórmula 1 antes de Fernando Alonso.

—En Italia puedes no entender a nadie a una hora de tren en cualquier dirección. El italiano es un logro de homologación de la televisión en los años cincuenta. La mitad de la población habla en dialecto en su casa y con los amigos.

—Me han vuelto a engañar con las vueltas en la carnicería. ¿Por qué? ¿Es que no piensan que están perdiendo un cliente para mañana? No logro comprender esta manera de pensar a corto plazo, tan suicida.

—En los partidillos de fútbol, incluso entre amigos, los italianos lo dan todo, se pegan, simulan faltas, las pitan, quieren ganar como sea, son muy competitivos.

—En España el concepto religioso más importante es la culpa y la penitencia; en Italia, el perdón. No se mira ni el antes —culpa— ni el después —penitencia—. En este sentido es un país piadoso. Y dicho sin retintín, el italiano se apiada de forma muy humana de las penas del otro. El español cree más bien que, de algún modo, se lo tiene merecido. El italiano espera el perdón, pero nunca lo pide, porque nada es culpa suya. El mundo es así, injusto.

—En Italia hay volcanes y terremotos, como en un país remoto.

—En las ruedas de prensa italianas es raro que comparezcan menos de cuatro o cinco personas, a veces muchas más. Luego no suele haber preguntas, sino intervenciones de los periodistas, que opinan sobre el asunto en cuestión.

—En Roma se puede conocer a mucha gente que no se sabe exactamente de qué vive y que vive bien.

—Los españoles, para las modas, van todos iguales, hay más borreguismo. Se ve mucha gente vestida igual por la calle, de forma distintiva, como seña de identidad. Siempre forman parte de un grupo o una tendencia, no suelen ir en solitario.

—Es increíble. Un millón de personas viven en la zona prohibida en torno al Vesubio y no hay plan de fuga, si hay una erupción será una catástrofe. Increíble.

—Cuento cosas de aquí y no me creen, piensan que exagero.

—En los momentos más oscuros de la Baja Edad Media en Roma llegaron a vivir solo unas treinta mil personas. Pero es que ya era así, tan grande como hoy, monumental, como un gran decorado abandonado y vecinos solitarios que vagaban entre las ruinas.

—Roma es irreal, es como un gran escenario teatral. El barroco, invención romana, es puro teatro. Los romanos se mueven en él como extras mal pagados, cínicos y descontentos.

—Los españoles creen vivir en un país de pandereta, el más chapucero, corrupto e impresentable del planeta, cuando visto desde aquí es Suiza.

—Cuando dices que eres español es muy frecuente oír: «¿De dónde? ¿De Barcelona?». Es la primera ciudad en la que piensan, no Madrid, es curioso. Adoran Barcelona.

—España e Italia ignoran mutuamente sus vinos, y hacen muy mal. Ambas admiran los vinos franceses.

—En Italia creen que vivir rodeado de belleza es una respuesta sabia al enigma de la vida. En España la belleza es como de maricones, un equívoco ancestral clave de nuestra identidad.

—Al italiano que aprende español le suele resultar difícil comprender los matices de conceptos estéticos muy ibéricos: hortera, cursi y cutre.

—Aquí lo que es bello de ver es bueno, el concepto griego clásico. Lo que no es bello de ver se esconde o se simula. Lo importante son las apariencias, porque al fin y al cabo es lo real. Lo real es una ficción y a veces parece de cuento (Venecia). Como un Matrix mediterráneo. Pero lo oculto también es totalmente novelesco, supera toda capacidad de fabulación. Luego cada uno hace lo que le da la gana.

—Todo esto que digo se lo oigo decir a ellos mismos. Pero otra cosa es que se lo diga un extranjero. Eso les toca los cojones, y tienen razón.

—Roma es una ciudad con fotos de papas en los restaurantes. Al lado suele estar Alberto Sordi comiendo pasta y Totò.

