Dibujo de Mark David Chapman durante el juicio por el asesinato de John Lennon. Imagen: NYCPD.
Norman Mailer, siempre dispuesto a ofender, dijo en una ocasión que Salinger era la mayor inteligencia que no había pasado de secundaria. En el fondo lo que el autor de La canción del verdugo declaró es verdad, aunque lo hiciera impulsado por esa especie de pensamiento violento que conforma su personalidad de escritor raro. Doy la razón a Mailer en que la obra de Salinger tiene algo de desarrollo detenido, de árbol obligado a permanecer en el tamaño bonsái. Lo que creo que el bueno de Mailer no entendía, o no quería entender, es que a muchos de los lectores de Salinger (incluido el que firma este artículo) lo que nos seduce de su literatura es precisamente eso, que viva en un tiempo congelado y propicie que entendamos mejor el dolor de la persona que queda atrapada entre etapas, como si el ascensor de su vida se detuviera entre el piso de la adolescencia y el de la vida adulta.
El guardián entre el centeno es un libro demasiado especial, singular en la acepción más oscura del término. Por eso conozco tantas personas que afirman que es la mejor obra que han leído como que la detestan hasta reconocerse incapaces de resistir un par de páginas de su lectura. Esto ocurre porque hay un tipo de libros que existen solamente para ser amados u odiados, sin ofrecer un juicio intermedio. En esta categoría me vienen a la mente títulos como La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera, La pesca de la trucha en América, de Richard Brautigan, o La broma infinita, de David Foster Wallace. Los libros extremos tienen ese riesgo, ya se sabe, pero en el caso particular de El guardián entre el centeno yo quiero pensar que hay algo más, que existe algo más profundo que trasciende el sencillo binomio del me gusta/no me gusta al que estamos tan acostumbrados. Yo siempre he visto esta obrita de Salinger como un texto que incluye una llave que abre puertas en ciertas personas y en otras no. Puedes leerlo y quedar igual, porque ninguna puerta se ha abierto en ti, pero también puedes acabar el libro y sentir que Salinger ha pulsado uno de tus mecanismos interiores, cambiándote para siempre. La edad en que te acerques a la novela de este genio también es importante, claro. El guardián entre el centeno es uno de esos libros que es peligroso leer en la adolescencia, de modo que esa es la edad ideal para acercarse a él. Es muy posible que si entras por primera vez en el universo de Holden Caulfield con cincuenta años solamente consigas dormirte, o que si lo disfrutaste en tu juventud y ahora intentas releerlo lo contemples con la misma actitud condescendiente con la que percibes esas fotos en las que apareces con espinillas y un corte de pelo inverosímil o lees tus diarios de joven enamoradizo e inseguro.
La relación de El guardián entre el centeno con la sociedad, especialmente la norteamericana, nunca ha sido sencilla. Desde su primera edición en 1951, ha vivido de todo: campañas en su contra e intentos de prohibición, segundas partes no autorizadas (ardientemente perseguidas por el propio autor) y una larga lista de asesinos que se declaraban admiradores de la obra. También millones de lectores que disfrutaban la obra y no hacían daño a una mosca, pero de esos no se acuerda nadie, naturalmente.
Mucha gente acude a El guardián entre el centeno buscando una especie de santo grial de la mente humana, y quedan defraudados por el libro. La razón es que la obra de Salinger no es un buen libro si buscas todo. Solamente es una gran obra si te preocupa una cuestión concreta: el valor de la inocencia en tiempos sin moral. Cuando Mark David Chapman fue detenido por el asesinato a sangre fría de John Lennon, la policía informó de que el sujeto tenía consigo dos artículos: una pistola y un ejemplar de El guardián entre el centeno. Los agentes tuvieron claro qué había hecho con el primer objeto, pero el segundo de ellos inauguró una maldición que aún hoy está más presente en Estados Unidos de lo que pueda parecer. Si mañana hicieran el registro en casa de un delincuente juvenil y encontraran una copia de la novela subrayada y comentada, tengan por seguro que lo anotarían como una circunstancia más del caso.
Mark David Chapman compró el libro, asesinó a Lennon y se sentó tranquilamente a leerlo mientras la policía acudía a detenerle. Escribió en el libro «Esta es mi declaración», y firmó con el nombre del protagonista de la novela, Holden Caulfield. Cuando fue detenido declaró con la misma frialdad con la que había cometido el asesinato aquello de «Estoy seguro de que Holden Caulfield es una gran parte de mí, el protagonista del libro. Y el diablo debe ser una pequeña parte». Una de las cuestiones más curiosas y escalofriantes de la relación entre el asesino de Lennon y el personaje de la obra es que Chapman no se olvidó del libro ni mucho menos durante su larga estancia en la cárcel, ni dejó de concederle importancia al papel que el texto jugó en su locura sociopática de aquellos días. En una entrevista concedida en el año 2000 al todopoderoso periodista norteamericano Larry King, el asesino declaró (hablando de sí mismo en tercera persona, como si fuera una especie de Julio César psicopático): «El 8 de diciembre de 1980, Mark David Chapman era una persona muy confundida. Literalmente vivía en una novela barata (sic), El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger. Vacilaba entre el suicidio, tomar el primer taxi a casa de vuelta a Hawái o matar, como has dicho, a un icono». La interpretación que muchos autores han dado al funcionamiento de la mente de Chapman cuando cometió el crimen es que sentía que Lennon era uno de esos chicos que jugaban en el centeno y había que salvar, porque estaba siendo corrompido por la sociedad y abandonando su pureza.
Como consecuencia de esta nefasta leyenda, El guardián entre el centeno fue en 1981 a un mismo tiempo el libro más prohibido en los institutos norteamericanos y el segundo más recomendado. Lee Harvey Oswald, asesino de Kennedy, mantenía una copia del libro bien cerca de su cama. Ese mismo año un muchacho llamado John Hinckley Jr. intentó matar a Ronald Reagan, y en los interrogatorios no cesó de hablar del libro. En 1989 Robert John Bardo llevaba consigo (¿lo adivinan?) un ejemplar de la novela de Salinger cuando mató a la actriz Rebecca Schaeffer.
En nuestros días, la relación de la escuela americana con la obra de Salinger sigue siendo bastante especial, aunque la gente se vaya olvidando del tema y otros clásicos contemporáneos le disputen el trono. El trato de los colegios americanos con El guardián entre en el centeno puede resumirse en esta sencilla frase que he leído en alguna parte: es lectura obligatoria en todas aquellas escuelas en las que no está prohibido.
Todo el sentido de El guardián entre el centeno se encuentra en su título. Era tremendamente difícil traducir ese The Catcher in the Rye a cualquier otra lengua, pero hay que reconocer que en español se hizo un buen trabajo. No tuvieron tanta suerte los franceses: L’Attrape-cœurs (El atrapacorazones) es un nombre ominoso para la novela, como lo es el atrozmente inexpresivo Il Giovane Holden de la versión italiana. En un momento de la obra, Holden Caulfield explica cuál sería el único trabajo que podría atraerle: ver a los niños jugar en un campo de centeno junto a un acantilado. Dedicar tiempo a contemplarles mientras juegan, y ser la persona que les salva de caer al acantilado en el último instante. Holden Caulfield quiere ser una especie de guardián de nuestra inocencia, la persona que impide que los niños caigan a la vida adulta, donde todo lo verdaderamente bueno desaparece, siendo reemplazado por una sucia confluencia de intereses.
El libro cautiva porque nos muestra el mundo sin contar con la opinión de los adultos, centrando toda su atención en la manera en que un adolescente ordenaría la realidad. Leyendo los relatos cortos de Salinger tenemos frecuentemente la misma sensación: los protagonistas son a menudo niños tremendamente inteligentes que se niegan a asimilar lo que ven. No se ha dicho lo suficiente que la persona que siguió más al pie de la letra el mensaje —oculto o no— de sus libros es el propio Salinger. También se olvida que el autor escribió la obra tras un sufrimiento psicológico agudo, derivado de la presión bajo la que tuvo que realizar tareas de contraespionaje en Alemania, y que una vez conseguida la fama decidió recluirse y dar la espalda al mundo, no permitiendo siquiera que su fotografía apareciera en la solapa del libro. Intentó salvarse de caer al precipicio, siguiendo la simbología del libro. El primer relato de Salinger en el que Holden Caulfield está presente fue publicado por la revista Collier's en diciembre de 1945. Se tituló simplemente «I'm Crazy».
Como todo mito contemporáneo que se precie, la historia de El guardián entre el centeno también tiene su propia teoría conspiranoica, que se mueve entre el puro delirio y la novela de espías a lo Ian Fleming. Existe una auténtica corriente de opinión que liga el libro de Salinger ni más ni menos que a los experimentos MKUltra (Mind Kontrol Ultra) de la CIA. Este nombre de videojuego responde a un programa genuino creado y perfeccionado por la agencia norteamericana en los inquietantes años sesenta, que intentaba establecer un control mental sobre sujetos determinados, pretendiendo que un individuo pudiera preprogramarse y ser utilizado a voluntad para cualquier tipo de acción, incluida la muerte de otros humanos. Se dice que el MKUltra probó drogas, hipnosis y prácticas cercanas a la tortura para intentar alcanzar ese control total sobre la mente, pero también estímulos intelectuales que pudieran actuar como resorte para conseguir ciertas cosas de un individuo. La teoría, que cuenta con una bibliografía digital nada desdeñable, afirma que El guardián entre el centeno pudiera ser una obra que sabe tocar esos resortes asesinos que al parecer todo sujeto guarda dentro y que los chicos del MKUltra localizaron. La guinda del pastel de esta teoría loca para gente aún más loca es el dato no demasiado contrastado de que Mark Chapman, nuestro asesino de Lennon, estuvo recluido en un campamento de la CIA en su juventud, donde fue tratado con diversas drogas y terapias psíquicas. No sabemos si también tuvo acceso a buenos libros.
Woody Allen ha declarado más de una vez que El guardián entre el centeno es uno de sus libros favoritos, hecho que en mi caso sería motivo suficiente para olvidarme de la novela y dejar de escribir sobre ella. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en la obra de Salinger como uno de los relatos más bellos del camino, inevitable, a la pérdida de la inocencia. Cuenta la leyenda que una vez un estudiante de Arkansas levantó la mano en clase para preguntar a su profesor de literatura, que había mandado leer el libro aquel semestre, si no consideraba que leer El guardián entre el centeno podría ser peligroso. La respuesta del profesor fue sublime, y debería imprimirse en todas las fajas publicitarias de la novela: «No te preocupes. Solamente es peligroso si lo entiendes».
La entrada Salinger, un puñado de psicópatas y los chicos del MKUltra aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.
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