—Con el Vaticano hay un equívoco de perspectiva. Como en Italia lo tienen dentro, sede mundial del catolicismo, creen que es el centro de mundo. Hay noticias del Vaticano que abren el periódico y apenas cuentan en el extranjero. En realidad, Italia es una especie de reserva, parada en el tiempo, que reproduce el hábitat ideal para el Vaticano, con una mojigatería inverosímil de fondo. Gobiernos serviciales, hospitales donde se hace objeción hasta a la epidural, porque la mujer tiene que parir con dolor, sin reconocimientos a parejas de hecho ni heterosexuales y donde homosexuales famosos y de cajón hacen todavía como si no lo fueran.

—En Italia nadie sale del armario.

—La mayor sorpresa es descubrir una sociedad completamente amoral, no inmoral, bajo un manto de desfasada moralina.

—La única regla respetada y comprensible es la estética, que al final es la única moral.

—El señor italiano de edad no se viene abajo. Se cuida, si tiene melena la ostenta, si no, se pela y se broncea, se pone pantalones de colores, se sube los cuellos del polo, algunos llevan gorras a la americana. Intentan mantener un estilo.

—Italia está drogada de política.

—No cuentan chistes casi nunca, salvo Silvio Berlusconi. Los españoles son muy de contar chistes.

—Si la base de la Iglesia hubiera sido España o cualquier otro país, quizá no habría llegado hasta hoy. San Francisco no podía haber nacido en Tordesillas, ni san Ignacio en Nápoles.

—Cuando el Nápoles ganó la liga pintaban los perros de azul y escribieron en el muro del cementerio: «Lo que os habéis perdido».

—Son gente que cuando se proponen una cosa la hacen a niveles de perfección sobrehumana, casi divina o infernal, según el caso. Lo bello es lo más bello, lo malo es horroroso. Estiran la vida hasta sus límites, son un pueblo exageradamente vital.

—En Italia no hay nada absoluto, todo es relativo. Por eso una de las respuestas más comunes a una pregunta, cuando uno quiere convencer al interlocutor de su seguridad es: «Assolutamente si» o «Assolutamente no». Pero se suele usar con preguntas sobre asuntos de escasa relevancia.

—Todo es negociable. Incluso en la tienda más estirada se prueba a pedir un descuentillo, y a veces te lo sacas.

—Italia es el país menos moderno que existe, pero eso no quita que sea el más original, quizá por eso mismo.

—Con todo, es una curiosísima combinación de tradición fósil y gran rapidez intuitiva para apuntarse a la última pijada de moda, o a menudo crearla. Hay muchos cambios, pero en la superficie.

—Cuando llegué a Roma, en el dos mil y pico, no había supermercados en todo el centro, solo las tiendas de toda la vida. Tampoco había Zara y casi ninguna marca global. No conseguían penetrar en la ciudad.

—Cuando tengo un problema pienso qué haría un italiano en mi lugar, pero no estoy a la altura.

—No nos parecemos nada, pero nada, nada.

—Italia te prepara para la vida, cualquier vida, incluso en otros planetas.

—Viniendo de España, donde se exalta el orgullo local y si tienen cuatro piedras las magnifican con un museo interactivo, casi se agradece que en Italia no se den importancia, y ni te indican el Coliseo o cómo llegar a Pompeya. No entro en que es un desastre y no cuidan el turismo, no es eso, no es eso.

—En un rincón de la colina del Palatino, en Roma, están los restos de las primeras cabañas del que fue el primer núcleo de la ciudad, del siglo VIII a. C. Y ahí están.

—Este país no tiene arreglo, no tiene.

—Todo es broma.

—Es un país precioso.

—Son genios, genios.

—Gran país.

(En este punto las notas se vuelven incomprensibles, obsesivas. Siguen varias hojas en blanco y una frase en la última página)

Ahora que me voy, qué pena me da irme.

Jep Gambardella relajándose un rato en “La gran belleza” (Imagen: Medusa Film/Pathé/France 2/Indigo Film)

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